Los maestros cosificados
Jhon Monsalve
Imagen tomada de Internet
No
sé si cuando publique este texto el paro se haya levantado y la ministra y el
gobierno hayan por fin aceptado que los maestros merecen, más allá del buen
pago y la salud de calidad, un respeto social. Quiero ser optimista sobre este
asunto: pienso que pronto se llegará a un acuerdo y la profesión docente
quedará, como en las utopías de los sueños profesorales, en el trono de las
labores veneradas. Es más, los estudiantes, desde muy pequeños, soñarán con ser
educadores: la educación no se convertirá en el banco de las profesiones, ni
los intereses carcomerán la vocación docente. Las facultades de educación
aumentarán su infraestructura: más edificios, más dinero invertido por una
educación de calidad con principios éticos que subordinen el ámbito académico.
Faltarán los profesores universitarios con suficiente experiencia en la
educación primaria, para orientar de la mejor manera a la miríada de futuros
maestros que dejarán vacías las aulas de ingeniería. La educación se
convertirá, así, en la profesión de la inversión, del dinero, no en pro del
consumo, porque ya aclaré que la idea es que por fin se tome en serio la
educación ética, sino en pro de una sociedad de hombres y mujeres que se
respeten entre sí y que reclamen sus derechos.
¿Todos
los maestros que estamos en paro pensamos así? Quiero creer que los profesores
poseemos una consciencia social inigualable y que nuestras clases, independientemente
de la materia que dictemos, tienen como último fin la convivencia y el respeto
hacia el otro. Por eso estamos marchando. Tenemos consciencia crítica y
debatimos temas sociales en clase. Ya se entiende por qué los estudiantes les
explican a los padres los motivos del paro y se comprende por qué tanto padres
como estudiantes apoyan al profesor rebelde. Los medios de comunicación
mienten. No es posible que los profesores que marchamos no inculquemos el
pensamiento crítico en clase; sería una contradicción imperdonable: ¿marchamos
pero no enseñamos a marchar a los estudiantes? Menos mal que todo anda bien y
que el reclamo de los docentes es justo: salud y buen pago por una profesión
que cambiará el futuro del país. El dinero no lo es todo en la vida, pero un
poquito de más ayuda a que los profesores continuemos muy motivados en la tarea
difícil de enseñar a leer y a contar no para ganar dinero, sino para saber
convivir y ayudar al prójimo. Y digo tarea
difícil porque nuestro sistema sociopolítico está fundado en todo lo
contrario y, de ñapa, los padres de familia se convierten en enemigos. Pero ya
no importa: estos nueve millones de estudiantes que están sin clase, en apoyo
de su propia educación, serán los hombres y mujeres más éticos de todos los tiempos
en Colombia. Tendrán sus hijos y sabrán educarlos no en el pensamiento
individual como a ellos, sino en el apoyo colectivo, en lo bueno de ayudar al
otro, en que la función más importante de la escuela es educar para convivir,
respetar y luchar cuando sea necesario. Insisto: si los profesores marchamos es
porque enseñamos a nuestros estudiantes a marchar. Si no es así, ojalá pensemos
en lo contradictorio de nuestros actos y tomemos, por ende, la decisión más
importante de nuestra vida: renunciar al
magisterio para dedicarnos a otras labores no tan importantes, en las que sí se
pueda trabajar con cosas.
¿Qué
significa cosificar a un estudiante? Tratarlo como estúpido, como máquina de
memoria, como mano de obra barata, como miembro del club de consumistas. Una
cosa es un objeto que no razona, que permanece en el lugar en que lo pongan,
que se deja decorar al gusto del sujeto manipulador. Lo más preocupante no es
esto. Lo que debería inquietar sobremanera es el hecho de que haya profesores
que se cosifiquen a sí mismos o hayan sido cosificados por otros. Así, una cosa
educaría a otra cosa, y este país, en lugar de convertirse en la utopía simulada
arriba, sería una cosa sin rumbo, compuesta por cosas sin rumbo, educadas por
cosas que nunca se dieron cuenta del mal que hacían. Estoy de acuerdo con un
sueldo digno para todos los docentes que hagan muy bien su trabajo, pero hasta
ahí. Quedan, como sabemos, muchos docentes inservibles, cosificadores de ideas,
que están gritando sin enseñar a gritar.
Confieso
que algunas sesiones que he tomado junto a colegas del magisterio me han
enseñado, entre otras cosas, a reconocer los rasgos de este tipo de maestros: no
lectores, preocupados más por la novela de las nueve que por un cambio en su
praxis didáctica, tristes, arruinados, inquietos por pensionarse con prontitud,
hartos de la docencia y arrepentidos de haber estudiado para ser educadores. Sé
que hablo solo de algunos profesores, pero la calidad educativa del país me
lleva a pensar que la cantidad de maestros que actúan de manera similar
sobrepasa el 60% de los contratados. Y no responsabilizo de todo al maestro; sé
que hay problemas administrativos y políticos que impiden un mejor
desenvolvimiento en el aula de clase, pero, con las uñas, se puede hacer
alquimia: las cosas, al fin, se convertirían en personas.
La
responsabilidad, en parte, inicia en la universidad. Los profesores que educan
a futuros maestros llevan siglos sin pisar un aula de bachillerato; aparte de
que enseñan la teoría sin pensar en la práctica (porque ya se les olvidó o
nunca, en el peor de los casos, han pisado alguna). Nuestros maestros recién egresados
se ven a gatas para solucionar los problemas de la escuela contemporánea. Se
educan como cosas y enseñan a leer decodificando, a centrar la atención más en
una tilde que en una propuesta, a que los alumnos escriban sobre el renglón, a
que se acostumbren a vivir toda la vida como seres inservibles o aptos para
intercambiar estúpidamente unos pesos por unas horas de trabajo.
De
los padres no hablo, porque no son responsables de la educación que recibieron.
Pero me sigo preguntando por los niños: si en realidad son alumnos de los profesores
que marchan, que gritan y reclaman, ¿por qué no le cantan, en vivo, sus
verdades a RCN y a Caracol? Definitivamente, no se han dado cuenta de que hasta
los medios de comunicación los cosifican. ¡Qué buen trabajo el de nuestros
maestros!