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viernes, 14 de junio de 2013

Odiseo astuto: la palabra olvidada de un héroe

ODISEO ASTUTO: LA PALABRA OLVIDADA DE UN HÉROE

Jhon Monsalve

Artículo publicado en la Revista Apalabrar



(Odiseo/Ulises clavándole la estaca en su único ojo al cíclope Polifemo después de haberlo emborrachado. Detalle de un ánfora ateniense del año 650 a. de C. aproximadamente).

¿Quién dijo que Odiseo era el héroe griego por antonomasia, el más fuerte, el más grande? ¿Quién dijo que Agamenón nunca pudo superarlo y que Héctor fue solo una víctima de su astucia? ¿Quién dijo que Odiseo fue buena gente y que nunca le hizo mal a nadie? ¿Quién dijo que cada mentira, cada engaño o cada truco no fueron por buena causa, por miedo a no llegar nunca a Ítaca?
Odiseo fue astuto y Circe lo supo. No cayó en las trampas de la diosa y hechicera de la Isla de Eea. Se puede llegar a sentir lástima por Odiseo, nadie lo acompañaría al Hades, un lugar desconocido; debía ir a preguntar el próximo escalón del camino empinado hacia su tierra. Pero hasta los lectores nos dejamos confundir por los sentimientos y las lágrimas del héroe homérico. Bien sabemos que el infierno sería un lugar más en el itinerario de Odiseo. Solo un lugar más; no más peligroso que los temores y ruidos de la guerra, ni que la comida de Circe, ni mucho menos que los lestrigones, ni los cíclopes, ni las sirenas. Pero lo vemos llorar, clamar y sufrir porque debe dirigirse al Hades en busca de su destino, y casi lloramos con él, casi nos confundimos, casi nos dejamos caer en la tela de araña de su astucia. 
Es más: entendimos la decisión del héroe cuando por temor de ir a la Guerra de Troya simuló estar loco y, aunque no logró su cometido pues los sentimientos filiales fueron más fuertes que su estratagema, lo hizo creer así por algún tiempo. La idea del Caballo de Troya fue, tal vez, una de sus mayores astucias. La fuerza no lo caracterizaba tanto como su inteligencia. Odiseo fue un guerrero con más armas en la boca que en el cuerpo. Y esta razón lo hace más interesante y más odiado al mismo tiempo. Fernando Savater lo expuso en uno de sus monólogos (que conforman el libro que tituló Criaturas del aire) de esta manera: “No es ese mi caso, héroe curvo, cóncavo, héroe que sabe plantarse frente a su enemigo y herirle por detrás. No soy sable ni lanza, soy la red o la muerte inopinada que viaja en la saeta: no desgarro ni trituro, sino que envuelvo, sujeto y asfixio. Descubrí un secreto moral que los hombres no me han perdonado ni quizás me perdonen jamás: no hay arma tan aniquiladora como la red de las palabras, como la urdimbre razonable que penetra todas las corazas y desvía la amenaza de los más fuertes brazos”.
Y el poder de la palabra, no el de sus músculos ni el de su lanza, fue el que hizo posible, por ejemplo, la derrota de Polifemo en la tierra de los cíclopes. Y aunque menos recordado que el caballo de Troya, este hecho en la mitología griega es representativo de la astucia de quien en la literatura latina sería llamado Ulises. Fue este quien convenció a Polifemo de beber el vino puro que había en el lugar donde los tripulantes de la embarcación que aún acompañaban al héroe comieron y bebieron de lo que era propiedad de gigantes con un solo ojo. Si no hubiera sido por la decisión de Odiseo, es decir, por la idea de darle vino puro (y el hecho de que hubiera aceptado, una vez más corrobora el poder de la palabra como arma letal)  para que se tranquilizara un poco, de seguro la ira del cíclope habría acabado con todos los invasores de su morada. Y no solo esto. Fue gracias a la astucia de Odiseo que, luego, los demás cíclopes consideraron loco a Polifemo. Cuando Odiseo se presentó ante el cíclope dijo que su nombre era Nadie. Cuando el cíclope se despertó y se dio cuenta de que todo había sido un engaño, pues su ojo, el único que tenía, estaba herido (lo hirieron Odiseo y sus tripulantes durante el sueño), empezó a gritar que Nadie lo había engañado.
Ya sabemos que se engaña con palabras, pero también con acciones: “Entonces a mí se me partió el corazón. Me eché a llorar tumbado sobre el lecho, y mi ánimo ya no quería vivir ni ver más la luz del sol. Luego que me sacié de llorar y de revolcarme; entonces a ella le dirigí mis palabras y dije: "¿Ah, Circe, quién va, pues, a guiarme en ese viaje? Hasta el Hades nunca nadie llegó en una negra nave." No podemos negarlo: también nos conmueve, también nos engaña. Aunque tratemos de comportarnos como las sirenas, terminará Ulises huyendo de nuestros cantos.

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