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domingo, 17 de abril de 2022

Tres textos en una de las bibliotecas digitales más grandes de Latinoamérica

 

Tres textos en una de las bibliotecas digitales más grandes de Latinoamérica

Jhon Monsalve

Imagen tomada de: https://www.ellibrototal.com/ltotal/


Hace unos años, El Libro Total, la que es considerada como una de las bibliotecas digitales más grandes de Latinoamérica, publicó tres textos de mi autoría. El primero de ellos fue mi libro Til-de no lleva tilde, en el que explico, paso a paso y con un método completamente original, dónde va la tilde en lengua española. A continuación, dejo el enlace: 

https://www.ellibrototal.com/ltotal/?t=1&d=10628

Los otros dos textos fueron, primeramente, publicados en mi blog y tomados, bajo mi consentimiento, claro está, por El Libro Total, por considerarlos útiles para la formación de estudiantes en la región hispana. Los dos textos son análisis de obras literarias universales: El diablo de la botella y El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde, de Stevenson. Dejo a continuación los enlaces para quien desee consultarlos y leerlos, mediante recursos bastante didácticos que ofrece esta biblioteca.

https://www.ellibrototal.com/ltotal/?t=1&d=10245


https://www.ellibrototal.com/ltotal/?t=1&d=10246 

De este modo, permítaseme no solo invitarlos a hojear estos tres libritos, sino también, y sobre todo, presentarles un lujo de biblioteca digital, creada orgullosamente en Santander, Colombia.

 

miércoles, 15 de diciembre de 2021

La mediación pedagógica de procesos escriturales en la educación superior

 

La mediación pedagógica de procesos escriturales en la educación superior

Jhon Alexánder Monsalve Flórez

Imagen tomada de: https://www.semana.com/vida-moderna/articulo/educacion-escritura-computador-no-mano/359909-3/. 

El centro de la transposición didáctica no es el saber sabio, ni el saber enseñado (Chevallard, 1991), sino las mediaciones que se llevan a cabo en el aula para lograr el paso entre el primero y el segundo. En el caso de la enseñanza de la escritura en la universidad, nos enfrentamos a dos procesos de transposición que, aunque van unidos, pertenecen a latitudes diferentes. En primer lugar, se hallan las disciplinas que, con sus diversos metalenguajes, exigen usos específicos de la lengua para su comprensión o producción de nuevo conocimiento (Carlino, 2005); en segundo lugar, se encuentra la teoría de la escritura, con sus particularidades conceptuales y procedimentales (Cassany, 1990; Serafini, 1994; Flower y Hayes, 1981). Los docentes de escritura nos encontramos, entonces, ante una doble exigencia en la educación superior: 1) entender, al menos, las generalidades teóricas de las disciplinas y 2) enseñar muy bien los procesos escriturales que dan sentido a los contenidos de las disciplinas. Tales metas pueden lograrse a través de una mediación pedagógica oportuna: el estudiante socializa su saber científico, para recibir después, por parte del maestro, la orientación de cómo producir los discursos científicos correspondientes. La relación horizontal del conocimiento se hace, así las cosas, más que evidente.

Corredor, Pérez y Arbeláez (2009) describen cuatro condiciones del profesorado para una mediación pedagógica apropiada: la coherencia psicológica, que se refiere al reconocimiento del nivel cognitivo del estudiante por parte del maestro; la coherencia de contenidos, la cual hace alusión a la pertinencia de los procesos orientados en clase, según el nivel conceptual o de saberes previos de los estudiantes; la motivación y la implicación de los estudiantes, referente a la participación activa del aprendiz, dentro de una perspectiva constructivista; y, finalmente, la aplicación y la utilidad, entendidas como la orientación de saberes funcionales para las situaciones de la vida académica y no académica.

Dependiendo del curso de escritura que orientemos, los profesores evaluamos, por medio de un diagnóstico pedagógico (Arriaga, 2015), el nivel cognitivo y los saberes previos de los estudiantes. Con base en ello, tomamos decisiones sobre cómo proceder en el aula con pertinencia para la enseñanza de la escritura en disciplinas específicas; entonces, proponemos dos actividades transversales, unidas a la doble exigencia enunciada en el primer párrafo: creamos espacios de socialización conceptual para entender, en términos generales, la densidad terminológica del discurso propio de las disciplinas científicas y, luego, cuando ya entendemos grosso modo el proceso, orientamos la escritura. La aplicación y la utilidad se entienden, de esta manera, dentro de las necesidades de los profesionales en formación; en otras palabras, se tienen en cuenta explícitamente los resultados de aprendizaje (MEN, 2019; CESU, 2020)

Una asesoría de escritura de trabajos de grado puede ejemplificar lo abordado anteriormente. Aparte de las horas de clase, los profesores somos citados por los estudiantes para resolver problemas de escritura con los que, habitualmente, se hallan: coherencia, cohesión, ortografía, pertinencia de contenido, etc. En las asesorías, luego de haber determinado el nivel cognitivo y de conocimientos previos, procedemos a escuchar a los estudiantes. Nos cuentan las dificultades que han tenido, nos relatan sus experiencias negativas, sus inseguridades, pero también nos actualizan en aspectos disciplinares. No entendemos todo el metalenguaje, por supuesto, pero comprendemos las generalidades del trabajo. Solo después de ello, orientamos procesos de escritura: enseñamos a planificar, a textualizar y a revisar. Las asesorías, entonces, se dividen en dos momentos, concatenados con las mismas metas del primer párrafo: socialización de los educandos sobre los saberes científicos y enseñanza de la escritura por parte del profesor. De esta manera, potenciamos y proyectamos no solo competencias científicas y resultados de aprendizaje, sino también habilidades generales: la autonomía, la participación y la adecuación apropiada del discurso científico.

