En el camino para una mejor Licenciatura
en Español y Literatura, en la Universidad Industrial de Santander
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
Creo
que llegó la hora, como maestros y como estudiantes, de dejar los beneficios
particulares a un lado, para pensar en los beneficios sociales. Este texto no
es una crítica, ni una puñalada trapera para la comunidad académica estudiosa
de la lengua, de la pedagogía y de la literatura. Solo trato de exponer lo que
debería ser prudente en el proceso de formación de docentes en la Licenciatura
en Español y Literatura de la Universidad Industrial de Santander. Y empiezo
con ello: formamos docentes, ante todo, y a veces creo que enfocamos más
nuestra atención en formar lingüistas o críticos literarios. La
responsabilidad, por supuesto, parece ser compartida. Por un lado, los
profesores que piensan que la relación entre didáctica, pedagogía, literatura y
lingüística debe darse, claro que sí, pero que compete a otros profesores y no
a ellos, y de otra parte, los estudiantes que creen estudiar Literatura Pura, o
Lingüística Pura o Francés Puro, porque quieren ser de todo, menos docentes.
Ay, qué problema el que tenemos: cada uno tira para el lado que le conviene y
sustenta sus argumentos a partir de premisas muertas si se dejan solas, sin relacionarlas
con la columna vertebral de la carrera: la educación. Decimos que el Francés es
fundamental para la vida profesional, que el análisis literario riguroso es
imprescindible para comprender a fondo la importancia de la literatura, que los
análisis etnográficos en el área de la Lingüística son necesarios para entender
las variedades de la lengua, y todo eso está bien, claro, es más, me gusta, y
estoy en total acuerdo con que se haga, pero sin discriminar (veo que eso es lo
que ocurre) la esencia, la fuente, de cualquier licenciatura. Entendamos, como
maestros y como estudiantes, que urge una imperativa relación entre lo que se vea
en cada materia con la enseñanza de la lengua española y de la literatura. ¿Por qué hacer mala cara cuando esto ocurre?,
¿por qué tratar de evadir la educación, echarla a un lado, porque lo que debe
predominar es la materia que dictamos, o que veamos, si somos estudiantes?,
¿por qué no relacionar cada tema visto, cada libro leído, cada teoría tratada
con la manera de llevarla al aula? Si no lo hemos hecho, tal vez sea porque nos
da miedo, porque, en el fondo, nos preguntamos si en realidad tenemos los conocimientos
de didáctica y pedagogía para hacerlo, y si somos estudiantes, ni nos
percatamos, porque, aunque critiquemos la educación, parece ser que no hacemos
nada para mejorarla, y una manera de empezar, sugiero, es exigiendo esto en
clase: Profesor, ¿y este poema cómo lo llevamos al aula?, ¿es pertinente en noveno
o en sexto?, ¿y cómo hago, yo, como docente, para que mis estudiantes de
bachillerato tengan amor hacia la literatura?, ¿y esto manejado con TIC cómo
sería? Ay, profesores y estudiantes, comprometámonos en esto, y daremos los
primeros pasos en este proceso de acreditación que se avecina y en este cambio
de pénsum tan demorado.
Sé
muy bien que la carrera es nueva, que no hace mucho se separó de la
Licenciatura en Idiomas, que los bebés tienen que usar pañales hasta, máximo,
los cuatro años, si es que sufren de algún problema. Nosotros llevamos muchos
más, y le seguimos cambiando los pañales. Parece que la primera vez no fue
suficiente. Se los cambiamos, claro está, porque ese montón de créditos que hace
unos años acompañaban al Francés eran irrisorios: había, si no estoy mal, más
créditos en esa materia que en alguna Lingüística o Literatura. Hubo un gran
avance, sin duda, pero hace falta más, ya veremos, pero, mientras tanto, entre otras
cosas, algo que quitaron durante el primer baño con agua fría: la intensidad de
prácticas pedagógicas. Menos mal que, para bien, en un momento justo, llegó una
propuesta del Ministerio de Educación con respecto a las prácticas de las
licenciaturas: esperemos que esto se tenga en cuenta, que las prácticas inicien
mínimo en tercer semestre, que no haya más alumnos arrepentidos de ser docentes
al final de la carrera. Permítanme y me centro en estos dos puntos durante un
par de párrafos.
