sábado, 19 de noviembre de 2011

El existencialismo y el decadentismo, de Norberto Bobbio

El existencialismo y el decadentismo, de Norberto Bobbio
Jhon Monsalve



      A continuación se presentan las ideas más importantes de la filosofía existencialista y decadentista de Norberto Bobbio, filósofo italiano:
            Bobbio, Norberto. (1992). El existencialismo. México: Fondo de Cultura Económica.
·         Sin propósitos judiciales, el autor caracteriza con la palabra Decadentismo a la toma de conciencia y a la exaltación de una posición ante la vida (7).
·         La verdad es que una crisis espiritual, cuando estalla con el estruendo de la actual, es el resultado de todas las épocas, por cuanto es el producto de un proceso inmanente en la historia de la civilización humana (16).
·         Crisis: la desorientación de los ánimos, la desviación de las conciencias, la confusión de las ideas. Efecto de exuberancia desordenada, de vitalidad desatada, que no es decadencia, por más que sí pueda llevar a la decadencia (17).
·         Cuando la crisis cunde, hay entre las actitudes espirituales una que pretende presentarse como la única válida y legítima. Es la actitud de aquel que renuncia  la autoridad y acepta el desorden, echándose encima la crisis como una carga que hay que llevar hasta quedar aniquilado, como una pena que hay que expiar hasta la destrucción de nosotros mismos; aquel que, en resumidas cuentas, hace de la crisis no el objeto de una aprobación ni un trampolín para un salto hacia adelante, sino su propio destino, su último refugio y encuentra en esta degradación su complacencia y casi una exaltación de su propia falta de sostén (20, 21).
·         El decadentismo, pues, ya en los umbrales de su disolución, ha encontrado el camino para su afirmación teórica. Este camino es el existencialismo, el cual se presenta como aquella filosofía que, consciente y abiertamente, a la esperanza opone la desesperación, a la consecución de la meta el naufragio final, a la continuidad del ser la quiebra entre ser y existencia, a la coherencia del pensamiento racional lo inconsecuente y huidizo de un estado de ánimo, al gozo inefable frente al ser, la angustia frente a la nada, en suma a la fe en el espíritu creador del hombre, que s propia del idealismo y del positivismo, la incredulidad y la voluntad de destrucción (21,22).
·         En efecto, en dos formas se expresa esencialmente el estado fofo de una cultura: el decadentismo, con el cual se acepta y se exalta la crisis, y el manierismo, o forma retórica, con el cual la crisis queda encubierta en la vacuidad de fórmulas en las que no se cree (25).
·         Mientras el escéptico se mofa, el decadente se congoja, al ánimo turbado del decadente el escéptico opone su propia imperturbabilidad (30).
·         El decadentismo es el fruto lujurioso pero amargo de una cultura en disolución (30).
·         El decadente es incapaz de acción en el mundo, su forma de actuar siempre es extraordinaria, extravagante, antisocial, en lucha con el mundo (31).
·         El decadente, una vez realizado el desasimiento total del mundo, puede incluso llegar a ser un místico (31).
·         El tedio le rebela la totalidad del ser, o la angustia, el abismo  de la nada de donde ha brotado su existencia, toda evasión de las situaciones, en que lo ha colocado una elección no querida por él, está destinada a malograrse; el naufragio lo espera en la linde de toda conquista que intente: siempre es el hombre de la finitud totalmente explicada y totalmente aceptada, en que toda decisión es una repetición de sí mismo, la libertad una libertad para la muerte. No se abre delante de él la realidad de una lozana vida colectiva, ni le inunda el pecho la potencia de su razón, ni lo encuadra la realidad sublime del universo o la realidad angosta de la naturaleza (45).
·         De este modo la idea del progreso inexorable queda remplazada por la idea del fracaso inexorable (47).
·         El decadentismo, también en el campo moral, se presenta como la exaltación de la crisis, esto es, como la conciencia de la disolución de una autoridad social que ya no llena los ánimos de fervores ideales, sino que, en cualquier parte que se presente, queda puesta en tela de juicio, suscita desacuerdos, provoca reacciones radicales y prepara fermentos revolucionarios (52).
·         Renuncia a imponer o propone esquemas de conducta y valores, de donde resulta esa forma de amoralismo o indiferentismo que parece, a primera vista, el rasgo saliente del decadentismo (53).
·         Lo que caracteriza un sistema moral es, ante todo, la naturaleza de la resistencia, o del mal (54).
·         El decadentismo elimina como mal todo lo que establece un límite de la pasión, aunque sea simple exuberancia o desahogo o desorden del alma, aunque sea simple exaltación de la propia individualidad, aislándose, en actitud de rebeldía, del mundo y de los demás (55).
·         Frente a la pasión concebida de tal manera, el mal es toda aquella esfera de costumbres, convenciones, maneras de actuar, que el ser singular debe superar para llegar a ser realmente él mismo; es todo aquel mundo público y social que constituye un freno para la plena realización de la individualidad (55).
·         En resumidas cuentas, en la actitud decadentista el fin es llegar a ser una excepción (55).
·         Entiendo que el intento de fundar históricamente la persona debe tener en cuenta la situación particular del hombre como existente y coexistente, que realiza su propio destino en la sociedad con los otros hombres. Sobre la base de este dato se forma el concepto de que el valor del hombre no puede disociarse de su condición de ser social, en el sentido de que el hombre, como ser necesariamente coexistente, vale, no por sí mismo, como manifestación de una sustancia absoluta, sino por lo que da o puede dar a la sociedad de la cual forma parte, porque colabora realmente o porque se le atribuye una posibilidad de colaboración con los demás (73).
·         El colectivismo aparece como un desafío a la existencia singular, que se hace a un lado, amedrentada por la continua amenaza de absorción por parte de la masa anónima de los otros, y busca su propia salvación en la soledad, en la cual únicamente alcanza su propia autenticidad (75).
·         Singular es el hombre en su soledad y en su turbación frente a Dios, el hombre que encuentra a Dios en el apartamiento de los otros (…). Los otros no son la sociedad de la cual formamos parte, sino la muchedumbre indiferenciada y amorfa de la cual nos apartamos para ser nosotros mismos y encontrar la vía de la comunicación solo con Dios (76).
·         En el anónimo de la vida cotidiana el hombre se encuentra a sus anchas como si estuviera en su casa, echado en el mundo como un ser que va hacia la nada, se abandona de buen grado a la dispersión en la impersonalidad mediocre y niveladora para escapar a la angustia frente a la nada que él experimenta cada vez que se encuentra frente a sí mismo (77).
·         La sociedad no es una cárcel o un refugio, sino una necesidad de la vida empírica del hombre. Pero ¡Desdichado del hombre que se deja absorber por ella y en ella se anula!: ya no podría resurgir como existencia (78).
·         No puede haber ningún hombre que sea únicamente para sí como pura y simple singularidad. (cita del autor V. 79).
·         El existencialismo es la imperturbabilidad  de quien se encierra y se aísla en su propio mundo espiritual, mientras el mundo de afuera está en ruinas, y frente al asilo amenazado de su propia soledad no puede decir nada más que pereat mundus (83).

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