Las cuatro condiciones de la mediación pedagógica también se evidencian en procesos de escritura orientados a grupos particulares de carreras específicas. Verbigracia, cuando los docentes de escritura llegamos al aula con un grupo de Trabajo Social, no sabemos, en principio, aspectos relacionados con esta carrera. Aunque hemos sido educados en las generalidades de las Ciencias Sociales, nuestros saberes no son tan específicos para guiar al estudiante en cuanto a la planificación, textualización y revisión de textos científicos de esa área. Así las cosas, procedemos en el mismo orden: diagnóstico sobre nivel cognitivo y de saberes previos de escritura, socialización grupal de los conceptos de base y de los procesos que se requieran para el proceso y, por último, la orientación escritural en dependencia de las generalidades teóricas ya comprendidas por el maestro. La funcionalidad de los procesos de escritura dentro de las esferas científicas de la universidad se hace visible y se encamina a la consecución de los resultados de aprendizaje del futuro profesional.

Finalmente, pensamos que los profesores de las disciplinas específicas podrían hacer el trabajo ideal en la mediación pedagógica de la escritura en la universidad. No obstante, se presentan, para ello, mínimamente dos obstáculos: en primer lugar, el imaginario de que los estudiantes universitarios deben saber escribir todos los géneros textuales posibles y, por ende, no es trabajo del maestro de la carrera orientar procesos que deberían estar ya superados; en segundo lugar, la falta de preparación de estos docentes en temas de didáctica de la escritura. Mientras se derrumban estas barreras, aquí seguimos los maestros de escritura científica, buscando la mediación pedagógica más oportuna, que cumpla, en lo posible, con las cuatro condiciones de base: la coherencia psicológica, la coherencia de contenidos, la autonomía de los estudiantes y la funcionalidad de lo que ellos aprenden.

Referencias

Arriaga, M. (2015). El diagnóstico educativo, una importante herramienta para elevar la calidad de la educación en manos de los docentes. Atenas, 3(31), 63-74.

Carlino, P. (2005). Escribir, leer, y aprender en la universidad. Una introducción a la alfabetización académica. Fondo de cultura económica.

Cassany, D. (1990). Enfoques didácticos para la enseñanza de la expresión escrita. Comunicación, lenguaje y educación, 2(6), 63-80.

Chevallard, Y. (1991). La transposición didáctica. Del saber sabio al saber enseñado. AIQUE Grupo Editor S.A.

Consejo Nacional de Educación Superior (CESU) (2020). Acuerdo 02. https://www.mineducacion.gov.co/1759/articles-399567_recurso_1.pdf.

Corredor, M.; Pérez, M. y Arbeláez, R. (2009). Estrategias de enseñanza y aprendizaje. Ediciones Universidad Industrial de Santander.

Flower, L. y Hayes, J. R. (1981). A Cognitive Process Theory of Writing.  College composition and communication, 32(4), 365-387.

Ministerio de Educación Nacional (MEN) (2019). Decreto 1330. https://www.mineducacion.gov.co/1759/articles-387348_archivo_pdf.pdf.

Serafini, M. (1994). Como se escribe. Paidós.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Contra los argumentos de José Manuel Blecua en torno a la importancia de la "h" en lengua española

CONTRA LOS ARGUMENTOS DE JOSÉ MANUEL BLECUA EN TORNO A LA IMPORTANCIA DE LA “H” EN LENGUA ESPAÑOLA
Jhon Monsalve
Imagen tomada de: http://www.semana.com/cultura/articulo/la-incognita-de-la-letra-h-por-que-existe-si-no-suena/546242

