La Semana Santa… ¿y las Semanas
Satánicas?
Jhon Monsave
Imagen tomada de internet
Tal
vez debería comenzar hablando de sexo, para empezar a herir susceptibilidades. Recuerdo que cuando niño mi vecina (la de
siempre; por antonomasia, ya es “mi vecina”) salió gritando por las calles del
barrio El Pablón algunas arengas moralistas y miedosas. Decía cosas que, para
ese entonces, no comprendía en su totalidad, pero que hacían referencia, hoy ya
lo entiendo, al posible pegamento que Dios pondría en los genitales de aquellos
que copularan en Semana Santa. Cuando pude, probé que era mentira, pues de
haber sido realidad, mi mano se habría pegado para siempre a la piel del falo…
Y toda la gente salía de sus casas a oír a mi vecina decir tales barbaridades y
les tapaban los oídos a los niños con los dos dedos índices para que no se
contaminaran tan pronto de malas preguntas.
Tengamos
en cuenta que el sexo convive con nosotros todo el año y se marcha obligado en
la Semana Mayor por las concepciones estúpidas del catolicismo y del
protestantismo. Y empiezo mis preguntas:
¿Es que acaso no estamos pecando de igual modo durante todo el año cuando
copulamos con nuestra pareja sin estar casados y por puro placer? ¿Es que acaso
Dios no es santo y por lo tanto su creación no es santa, entonces, por
silogismo, todo su tiempo no es santo? ¿O es que acaso solo es santa una semana
del año y el resto de semanas son satánicas? Yo no sé, pero pensemos…
Lo
único diferente de esta Semana es que se conmemora la pasión de Jesucristo. ¿Y
qué con eso? ¿Acaso conmemorando tal tontería se resuelven los problemas
sociales y políticos de nuestro país? ¿No será que lo que hacemos es ocultarnos
y opacar con más estruendo nuestra voz, para dejarla muda sin darnos cuenta? Se
conmemora la Pasión de Cristo y nos olvidamos de nuestras propias pasiones y
sufrimientos. Menos mal que nos escondemos durante esta semana; de lo
contrario, el Estado no aplaudiría con tanta vehemencia nuestra estupidez.
Paradójico
es sentirnos católicos y no darnos cuenta de que todos los días son santos por
ser creación de Dios… como es santo un árbol, una mata, un suspiro, así mismo,
es santo el hueco del culo que Verlaine y Rimbaud eternizaron en un soneto.
Todo es santo; hasta usted y yo: Sed
santos porque yo soy Santo. ¿Y entonces las demás semanas? ¿Quedamos en que
son satánicas?
Argumentos
de lo anterior hay por montones. Los hombres todos los días desean la mujer del
prójimo, y las mujeres, ahora más crueles, ansían felaciones. Todos los días se
roba por robar o para comer, se mata por matar o para vivir, se miente por
mentir o para ocultar… se olvida uno de Dios, aunque sea el primer mandamiento.
¿Quién ama a Dios sobre todas las cosas? El que alce la mano no se ama ni a sí
mismo; es más, no conoce el amor. Todos
los días el hombre peca y se la viene a dar de santo en una semana. Ni una
madrugada, ni una subida a Morrorrico, ni una progresión de rodillas nos
salvará de las llamas del infierno más cruel y mortal de todos: la vida misma,
entre sus inventos humanos: la corrupción y la desigualdad social.
Yo
resumiría la Semana Santa como el acto más evidente de la hipocresía humana.
Nos volvemos hipócritas con Dios. No caminamos para ser perdonados, sino para
hacer ejercicio. No oramos en todo el año porque siempre existe la posibilidad
de que la Semana Santa llegue cargada de perdones y de regalos. En unos años será tan comercial como el
nacimiento de Cristo, y empezaremos a estrenar ropa. Y Dios quedará fuera, como
en las rumbas del 24 y 25 de diciembre. Dios siempre queda fuera porque no ha
aprendido a bailar.
