Sobre
la argumentación en la escuela
Jhon
Monsalve
Imagen tomada de internet
Parto
del hecho de que el miedo a cómo llevar a cabo procesos de argumentación en el
aula ha ocasionado que los docentes sigan optando, absurdamente, por el modo
discursivo de la narración. No está mal, pero si comprendemos que narrar solo
es una manera de organización discursiva y que, por tanto, quedan supeditadas la
descripción, la exposición y la argumentación, tal vez creemos conciencia de lo
limitadas que son las mediaciones didácticas en torno a la lectura y la escritura.
Insisto que es por miedo: miedo a aburrir, a fracasar, a ver cómo la clase se convierte
en un mundo bostezante. El docente de Español no halla otro medio que el de la
narración para trabajar la comprensión lectora, cuando esta, si bien es importante,
no engloba ―y menos si no se lleva de manera adecuada― todos los componentes necesarios
para lograr lectores críticos.
Y
los niños crecen, y se vuelven adolescentes, y luego adultos, y siguen en las
mismas: creyendo que el acto de leer se reduce a novelas y cuentos, sin ningún
objetivo más allá del de sentir placer ―hecho, como sabemos, no del todo
convincente. No se trata de llevar la argumentación al aula solo a partir de
debates orales, si bien terminan por ser un buen inicio. Comprendo que la
argumentación parte de procesos, y que las mesas redondas y todos los géneros
orales que permiten actos argumentativos son indispensables para el desarrollo
del pensamiento. No obstante, tampoco estoy de acuerdo con que se reduzca el
trabajo de la argumentación en el aula solo a este tipo de géneros. La lectura
es un buen camino y, luego, por supuesto, la escritura. Pueden ir de la mano,
se pueden acompañar, pueden trabajarse de manera simultánea, sin prestar
atención a si el estudiante escribió con uve o con be, o a si le puso tilde o
no. La argumentación merece un espacio exclusivo en el aula de clase, hasta el
punto que las preguntas más recurrentes en todas las sesiones, incluidas las de
lectura de texto literario, sean ¿por
qué? y ¿para qué?
La
insistencia no se debe a otra cosa que a la preocupación que surge de pasarme
la vida viendo a estudiantes, de aquí para allá, callados, inertes, inútiles,
sin más cosas en la cabeza que sus compromisos de turno. Y cuando les pregunto
por qué actúan de esa manera, la respuesta siempre es la misma: silencio…
¿Y si se aburren? (Esta pregunta la haría solo
un tipo de profesor)... En todo caso, hasta con cuentos viven aburridos, y es
mejor que se aburran aprendiendo algo más a que se aburran con lo mismo…