La Revista Semana publicó hoy, 6 de noviembre de 2017, un artículo que toma de BBC Mundo referente a la importancia de la letra hache (h) en lengua española. En este se aborda, de manera general, la importancia histórica de la letra, desde los fenicios, griegos, romanos y hablantes de lenguas vernáculas (específicamente, la del pueblo hispano) hasta nuestros días. En breve, lo que defiende el artículo es la importancia que tiene hoy la letra “h”, a pesar de que se considere inútil y de que escritores como García Márquez hubieran propuesto su eliminación del alfabeto. Para sustentar los argumentos, la editorial del periódico virtual (leído por una gran cantidad de hispanohablantes) cita al filólogo José Manuel Blecua, quien fue entrevistado, al parecer, para concretar argumentos sólidos de que la letra en mención es bastante útil.
Hasta aquí todo va bien. No obstante, cuando se leen las razones del que también fue conocido como director de la Real Academia de la Lengua, desde 2010 hasta 2014, surgen vacíos que deberían tenerse en cuenta, antes de viralizar la información que ofrece la noticia. En la presente entrada, contradiré los argumentos del Doctor en Filología Románica, según las explicaciones que hace sobre la importancia de la “h” (o al menos, de cómo lo presenta el medio de comunicación virtual).
El artículo se llama “La incógnita de la letra H: ¿por qué existe si no suena?”. Desde la función catafórica del título, se evidencia una intención comunicativa consistente en dar razones sobre por qué es útil esta letra del alfabeto. Blecua afirma en la entrevista: “La H es una letra muy compleja, y existe porque ha ido reuniendo a lo largo de la historia una serie de valores, algunos de los cuales han desaparecido pero otros se mantienen”. Se supone, ante esta aclaración, que el filólogo centrará sus argumentos en los valores que mantiene hasta hoy la “h”. Y eso está bien: era lo que necesitaba el periódico. Empero, tales valores parecen ser muy poco pertinentes para la descripción lingüística que busca el acto comunicativo.  
El primero de ellos, que puede servir para una buena explicación de por qué la “h” existe hoy, pero no de por qué es útil hoy, sería el siguiente: “Blecua defiende que la H no es una letra inútil, aunque pueda parecerlo”. Y cita el periódico: “Tomemos por ejemplo la palabra ‘huevo’. A simple vista, parece absurdo que lleve una H inicial. Pero esa H está justificada. Antiguamente, las letras U y V se escribían exactamente igual, con la misma grafía. La H sirve para identificar que la letra que la sucede en la palabra ‘huevo’ es una U y no una V”. Como tal distinción entre la letra “u” y “v” no existe hoy, pero sí fue importante en un español antiguo, el argumento es anacrónico y, por tanto, la letra “h” no sería esencial hoy (recordemos que, a partir de la necesidad de explicar la utilidad de la letra en nuestros días, surge el artículo). Pero, bueno, obviando lo anterior, se diría que, efectivamente, la letra “h” se escribe al inicio de palabras que presenten diptongos que inicien con “u” tales como “huevo”, “hueco” “huir” “huilo” “huaca” “huarpe”, porque no existían (o tal vez cobraban otros sentidos), desde una perspectiva diacrónica de la lengua, las palabras “vevo”, “veco”, “vir”, “vilo”; la manera que buscaban los hablantes para diferenciar la “v” con valor de vocal y la “v” con valor de consonante era anteponer la “h” a la vocal. Y muy bien, claro que sí, pero en el español de hace varios siglos; no en el de hoy.
Y el periódico continúa con los argumentos basados en las respuestas de Blecua: “Y aún da otro ejemplo más de su utilidad: «La palabra búho. La H intercalada sirve para marcar un hiato», subraya. Es decir: para advertir al lector de que hay una separación entre la U y la O, que la palabra búho se compone de dos sílabas y no de una”. Si esto fuera así, en todos los hiatos que surgen de diptongos rotos en lengua española, las vocales irían divididas por una “h”, como sucede con “bahía” o “retahíla”. Bajo este argumento, por ejemplo, se deberían escribir con esta letra cientos de palabras, entre otras: “alcaldía”, “grúa”, “ganzúa”, “todavía” e incluso “ortografía”. La “h”, por supuesto, en el español actual, no es determinante de diptongación rota o de hiato (recordemos que existen dos clases de hiato: a. dos vocales abiertas unidas que forman dos sílabas distintas y b. una vocal abierta y otra cerrada, sin importar el orden, cuyo acento lo lleva la cerrada, y forma, de igual manera, dos sílabas distintas), y, por lo tanto, el argumento es poco válido y no aporta a la comprensión de por qué la letra “h” es útil en la lengua española de hoy.
El siguientes es el último argumento que propone el periódico, sin citar ya a Blecua, pero bien puede suponerse que influenciado en sus respuestas: “Y, por supuesto, la H sirve a la hora de escribir para diferenciar palabras homófonas, vocablos que en el lenguaje hablado suenan exactamente igual aunque tienen significados distintos. Porque no es lo mismo huno que uno, hojear que ojear, hola que ola o hala que ala”. Este argumento es bastante interesante para determinar la utilidad de la “h” en el español actual, pero, ¿acaso el hablante puede reconocer cuándo es una palabra homófona y cuándo homógrafa para decidir si usa o no la “h”? Por ejemplo, ¿cómo saber que la palabra objeto, que puede adquirir muchos sentidos, entre ellos, el de cosa y el de fin, es homófona u homógrafa? Si ocurriera con todas las palabras lo que sucede con “hojear” y “ojear” o con “hola” y “ola”, podríamos quitarnos el dolor de cabeza de preguntar si palabras como “objeto” inician con “h” o no, pues, simplemente, diríamos que cuando hace referencia a cosa sí se escribe la letra muda, pero cuando hace referencia a finalidad, entonces, no se escribe.
Con lo anterior se evidencia que los argumentos del periódico y de Blecua son poco válidos para los fines que el artículo perseguía. Si existe la intención de buscar razones que sustenten el uso de la letra “h” en la lengua española de hoy, habrá que intentar, al parecer, con otros argumentos.
Y me voy, ya no critico más. Ojalá el Doctor José Manuel Blecua se dé cuenta de cómo generalizaron sus respuestas (porque estoy seguro de que fue tergiversación involuntaria del periódico y no ignorancia del filólogo), para que escriba a BBC con el fin de que mejoren o aclaren con más detalles las respuestas que otorgó.

jueves, 12 de junio de 2014

Los índices cacográficos: ¿una manera de llevar la ortografía al aula?

LOS ÍNDICES CACOGRÁFICOS:
¿UNA MANERA DE LLEVAR LA ORTOGRAFÍA AL AULA DE PRIMARIA?
Por Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
Nota aclaratoria: El siguiente artículo es una reseña. Traté de ser lo más objetivo posible. Digo, desde ya, que estoy en contra de la enseñanza de la ortografía en la escuela primaria y, si publico en mi blog este texto, es más con un fin informativo que inquisidor. Soy consciente de que, en los primeros años de escolaridad, los niños necesitan, ante todo, leer y comprender, más que escribir con buena ortografía. Siempre les insisto a mis estudiantes, y ahora, si me lo permiten, también lo diré a mis lectores, la ortografía puede llegar a ser un tropiezo tanto para la enseñanza de la lectura como de la literatura. Y también, por supuesto, de la escritura, porque escribir no es tener buena ortografía, sino estructurar bien el texto, ser coherente y cohesivo y ser oportuno en el uso del lenguaje dependiendo del género discursivo. Aquí les dejo esta perspectiva de un investigador español. ¿Habrá algunas cuestiones positivas?

Álvaro Rodríguez Sanmartín. Enseñanza de la ortografía en Educación primaria. Madrid: Editorial Escuela Española, S.A., 1997.

