miércoles, 6 de noviembre de 2013

“Ser-signo-interpretante”, de Mariluz Restrepo: Las categorías del ser, el papel del signo y la importancia del interpretante

“Ser-signo-interpretante”, de Mariluz Restrepo: Las categorías del ser, el papel del signo y la importancia del interpretante
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet

Restrepo, M. (1993). Ser-signo-interpretante. Santafé de Bogotá: Significantes de papel Ediciones.
(…) hybris, que lleva a nuestro pensamiento
 a erigirse en dueño del sentido. P. Ricoeur
En 1993 Mariluz Restrepo, una de las filósofas y semiotistas colombianas más reconocidas, publica un libro—tal vez el más claro y didáctico que se ha escrito en lengua española sobre este aspecto— en torno a las propuestas filosóficas y semióticas de Charles Sanders Peirce: “Ser-signo-interpretante”.
El libro lo divide en dos partes: en la primera, expone la vida y obra de Peirce, y en la segunda, describe y analiza cada una de las propuestas de este filósofo norteamericano, concernientes a la tricotomía de las categorías del ser.  El término puesto en cursiva va a ser trascendental en la comprensión de las propuesta peirceanas, debido a que tanto las categorías del signo como las del ser irán compuestas constantemente por tres planos: una Primeridad, una Segundidad y una Terceridad.
En la primera parte del libro, Mariluz Restrepo expone la vida de Peirce: parte de su buena posición económica, pasa por sus habilidades para la lectura y la escritura desde temprana edad, por sus estudios en Química y demás ciencias naturales que asoció todo el tiempo con el hacer filosófico para comprenderlo científicamente;  llega, de cierto modo, a su comportamiento introvertido y antisocial, a su pasión por la escritura, y termina exponiendo la evolución textual de Peirce, que ha sido poco o mal traducido al idioma español.
La segunda parte, intitulada “Filosofía de la representación”, está dividida en tres apartados. El primero de ellos “Las categorías: desarrollo fenomenológico, fundamentación ontológica” centra su atención en la descripción de las categorías del ser, a partir de la teoría triádica. De este modo, la autora expone la mónada, la diada y la triada como rasgos de cada una de las categorías: Primeridad, Segundidad y Terceridad. La primera se entiende como la cualidad en sí misma: “El modo de ser rojo (rojeza), amargo o doloroso son posibilidades cualitativas que son  aun sin incorporarse a algo. Son algo positivo y sui generis” (p. 80). En otras palabras, la Primeridad no es más que las sensaciones en sí mismas, no lo que percibe el humano, sino la cualidad intrínseca de cada elemento en particular. La autora aclara que ninguna de estas categorías puede ir disjunta de las otras. Por lo tanto, esta Primeridad es solo posible en la Segundidad y, a la vez, esta última es posible, junto con la primera, en la Terceridad.
Ahora bien, la Segundidad, la diada, se comprende por lo real, por lo que existe, por el hecho que está en constante oposición con otro más: “La existencia es el modo de ser que se da al resistirse a otro. Un hecho es realidad por sus acciones frente a otra realidad, así una cosa sin oponerse a otra ipso facto no existe” (p. 88). La autora habla de dos tipos de Segundidad: la genuina y la degenerada. La primera se conforma por las acciones reales de algo sobre algo y es, al parecer, la que se retoma a lo largo de todo el libro; en la segunda, la degenerada, no interviene lo real, sino se produce como fruto de la razón.
La Terceridad, la triada, es el lugar en el que convergen las dos anteriores: “Una triada es una idea elemental de algo que es en tanto relativo a otros dos, con cada uno de manera diferente. Incluye de hecho al mónada y la diada” (p. 94). El componente principal de la Terceridad, que es el mismo que hace posibles la Primeridad y la Segundidad es el pensamiento, que es la fuente o la base de la significación. Estas tres categorías son sintetizadas claramente por Mariluz Restrepo de la siguiente manera: “Si la conciencia inmediata se da en la Primeridad como sensación de cualidad sin reconocimiento o análisis y en la Segundidad se da la conciencia de la resistencia como la irrupción de un factor externo, en la Terceridad la conciencia sintetiza el tiempo, el sentido de conocimiento, el pensamiento” (p. 95).
Ahora bien, estas categorías, tal cual lo expone la autora, han sido usadas en diversas ciencias tanto naturales como humanas, a las que Peirce ha incluido dentro de una sola: la Filosofía. Con base en esto, la Fenomenología, las ciencias normativas y la Metafísica harían parte de esta ciencia mayor y, por lo tanto, la tricotomía podría ser utilizada en dependencia de las necesidades de cada disciplina.
