jueves, 3 de enero de 2019

Reseña de "Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres", de Rousseau


RESEÑA DE EL DISCURSO SOBRE EL ORIGEN Y LOS FUNDAMENTOS DE LA DESIGUALDAD ENTRE LOS HOMBRES

Jhon Monsalve

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Rousseau, Jean-Jacques (2013). Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Medellín: Editorial de la Universidad de Antioquia.
Jean-Jacques Rousseau nace en 1712 en el seno de una familia calvinista. A causa de que su madre muere días después de dar a luz, es educado por su padre, un relojero culto que lo encamina por el sendero de la lectura y de la razón. Con el tiempo acentúa su pensamiento y su interés cultural junto a Françoise-Louise de Warens, benefactora, en principio, y amante, después, con quien aprende de arte y de espiritualidad, y a quien sigue los pasos de convertirse al catolicismo. En 1749 participa en la Academia de Dijon con el Discurso sobre las ciencias y las artes, en el que reflexiona sobre la influencia negativa de la ciencia y del arte en la cultura. Desde ese momento, su obra es considerada polémica, y con el tiempo, surgen detractores de sus propuestas: Voltaire, verbigracia, no comparte los argumentos de Rousseau sobre la inmoralidad causada por el arte, ni tolera las comparaciones críticas que hace entre el hombre civilizado y el primitivo.

En 1753, en pleno auge de la Ilustración, Rousseau escribe el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Siguiendo las características de la época, el autor razona, lejos de las orientaciones religiosas, en torno a la manera en que el hombre forja las clases y diferencias sociales. Estas disertaciones, solicitadas una vez más en concurso desde la Academia de Dijon, no son extrañas a la luz del siglo XVIII. Existen, para la época, muchas preguntas que reciben respuesta a partir de la mitología o del misticismo, pero no de manera razonada. La Ilustración, caracterizada por su enciclopedismo, permite el estudio de estas temáticas y plantea nuevas formas de mirar el entorno social, religioso y político de Europa. Los textos escritos por ilustrados acercan al lector a superar la minoría de edad criticada por Kant y, de esta forma, se orientan a iluminar de razón las formas de vida de Occidente.

De manera general, el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres se estructura en dos apartados, antecedidos por un prefacio: el primero se centra en el estudio de la condición primitiva del hombre en relación con la desigualdad, y el segundo, en el origen y fundamentos de las diferencias sociales.

En el prefacio, Rousseau plantea de manera general algunos tópicos que desarrolla a lo largo del Discurso. Ve conveniente entender el origen y los fundamentos de la desigualdad en las diferencias existentes entre el hombre primitivo y el civilizado. En algún momento, algunos salvajes dejan de serlo, por diversas razones, y se competen de nuevas características que otros, en su estado primigenio, no poseen. De este modo, surge para el filósofo ginebrino, la desigualdad. En este apartado, además, plantea la metodología que encamina los argumentos del trabajo: la constitución natural del ser humano puede estudiarse en la naturaleza misma del hombre, tal como lo referencia en el epígrafe de Aristóteles, ubicado al inicio del Discurso: “Lo que es natural no lo busquemos en los seres depravados, sino en los que se comportan conforme a la naturaleza” (p. 3); por tanto, dedica un espacio a explicitar los principios que preceden a la razón en los comportamientos humanos y que, en la extensión del Discurso, retoma con detalle: por un lado, la necesidad de conservación y, por otro, la conmiseración. Esto indica que el hombre antes de razonar, antes de ser filósofo, se vale de la intuición de supervivencia y de su sensibilidad, las cuales podrían ser bases para la comprensión del derecho natural que daría luces sobre el origen y fundamento de la desigualdad, ya sea en el hombre primitivo o en algún momento de su desarrollo. Así las cosas, no es extraño que, antes de describir de dónde surgen y se fundamentan las desigualdades humanas, Rousseau presente, en la primera parte del Discurso, las características del hombre salvaje comparadas con las cualidades racionales del hombre moderno.