Una de las grandes preocupaciones del maestro de hoy es saber llevar la ortografía al aula. Unas veces, prueba con juegos o con recursos mnemotécnicos; otras, cambia el genio y utiliza la nota como amenaza. Pero ni la primera opción ni la segunda funcionan. Los estudiantes no le ven sentido a escribir una palabra de manera específica y fija, si la pueden escribir a su antojo sin que el significado varíe. Para la solución de este problema, Álvaro Rodríguez Sanmartín, docente y escritor español, presenta “La enseñanza de la ortografía en la educación primaria”, como propuesta metodológica para enseñar esta asignatura desde un enfoque constructivista y haciendo uso de un recurso que denomina Carnet cacográfico, un índice de los errores más recurrentes de los educandos en su proceso de aprendizaje.
El libro “La enseñanza de la ortografía en la educación primaria”, publicado en 1997 y poco conocido todavía, se compone de un prólogo, una introducción y cinco capítulos. El prólogo, escrito por Atilano Domínguez, anticipa el contenido del texto entre anotaciones históricas y filosóficas. Desde ahora, se deja claro que el objetivo del texto tiende más a lo práctico que a lo teórico, que el aprendizaje de la ortografía es un proceso guiado por el maestro y que “su idea directriz o mensaje es que cada profesor debe recoger, al principio de cada curso, una lista similar de sus propios alumnos y tomarla como pauta de sus clases” (Rodríguez Sanmartín, 1997 p.8). Esta lista es lo que denomina el autor índice o carnet cacográfico.
En la introducción, Rodríguez Sanmartín explica que una razón por la cual la ortografía no ha sido bien acogida por los estudiantes, se debe a que los maestros han querido enseñar toda la asignatura en un corto periodo de tiempo. Para esto, propone lo que parece ser el eje principal del texto: el estudio racional de la enseñanza de la ortografía, partiendo de tres puntos de los que surgen, a la vez, tres de los capítulos del libro: La Motivación didáctica, la Determinación y ordenación del contenido y la Metodología de la enseñanza.
El primer capítulo “Motivación didáctica de la ortografía” presenta una dicotomía entre madurez y motivación. La primera se refiere a la aptitud del estudiante (frente al aprendizaje de la ortografía), que se adquiere, en su totalidad, en los últimos cursos de primaria. La segunda alude a la razón por la cual se hace algo. La motivación puede venir de dos fuentes: la intelectual, es decir, donde el estudiante necesita ver la utilidad de su esfuerzo y aprendizaje; y la emocional y social, o sea, las alabanzas, los incentivos o los castigos. Por otra parte, insiste en el argumento de que la ortografía debe ser tomada como un proceso para que sea significativa en el aprendizaje del educando. Esta es una manera de motivar al alumno, ya que, por medio de una gráfica en la que se presente la cantidad de errores que comete ahora en comparación a los que cometía una o dos semanas atrás, lo vuelve partícipe de su aprendizaje y lo anima a seguir estudiando. En palabras del autor: “Cada alumno puede llevar individualmente la representación gráfica de su comportamiento en esta materia, lo cual constituye una verdadera motivación cognoscitiva, al ver representados gráficamente los resultados de su propio aprendizaje y comprobados por él mismo”. (Rodríguez Sanmartín, 16, 1997).
El segundo capítulo “Determinación y ordenación del contenido ortográfico” tiene como objetivo indicar lo que debe enseñarse en cuanto a ortografía en la escuela primaria. Para esto el autor propone el uso de un inventario cacográfico, es decir, la recolección de los errores ortográficos de los educandos. Por medio de una actividad, se les pide a los alumnos que hagan, espontáneamente, una lista de palabras con cada letra del alfabeto. Estas palabras, generalmente, hacen parte del vocabulario activo y, por tanto, significativo del educando. Con base en el producto de esta actividad, el docente debe hacer un inventario de los errores más recurrentes, de la siguiente forma:


El autor afirma al respecto que “Con la elaboración del carnet cacográfico hemos conseguido dos objetivos fundamentales en la didáctica de la ortografía: primero, saber justamente lo que hemos de enseñar y, segundo, saber por dónde hemos de empezar, teniendo en cuenta los vocablos que aparecen con mayor número de frecuencia” (p. 23, 1997).
En el tercer capítulo “La estructura de la educación primaria en ciclos” Rodríguez Sanmartín propone los ejes de enseñanza de la ortografía en los tres ciclos de la escuela primaria española. En promedio, un niño, en España, empieza la escuela primaria a los 6 años y finaliza a los 12 (cada ciclo dura dos años). En el primer ciclo,  es importante ahondar, ante todo, en la ortografía natural, es decir, la escritura de palabras que no presenten ninguna duda al momento de escribirlas. En este ciclo, aparte de aprender a tomar el lápiz o a hacer buen uso del papel, el estudiante debe escribir palabras de uso frecuente, saber separarlas, usar mayúsculas al principio de un enunciado y poner correctamente el punto, el signo de interrogación y el de exclamación. En el segundo año de este ciclo, el maestro puede comenzar a hacer el inventario cacográfico, pues, aparte de que los estudiantes ya saben escribir una cantidad considerable de palabras, “nos permite confeccionar la clase de ortografía a la medida de nuestros alumnos, siendo por ello insustituible” (p.29, 1997).
En el segundo ciclo, es importante que junto a la enseñanza de la ortografía vaya, muy a la par, la lectura como base para el aprendizaje de nuevos vocablos y su correcta escritura, ya que la madurez y el nivel instructivo son más extensos y profundos. Los educandos ya pueden producir textos narrativos y descriptivos y reconocen prefijos y sufijos frecuentes, derivaciones de primer orden, sinónimos y antónimos.
En el último ciclo de primaria se enseña ortografía con base en el estudio de los verbos, que son fuente de nuevas derivaciones y de nuevos vocablos. Ya se le debe encaminar al estudiante por el sendero del vocabulario que usan los adultos. Para que el educando, pueda poner en práctica lo aprendido, Rodríguez Sanmartín propone que el maestro realice actividades como informar, descubrir o explicar un hecho, con las que el estudiante se exprese por medio escrito, ya que “estas formas de expresión alumbrarán nuevos términos ortográficos” (p.31, 1997).
El cuarto capítulo “Metodología de la enseñanza de la ortografía” presenta algunas recomendaciones para que el maestro enseñe de forma adecuada la ortografía en el aula de primaria. Durante el primer año del primer ciclo de primaria, el profesor debe enseñar los hábitos básicos de la escritura como el manejo del lápiz o las ligaduras entre las letras de una misma palabra. En el segundo curso del mismo ciclo,  debe limitarse el contenido de la ortografía a un grupo de vocablos que se utilicen frecuentemente. El autor hace muchas propuestas al respecto, de las que se destacan: la explicación de la significación de un vocablo según el contexto o el uso de estrategias mnemotécnicas para la memorización de la escritura de ciertas palabras.
Ahora bien, es en este momento en que se empieza a hacer uso del índice cacográfico. El maestro debe tener en cuenta las palabras mal escritas que se repitan con más frecuencia y ponerlas en oraciones para su respectiva explicación. El carnet cacográfico, como ya se afirmó arriba, le permite saber al maestro qué debe enseñar y por dónde empezar.
En el segundo ciclo de primaria, cuando “el pensamiento prelógico o lógico concreto de los seis años va iniciándose en este ciclo hacia un pensamiento más abstracto” (p.36, 1997), el profesor debe centrar su atención en la enseñanza del uso correcto de las consonantes: ¿cuándo se escribe con b o con v? ¿Cuándo con g o con j? ¿Cuándo con i o con y? Además, el estudiante debe aprender a poner correctamente los signos de puntuación y adentrarse en el estudio de los acentos.
En el último ciclo de primaria, con base en el estudio sistemático de los verbos, el estudiante aprende nuevos vocablos gracias a las desinencias y derivaciones. Debe comprender, por otra parte, la diferencia semántica y ortográfica que se presenta en la conjugación de los verbos: el paso de un presente del indicativo a uno del subjuntivo o del imperativo. Y finaliza el autor recomendando el diccionario como una constante en el aprendizaje del educando.
En el último capítulo “Vocabulario cacográfico: Análisis de los resultados”, Rodríguez Sanmartín enseña los resultados de una investigación realizada con base en el uso del índice cacográfico y en una muestra de los escritos de catorce mil niños españoles. Grosso modo, los errores más recurrentes que se presentan, según su orden, son: la sustitución indebida de la b por la v, en los dos primeros años. La h como la consonante que más eliden los niños de 9 años. La sustitución inadecuada de la j por la g y de la g por la j. Luego, el remplazo inadecuado de la c por la z en inicial de palabra o de sílaba.
Finalmente, el autor describe por medio de gráficos los resultados del análisis y presenta de manera detallada los porcentajes y los carnets cacográficos por edad y ciclo, demostrando, de esta manera, la cantidad de veces que el estudiante escribe de manera incorrecta alguna palabra.
En 175 páginas, Álvaro Rodríguez Sanmartín propone de manera sencilla una opción para llevar la ortografía al aula de primaria. Los índices cacográficos se presentan como herramientas para el profesor y como base para un aprendizaje constructivista en los estudiantes, en el que no se mira el error como una falta sino como un paso más en el complicado y paciente proceso de la enseñanza- aprendizaje de la ortografía. “La enseñanza de la ortografía en educación primaria” es una posibilidad para que el maestro intente, una vez más, llevar la ortografía al aula, aunque, en nuestro país, no se empiece necesariamente por primaria.


