Características del lenguaje como código y como
espacio de diversidad
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
El presente texto tiene como objetivo presentar las
características del lenguaje como unidad y como espacio de diversidad, con base
en “El lujo del lenguaje”, texto escrito por Jesús Tusón. Luego de dicha presentación,
se tratará de encontrar el punto de liaison
entre esas características.
La sintaxis, el simbolismo y la capacidad de
extraer diversos sentidos de lo que se oye o se escribe son la base para
afirmar que el lenguaje (innato, por supuesto) se presenta como código
unificador. Todas las lenguas se caracterizan por estos universales: una
sintaxis limitada en todas las lenguas que no permite cualquier tipo de orden,
por tal razón, jamás se oyen proposiciones como “El sol se cada día pone”; el
simbolismo afirma al lenguaje, debido a que toda lengua es arbitraria y a la
capacidad humana de relacionar sonidos con significados; por último, la
capacidad de reconocer diversos sentidos en las estructuras o en partes de
ellas, como la distinción de un agente y de un lugar en oraciones con
estructura de pasiva (fue recibido por el comisario, fue recibido por el
pasadizo), aceptar esta afirmación como universal permite, juntando a esto
simbolismo y sintaxis, hablar de la unidad del lenguaje.
Teniendo en cuenta lo anterior, se presentarán
algunas ideas que sustentarán lo ya dicho. Según Roger Bacon, la gramática es
solo una y la misma para todas las lenguas y, cuando se afirma esto, se da por
sentado que por encima de todo, una lengua es su arquitectura formal, es decir,
su morfología o sintaxis, aquello con lo que se alude a cualquier tiempo verbal
y con lo que se distingue un agente de un objeto. Incluso en los actos de habla
se encuentran elementos comunes: se forman plurales, se aplican los mismos
pronombres, etc. La estructura de nuestra lengua, afirma Jesús Tusón, es la
propiedad compartida de que todos gozamos; aquello que nos permite comprender y
ser comprendidos.
Lo dicho hasta el momento sustenta la idea de que
todas las lenguas son iguales y que es en la estructura donde se hermanan los
hablantes y no en el léxico, que varía. Todos los humanos poseen una gramática
universal que les es innata, y al parecer conocen los límites de sus lenguas de
manera inconciente, ya que no pueden ordenar a su gusto las oraciones que escriben
o dicen: la sintaxis aparece de nuevo como universal lingüístico, y como
universal lingüístico también su límite.
Por otra parte, el lenguaje es el sistema simbólico
más elaborado, tomado como el instrumento de mayor excelencia y flexibilidad
para la comunicación. Todas las lenguas son simbólicas, arbitrarias, y debido a
que las palabras no guardan relación con los objetos a los que representan, la ambigüedad
aparece como el segundo tipo de conocimiento lingüístico, después del uso
gramatical y creativo (sintaxis) de una lengua. He aquí otro punto, según
Tusón, donde se hermanan los humanos: son capaces de emitir juicios sobre la
ambigüedad de aquellas oraciones que pueden ser interpretadas en más de una
forma[1].
Es muy poco lo que resta de la capacidad humana de
extraer los sentidos de las estructuras: solamente puede decirse que el humano
reconoce el rol del sujeto o del objeto en la estructura oracional que se
presente. De esta manera, el lenguaje se presenta como código unificador.
Ahora bien, si bien es cierto que hay
características que forman al lenguaje como código unificador, también es
cierto que por cuestiones diacrónicas, diatrópicas, diatráticas y diafásicas el
lenguaje es un espacio de diversidad, y esa diversidad habita en el léxico. El humano
habla una variación de lengua y es adscrito a este o aquel dialecto; por otra
parte, tiene la capacidad de cambiar de registro para adaptarse a las
situaciones de la vida cotidiana y, por convención, habla una lengua estándar
que es exigida por la comunidad lingüística a la que pertenece. En cualquier
registro o variación de lengua se mantiene la sintaxis, pero a la vez se presenta
un cambio en el léxico que sustenta la diversidad, y, en ocasiones, el simbolismo
estándar o convencional varía aunque las palabras sean las mismas: se ha dicho
que el simbolismo es universal y que afirma al lenguaje como código unificador,
pero dentro de un diasistema (tomando el concepto de Coseriu), específicamente
en una Norma lingüística, unas palabras que hacen parte del estándar pueden ser
símbolos precisamente no de las mismas cosas, en otras situaciones, en otros
lugares o en otros tiempos.
No obstante, la diversidad no es excesiva: Sapir,
según Tusón, afirma que si el entorno físico de un pueblo se refleja
ampliamente en su lengua, esto vale también en lo que se refiere a su entorno
social[2], y
en ese entorno físico todas las lenguas disponen de palabras para significar,
por ejemplo hipónimos de naturaleza: árboles, plantas, ríos; así que “El mundo
(…) no permite una diversidad excesiva porque los elementos que constituyen el
entorno físico se hallan distribuidos universalmente en el tiempo y en el
espacio”[3];
es decir, por más diversidad que haya, siempre habrá palabras que designen a
las cosas del mundo, y entonces, se hablaría de una diversidad asentada en el
léxico de las lenguas. Las características del léxico, su carácter superficial
y fácil al cambio, hacen de éste el nivel idóneo donde se pueden reflejar con
amplitud las diferencias entre los grupos lingüísticos[4].
Evidentemente, de una lengua a otra cambia el léxico como puede cambiar por una
variación intraidiomática; la diversidad habita en éste (el léxico), como la
unidad, en la estructura.
Por último, podría afirmarse que en la diversidad
(del léxico y no en lo que éste representa) también hay sintaxis, es decir,
también hay unidad. En tal caso, se unirían por el hecho de que para poder
fijar una unidad en el lenguaje es necesaria la búsqueda de universales lingüísticos
que fundamentan la unidad, el simbolismo y la sintaxis, y que solo son
encontrados en la diversidad lingüística. Entonces, se sabe que existe la
unidad del lenguaje debido a la diversidad del mismo.
BIBLIOGRAFÍA
Tusón, Jesús. El lujo del
lenguaje. Madrid: editorial Paidós, 1989.
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