RESEÑA DEL LIBRO ESTIGMA,
DE ERVING GOFFMAN
Jhon Monsalve
Goffman, E. (2012 [1963]). Estigma: la identidad deteriorada. Buenos Aires: Amorrortu
1. CONTEXTO DE LA OBRA
Para comprender las propuestas de
Erving Goffman en Estigma (1963), es
necesario ubicar al autor, en al menos, dos contextos: el científico y el
social. Goffman es sociólogo. Se interesa por las relaciones de los humanos en
el transcurrir de la vida cotidiana y, a su vez, por el comportamiento social
de los enfermos mentales. Tales intereses nacen de su aproximación hacia los
sociólogos clásicos, tales como Durkheim, Weber y Parsons, así como de los
teóricos del interaccionismo simbólico, del renacer de la fenomenología y del
estructuralismo. A pesar de tener una influencia general de estos antecesores,
es fácil ubicarlo, sobre todo y respetando las distancias, dentro del
interaccionismo simbólico[1].
Por otra parte, la obra surge en un
contexto en donde las diferencias y las desigualdades sociales se ofrecen a
flor de piel. Dentro y fuera de los límites de Estados Unidos, se pueden
referenciar ciertos sucesos de estigmatización, que hacen de la obra
goffmaniana un libro pertinente en pro de las necesidades sociales del momento.
Verbigracia, Luther King, quien defiende los derechos de las negritudes,
propone marchas y aviva a su gente para la dignificación racial. En Alemania,
se construye el Muro de Berlín, dos años antes de la publicación del libro. Y
nuevamente en Norteamérica resurge el Movimiento Feminista, en plena crisis de
los sesenta[2]. Estas
son sin, duda, las acciones iniciales, desde la academia, para la comprensión
de la diversidad y de las propuestas favorables para las minorías.
Erving Goffman, aunque nace en
Canadá en 1922 y muere en Estados Unidos sesenta años después, es descendiente
judío y, por tanto, pasa su vida en la experimentación directa de ser el
“otro”. Este dato llama profundamente la atención, debido a que,
coincidentemente, el libro Estigma
es, en esencia, un acto de ubicarse en el lugar del otro, del divergente y de
las acciones del desviado social, tal como se aborda a lo largo de esta reseña.
Goffman se casa con una señorita de
familia prestante en Boston y, paradójicamente, con los años, esta mujer se
suicida por motivos mentales, que son estudiados en diversas clínicas por parte
del sociólogo. Sus investigaciones se reconocen en Estados Unidos y en Europa
entre los años sesenta y los ochenta y adoptan un toque revolucionario dentro
de los límites de la academia: es un defensor de la antipsiquiatría y de los
métodos usados para medicar y calmar a los pacientes.
Entre las obras más significativas,
se encuentra Asylums, estudio
primario en sociología en torno a las discapacidades mentales (de aquí surge la
paradoja con la muerte de su esposa); Encounters:
Two Studies in the Sociology of Interaction, libro de influencias directas
del interaccionismo simbólico; The
Presentation of Self in Everyday Life, uno de los estudios sociológicos más
reconocidos, dentro del cual se mantiene el enfoque cualitativo y el método
observacional de investigación característico de su tesis doctoral; y, entre
otras obras, aparece Stigma, en 1963,
texto fundamental para el estudio de la integración e interacción social de los
sujetos normales y los estigmatizados.
Estigma: la identidad deteriorada, se estructura en cinco capítulos,
antecedidos por un prólogo en el que Goffman explica la metodología de análisis
de las situaciones de sujetos estigmatizados. Dice basarse en otros estudios de
orden sociológico y clínico, a partir de los cuales compila discursos de
sujetos estigmatizados. A lo largo de cada capítulo (aunque esta característica
disminuye notablemente en los dos últimos), el autor presenta su perspectiva
teórica fundamentada en citas textuales de sujetos estigmatizados. Cada
apartado, se divide, a su vez, en subtítulos que anteceden la conceptualización
teórica esencial de sus propuestas, tal como se evidencia en las ideas primarias
y secundarias del siguiente punto.
Con el ánimo de exponer críticamente
las tesis de cada capítulo, se opta por presentar, en negrilla y cursiva, la
idea principal, y por desarrollar, paso seguido y en letra estándar, las
secundarias. Así las cosas, aparece primero, y a modo de cabezote, la tesis
fundamental y, después, las ideas complementarias.