De antemano, el filósofo aclara que, al finalizar el Discurso, hace uso de algunas notas enumeradas en el transcurso de su disertación. Estas acotaciones tienen el fin de complementar lo escrito, pero enfatiza no son indispensables para la comprensión general del texto. Paso seguido, introduce las dos partes del Discurso haciendo alusión, por un lado, al objetivo: describir las razones que llevan al fuerte a apoderarse del débil (p.19), y, por otro lado, la limitación metodológica: los argumentos presentados no surgen de la tradición religiosa en donde la desigualdad es producto de designios divinos, sino del estudio del hombre primitivo, en caso de haber sido dejado a su suerte.

La primera parte aborda dos aspectos del hombre primitivo: en primer lugar, las características físicas y de supervivencia y, por otra parte, los rasgos morales y metafísicos. Rousseau argumenta que, durante su proceso de evolución, el ser humano se organiza de tal manera que puede sobrevivir a los avatares del tiempo y de la naturaleza. Comparte la postura de Hobbes sobre la intrepidez del hombre salvaje y niega la posibilidad de que este sea cobarde ante los hechos de la naturaleza. Rousseau considera que, luego de haber observado el mundo, el hombre se da cuenta de su superioridad con respecto a otros seres vivos y, por ende, no les teme. Dentro de la misma categoría de “hombre físico”, el autor resalta ciertos enemigos temibles del ser salvaje en proceso de formación humana: los animales feroces, la infancia, la vejez y las enfermedades. El primer peligro es superado ante la facultad de elegir si batallar o no; es decir, el hombre decide si huir o quedarse, ante el conocimiento de que existen seres más fuertes. El segundo enemigo se comprende por la dependencia del infante con respecto de su madre, pero, en comparación con otras especies, el ser primitivo tiene la ventaja de llevar a su hijo para donde vaya. Ante la vejez, es imposible configurar auxilios humanos; el hombre salvaje envejece y muere sin conciencia. El cuarto enemigo temible es propio de las sociedades humanas; existen, en el contexto del hombre primitivo, pocas causas de enfermedad y, ante las heridas o malestares del salvaje, la naturaleza aparece en su auxilio: “(…) trata a todos los animales abandonados a sus cuidados con una predilección que parece indicar cuán celosa se muestra de este derecho” (p. 33). Ante lo anterior, Rousseau reflexiona sobre la dependencia actual de los animales que, en principio, fueron salvajes y compara al hombre esclavo con tal domesticación: al alejarse de su estado natural estos seres pierden muchas ventajas que otorga la naturaleza. Con esto el autor inicia uno de los argumentos que sobresale a lo largo del Discurso: cuando el hombre abandona su estado natural, se degenera (p. 33).

Luego de desarrollar estas características físicas del hombre salvaje, Rousseau centra la atención en el aspecto metafísico y moral. En primer lugar, plantea que lo que diferencia al hombre de los animales no es el entendimiento, sino su condición de agente libre. Considera que el ser humano tiene la capacidad de decidir; los animales son orientados, en cambio, por el orden de la naturaleza. La espiritualidad del alma nace, para Rousseau, justamente de esta libertad. Otra cualidad que diferencia al hombre del animal es la perfectibilidad, a partir de la cual el hombre logra sus éxitos y desgracias.

Por otro lado, el hombre salvaje, en ese estado, vive, según la moción de la naturaleza, en pro de “(…) la comida, la hembra, el descanso” (p. 40). El hombre, dentro del proceso evolutivo, empieza a sentir: primero, emociones básicas; luego, según las circunstancias, las pasiones se multiplican y, para el autor, el entendimiento surge de ellas. No obstante, es imposible imaginar tales procesos sin la mediación del lenguaje. Específicamente, Rousseau centra sus argumentos en el origen de las lenguas, antecediendo de cierta manera lo que desarrolla en el Essai sur l’origine des langues. El uso de la lengua nace en el hombre a partir de una necesidad; luego de las pasiones experimentadas, se hace menester expresar o decir algo y nace, por ende, el grito natural, que evoluciona en signos arbitrarios que determinan hechos del mundo y que se comprenden a partir de la convención social. Llega el momento en que, de la misma manera, se hace necesario construir proposiciones, ideas completas del mundo circundante, y nacen, entonces, las oraciones.

Pensar el hombre sin las relaciones sociales que conlleva el uso de la lengua es, para Pufendorf, considerarlo miserable. Este término es reevaluado por Rousseau: lo redefine como un sufrimiento del cuerpo o del alma (p. 60), a partir de lo cual propone que el hombre es más miserable en el estado civilizado que en el salvaje, puesto que se evidencia la tendencia al suicidio en las sociedades modernas, en comparación con el hombre salvaje, cuya idea de morir por su propia mano es inconcebible.  