jueves, 10 de abril de 2014

Los errores de los lectores del artículo del "Diario Jornada" sobre los cambios de las letras del alfabeto

LOS ERRORES DE LOS LECTORES DEL ARTÍCULO DEL “DIARIO JORNADA” SOBRE LOS CAMBIOS DE LAS LETRAS DEL ALFABETO
Jhon Monsalve
Imagen tomada del Diario Jornada
Por dos razones recibí con sorpresa la información de los cambios en algunas letras del alfabeto. Una de ellas es porque la página (clic para leer el artículo) del periódico que la publica se ha compartido miles de veces en las redes sociales, cuando han pasado ya casi cuatro años de haberse reglamentado esas nuevas variaciones. ¿Por qué, si la información era tan valiosa, no se informó antes? La respuesta parece ser simple: es la misma razón por la cual hoy, después de 60 años de eliminada la tilde en la palabra “fe”, se sigue poniendo porque, según algunos argumentos, este vocablo es divino. Estas cosas, como se ve, demuestran que los cambios de la Real Academia de la Lengua son tomados por los académicos hispanohablantes como un acto de arbitrariedad. Y, a mi parecer, no lo es así.
¿Qué entiendo por académicos hispanohablantes? Sobre todo, escritores y docentes. Una novela publicada en 2014 por Alfaguara sigue siendo fiel en su escritura a las normas ortográficas vigentes hasta el año 2010. Algunos docentes de colegio ni se inmutan por esto, aun cuando son profesores de Español y Literatura, y algunos, pocos, claro está, docentes universitarios no se han tomado el trabajo de ponerse al día con estas normas que rigen el buen escribir en español. Se me tildará, posiblemente, de “mamerto”, pero considero que como académicos, escritores y docentes, no podemos darnos el lujo de seguir escribiendo como hace medio siglo o como hace cuatro años. Entiendo, por supuesto, que los cambios orales son más significativos  que los gráficos, pero considero que, por el hecho de que la escritura es nuestro diario vivir, resulta necesario pensar en actualizarnos en las normas.
Para ello, una página de Internet no es suficiente. Ya vemos cómo se comparte este link entre profesionales que ya deberían saber de sobra esos cambios. Y si se comparte es porque existe un vacío informativo al respecto: profesores que no leen enseñan, paradójicamente, a leer y a escribir. Pero, bueno, se me objetará que la escritura no es solo ortografía y que la lectura pierde su valor catártico cuando se toma de esta manera. Y estoy de acuerdo. Lo que sucede es que, desde mi perspectiva, debería haber un equilibrio entre lo argumentativo y lo normativo, sin prescindir de ninguno de los dos.  Esto sería un buen tema para otro texto, en el que se tuviera en cuenta la pertinencia de la enseñanza de la ortografía para grados de la educación media y básica y para la enseñanza de la escritura en distintas carreras universitarias.
El tema de este texto es otro. Decía que una página de Internet no es suficiente para ponernos al día en normas ortográficas. Debimos haberlo hechos hace poco más de tres años y escribir al respecto y ser los primeros. Pero las ocupaciones no nos dejaron. Hoy, sin embargo, veo que damos crédito a esto que leemos porque lo vemos novedoso y consistente. Y es normal: es más fácil leer 500 palabras a las miles y miles de la Nueva Ortografía.
Pero dejemos la cantaleta y digamos lo importante. La otra razón por la cual recibí con sorpresa la información de estas variaciones fue una afirmación atrevida y sin fundamento que resulta imperativo aclararla. La página del Diario Jornada que tanto se comparte afirma: “Respecto de la tilde, dejará de usarse en la palabra "solo" incluso en casos de posible ambigüedad, como "voy solo al cine", aunque no se condenará si alguien quiere utilizarla”. Esta afirmación es medianamente cierta. La palabra “solo” no lleva tilde desde diciembre de 2010, pero en ninguna parte de la Nueva Ortografía de la Real Academia Española se afirma que no se condenará el uso de esta tilde. Esta aserción es más una interpretación de este periódico que, basado posiblemente en lo vacuo de la palabra condenar (porque al fin de cuentas la RAE no puede condenar a nadie), aprovecha para legitimar públicamente su uso. Es más, durante todo el artículo le ponen la tilde a “solo”, y no se dan cuenta de que predican sobre cambios y, paradójicamente, caen en errores.