Tesis principal del capítulo I, “Estigma e identidad
social”: La carrera moral, entendida como el
proceso de adaptación social por parte de los estigmatizados, es el fundamento
de los estudios sobre el estigma, pues en tal proceso suceden las relaciones
sociales que interesan al sociólogo: entre los normales y los estigmatizados y
entre los sabios y los iguales.
Goffman presenta, desde un
principio, una definición de estigma relacionada directamente con la conexión
entre atributo (o cualidad de ser de
cierta manera) y estereotipo
(consenso social sobre un aspecto de la identidad). En tal conexión existe una
función de desacreditación que desfavorece al sujeto estigmatizado. Por otra
parte, el autor plantea, siguiendo este concepto, tres tipos de estigmas: físico, relacionado con las cualidades
externas y observables del sujeto; defectos
de carácter, entendidos como las acciones no avaladas socialmente: el
desempleo, el alcohol, el homosexualismo, etc.; y los estigmas tribales, que se heredan de una generación a otra (aquí
cabe la raza, la nación, etc.). El autor centra la atención, sobre todo y a lo
largo de sus argumentos, en los dos primeros.
Desde el primer capítulo, el autor
deja en claro uno de los fundamentos de los estudios posteriores que
favorecerían las propuestas de igualdad social sin discriminación: las
relaciones entre los sujetos que poseen algún estigma y los sujetos llamados
“normales”. Es cuestionable, desde las teorías actuales, la denominación de normal, pues, por carga semántica
opuesta, configura a los estigmatizados como anormales. No obstante, el término
es solo un concepto para dar cuenta de las distancias sociales que existen
entre aquellos que viven una vida normal y otros que sufren los desagravios de
la sanción social[4].
Lo que queda claro, sin duda, es
que, entre la normalidad y la estigmatización, existen otras categorías que
surgen de la proxemia entre los estigmatizados y entre estos y los normales:
por una parte, aparecen los iguales,
categoría en la que se incluyen todos los sujetos considerados estigmatizados,
y, por otro lado, aparecen los sabios,
aquellos normales que, incluidos y aceptados dentro del grupo de los
estigmatizados, saben comprenderlos y pueden orientarlos. En los diversos
ejemplos que presenta el autor, se evidencia, verbigracia, el apoyo de
enfermeras hacia sus pacientes estigmatizados, caso en el cual una persona
normal guía y protege a los estigmatizados. En otras palabras y haciendo
alusión a terminología del tercer capítulo, un sujeto del exogrupo de
estigmatizados es bienvenido, en función de sabio, al endogrupo, con el fin de
aportar, proteger y defender las formas de vida de los “anormales”.
A esta necesidad social de que el
estigmatizado se incluya dentro del grupo de los normales, se le denomina
“carrera moral”, término clave, no solo para el primer capítulo, sino, en general,
para el desarrollo metodológico de lo propuesto por Goffman: lo que interesa a
la sociología son las estrategias, con sus características, ventajas y
limitantes, que planteen los sujetos normales para aceptar a los
estigmatizados, así como las estrategias de estos últimos para inmiscuirse en
las aceptaciones de los normales.
Tesis principal del capítulo II, “Control de
información e identidad personal”: El sujeto
estigmatizado encubre o enmascara su identidad con fines estratégicos, dentro
de las relaciones sociales que establece, lo cual da pie a que se configure una
biografía propia y se construya otra por parte de los sujetos que lo rodean.
Uno de los conceptos fundamentales
desarrollados durante el segundo capítulo es, sin duda, el de identidad
personal. Para Goffman, este término se comprende solo si existen dos
características: 1) Marcas positivas,
es decir, cualidades propias de la identidad física del individuo que lo
diferencian de los demás y 2) combinación
de los ítems de la historia vital, entendida como la amalgama biográfica,
de carácter y de experiencia, que identifica al sujeto de los demás a lo largo
de su existencia.
Con estos dos factores
característicos de la identidad personal, el autor explica la importancia de la
biografía en el estigmatizado y de los otros como biógrafos. Antes de mostrar
tales diferencias, es indispensable comprender que, tras fines estratégicos, el
sujeto estigmatizado encubre parte de la identidad que lo acompleja, hasta el
punto que él mismo crea para los demás una imagen que lo favorece dentro de los
contextos diversos de sociabilidad. La biografía que el sujeto “anormal” puede
construir ante los demás suele ser estratégica y, por ende, dinámica.