Ahora Rousseau critica a Hobbes por considerar al hombre naturalmente malo, debido a su privación sobre la bondad y la virtud. Así mismo, señala que el filósofo inglés no tiene presente la piedad como cualidad natural de los seres, incluidos los animales. Ante el primer hecho, el autor del Discurso argumenta que no hay estado de paz más idóneo que el de la sociedad primitiva. En el orden establecido, dedica un importante número de párrafos al valor de la piedad en la sociedad salvaje que permite “la conservación mutua de toda la especie” (p. 68). No obstante, el hombre primitivo está en peligro por dos razones: las luchas por los alimentos y los deseos sexuales, los cuales, en el hombre civilizado, pueden combinarse con preferencias físicas o afectos, mientras que, en los animales, se da por naturaleza. Sin más razones que estas para hacerse daño en la formación social primitiva, no queda otro camino para Rousseau que comprender las calamidades del hombre moderno como innaturales, producidas por él mismo, lejos del estado salvaje.

Así las cosas, la desigualdad no deviene del estado primitivo del hombre, quien no diferencia entre esclavitud y dominación, amor y odio, belleza y fealdad; la desigualdad surge de la constitución social, cuyos seres conocen la lengua y se empiezan a hacer ideas del mundo, para dominar, reprimir o dejarse esclavizar. Rousseau culmina la primera parte de su discurso haciendo la aclaración de que los argumentos del origen y fundamentos de la desigualdad entre los hombres tienden a ser conjeturales, pero, en vista de que los hechos naturales son considerados como los más probables y “los únicos medios disponibles” (p. 80), no habría caminos alternos para llegar a diferentes conclusiones.

En la segunda parte del discurso, Rousseau detalla los argumentos sobre cómo surgió y se configuró la desigualdad de los hombres. Para ello, desarrolla el concepto de propiedad de manera anecdótica: si algún hombre se contrapone a los designios del primero que se adueña de un fragmento de tierra, la desigualdad y las consecuencias que manan de ella, se habrían evitado. Añadido a esto, el hombre empieza a diferenciar categorías contrarias, a partir de la experiencia: descubre la distinción entre abundancia y escasez, entre miedo y atrevimiento. La conciencia de ser superior a los demás animales, lleva al hombre a mirarse a sí mismo de manera orgullosa y, en palabras del autor, “alborearon en él las primeras pretensiones de ser el primero también como individuo” (p. 86).

En el mismo sentido, surgen los valores de la ayuda y la desconfianza, según conveniencia de la situación. Se crean las herramientas y con ellas se levantan las primeras casas, y surge, así, la vivienda como propiedad y como primera distinción entre familias, pero no existe el deseo de adueñarse de la propiedad ajena porque no es necesario y porque tal acto exigiría una batalla a muerte. Es en la familia donde se fortalece el uso de la palabra y la configuración de las diferencias entre los hombres, que salen en búsqueda del alimento, y las mujeres, que habitan en casa al cuidado de los hijos. Luego, los hombres se conglomeran en diferentes partes, surgen las reuniones, devienen con ellas el canto y la danza, y, ante el hecho de que algunos realizan de manera loable estos actos, nacen las comparaciones e inicia la desigualdad.

Rousseau determina que tanto el hierro como el trigo traen para Europa la civilización. Sobre todo, la agricultura permite que el hombre siembre y se forje la idea de propiedad sobre la tierra que cultiva, derecho que difiere de la ley natural. Además, surge la necesidad de ayuda entre los hombres y aparece la esclavitud: la bondad, característica del hombre salvaje, pasa a segundo plano. Aquel que tiene talentos, que puede trabajar más que otro, termina siendo quien se impone ante los demás. Así mismo, nace la ambición, las ansias de sobresalir, de tener más que los demás. Las consecuencias del sentido de propiedad toman forma en las rivalidades y en el “oculto deseo de lucrarse a expensas del prójimo” (p. 105).