El hecho no es que se condene o no su uso, sino que, sea cual sea el caso, ya no se pone la tilde en “solo”, ni cuando hay ambigüedad. Los argumentos son claros: 1) no se tildará porque esta palabra es paroxítona y termina en vocal, y, por ser llana, siempre es tónica la sílaba “so”. 2) No se tildará porque, de hacerlo para evitar la ambigüedad, debería acentuarse también gráficamente “otro” en una oración como “Encontró otro indicio de delito”. Pero citemos textualmente, por si no me creen: “(…) ya que tanto el adjetivo solo como los determinantes demostrativos son palabras tónicas, lo mismo que el adverbio solo y los pronombres demostrativos, a partir de ahora se podrá prescindir de la tilde en estas formas incluso en casos de doble interpretación”.
Doble interpretación fue la que hubo con “se podrá prescindir” porque muchos podrían argumentar que, de ser así, existe la posibilidad de marcar el acento gráfico. Yo no lo creo tanto. Los argumentos gramaticales son claros y, por tal motivo, dejan a un lado cualquier probabilidad de poner tilde en “solo”. Si usted entiende lo contrario, lo reto a que proponga, entonces, la tilde para todas las palabras que, por su homonimia, causen ambigüedad: “Fue seguro a la universidad”. Es más, yo le ayudo: cuando seguro sea adverbio póngale la tilde en la u, y cuando sea adjetivo no la ponga. ¿Ridículo, cierto?
Y bien, aplaudo que, al menos, casi cuatro años después, esté tan compartida la información de los cambios de la ortografía. Este texto que escribo, tal vez inútil, es solo una pequeña reflexión sobre la importancia de las variaciones ortográficas en nuestra sociedad hispanohablante y sobre cómo, aun siendo profesores y escritores, nos conformamos con la información de una página de Internet que, si bien es confiable, no lo es tanto como El libro del español correcto, publicado por el Instituto Cervantes en el año 2012, que, con respecto a la tilde en “solo” afirma prudentemente: “Según las últimas normas de ortografía, no deben llevar tilde (el subrayado es del libro) ni la conjunción o, ni los demostrativos, ni la palabra solo”. Este sí es un argumento de autoridad. 

martes, 3 de septiembre de 2013

¡Usté mucho ser pingo, mano!: Acercamiento a una explicación gramatical y sintáctica

¡Usté mucho ser pingo, mano!:
Acercamiento a una explicación gramatical y sintáctica
Jhon Monsalve


En este texto expondré las razones por las cuales podría ser considerada incorrecta, gramaticalmente hablando, la proposición “Usté mucho ser pingo, mano”, propia de nuestra variedad de lengua.  Podría empezar fácilmente diciendo que le hace falta la d al pronombre de segunda persona usted (que, para algunos gramáticos, es de tercera persona porque concuerda con la conjugación típica del pronombre él).  Pero no tendría ningún sentido  escribir un texto para algo tan elemental. Tampoco me centraré en el vocativo mano porque funciona simplemente como apelativo y, en su lugar, podría ir cualquier otro nombre o cualquier apodo. En este caso, podría complementar la idea exponiendo el uso de la coma antes, entre y después de vocativos, pero eso ya lo sabemos todos y, por lo tanto, si hubiera puesto el mano en la mitad no sería extraño que lo encontráramos entre comas: ¡Usted, mano, mucho ser pingo! Eso es ortografía básica de bachillerato o de universidad.
Tampoco me centraré en la explicación de variaciones diatópicas porque este texto pretende ser prescriptivo, aunque, en parte, para algunos, no lo logre. Si fuera así, me extendería por los diferentes tipos de variaciones lingüísticas, tendría en cuenta lo diafásico para indicar los momentos en que puede presentarse con más recurrencia el uso de mano, o de usté, o de mucho ser pingo. Nada de eso. Solo voy a explicar la razón por la cual es errónea, gramatical y sintácticamente hablando, la construcción propia de la variedad lingüística en Santander: mucho ser pingo.
 Comprendamos, ante todo, la sintaxis, es decir, el orden, de esta oración: en primer lugar, aparece el adverbio de cantidad mucho, luego el sustantivo ser (no es un verbo; no está conjugado, por lo tanto, no indicaría acción, aunque en este caso, según el uso que le damos, lo hace) y por último el adjetivo pingo. La misma estructura se presenta independientemente del verbo o del adjetivo; lo único que se mantiene es el adverbio. Por esa razón, decimos y escuchamos a diario proposiciones como: “Usté mucho cantar bonito”, “Yo mucho tener hambre”, “Esa mujer mucho estar rica”, “Ese man mucho oler a feo”, etc. La misma estructura: adverbio, sustantivo, adjetivo. El problema radica, precisamente, en que el  verbo, o más bien el nombre del verbo, no está conjugado. Por lo tanto, no hay verbo en la oración, y una oración sin verbo no es oración.
Muchos dirían que el problema radica en el adverbio mucho; yo no lo creo así. El adverbio está junto a la palabra que funciona como verbo en la oración; es decir, está en el lugar justo. En cambio, el hecho de la no conjugación del verboide en infinitivo (ser, estar, cantar) produce un gazapo idiomático, desde un análisis prescriptivo. El orden ideal de esta construcción sintáctica sería: ¡Usted es muy pingo, mano! Si vemos, el verbo ya aparece conjugado (es) y el adverbio mucho cambió por muy, pero continúa al lado del verbo y calificando, al mismo tiempo, al adjetivo (que también es atributo) pingo.
Y ya. No es más. Estarán pensando que yo mucho ser cansón con estos temas. Pero una explicación de vez en cuando no cae mal. Total, ni usted ni yo vamos dejar de utilizar esa estructura; ni que fuéramos tan pingos.