El reconocimiento de la audiencia permite
al sujeto estigmatizado actuar de una u otra forma, dependiendo de los lazos de
proxemia que instaure con los diversos grupos. Ante la familia, es más fácil
llevar la carga del estigma que ante desconocidos, o viceversa, si las
circunstancias biográficas de ese sujeto así lo requieren. Es aquí cuando la
identidad personal se integra con el fundamento de la identidad del sujeto en
sociedad, hasta el punto de configurarse la categoría de identidad social,
cuando el sujeto estigmatizado asume roles diferentes y de forma pertinente
frente a los demás.
Es evidente que el autor se propone
la comprensión social de las relaciones instauradas por sujetos estigmatizados
y normales. Dentro de tal fin, da lugar no solo a la biografía, construida por
los estigmatizados, sino también ofrece el análisis de la biografía que crean
los otros sobre el sujeto “anormal”. Dentro de esta composición biográfica,
Goffman propone dos tipos de reconocimientos que permiten la identificación
parcial o total del individuo estigmatizado. En primer lugar, el reconocimiento
cognoscitivo, entendido como aquel en que el biógrafo conoce de forma
superficial al sujeto; y en segunda instancia, el reconocimiento social,
comprendido como aquel conocimiento amplio de un sujeto sobre algún
estigmatizado. Las versiones biográficas pueden variar en dependencia del tipo
de reconocimiento del sujeto social frente al “anormal”.
Uno de los factores más enfatizados
por el autor es la cualidad de encubrimiento por parte de los sujetos
estigmatizados. Se comprende la razón: una biografía que surja de los otros es
más o menos completa, según el nivel de encubrimiento del “anormal”. El autor
considera que, siendo una de las características más notables de los
estigmatizados, el encubrimiento forma parte de la conceptualización del
proceso de control de identidad. Para ello, propone cinco tipos de este actuar:
1) Se ocultan o borran los signos, tales como nombres, que han sido parte del
estigma. Aquí se comprende la razón por la cual muchos delincuentes se cambian
el nombre o proponen un alias para sus fechorías. 2) Los sujetos disminuyen el
estigma, de tal forma que haga parecer frente a los otros que su dificultad es
mucho menor de lo que es en realidad. Por ejemplo, los sordos pueden similar
ser distraídos o deprimidos, para pasar, ante los demás, como tales y no como
carentes de oído. 3) La tercera estrategia de encubrimiento consiste en dividir
sus acciones en dos grandes grupos: uno de los que saben y otros de los que no
saben sobre el estigma. La idea del sujeto es hallar confianza y apoyo en los
que sí saben, es decir, en parte de los sabios. 4) Los estigmatizados optan los
distanciarse para evitar las relaciones interpersonales que los delatan y 5)
tal vez, la más oportuna y que se logra con el transcurrir de la carrera moral:
la capacidad de renunciar a todo tipo de encubrimiento y ser libre ante los
demás.
El capítulo termina no sin antes
presentar una precisión con el concepto de enmascaramiento, entendido como la
estrategia del estigmatizado para incluirse en sociedad. Mientras que en el
encubrimiento el “anormal” oculta sus cualidades poco favorables, en el
enmascaramiento las disfraza o adapta para inmiscuirse dentro de los demás
grupos sociales. Por ejemplo, un sordo puede practicar el volumen adecuado de
la voz para actuar pertinentemente frente a los demás sujetos. Enmascarase es,
por tanto, incluirse de la manera más “normal” posible a la sociedad.
Tesis principal del capítulo III, “Alienación grupal e
identidad del yo”: El sujeto estigmatizado se encuentra
en medio de una ambivalencia identitaria cuando siente vergüenza por los demás
sujetos de su endogrupo al adoptar una mirada normal del estigma, pero, a su
vez, se siente avergonzado con los suyos por experimentar tales sentimientos.
Por tanto, el sujeto estigmatizado se aliena de su propio grupo buscando
eliminar su diferencia con los normales; y, en el mismo sentido, los sujetos
del exogrupo buscan la normificación, es decir, las formas para que el
estigmatizado se sienta en confianza y tranquilo con el estigma.