Las
limosnas que se cuadruplican en la Iglesia sirven para pagarles las putas a los
curas, o los putos, o los niños. Los ramos del primer domingo perjudican el medio
ambiente, vengan de donde vengan. Las calles se ensucian porque la gente
católica es puerca y antiética. La contaminación del ruido incrementa ante los
rezos repetitivos de sacerdotes, y el miembro ya empieza a sentir erecciones
después de vislumbrar la mujer que, entre tanta muchedumbre, usa leggings y se
le nota el hilo y se le marca el cameltoe.
Ella, evidentemente, solo fue a caminar. Ella es otra hipócrita con Dios.
¿Cómo
sería la Semana Santa si nos hubieran conquistado los Budistas o los
Musulmanes? Si nuestra cultura hubiera decidido una semana especial para la
conmemoración de Buda o de Mahoma, lo primero que haríamos sería defender a
capa y espada nuestras creencias y criticaríamos la ignorancia de los católicos
en el mundo. Porque si hay algo que caracteriza a los fieles en cualquier
doctrina es su necedad de creer siempre que lo que hacen es lo único correcto y
que, por lo tanto, serán los únicos salvos en la utopía del cielo y de la
gloria de Dios, o de Alá, o del Nirvana.
Ya
sabemos que todo es cultural. Es más: adoramos, sin darnos cuenta, a un dios
que no es el nuestro. Adoramos a un dios que nació entre la mitología hebrea y
olvidamos que nuestros dioses, los verdaderamente nuestros, fueron borrados a
punta de gritos y garrotes por manos de los españoles. De no haber sido así,
nosotros celebraríamos las maravillas de la naturaleza porque habría sido ella
la madre de todos nosotros y, por lo tanto, no contaminaríamos como lo hacemos
nuestros ríos, nuestras calles, nuestro mundo… y los ricos, y los gobernantes
serían conscientes de ello, y harían campañas políticas en torno al cuidado y
adoración de nuestra diosa, y no usarían, como lo hacen hoy, al Dios de Israel
para lograr sus fines.
Esta
Semana reflexionemos sobre lo hipócritas que somos. También sobre lo
ignorantes. Dejemos a un lado a Bergoglio y volvámonos los papas de nuestra
propia vida. Tengamos comunicación con el Dios de Israel, que ya nos fue impuesto
y del que muy difícil nos podemos despegar, y démonos cuenta de que ni Jesús ni
Dios necesitan intermediarios en la tierra. Reflexionemos sobre la Iglesia y su
importancia, sobre los feligreses estúpidos e hipócritas, sobre los pecados que
cometemos a diario, sobre los pecados que, aun en Semana Santa cometemos, en lo
satánicos y malos y antisociales que somos. Reflexionemos sobre la vida y sobre
la muerte, para ver si le hallamos algún sentido a este valle de lágrimas y de
hipocresía. Vayamos a moteles, a cantinas, a puteaderos, y liberémonos de
nuestras cargas. Vayamos hoy y el jueves y el viernes santos. Vayamos y
comprobemos que a Dios ya se le acabó el pegante para los genitales y, como
piensa en nosotros, comprende nuestro estrés, nuestras necesidades físicas,
nuestra costumbre de dar amor y de ser amados. Amemos, en esta semana, más al
prójimo que a Dios, porque así se expresa el verdadero amor. No esperemos a
darnos cuenta de que al Dios de Israel no se puede amar y así desaprovechemos
ese tiempo y no queramos a los que nos rodean, comprenden y saludan a diario.
Pensemos, durante esta semana, si es más importante la religión o la sociedad,
si con un ramo voy a colaborar o no con el alimento del hijo de mi vecino, si con
una oración voy o no a aportar en la difícil tarea de la igualdad social. Solamente
pensemos y caigamos en la cuenta de que es muy posible que esta semana, por
nuestras acciones religiosas y egoístas, se vuelva la semana más satánica de
todas.