sábado, 6 de julio de 2013

"El lujo del lenguaje", de Jesús Tusón: Espacio de diversidad

Características del lenguaje como código y como espacio de diversidad
Jhon  Monsalve 

Imagen tomada de internet

El presente texto tiene como objetivo presentar las características del lenguaje como unidad y como espacio de diversidad, con base en “El lujo del lenguaje”, texto escrito por Jesús Tusón. Luego de dicha presentación, se tratará de encontrar el punto de liaison entre esas características.
La sintaxis, el simbolismo y la capacidad de extraer diversos sentidos de lo que se oye o se escribe son la base para afirmar que el lenguaje (innato, por supuesto) se presenta como código unificador. Todas las lenguas se caracterizan por estos universales: una sintaxis limitada en todas las lenguas que no permite cualquier tipo de orden, por tal razón, jamás se oyen proposiciones como “El sol se cada día pone”; el simbolismo afirma al lenguaje, debido a que toda lengua es arbitraria y a la capacidad humana de relacionar sonidos con significados; por último, la capacidad de reconocer diversos sentidos en las estructuras o en partes de ellas, como la distinción de un agente y de un lugar en oraciones con estructura de pasiva (fue recibido por el comisario, fue recibido por el pasadizo), aceptar esta afirmación como universal permite, juntando a esto simbolismo y sintaxis, hablar de la unidad del lenguaje.
Teniendo en cuenta lo anterior, se presentarán algunas ideas que sustentarán lo ya dicho. Según Roger Bacon, la gramática es solo una y la misma para todas las lenguas y, cuando se afirma esto, se da por sentado que por encima de todo, una lengua es su arquitectura formal, es decir, su morfología o sintaxis, aquello con lo que se alude a cualquier tiempo verbal y con lo que se distingue un agente de un objeto. Incluso en los actos de habla se encuentran elementos comunes: se forman plurales, se aplican los mismos pronombres, etc. La estructura de nuestra lengua, afirma Jesús Tusón, es la propiedad compartida de que todos gozamos; aquello que nos permite comprender y ser comprendidos.
Lo dicho hasta el momento sustenta la idea de que todas las lenguas son iguales y que es en la estructura donde se hermanan los hablantes y no en el léxico, que varía. Todos los humanos poseen una gramática universal que les es innata, y al parecer conocen los límites de sus lenguas de manera inconciente, ya que no pueden ordenar a su gusto las oraciones que escriben o dicen: la sintaxis aparece de nuevo como universal lingüístico, y como universal lingüístico también su límite.
Por otra parte, el lenguaje es el sistema simbólico más elaborado, tomado como el instrumento de mayor excelencia y flexibilidad para la comunicación. Todas las lenguas son simbólicas, arbitrarias, y debido a que las palabras no guardan relación con los objetos a los que representan, la ambigüedad aparece como el segundo tipo de conocimiento lingüístico, después del uso gramatical y creativo (sintaxis) de una lengua. He aquí otro punto, según Tusón, donde se hermanan los humanos: son capaces de emitir juicios sobre la ambigüedad de aquellas oraciones que pueden ser interpretadas en más de una forma[1].
Es muy poco lo que resta de la capacidad humana de extraer los sentidos de las estructuras: solamente puede decirse que el humano reconoce el rol del sujeto o del objeto en la estructura oracional que se presente. De esta manera, el lenguaje se presenta como código unificador.
Ahora bien, si bien es cierto que hay características que forman al lenguaje como código unificador, también es cierto que por cuestiones diacrónicas, diatrópicas, diatráticas y diafásicas el lenguaje es un espacio de diversidad, y esa diversidad habita en el léxico. El humano habla una variación de lengua y es adscrito a este o aquel dialecto; por otra parte, tiene la capacidad de cambiar de registro para adaptarse a las situaciones de la vida cotidiana y, por convención, habla una lengua estándar que es exigida por la comunidad lingüística a la que pertenece. En cualquier registro o variación de lengua se mantiene la sintaxis, pero a la vez se presenta un cambio en el léxico que sustenta la diversidad, y, en ocasiones, el simbolismo estándar o convencional varía aunque las palabras sean las mismas: se ha dicho que el simbolismo es universal y que afirma al lenguaje como código unificador, pero dentro de un diasistema (tomando el concepto de Coseriu), específicamente en una Norma lingüística, unas palabras que hacen parte del estándar pueden ser símbolos precisamente no de las mismas cosas, en otras situaciones, en otros lugares o en otros tiempos.
No obstante, la diversidad no es excesiva: Sapir, según Tusón, afirma que si el entorno físico de un pueblo se refleja ampliamente en su lengua, esto vale también en lo que se refiere a su entorno social[2], y en ese entorno físico todas las lenguas disponen de palabras para significar, por ejemplo hipónimos de naturaleza: árboles, plantas, ríos; así que “El mundo (…) no permite una diversidad excesiva porque los elementos que constituyen el entorno físico se hallan distribuidos universalmente en el tiempo y en el espacio”[3]; es decir, por más diversidad que haya, siempre habrá palabras que designen a las cosas del mundo, y entonces, se hablaría de una diversidad asentada en el léxico de las lenguas. Las características del léxico, su carácter superficial y fácil al cambio, hacen de éste el nivel idóneo donde se pueden reflejar con amplitud las diferencias entre los grupos lingüísticos[4]. Evidentemente, de una lengua a otra cambia el léxico como puede cambiar por una variación intraidiomática; la diversidad habita en éste (el léxico), como la unidad, en la estructura.
Por último, podría afirmarse que en la diversidad (del léxico y no en lo que éste representa) también hay sintaxis, es decir, también hay unidad. En tal caso, se unirían por el hecho de que para poder fijar una unidad en el lenguaje es necesaria la búsqueda de universales lingüísticos que fundamentan la unidad, el simbolismo y la sintaxis, y que solo son encontrados en la diversidad lingüística. Entonces, se sabe que existe la unidad del lenguaje debido a la diversidad del mismo.