Para Goffman, surge una ambivalencia
en el estigmatizado cuando desea alienarse de su endogrupo para parecerse y
encasillarse dentro de los normales. Las consecuencias que acarrea tal actitud
conllevan una ambivalencia que consiste en el sentimiento de vergüenza del
estigmatizado por pertenecer al grupo, así como la pena por avergonzarse de
ellos. Entre las cualidades del sujeto estigmatizado, como se ha antecedido
previamente, está el deseo por incluirse estratégicamente dentro de los
normales; sin embargo, tal propósito trae consigo una ambivalencia: querer y no
querer pertenecer al endogrupo.
En la misma línea, el autor describe
la incomodidad del sujeto normal cuando establece relaciones con el
estigmatizado. El deseo de normificación, es decir, la inclusión al grupo de
los normales de aquel que sufre un estigma, es un proceso incómodo para el
sujeto normal. Por tanto, Goffman propone ciertos párrafos orientados a la
necesidad de apertura social por parte del estigmatizado, verbigracia: “Se
considera que, si realmente se encuentra cómodo con su diferencia, esa
aceptación tendrá un efecto inmediato sobre los normales, pues los ayudará a
sentirse más tranquilos en situaciones sociales compartidas” (p. 151).
Las actitudes sugeridas por el autor
tienden a evitar lo que él mismo considera “alineación exogrupal”. Es común que
los sujetos sociales se incomoden frente a la visión de un estigmatizado y, por
tanto, desde el exogrupo, también termina siendo alienado. Aquel que sufre el
estigma se aliena del endogrupo, pero, en el proceso de incluirse entre los
normales, termina alienado por la incomodidad que, según el autor, genera en
los demás seres sociales. Ante dicho panorama, es más que comprensible que
Goffman opte por realizar, en un importante apartado del capítulo, cierto
número de sugerencias para que las relaciones sociales entre normales y
estigmatizados se desarrollen con mayor éxito.
Además de la aceptación que el
estigmatizado debe sentir a sí mismo, Goffman propone las siguientes
recomendaciones para evitar una segunda alienación del estigmatizado, esta vez
por parte del exogrupo: En primer lugar, cuando se trata de un estigma físico,
se recomienda que el estigmatizado procure mostrarse el mayor tiempo posible,
antes de entablar una comunicación con los normales; así las cosas, estos
últimos se acostumbran a la imperfección corporal y el impacto es menor. En
segunda instancia, el autor sugiere a los estigmatizados que reciban gratamente
las ayudas o apoyos que son ofrecidos por los normales, lo cual invita a crear
lazos de confianza durante el proceso de normificación. Por último, es
importante, según recomendaciones del autor, que el estigmatizado se crea más
aceptado de lo que es, para que genere efectos mayores de confianza entre los
normales: “En otras palabras, se le recomienda que corresponda naturalmente
aceptándose a sí mismo y a nosotros, actitud que no fuimos los primeros en
brindarle” (p. 154).
Desde una mirada actual del
problema, bien puede considerarse que la responsabilidad de que los
estigmatizados sean o no aceptados en sociedad recae directamente en ellos. En
parte, según los argumentos de Goffman, es así. Sin embargo, se comprende
también que, en los años sesenta y en el contexto del autor (se recuerda la
lucha por la igualdad de las negritudes), interesan las posibilidades de
inclusión de los sujetos estigmatizados. Un camino que propone Goffman es el
del autorreconocimiento del estigma, para enfrentarse a los complejos de la
sociedad. No obstante, el sujeto normal también tiene responsabilidades. Cabe
aclarar que, a lo largo de todo el libro, configura un peso importante en el
hacer del sujeto normal para la inclusión oportuna del estigmatizado. De este
modo, quedan implícitas las recomendaciones para los normales con respecto al
trato con los estigmatizados, las cuales se pueden resumir así: es posible y
necesario, dentro de una mirada sociológica, normificar a los que sufren de un
estigma.
Tesis principal del capítulo IV, “El yo y el otro”: La desviación normal es la base para la integración
entre la identidad del yo estigmatizado y la identidad del otro normal. Llega
el momento en que el estigmatizado puede actuar como el normal y, en ese caso,
se borran las distancias entre el uno y el otro. Pasa lo mismo con los normales
que juegan a ser estigmatizados. El desviado puede ser normal y este último
puede ser desviado.
Goffman desarrolla los argumentos
del cuarto capítulo (muy breve, en comparación con los anteriores) en función
de la construcción identitaria del yo con respecto al otro. Da lugar a analizar
la complejidad de adaptación de un sujeto normal que, tras un accidente, puede
incluirse dentro de los grupos estigmatizados. Para el autor, no es compleja la
confusión identitaria del sujeto en esta tentativa circunstancia, sino la
preocupación de este por saber adaptarse a un contexto y a unas formas de vida
desconocidas.
