La noche bocarriba: La guerra florida
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
Cortázar
es de esos escritores que escriben con la realidad y la fantasía al lado.
García Márquez pone en su lugar una flor. Es como si, en Cortázar, una
prescindiera de la otra, como si no hubiera metáforas, ni cuentos, ni palabras
sin la convergencia de estos mundos. Hablando de la ósmosis, el escritor
argentino afirmaba que se lograba la total yuxtaposición cuando la fantasía y la realidad encajaban perfectamente
la una en la otra; para explicar su propuesta hace una analogía con una receta
de Edward Lear:
“Este
tipo de cuentos que abruma las antologías del género recuerda la receta de
Edward Lear para fabricar un pastel cuyo glorioso nombre he olvidado: Se toma
un cerdo, se lo ata a una estaca y se le pega violentamente, mientras por otra
parte se prepara con diversos ingredientes una masa cuya cocción sólo se
interrumpe para seguir apaleando al cerdo. Si al cabo de tres días no se ha
logrado que la masa y el cerdo formen un todo homogéneo, puede considerarse que
el pastel es un fracaso, por lo cual se soltará al cerdo y se tirará la masa a
la basura. Que es precisamente lo que hacemos con los cuentos donde no hay
ósmosis, donde lo fantástico y lo habitual se yuxtaponen sin que nazca el
pastel que esperábamos saborear estremecidamente”.
Y
en “La noche bocarriba” sí hay yuxtaposición y de la buena. Una característica
general del Vanguardismo consiste en hacer uso de algunos elementos ficcionales
y fantásticos para configurar la realidad desde una perspectiva distinta. El
cuento que es objeto de nuestro análisis presenta la realidad de las guerras
indigenistas de América Latina, a través de lo onírico y lo sobrenatural. Es
poco probable que demos por sentado el hecho de que un indígena soñara con una
motocicleta varios siglos antes de que se creara la primera. Pero por medio de
lo que el mismo autor denominó “suspensión de la incredulidad”, se logra en el
lector la configuración del sentido literario del cuento.
Contenido aborigen
El
cuento “La noche bocarriba” narra la historia de un motociclista que, después
de un accidente, es llevado a un hospital; allí sueña que es un indígena que
huye de ciertas tribus cazadoras de hombres. Hace lo posible por esconderse,
por escapar, pero el olor (el sentido más recurrente en el cuento) a guerra lo
atormenta a cada momento. Ese olor se asemeja al olor de la muerte, al
sacrificio, a la sangre derramada en piedras especiales para el acto divino. Lo
extraño es que en el espacio y tiempo
contemporáneos, el personaje motociclista sueña cosas de siglos atrás. Cada una
de las acciones que sueña, las vive a su modo en el hospital. Algunos pacientes
se dan cuenta de su comportamiento, lo aconsejan; los médicos entran y aplican
anestesia, él duerme y sigue soñando, hasta que lo ponen bocarriba (como ha
estado siempre en la camilla) en la roca de sacrificios divinos. En ese
momento, el indígena se da cuenta de que ha soñado ser un hombre que cae de un
aparato extraño y que es llevado a un centro de rehabilitación.
La guerra florida
El
conflicto del cuento se entiende a partir de los sueños. No sabemos a ciencia
cierta quién sueña a quién, aunque suponemos que el indígena es quien vive las
verdaderas experiencias. El trasfondo del cuento se empieza a dilucidar desde
el momento en que comprendemos que las Guerras Floridas llevadas a cabo en territorio
mexicano eran frecuentes en tiempos de escasez de alimentos. Se sacrificaba a
un humano a cambio de que los dioses de las tribus implicadas devolvieran el
sustento a los pueblos, pues creían que, de esta manera, las divinidades que se
enojaban con ellos por alguna causa dejarían su ira a un lado. El escape de la
víctima es similar a huir de la muerte y saber que al fin y al cabo nos va a
tomar con su guadaña.
En suma
Tenemos,
pues, el cuento “La noche bocarriba”, su fantasía y su realidad. La ósmosis
perfecta, el referente pertinente para explicar las guerras indigenistas de
nuestros aborígenes, para asociar de manera magistral la constante huida del
humano a la muerte, que siempre tendrá la piedra de sacrificios lista en el
momento en que necesite alabar a sus dioses.