Debido a la fragilidad o a la falta de talentos, muchos hombres no adquieren tierras, no experimentan el derecho a la propiedad y, entonces, surgen los saqueos y la servidumbre. El rico, al verse intimidado por la actitud de los demás hombres, opta por crear las leyes sociales y el gobierno, para favorecer, en apariencia, a todos por igual. Según el filósofo ginebrino, el origen de las leyes, desde un inicio, terminan por oprimir al débil y por favorecer al rico; se estipulan, así las cosas, los valores de propiedad y de servidumbre, y se extiende la humanidad por la tierra, configurando muchas sociedades, con las mismas características, a partir de las cuales devienen las guerras.

Rousseau comprende que el origen de las sociedades políticas no se debe a la ley del más fuerte sobre el más débil, sino a la imposición del rico sobre el pobre, pues solo se establece la idea de desigualdad con la concepción de propiedad. El estado político es imperfecto desde sus inicios y, solo después de que los desmanes por parte de algunos hombres se vuelven recurrentes, nace la autoridad, la cual, con el pasar del tiempo, se vuelve arbitraria. Así se impone la fortaleza sobre la debilidad, hasta llegar a las relaciones sociales de amos y esclavos.

Ante las leyes que constituyen el estado político de las nuevas sociedades, el hombre pierde su libertad. Una vez más, rebate la concepción que tiene Pufendorf sobre la pérdida de libertad considerada como un bien. Rousseau plantea, entonces, las diferencias entre las convenciones de los hombres tras el derecho de propiedad y las libertades que son naturales al hombre mismo: un hecho es que el hombre se adueñe de tierras y otro, muy diferente, que trate de adueñarse de la libertad humana. En estados de opresión, considera el autor que el hombre debería tener el derecho de renunciar a la dependencia autoritaria, así como el que manda posee la facultad de retirarse de su rol dirigente. Pero tal renuncia no ocurre; en su lugar, el hombre esclavo se acostumbra a la tranquilidad y el rico, que hereda el poder y la riqueza, se autoproclama como un dios en la tierra.

El origen de las diferentes formas de gobierno se configura tras la visión de cada sociedad al momento de instituirla. Existen gobiernos monárquicos, aristócratas y democráticos. Para el autor, los dos primeros tienden a la obediencia del tirano y el último a la virtud. 

Al finalizar la segunda parte del Discurso, el filósofo ginebrino retoma la proyección del hombre hacia el honor y el reconocimiento del ser social, lo cual causa conflictos con hombres menos favorecidos. Incluso, argumenta que los ricos valoran tanto el honor que les es concedido, que son felices ante la miseria de los pobres; llegado el caso estos contaran con comodidades similares, los más favorecidos perderían el sentido de la riqueza. Lo anterior es relacionado por el autor con el despotismo, que tiende a cundir las sociedades, a acallar y debilitar las masas y a que el esclavo tenga la virtud exclusiva de obedecer. En este sentido, Rousseau afirma que se cierra un ciclo, el cual inicia desde el hombre primitivo y llega hasta la constitución prolongada de las sociedades: en ambos estados prevalece el más fuerte y se subyuga al más débil. El proceso cíclico no implica que el estado inicial y final, aunque sean el mismo, hayan surgido por razones similares. En el estado salvaje, el más fuerte predomina sobre el más débil por hechos netamente naturales; en la civilización, por su parte, el fuerte domina al más débil por la manera como se ha configura la desigualdad en la sociedad: “(…) son el espíritu de la sociedad y la desigualdad que ésta engendra los que cambian y alteran de tal modo todas nuestras inclinaciones naturales” (p. 143).

De este modo, Rousseau presenta su punto de vista en torno al origen de la desigualdad para dar respuesta a los intereses de la Academia de Dijon en 1753, que eran los mismos de una sociedad ávida de comprender, desde puntos diferentes a los tradicionales, el comportamiento social. El hombre subyuga al hombre en el momento en que configura una representación sobre la propiedad, la cual trasciende el carácter natural primitivo. Por ende, no es pertinente buscar en el hombre salvaje el origen de las diferencias sociales, ya que, en tal estado, la desigualdad es sencillamente natural. Los argumentos de Rousseau son, así las cosas, propios del Siglo de las Luces: alejados de la concepción religiosa, orientados hacia la razón humana, dispuestos a cuestionar pensamientos convencionales y a iluminar los senderos de la “minoría de edad” con disertaciones sencillas, coherentes en su metodología y claras en sus objetivos.