El segundo apartado del capítulo en mención se titula “Semiosis: acción del signo” y presenta la clasificación sígnica de los procesos semiósicos, que configuran las categorías universales del ser. Peirce llama Lógica a lo que se conoce como semiótica; para explicarla, se vale de la relación entre representamen, signo e interpretante. El segundo es la concreción del primero, y el tercero, en relación con el pensamiento, hace posibles a los otros dos. Al referente lo denomina, según lo expuesto por Mariluz Restrepo, como objeto mediato o dinamoide, diferente al signo, al representamen y al interpretante.
A renglón seguido, la autora expone la clasificación sígnica, dividiéndola en tres tricotomías. La primera es la condición del signo, que puede ser Cualisigno (la cualidad), Sinsigno (hecho o cosa real) o Legisigno (ley, generalmente establecida por los hombres). La segunda dicotomía hace referencia a la manera en la que el signo se conecta con el objeto representado: Ícono, Índice y Símbolo. El mismo Peirce define al primero de la siguiente manera: “Un signo puede ser icónico, esto es, representa su objeto por su similaridad con él, cualquiera que sea su modo de ser” (p. 129). El Índice se refiere al objeto por haber sido afectado directamente por este. En otras palabras, el índice no se asemeja con el objeto, pero es producido por él. El Símbolo funciona como Legisigno, en el sentido en que es a partir de una ley convencionalizada por la cual se reconoce al objeto representado. Para ejemplificarlo, podría decirse que una paloma no se parece en nada a la paz, pero que gracias a su convención significa tal cosa.  La tercera tricotomía del signo describe al Rhema o Término (signo para el interpretante), al Dicisigno, Dicente o Proposición (el interpretante lo comprende en su existencia real) o, en últimas, al Argumento (el signo como ley para el interpretante). Como se nota, esta relación triádica se refiere a la conjunción signo-interpretante, y en ningún caso a las demás. Mariluz Restrepo relaciona esta taxonomía con las categorías del ser: “Es evidente la analogía entre las categorías universales del ser y las divisiones en cada una de las tricotomías. El fundamento de la clasificación es la forma en que la cualidad posible, el hecho individual y la ley general se manifiestan en todo fenómeno. En esta perspectiva, Cualisigno, Ícono y Rhema corresponden a la manifestación sígnica de la Primeridad; Sinsigno, Índice y Proposición a la Segundidad; y Legisigno, Símbolo y Argumento a la Terceridad” (p. 138).
En la última sesión de este apartado, la autora expone la acción del signo en el mundo, priorizando en el concepto de hábito entendido no como signo, sino aquello que le da sentido a la acción y que va junto al interpretante. A ello, agrega el Pragmatismo como “normatividad lógica para establecer científicamente la significación de los conceptos”. El pragmatismo va, de igual manera, en relación con el pensamiento, pues la acción humana solo es tal, si es pensada. La razón se antepone, entonces, a la acción, tal cual lo expresa el mismo Peirce: “El Pragmatismo moriría si hiciera del ‘hacer’ el ser-todo y el fin-todo de la vida porque decir que vivimos por el solo hecho de la acción sería decir que no hay nada que tenga propósito racional” (p. 154).
El último apartado de este capítulo se titula “Ser-signo: Relación triádica fundamental”. Allí se relacionan las características de las categorías del ser con las del signo. Se llega a la conclusión de que es el pensamiento el que hace posible la significación y se presenta el siguiente silogismo: si el pensamiento es un signo y el hombre es pensamiento, entonces, el hombre es un signo. La autora lo afirma de esta manera: “Lo pensado es signo. También el pensamiento como acción social es signo. El pensar no precede al signo como comúnmente se cree sino que el acto de pensamiento es siempre inferencial, es la operación de un signo. La mente, en este sentido, opera como signo de acuerdo con  las leyes de la inferencia” (p. 173).
A lo anterior se agrega el hecho de que el hombre se construye por medio de la representación. Es decir, el uso que hace de los signos, en este caso, del lenguaje, lo constituye como ser y signo, junto a los otros; no solo en el mundo, sino en conjunción con la comunidad. He aquí la importancia de la propuesta filosófica peirceana: el ser-signo-interpretante no es más que la alusión constante a la importancia del pensamiento (interpretante) y del hombre en su ser-signo en el mundo.
En el epílogo, Mariluz Restrepo, después de afirmar que la noción de interpretante es el núcleo de la teoría de Peirce,  da una conclusión general de las propuestas de este filósofo norteamericano: “Las categorías universales del ser son mera posibilidad —Primeridad — que se hacen efectivas en la realidad sígnica —Segundidad —mediada por el pensamiento humano —Terceridad —“(p. 194).
Así las cosas, el pensamiento, con el cual el hombre representa al mundo, es el que hace posible que se dé la semiosis y la significación. Tal vez no haya mejor forma de terminar esta reseña que con el mismo epígrafe de P. Ricoeur con el cual comenzó: (…) hybris, que lleva a nuestro pensamiento a erigirse en dueño del sentido


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