martes, 16 de octubre de 2018

Mis dos firmas de Roberto Burgos Cantor. ¡Adiós, maestro!


Mis dos firmas de Roberto Burgos Cantor. 
¡Adiós, maestro!
Jhon Alexánder Monsalve Flórez

El 17 de abril de 2015 conocí a Roberto Burgos Cantor. Estaba sentado a la entrada del auditorio Camacho Caro de la Universidad Industrial de Santander, dispuesto a dialogar con estudiantes y docentes en un muy grato y recordado homenaje a Gabriel García Márquez, orientado por el profesor Hernando Motato. Hacía apenas un año de la muerte de Gabo; Roberto Burgos Cantor compartía escenario junto a Ariel Castillo y José Luis Garcés. Dialogaron sobre la obra del escritor fallecido en una charla bastante amena, difícil de olvidar. Ahí estaba Burgos Cantor, ¡Burgos Cantor!, a quien el profesor Motato, en un artículo de julio de 2015, definiría como: “el más digno heredero del legado garciamarquiano y en la actualidad el escritor más representativo de nuestra literatura colombiana”.
¡Burgos Cantor!: hombre sencillo, bien vestido, con un esfero en la mano. Humildemente, saludaba a profesores y estudiantes que se acercaban a hablar sobre algún cuento de su autoría o sobre Gabo, y firmaba autógrafos en libros nuevos y usados, algunos de ellos, como en mi caso, comprados en la librería del también fallecido Don Fidel. Cuando llegó mi turno, no tuve otra opción que alabar uno de los más grandes cuentos de la literatura colombiana: “Fosas comunes”, que aparece en el libro de cuentos El secreto de Alicia. También leí la novela Ese silencio, en donde hallé en varias ocasiones a Gabo; también leí otros cuentos, que me interesaron por el momento, pero, luego, por las jugadas de mi memoria, se esfumaron con el tiempo. Pero el que no olvidé, el que no olvidaré, es “Fosas comunes”: la representación más fidedigna del paramilitarismo en Colombia… el llanto, el dolor de las mujeres en busca de sus hijos y de sus esposos, enterrados todos, desaparecidos todos, por las manos represoras del gobierno.
Le hablé del cuento. Sobrevaloré el cuento. Reiteré mi gusto por el cuento. Y me miraba algo extrañado ante tanta insistencia, característica de mi intensidad literaria cuando un texto me gusta. Siempre me desahogo con amigos o colegas, pero, de la misma forma como reiteré, en el 2014, mi gusto por El crimen del siglo ante el mismísimo autor, así reafirmé, una y otra vez, mi interés por “Fosas comunes” ante los ojos inciertos de Burgos Cantor. Tal vez por eso, luego de solicitar su autógrafo para mí, decidió escribirme: “El secreto de Alicia es para Jonh [así, con la h desubicada y no después de la J]. Con la gratitud sin secretos del autor por su lectura honda. Roberto. Bucaramanga, abril 2015”.

Y cargaba otro libro en la maleta. No sabía si sacarlo o no. Parecía que Ese silencio gritara en las profundidades del bolso escolar. Opté por abrir el morral. Pasé rápidamente la primera página. Solicité otro autógrafo. Este, con mucha creatividad, decía: “Ese silencio es para John [de nuevo la h mal ubicada] con un abrazo ruidoso. Roberto, abril, 2015”.

 Cerré rápidamente el libro. Agradecí sobremanera. Y temí que se hubiera fijado. Yo quería esa firma también en Ese silencio. Nunca supe si él se dio cuenta de mi astucia bien intencionada: en la primera página, el autor ya había firmado, en enero de 2012, este libro de segunda mano (comprado donde Don Fidel); el destinatario era a un tal René Dimarco, a quien también brindó un abrazo explícito en la firma.

En julio de 2018 ganó con Ver lo que veo el Premio Nacional de Novela. En los últimos días, trabajaba en otra novela… El tiempo dirá qué tan inclusa quedó. Hoy, a los setenta años, murió Burgos Cantor. El Heraldo informa sobre su muerte: “El autor, quien residía en Bogotá, falleció en la Clínica de Marly de la capital del país, cerca de las 6 p.m., según precisó su esposa Dora de Burgos, con quien estuvo casado durante 48 años”.
Y yo, aquí, sin poder dormir, recuerdo la tarde de abril en que su pluma dejó tatuada su firma en las páginas de mis libros. Gracias, Roberto… Muchas gracias.