El papel del Ejército Nacional en dos masacres colombianas
Jhon Monsalve
Imagen tomada de: https://steemit.com/history/@arielpr/the-banana-massacre-the-day-that-u-s-murdered-thousands-of-innocent-colombians
El 6 de diciembre de 1928, luego de
que el presidente Abadía Méndez decretara la orden de fuego hacia los
trabajadores de la United Fruit Company, los soldados encargados de acabar con
la huelga llevaron al pie de la letra tal orientación: dispararon contra los
campesinos que laboraban para la empresa estadounidense y ocasionaron la que
podría ser una de las masacres más cruentas de la historia colombiana. Algo
similar ocurrió en Bucaramanga el 11 de octubre de 1981, cuando, después de un
desorden público generado por una supuesta falla arbitral, se hizo el llamado
al Ejército Nacional para que interviniera, y, efectivamente, el resultado de
su participación fue la sangre derramada en los suelos del Estadio Alfonso
López. De este modo, el Ejército Nacional ha sido protagonista de dos masacres
que ponen en duda el papel social de este ente del Estado. En el siguiente
artículo, se expondrán las similitudes de estas dos masacres: el abuso de
poder, la polémica por el número de muertos y el olvido de estos hechos por
parte la sociedad.
El Ejército Nacional tiene como
misión, según lo que se expone en su página
oficial, conducir "operaciones militares orientadas a defender
la soberanía, la independencia y la integridad territorial y proteger a la
población civil y los recursos privados y estatales para contribuir a generar
un ambiente de paz, seguridad y desarrollo, que garantice el orden
constitucional de la nación". Esta misión da cuenta de unos deberes
institucionales que no pueden transgredirse porque se comprenderían como abuso
de poder. Por ejemplo, si se dan operaciones militares para proteger a la
población civil, los actos que se implementen para ello deben ser acorde a los
derechos de los seres sociales implicados. Es decir, si bien el Ejército
Nacional puede defender a un árbitro o a unos hinchas no puede tomar la
decisión de asesinar a otros civiles bajo el argumento de que debe implementar
el orden para proteger a una parte de la población. Lo mismo sucede en la
historia de la Masacre de las Bananeras, en donde el Ejército actúa bajo
mandato presidencial con el fin de proteger los recursos privados de la empresa
United Fruit Company, pero pasa por encima de los derechos de los ciudadanos
huelguistas.
Bien es sabido que, según los
documentos históricos oficiales de la historia colombiana, la Masacre de las
Bananeras dejó solo nueve muertos y que, sin acudir a la imaginación
de García Márquez en Cien años de soledad, se puede argumentar
con discursos de la United Fruit Company y de los sobrevivientes que fueron más
de mil, tal como lo afirma la Editorial de El tiempo en 2010: "Pero los
sobrevivientes -y un funcionario diplomático estadounidense- afirman que la
masacre dejó más de mil cadáveres, que habrían sido arrojados al mar antes del
levantamiento por parte de los peritos oficiales". Este dato da cuenta de
la actitud del Ejército Colombiano ante la cantidad de muertos: además de haber
masacrado a la comunidad trabajadora, esconde los cuerpos para simplificar la
tragedia y no implicar al gobierno. Algo similar ocurre con la masacre de los
hinchas en el partido entre el Atlético Bucaramanga y el Junior de Barranquilla
el 11 de octubre de 1981: el Ejército los asesina y se escribe en los
documentos oficiales que los muertos no fueron más de cuatro, cuando en
realidad pueden superar varias decenas, como afirma el narrador de fútbol
González, quien estuvo presente: “Hubo muchos más muertos de los que
dicen. Yo vi como sacaban gente en bolsas”, y ante lo cual Vanguardia Liberal
complementa: "El reporte oficial habla de cuatro muertos y más de 30
hinchas gravemente heridos. Sin embargo, nadie que haya estado allí cree que
esa cifra sea cierta".
Lo triste de estas historias es que
terminan favoreciendo al gobierno colombiano de una u otra forma, ya sea por la
tergiversación de la información o por el olvido de los colombianos. Bien lo
representó García Márquez en la conversación que mantiene José Arcadio Segundo
con una de las habitantes de Macondo que no sabe de qué muertos le habla el
Buendía herido. Bien se representa en la última parte del primer capítulo
de La casa grande, de Cepeda Samudio, cuando uno de los soldados
antecede el olvido en que quedará la masacre. Y no solo ocurrió con la crueldad
del ejército en las bananeras, sino también con la masacre del Alfonso López:
quedó en el olvido, nadie la recuerda, ni los hinchas que parecen estar más
pendientes de las riñas que de los asuntos importantes de su equipo. Vanguardia
Liberal también enfatiza en el problema de alzheimer de los bumangueses:
"Será un ‘deja vu’ histórico enmarcado en el olvido de lo ocurrido ese 11
de octubre de 1981, indiferencia denunciada por varios de quienes vivieron la
tragedia, para los que no se ha hecho suficientes esfuerzos para recordar a las
víctimas".
A partir de lo anterior, se puede
concluir que el papel del Ejército Nacional tanto en la Masacre de las
Bananeras como en la Masacre del Alfonso López ha ido en contra de
su misión como ente estatal. El hecho de que los documentos oficiales
escondan el número real de muertos hace ver la protección que recibe el
Ejército Colombiano ante actos atroces que perjudican a la población civil.
Además, la complicidad de los medios de comunicación, de los colegios y otras
instituciones educativas ha sumido en la ignorancia a la población para que
olviden rápidamente. Queda, por tanto, en duda el rol del Ejército Nacional en
cuanto a su función social.
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