“Ser-signo-interpretante”, de Mariluz
Restrepo: Las categorías del ser, el papel del signo y la importancia del
interpretante
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
Restrepo, M. (1993). Ser-signo-interpretante. Santafé de
Bogotá: Significantes de papel Ediciones.
(…) hybris, que lleva a nuestro pensamiento
a erigirse en
dueño del sentido. P. Ricoeur
En
1993 Mariluz Restrepo, una de las filósofas y semiotistas colombianas más
reconocidas, publica un libro—tal vez el más claro y didáctico que se ha
escrito en lengua española sobre este aspecto— en torno a las propuestas
filosóficas y semióticas de Charles Sanders Peirce: “Ser-signo-interpretante”.
El
libro lo divide en dos partes: en la primera, expone la vida y obra de Peirce,
y en la segunda, describe y analiza cada una de las propuestas de este filósofo
norteamericano, concernientes a la tricotomía
de las categorías del ser. El término
puesto en cursiva va a ser trascendental en la comprensión de las propuesta
peirceanas, debido a que tanto las categorías del signo como las del ser irán
compuestas constantemente por tres planos: una Primeridad, una Segundidad y una
Terceridad.
En
la primera parte del libro, Mariluz Restrepo expone la vida de Peirce: parte de
su buena posición económica, pasa por sus habilidades para la lectura y la
escritura desde temprana edad, por sus estudios en Química y demás ciencias
naturales que asoció todo el tiempo con el hacer filosófico para comprenderlo
científicamente; llega, de cierto modo,
a su comportamiento introvertido y antisocial, a su pasión por la escritura, y
termina exponiendo la evolución textual de Peirce, que ha sido poco o mal
traducido al idioma español.
La
segunda parte, intitulada “Filosofía de la representación”, está dividida en
tres apartados. El primero de ellos “Las categorías: desarrollo fenomenológico,
fundamentación ontológica” centra su atención en la descripción de las
categorías del ser, a partir de la teoría triádica. De este modo, la autora
expone la mónada, la diada y la triada como rasgos de cada una de las
categorías: Primeridad, Segundidad y Terceridad. La primera se entiende como la
cualidad en sí misma: “El modo de ser rojo (rojeza), amargo o doloroso son
posibilidades cualitativas que son aun
sin incorporarse a algo. Son algo positivo y sui generis” (p. 80). En otras palabras, la Primeridad no es más
que las sensaciones en sí mismas, no lo que percibe el humano, sino la cualidad
intrínseca de cada elemento en particular. La autora aclara que ninguna de estas
categorías puede ir disjunta de las otras. Por lo tanto, esta Primeridad es
solo posible en la Segundidad y, a la vez, esta última es posible, junto con la
primera, en la Terceridad.
Ahora
bien, la Segundidad, la diada, se comprende por lo real, por lo que existe, por
el hecho que está en constante oposición con otro más: “La existencia es el
modo de ser que se da al resistirse a otro. Un hecho es realidad por sus
acciones frente a otra realidad, así una cosa sin oponerse a otra ipso facto no existe” (p. 88). La autora
habla de dos tipos de Segundidad: la genuina y la degenerada. La primera se
conforma por las acciones reales de algo sobre algo y es, al parecer, la que se
retoma a lo largo de todo el libro; en la segunda, la degenerada, no interviene
lo real, sino se produce como fruto de la razón.
La
Terceridad, la triada, es el lugar en el que convergen las dos anteriores: “Una
triada es una idea elemental de algo que es en tanto relativo a otros dos, con
cada uno de manera diferente. Incluye de hecho al mónada y la diada” (p. 94).
El componente principal de la Terceridad, que es el mismo que hace posibles la
Primeridad y la Segundidad es el pensamiento, que es la fuente o la base de la
significación. Estas tres categorías son sintetizadas claramente por Mariluz
Restrepo de la siguiente manera: “Si la conciencia inmediata se da en la
Primeridad como sensación de cualidad sin reconocimiento o análisis y en la
Segundidad se da la conciencia de la resistencia como la irrupción de un factor
externo, en la Terceridad la conciencia sintetiza el tiempo, el sentido de
conocimiento, el pensamiento” (p. 95).
Ahora
bien, estas categorías, tal cual lo expone la autora, han sido usadas en
diversas ciencias tanto naturales como humanas, a las que Peirce ha incluido dentro
de una sola: la Filosofía. Con base en esto, la Fenomenología, las ciencias
normativas y la Metafísica harían parte de esta ciencia mayor y, por lo tanto,
la tricotomía podría ser utilizada en dependencia de las necesidades de cada
disciplina.
El
segundo apartado del capítulo en mención se titula “Semiosis: acción del signo”
y presenta la clasificación sígnica de los procesos semiósicos, que configuran
las categorías universales del ser. Peirce llama Lógica a lo que se conoce como
semiótica; para explicarla, se vale de la relación entre representamen, signo e
interpretante. El segundo es la concreción del primero, y el tercero, en
relación con el pensamiento, hace posibles a los otros dos. Al referente lo
denomina, según lo expuesto por Mariluz Restrepo, como objeto mediato o dinamoide,
diferente al signo, al representamen y al interpretante.
