ODISEO
ASTUTO: LA PALABRA OLVIDADA DE UN HÉROE
Jhon Monsalve
Artículo publicado en la Revista Apalabrar
(Odiseo/Ulises
clavándole la estaca en su único ojo al cíclope Polifemo después de haberlo
emborrachado. Detalle de un ánfora ateniense del año 650 a. de C.
aproximadamente).
¿Quién
dijo que Odiseo era el héroe griego por antonomasia, el más fuerte, el más
grande? ¿Quién dijo que Agamenón nunca pudo superarlo y que Héctor fue solo una
víctima de su astucia? ¿Quién dijo que Odiseo fue buena gente y que nunca le
hizo mal a nadie? ¿Quién dijo que cada mentira, cada engaño o cada truco no
fueron por buena causa, por miedo a no llegar nunca a Ítaca?
Odiseo
fue astuto y Circe lo supo. No cayó en las trampas de la diosa y hechicera de
la Isla de Eea. Se puede llegar a sentir lástima por Odiseo, nadie lo
acompañaría al Hades, un lugar desconocido; debía ir a preguntar el próximo
escalón del camino empinado hacia su tierra. Pero hasta los lectores nos
dejamos confundir por los sentimientos y las lágrimas del héroe homérico. Bien
sabemos que el infierno sería un lugar más en el itinerario de Odiseo. Solo un
lugar más; no más peligroso que los temores y ruidos de la guerra, ni que la
comida de Circe, ni mucho menos que los lestrigones, ni los cíclopes, ni las
sirenas. Pero lo vemos llorar, clamar y sufrir porque debe dirigirse al Hades
en busca de su destino, y casi lloramos con él, casi nos confundimos, casi nos
dejamos caer en la tela de araña de su astucia.
Es
más: entendimos la decisión del héroe cuando por temor de ir a la Guerra de
Troya simuló estar loco y, aunque no logró su cometido pues los sentimientos
filiales fueron más fuertes que su estratagema, lo hizo creer así por algún
tiempo. La idea del Caballo de Troya fue, tal vez, una de sus mayores astucias.
La fuerza no lo caracterizaba tanto como su inteligencia. Odiseo fue un
guerrero con más armas en la boca que en el cuerpo. Y esta razón lo hace más
interesante y más odiado al mismo tiempo. Fernando Savater lo expuso en uno de
sus monólogos (que conforman el libro que tituló Criaturas del aire) de esta manera: “No es ese mi caso, héroe
curvo, cóncavo, héroe que sabe plantarse frente a su enemigo y herirle por
detrás. No soy sable ni lanza, soy la red o la muerte inopinada que viaja en la
saeta: no desgarro ni trituro, sino que envuelvo, sujeto y asfixio. Descubrí un
secreto moral que los hombres no me han perdonado ni quizás me perdonen jamás:
no hay arma tan aniquiladora como la red de las palabras, como la urdimbre
razonable que penetra todas las corazas y desvía la amenaza de los más fuertes
brazos”.
Y
el poder de la palabra, no el de sus músculos ni el de su lanza, fue el que
hizo posible, por ejemplo, la derrota de Polifemo en la tierra de los cíclopes.
Y aunque menos recordado que el caballo de Troya, este hecho en la mitología
griega es representativo de la astucia de quien en la literatura latina sería
llamado Ulises. Fue este quien convenció a Polifemo de beber el vino puro que
había en el lugar donde los tripulantes de la embarcación que aún acompañaban
al héroe comieron y bebieron de lo que era propiedad de gigantes con un solo
ojo. Si no hubiera sido por la decisión de Odiseo, es decir, por la idea de
darle vino puro (y el hecho de que hubiera aceptado, una vez más corrobora el
poder de la palabra como arma letal)
para que se tranquilizara un poco, de seguro la ira del cíclope habría
acabado con todos los invasores de su morada. Y no solo esto. Fue gracias a la
astucia de Odiseo que, luego, los demás cíclopes consideraron loco a Polifemo.
Cuando Odiseo se presentó ante el cíclope dijo que su nombre era Nadie. Cuando
el cíclope se despertó y se dio cuenta de que todo había sido un engaño, pues
su ojo, el único que tenía, estaba herido (lo hirieron Odiseo y sus tripulantes
durante el sueño), empezó a gritar que Nadie lo había engañado.
Ya
sabemos que se engaña con palabras, pero también con acciones: “Entonces a mí
se me partió el corazón. Me eché a llorar tumbado sobre el lecho, y mi ánimo ya
no quería vivir ni ver más la luz del sol. Luego que me sacié de llorar y de
revolcarme; entonces a ella le dirigí mis palabras y dije: "¿Ah, Circe,
quién va, pues, a guiarme en ese viaje? Hasta el Hades nunca nadie llegó en una
negra nave." No podemos negarlo: también nos conmueve, también nos engaña.
Aunque tratemos de comportarnos como las sirenas, terminará Ulises huyendo de
nuestros cantos.
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