Tras la necesidad de ser aceptado,
quien sufre el estigma debe desviarse de sus hábitos para adaptarse a otros (ya
sea que haya recién adquirido la cualidad negativa o ya sea que la posea desde
hace tiempo). Goffman denomina a esta acción “Desviación normal”, la cual surge
siempre que el sujeto estigmatizado logra llegar a la meta de su carrera moral.
Lo interesante, y siguiendo nuevamente los rasgos de la metodología comparativa
utilizada, es que el autor plantea otra manera de dicha desviación: el sujeto
normal puede desviarse cuando representa, por una u otra razón, el rol de
estigmatizado.
Desde la postura crítica del que reseña esta obra,
la comparación parece ser algo forzada, pero comprensible dentro de ciertos
momentos o situaciones en que los normales se mofan o juegan a actualizar el
rol de un estigmatizado. Al respecto, el autor asegura que existen
circunstancias en que el normal remeda al estigmatizado y que, incluso, sucede
lo mismo a la inversa: el estigmatizado juega, en privado, a simular al normal.
De esta forma: “(…) el individuo es capaz de representar ambas partes del drama
normal-desviado” (p. 166).
Tras estos argumentos, el autor
concluye un aspecto teórico que puede ser considerado de los más importantes de
la obra: el estigmatizado y el normal no son personas, sino perspectivas, que se intercambian en
relaciones sociales para construir identidades humanas.
Tesis principal del capítulo V, “Las divergencias y la
desviación”: Un sujeto divergente es aquel que no
se adhiere a las normas de un grupo, a pesar de ser consciente de que su
colectividad lo puede marginar. Tal rechazo lo lleva a ser considerado un sujeto
estigmatizado, en otras palabras, un divergente social, que termina haciendo
parte de una comunidad igualmente divergente.
El último capítulo, que es el más
breve, plantea una distinción importante entre desviación y divergencia.
Goffman aborda en el cuarto apartado del libro, tal como se describe
anteriormente, la definición de desviación normal, entendida como el juego de
roles de los sujetos (estigmatizados y normales) para parecerse a los de su
exogrupo. En el caso de los que sufren el estigma, tal desviación suele ser
estratégica con el fin de incluirse dentro del grupo de los normales. La
divergencia, por su parte, hace alusión a los sujetos que no se identifican con
las normas de su endogrupo.
Goffman desarrolla dos tipos de
divergencia: la endogrupal y la social. La primera consiste en la actitud de un
sujeto estigmatizado que reniega de su grupo y, sin sentir vergüenza por sus
iguales, desea pertenecer a los normales o a otros grupos (sea cual sea el
caso). El autor no habla, justamente, en tales términos, pero su disertación en
torno a cómo la identidad endogrupal no es reconocida por individuos que
desertan de su colectividad inmediata hace suponer o permite inferir dos cosas:
1) la relación directa con los sujetos estigmatizados que no se reconocen en su
endogrupo y 2) la estigmatización que sufren aquellos que, sin tener cualidades
negativas notorias, son estigmatizados por renunciar a ciertos endogrupos.
La divergencia social es más
abarcadora, pues se plantea la posibilidad de renegar las cualidades culturales
y sociales en las cuales se nace y con las cuales el sujeto no se siente a
gusto. En este tipo de divergencia caben los seres sociales que reniegan de su
familia, de su religión, de su sistema político, y quienes, luego de renunciar
a tales normas, son considerados dignos de estigmatización por los demás.
Habría hecho falta una conclusión
general por parte de Goffman. Se entiende que cada capítulo es un todo en sí
mismo, pero la complejidad de las propuestas merecía una mirada holística y
breve de lo desarrollado a lo largo de las 180 páginas. Con motivo de suplir
medianamente esta carencia, a continuación, se plantean unas conclusiones que
pueden ser limitadas, pero, por lo menos, presentan una síntesis analítica de
lo extensamente desarrollado por el sociólogo.
Sin duda alguna, la obra de Goffman
es una antesala a las relaciones de igualdad propuestas desde las teorías
actuales de las ciencias sociales. El autor reconoce la importancia de los
intercambios comunicativos entre estigmatizados y normales; por tal razón,
plantea el estudio de la configuración indentitaria personal a raíz de las
relaciones con los pertenecientes al exogrupo.