BIBLIOGRAFÍA
Tusón, Jesús. El lujo del lenguaje. Madrid: editorial Paidós, 1989.


[1] Tusón, Jesús. El lujo del lenguaje. Madrid: editorial Paidós, 1989, p. 36.
[2] Íbid, 61
[3] Íbid, 61
[4] Íbid,65

miércoles, 8 de mayo de 2013

Análisis sincrónico del Español del Siglo de Oro con base en el texto "El perro del Hortelano", de Lope de Vega


Análisis sincrónico del ESPAÑOL DEL siglo de oro con base en el  texto “El perro del Hortelano”.
Jhon Alexánder Monsalve Flórez
Miguel Ángel Pérez Carvajal
Imagen tomada de internet

Este texto tiene como objetivo presentar un análisis sincrónico del Siglo de Oro, tomando como base El perro del Hortelano, de Lope de Vega, en el que la fonética, la morfosintaxis y el léxico del tiempo son un ejemplo de la variación presentada en un mismo siglo y el cambio habido hasta nuestros días.  Al parecer, el siglo de Oro (o los siglos de oro) comienza a finales del siglo XV y principios del siglo XVI, con la publicación en 1492 de La gramática de Nebrija, y unos años después, de La Celestina de Fernando de Rojas; el periodo va hasta 1681, fecha de la muerte de Calderón. No obstante,  Alatorre afirma que  el siglo de Oro aunque  comience con Nebrija, culmina, en 1692, con Sor Juana Inés de la Cruz.[i] 
El objetivo de la explicación anterior se debe a que en un periodo aproximadamente de 200 años, llamado Siglo de Oro, se presentan variaciones en la lengua española y cambios a partir de ese momento hasta nuestros días, y que, sin embargo, los textos de ese siglo son entendidos casi en su totalidad por cualquier persona de hoy: La literatura de los siglos de oro, desde la Celestina hasta Sor Juana, está al alcance de cualquier lector[ii].  En La Celestina (1499) se encuentran palabras como deleyte, alargasse; en La Loçana andaluza, de Francisco Delicado (1528), palabras con ç cedilla (quiçá), zetas en lugar de eses (Quinze), doble ese (ésse) en palabras que hoy se escriben con una sola, verbos como  haber que se escribían sin h (ay, an), etc. Estas características hacen parte del español de la primera mitad del siglo XVI que difieren con algunas características del español del siglo XVII, según el texto de Lope de Vega. Por ejemplo: la ce cedilla desaparece; la doble ese (ss), que posiblemente se utilizaba en posición intervocálica, cambia en la escritura de la forma como hoy se presenta. Hubo cambios durante esos dos siglos; la mutabilidad de la lengua se  evidencia durante ese tiempo y, desde entonces, hasta el día de hoy, como se verá gráficamente más adelante.
El Renacimiento y el Barroco retoman de la cultura clásica muchas cosas; entre otras, la mitología greco-romana, que de una u otra forma va a incidir en el español de nuestros días: la omnipotencia de la mitología en los siglos de oro ha dejado huellas en nuestra lengua:  “todo el mundo conoce expresiones como los placeres de Baco, las flechas de Cupido, las delicias de Venus, el carro de Apolo, el soplo de las musas, la lira de Orfeo, unas fuerzas hercúleas, ser un sátiro, ser un adonis, etc. Ovidio sigue viviendo, y no solo en los libros, sino en la lengua hablada”[iii].
Ahora bien, es importante aclarar que abajo se presenta una tabla en la que se sintetizan y explican los fenómenos de los siglos de oro (en realidad fueron dos); pero antes es importante y necesario entender lo siguiente: hay que tener en cuenta que el texto de Lope de Vega es una obra literaria; por lo tanto, los hiperbatones y las diéresis que aparecen son simplemente características del verso poético  que difieren sobremanera en el uso de la lengua en la comunidad lingüística de aquel tiempo, es decir, el texto que se tuvo como base para el análisis sincrónico de la lengua de los siglos de oro es un texto literario que tal vez no sea fiel a los usos lingüísticos de los hablantes del siglo XVI y XVII.  Otra cosa por tener en cuenta es que la realeza es el domino en el que se presenta la situación de enunciación del texto, por lo tanto, podría decirse que el texto se acopla, posiblemente, al vocabulario de ese dominio lingüístico. 
Por aclarar quedarían muchas cosas que se tratarán de exponer en la gráfica siguiente; sin embargo, este texto explicará dos aspectos importantes, que aparecerán en la información del cuadro: el leísmo y el recurrente uso del adverbio luego por parte de Lope de Vega. El leísmo es uno de los errores más criticados por algunos estudiosos de la lengua. En España su uso es mayúsculo, pero también histórico; Lope de Vega es leísta como todos los escritores  de los siglos de oro: “en la primera mitad del siglo XVI este acusativo le domina en los escritores de Castilla la vieja y León, a los que se suman después alcalaínos y madrileños, como Cervantes, Lope…”[iv]. El leísmo en Colombia no está extendido. El adverbio luego es muy utilizado por Lope de Vega en El perro de Hortelano: El significado de algunos adverbios y modos adverbiales difería del actual: luego conservaba el sentido de al momento, enseguida, pronto”[v]. Así podría decirse que es notable el cambio de la lengua española con respecto a nuestros tiempos, y que la variación lingüística se evidencia de forma clara en la literatura de aquel entonces.








[i][i]  P. 156.
[ii] P. 156
[iii] 168
[iv] 405 Lapesa.
[v] 406 Lapesa