Desgracia, de J.M. Coetzee: La deshonra de
Lucy en la decadencia de David
Jhon
Monsalve
Imagen tomada de Internet
Parto de dos conceptos que se
relacionan estrechamente con el título de la novela más leída del Nobel de
Literatura John Maxwell Coetzee: Desgracia.
El primero de ellos surge de la aclaración que hace Juan Gabriel Vásquez días
antes de la entrevista que le hizo al escritor africano en la Feria del Libro
de Bucaramanga: «J.M. Coetzee, autor de varias obras maestras (incluida una que
en español tiene un título equivocado: la palabra inglesa disgrace no quiere decir “desgracia”, sino
“deshonra”), estará en la Feria del Libro de Bucaramanga dentro de poco más de
una semana». La deshonra, que puede comprenderse de manera especial a partir
del acto de violación al que es sometida Lucy, la hija de David Lurie, es
fundamental en el desarrollo decadente de este último personaje, que, como
actor protagonista, lleva consigo el peso de la desgracia. La desestima y el
irrespeto causados, que podrían caracterizar al sujeto deshonrado, se evidencian
más en las pasiones de David que de Lucy, quien fue la que, en últimas, sufrió
el daño. El segundo concepto es el de decadencia que, desde cualquier
perspectiva, consiste en el paso de un estado superior a uno inferior: David
Lurie pasa de la comodidad a la molestia, de la tranquilidad a los problemas, de
ser profesor universitario a transportar caninos moribundos en un carro. Se
aclara que esta lectura se hace con base en los sistemas de valores que rigen
la sociedad occidental, en la que se desvaloriza ―y más si viene de la academia―
el trabajo del obrero común. En medio de esta decadencia, aparece la violación
de su hija a manos de ciertos actores desconocidos que, aparte, no solo matan a
los perros de los que cuidaba Lucy, sino también hurtan algunos enceres y
queman a David con un alcohol inflamable. Según la perspectiva de Lurie, el
acto de violación era un acto de deshonra; para Lucy era parte de la
cotidianidad y de la nueva vida, del nuevo espacio-tiempo, al que debía
adaptarse.
El momento crucial en la
decadencia del sujeto protagonista se da cuando su amante Melanie, una de sus
estudiantes universitarias, se aleja de él, sin explicación alguna. El que, en
apariencia, era uno de los enamorados de la joven increpó a David sobre la
decisión ética de salir con una de sus alumnas. Días después de que el propio
padre de la chica fue a reclamarle al profesor sobre el estado de su hija y la
relación que con ella había mantenido, devino una ola de persecución
administrativa que lo llevó a huir, al menos simbólicamente, de la ciudad hacia
la zona rural, donde habitaba su hija. David no aceptó cargos porque, según
argumentaba, Eros, la pasión del deseo, lo había llevado a tales circunstancias
y no podía culpar a sus pasiones de los actos que realizaba. De profesor
universitario, pasó, en primera medida, a ser huésped de su hija, luego
colaborador de tiempo parcial, después protector fracasado de su hija y, por
último, ayudante de veterinaria prístina, de muertes veloces, de estancamientos
del sufrimiento canino. Dos mundos, dos formas de vida, dos universos
simbólicos distintos, a los que no se habituó por completo; en la ciudad, por
sus pasiones; en lo rural, por su inexperiencia en todos los ámbitos: «Allí
habrá de enfrentar una violencia más atroz que la de la ciudad y, como dice
Carlos Fuentes, “a un silencio peor que el de cualquier censura académica o
política», tal como afirma Tania Jiménez Macedo en su reseña sobre la novela.
Que si la novela debió llamarse Desgracia o no poco interesa. Lo importante es
ver cómo, a partir de las valoraciones de David, la deshonra de Lucy lo fue
para él, según la rejilla con que evaluaba al mundo, pero no para ella, que se
habituaba a unas formas de vida diferentes, y que terminó aceptando cuando
decidió quedarse con Petrus. O era Petrus, en África, o era Holanda, en Europa.
Ella decide a Petrus, pariente del chico que pudo haber sido su violador. No
importa: ella quería permanecer en ese mundo, lejos, diferente. Lurie, por su
parte, decae moralmente y la deshonra de su hija enfatiza tal decadencia.
Deshonra, decadencia y desgracia son tres conceptos que van de la mano en la
narración de este Nobel de Literatura.