Desde el primer capítulo, entreteje la tela de sus argumentos con el
hilo de las historias reales tomadas de periódicos y revistas de la época. La
carrera moral, definida en las primeras páginas, se conecta de forma pertinente
con los juegos de roles adoptados por los sujetos en el proceso de desviación
normal. Las sugerencias que propone para los estigmatizados, con el fin de que
sean incluidos en los grupos de los normales, se relacionan, así mismo, con la
carrera moral, consistente en la optimización de las relaciones sociales entre
las perspectivas (como culmina
definiendo al estigmatizado y al normal). En últimas, se evidencia a lo largo
de los capítulos una necesidad de inclusión social, que trasciende el
fundamental análisis de las relaciones entre estigmatizados y normales.
Por último, pueden plantearse
ciertas críticas relacionadas, por una parte, con la terminología, y por otra,
con las generalizaciones del último capítulo. El concepto de “normal” podría
ser valorado negativamente por la asignación contraria al estigmatizado de ese
mismo adjetivo: “anormal”. Aunque puede decirse que este juicio negativo se
ofrece a la luz de las teorías actuales, cabe recordar que, en Lingüística,
Coseriu (1952) ya había propuesto el concepto “normal” para hacer alusión a las
formas diversas como se comunican comunidades lingüísticas (los dialectos, en
este caso, eran considerados normales, en función de su hacer lingüístico
dentro comunidades que así lo consideraban).
En cuanto a las generalidades del
último capítulo, se insiste en la poca relación que ofrece el autor con
respecto al tema que desarrolla: el estigma. Se habla de desviación y de
divergencia endogrupal y social, pero no existe, de forma explícita, una
conexión con los grupos de estigmatizados y de su relación con los “normales”.
Sin embargo, no cabe duda de que el
propósito sociológico de Estigma es
claro y pertinente: analizar las relaciones entre estigmatizados y normales,
con el fin de comprender las características de las interacciones sociales que
suceden entre ellos. Como se ha insisto en el transcurso de la reseña, Goffman
plantea las bases de lo que serían las propuestas libertarias relacionadas con
las igualdades. Además, el trabajo expuesto en el libro es apropiado para el
contexto de los años sesenta en Estados Unidos, década de constantes
recriminaciones de orden social.
7.
BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA
Coseriu, E. (1973 [1952]): “Sistema, norma y habla” en Teoría del
lenguaje y lingüística general. Madrid: Gredos (3ª edición revisada y
corregida), 11-113.
Funes, M. J. (2018). Erving Goffman, su perfil y su obra.
Tendencias Sociales. Revista de Sociología, (2), 5-22
Maneiro, B. L. (2003). En el aniversario de Erving Goffman
(1922-1982). Reis, 47-61.
Tirado Mejía, Á. (2014). Los años sesenta: una revolución en la
cultura. Penguin Random House Grupo Editorial SAS, Bogotá, Colombia.
Urteaga, E. (2010). Erving Goffman: vida y genealogía
intelectual. Isegoría, (42), 149-164.
[1]
Para comprender las influencias directas de este enfoque teórico-metodológico,
se recomienda el artículo: Urteaga, E. (2010). Erving Goffman: vida y genealogía intelectual. Isegoría, (42),
149-164.
[2]
Se sugiere como lectura complementaria el siguiente libro: Tirado Mejía, Á.
(2014). Los años sesenta: una revolución
en la cultura. Penguin Random House Grupo Editorial SAS, Bogotá, Colombia.
Aunque el libro no aborda de forma exclusiva las diferencias o desigualdades
sociales, presenta, en parte, un panorama global sobre estos movimientos
sociales igualitarios en los años sesenta.
[3]
Por cuestiones de espacio, se opta en esta reseña por acudir solo a los datos
pertinentes del autor con respecto a su obra Estigma. Para los interesados en ampliar la información biográfica
de Erving Goffman, se sugiere la lectura (amena, por cierto) de los siguientes
estudios: Funes, M. J. (2018). Erving Goffman, su perfil y su obra.
Tendencias Sociales. Revista de Sociología, (2), 5-22 y Maneiro, B. L. (2003). En
el aniversario de Erving Goffman (1922-1982). Reis, 47-61.
[4]
En los comentarios finales de esta reseña, se halla una postura crítica al
respecto, basada en la conceptualización propuesta por Eugenio Coseriu en 1952 sobre
“Norma lingüística”.
Muy bueno la verdad
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