A
renglón seguido, la autora expone la clasificación sígnica, dividiéndola en
tres tricotomías. La primera es la condición del signo, que puede ser Cualisigno
(la cualidad), Sinsigno (hecho o cosa real) o Legisigno (ley, generalmente
establecida por los hombres). La segunda dicotomía hace referencia a la manera
en la que el signo se conecta con el objeto representado: Ícono, Índice y
Símbolo. El mismo Peirce define al primero de la siguiente manera: “Un signo
puede ser icónico, esto es, representa su objeto por su similaridad con él,
cualquiera que sea su modo de ser” (p. 129). El Índice se refiere al objeto por
haber sido afectado directamente por este. En otras palabras, el índice no se
asemeja con el objeto, pero es producido por él. El Símbolo funciona como
Legisigno, en el sentido en que es a partir de una ley convencionalizada por la
cual se reconoce al objeto representado. Para ejemplificarlo, podría decirse
que una paloma no se parece en nada a la paz, pero que gracias a su convención
significa tal cosa. La tercera
tricotomía del signo describe al Rhema o Término (signo para el interpretante),
al Dicisigno, Dicente o Proposición (el interpretante lo comprende en su
existencia real) o, en últimas, al Argumento (el signo como ley para el
interpretante). Como se nota, esta relación triádica se refiere a la conjunción
signo-interpretante, y en ningún caso a las demás. Mariluz Restrepo relaciona
esta taxonomía con las categorías del ser: “Es evidente la analogía entre las
categorías universales del ser y las divisiones en cada una de las tricotomías.
El fundamento de la clasificación es la forma en que la cualidad posible, el
hecho individual y la ley general se manifiestan en todo fenómeno. En esta
perspectiva, Cualisigno, Ícono y Rhema corresponden a la manifestación sígnica
de la Primeridad; Sinsigno, Índice y Proposición a la Segundidad; y Legisigno,
Símbolo y Argumento a la Terceridad” (p. 138).
En
la última sesión de este apartado, la autora expone la acción del signo en el
mundo, priorizando en el concepto de hábito
entendido no como signo, sino aquello que le da sentido a la acción y que va
junto al interpretante. A ello, agrega el Pragmatismo como “normatividad lógica
para establecer científicamente la significación de los conceptos”. El
pragmatismo va, de igual manera, en relación con el pensamiento, pues la acción
humana solo es tal, si es pensada. La razón se antepone, entonces, a la acción,
tal cual lo expresa el mismo Peirce: “El Pragmatismo moriría si hiciera del
‘hacer’ el ser-todo y el fin-todo de la vida porque decir que vivimos por el
solo hecho de la acción sería decir que no hay nada que tenga propósito
racional” (p. 154).
El
último apartado de este capítulo se titula “Ser-signo: Relación triádica
fundamental”. Allí se relacionan las características de las categorías del ser
con las del signo. Se llega a la conclusión de que es el pensamiento el que
hace posible la significación y se presenta el siguiente silogismo: si el pensamiento
es un signo y el hombre es pensamiento, entonces, el hombre es un signo. La
autora lo afirma de esta manera: “Lo pensado es signo. También el pensamiento
como acción social es signo. El pensar no precede al signo como comúnmente se
cree sino que el acto de pensamiento es siempre inferencial, es la operación de
un signo. La mente, en este sentido, opera como signo de acuerdo con las leyes de la inferencia” (p. 173).
A
lo anterior se agrega el hecho de que el hombre se construye por medio de la
representación. Es decir, el uso que hace de los signos, en este caso, del
lenguaje, lo constituye como ser y signo, junto a los otros; no solo en el
mundo, sino en conjunción con la comunidad. He aquí la importancia de la
propuesta filosófica peirceana: el ser-signo-interpretante
no es más que la alusión constante a la importancia del pensamiento
(interpretante) y del hombre en su ser-signo en el mundo.
En
el epílogo, Mariluz Restrepo, después de afirmar que la noción de interpretante es el núcleo de la teoría
de Peirce, da una conclusión general de
las propuestas de este filósofo norteamericano: “Las categorías universales del
ser son mera posibilidad —Primeridad — que se hacen
efectivas en la realidad sígnica —Segundidad —mediada
por el pensamiento humano —Terceridad —“(p.
194).
Así
las cosas, el pensamiento, con el cual el hombre representa al mundo, es el que
hace posible que se dé la semiosis y la significación. Tal vez no haya mejor
forma de terminar esta reseña que con el mismo epígrafe de P. Ricoeur con el cual comenzó: (…) hybris, que lleva a nuestro pensamiento
a erigirse en dueño del sentido.
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