Mis dos firmas de Roberto Burgos Cantor.
¡Adiós, maestro!
Jhon Alexánder Monsalve Flórez
El
17 de abril de 2015 conocí a Roberto Burgos Cantor. Estaba sentado a la entrada
del auditorio Camacho Caro de la Universidad Industrial de Santander, dispuesto
a dialogar con estudiantes y docentes en un muy grato y recordado homenaje a
Gabriel García Márquez, orientado por el profesor Hernando Motato. Hacía apenas
un año de la muerte de Gabo; Roberto Burgos Cantor compartía escenario junto a
Ariel Castillo y José Luis Garcés. Dialogaron sobre la obra del escritor fallecido en una charla bastante amena, difícil de olvidar. Ahí estaba Burgos Cantor, ¡Burgos Cantor!, a quien el profesor Motato, en un artículo de julio de 2015, definiría como: “el más digno heredero del legado
garciamarquiano y en la actualidad el escritor más representativo de nuestra
literatura colombiana”.
¡Burgos
Cantor!: hombre sencillo, bien vestido, con un esfero en la mano. Humildemente, saludaba
a profesores y estudiantes que se acercaban a hablar sobre algún cuento de su
autoría o sobre Gabo, y firmaba autógrafos en libros nuevos y usados, algunos
de ellos, como en mi caso, comprados en la librería del también fallecido Don
Fidel. Cuando llegó mi turno, no tuve otra opción que alabar uno de los más
grandes cuentos de la literatura colombiana: “Fosas comunes”, que aparece en el
libro de cuentos El secreto de Alicia.
También leí la novela Ese silencio, en donde hallé en varias ocasiones a
Gabo; también leí otros cuentos, que me interesaron por el momento, pero,
luego, por las jugadas de mi memoria, se esfumaron con el tiempo. Pero el que
no olvidé, el que no olvidaré, es “Fosas comunes”: la representación más
fidedigna del paramilitarismo en Colombia… el llanto, el dolor de las mujeres
en busca de sus hijos y de sus esposos, enterrados todos, desaparecidos todos,
por las manos represoras del gobierno.
Le
hablé del cuento. Sobrevaloré el cuento. Reiteré mi gusto por el cuento. Y me
miraba algo extrañado ante tanta insistencia, característica de mi intensidad
literaria cuando un texto me gusta. Siempre me desahogo con amigos o colegas, pero,
de la misma forma como reiteré, en el 2014, mi gusto por El crimen del siglo ante el mismísimo autor, así reafirmé, una y otra
vez, mi interés por “Fosas comunes” ante los ojos inciertos de Burgos Cantor. Tal
vez por eso, luego de solicitar su autógrafo para mí, decidió escribirme: “El secreto de Alicia es para Jonh [así,
con la h desubicada y no después de la J]. Con la gratitud sin secretos del
autor por su lectura honda. Roberto. Bucaramanga, abril 2015”.
Y
cargaba otro libro en la maleta. No sabía si sacarlo o no. Parecía que Ese silencio gritara en las
profundidades del bolso escolar. Opté por abrir el morral. Pasé rápidamente la
primera página. Solicité otro autógrafo. Este, con mucha creatividad, decía: “Ese
silencio es para John [de nuevo la h mal ubicada] con un abrazo ruidoso.
Roberto, abril, 2015”.
Cerré rápidamente el libro. Agradecí sobremanera. Y temí
que se hubiera fijado. Yo quería esa firma también en Ese silencio. Nunca supe si él se dio cuenta de mi astucia bien
intencionada: en la primera página, el autor ya había firmado, en enero de 2012, este
libro de segunda mano (comprado donde Don Fidel); el destinatario era a un tal René
Dimarco, a quien también brindó un abrazo explícito en la firma.
En
julio de 2018 ganó con Ver lo que veo
el Premio Nacional de Novela. En los últimos días, trabajaba en otra novela… El
tiempo dirá qué tan inclusa quedó. Hoy, a los setenta años, murió Burgos
Cantor. El Heraldo informa sobre su muerte: “El autor, quien residía en Bogotá,
falleció en la Clínica de Marly de la capital del país, cerca de las 6 p.m.,
según precisó su esposa Dora de Burgos, con quien estuvo casado durante 48 años”.
Y yo,
aquí, sin poder dormir, recuerdo la tarde de abril en que su pluma dejó tatuada
su firma en las páginas de mis libros. Gracias, Roberto… Muchas gracias.