Reitero
que el desacreditaje
del Francés fue un avance: no podíamos vivir en torno a ello, porque no era prioridad; es
más, no debería aparecer en el pénsum de la carrera: nunca debió haber estado
en él. Y no es que tenga algo contra el estudio de esta lengua; en absoluto (ni
siquiera porque algunos profesores envían a estudiantes a trabajar gratis en la
Alianza Francesa de Bucaramanga, y lo siguen haciendo, y nadie dice ni hace
nada). ¡Cuántas veces, sabrá el Pretérito, comí y viví gracias a las clases de
Francés que daba de manera particular! A esta lengua le debo la comida y la
tranquilidad de aquello días en que, como recién egresado, no tenía ni para
montar en bus. Y ya. Pero una cosa es que haya sido útil para algunas personas,
y otra muy distinta es que sea pertinente en la carrera. Ya sé que algunos
dirán, y ruego de nuevo que olvidemos las inclinaciones pasionales, que a
través de esta lengua se han logrado intercambios, continuidad de estudios en
Francia, convenios con universidades, etc. Pero es fácil considerar lo anterior
como sofisma, porque todos esos logros se alcanzarían con otra lengua
cualquiera, y me atrevería a decir que más, muchos más, con el inglés. No se puede negar la importancia del inglés en
nuestra sociedad, en la globalización, en nuestro campo laboral. No se trata de
si estamos siguiendo los parámetros del Norte; se trata, más bien, de ser
conscientes de que las telecomunicaciones, el internet, la información
académica, los congresos, las hojas de vida, los posgrados, la experiencia
profesional exigen en la actualidad un manejo aceptable de la lengua inglesa. Nadie
lo puede negar, y si el Francés llega a funcionar, si se quiere, como la lengua
extranjera por antonomasia en el futuro, será entonces, y no ahora, que debería
estudiarse en una Licenciatura en Español y Literatura. Hay propuestas de que
el idioma que se estudie en la carrera sea voluntario, a partir de las necesidades
de los estudiantes, y si me lo permiten, estoy en desacuerdo. Es algo sencillo,
fácil de explicar: el inglés debería ser la lengua extranjera principal estudiada
en esta licenciatura, y los que quieran, ahora sí por voluntad, que vean de
contexto la otra lengua, la que tanto les gusta, y que aprovechen la
posibilidad que da la universidad de ver hasta cuatro niveles, aun si los
créditos de contexto ya se han invertido en ello. Eso sí: tienen que ser muy buenos
para llegar a los cursos superiores, y no dudaré, ni más faltaba, de que lo
logren: a los que les gusta el italiano o el francés harán lo posible por
estudiarlo al máximo, como hacen con las literaturas, las lingüísticas y los
talleres de lenguaje, ¿o no?
Hace
unos años, antes de la primera reforma de pénsum, se veían cuatro semestres de
prácticas pedagógicas, y por motivos que desconozco, los bajaron a dos. ¡Qué
triste, ala, dos semestres de prácticas en una carrera de licenciatura! Y luego
nos quejamos de los profesionales de nuestra escuela. He visto a profesores,
tanto de cátedra como de planta, sacando de apuros a los practicantes, porque
estos no saben qué textos trabajar en un curso específico o cómo enseñar
ortografía en sexto. Situaciones mustias, complejas, que dan ganas de llorar,
de reclamar, de protestar. A veces, ante tales situaciones, no culpo a los estudiantes,
sino a sus profesores de la Escuela de Idiomas, que tal vez no hicieron, no
hicimos, el mejor trabajo con ellos, que se nos escapó algo, que la
metodología, las teorías, las pautas, los textos, la literatura no sirvieron de
nada porque nunca, nunca, nuca lo pusimos en contexto, ni en práctica. Yo sé
que los estudiantes tienen autonomía, que deben indagar por sí solos, buscar,
investigar, pero son alumnos aún, y
necesitan mediaciones, que deberían, y así lo esperan, encontrar en el maestro.
No sé si lo más grave es que hay profesores de la carrera que no caemos en la
cuenta de nuestros errores, de nuestros resultados, de los tropiezos que causamos en los estudiantes, o si lo peor es que ellos, los estudiantes, pasan semestre tras semestre
callando estas cosas porque ni se enteran
o porque les importa poco. Las prácticas deben volver no con la intensidad de
antes, sino con una intensidad mayor, porque más que literatos o lingüistas los
estudiantes de nuestra licenciatura serán profesores, los que tendrán la
responsabilidad de aportar un grano de mostaza (por aquello de la esperanza) al
mejoramiento de la educación en Colombia, y como vamos… ¿vamos bien? Y cuando
hablo de una mayor intensidad no me refiero solamente a la propuesta del
Ministerio de Educación, sino a la compaginación que deberá haber en todas las
asignaturas de la carrera, en las que se trabaje siempre en pro de una
mediación didáctica y pedagógica seria, responsable, que vaya más allá de los
propios intereses, que nos beneficie a todos como estudiantes, como docentes,
como ciudad y como país. No me gustaría ver, luego del nuevo cambio de pénsum, a
docentes y estudiantes lavándose las manos porque las prácticas y las
cuestiones educativas son únicamente de las materias pedagógicas y didácticas.
No. Este texto, entre otras cosas, es una invitación al compromiso, al cambio
trascendental, al no volver atrás.
Los
egresados, que ya han tenido experiencia docente, no me dejarán mentir en lo
que viene. Uno de los traumas más recurrentes se evidencia en el momento en que
el nuevo docente abre un libro de texto, exigido por el PEI de algún colegio, y
se da cuenta de que ni los textos, ni los movimientos literarios, ni los
géneros textuales le son familiares. ¡Oh, sorpresa! No, eso es normal, y se
debe a dos cosas, que hay que empezar a cambiar: la primera es que, aparte de
las teorías y análisis literarios, no hay asignaturas generales de la
literatura. Ya sé que dirán que en esto sí me equivoco, que ya me pasé de sapo,
que ya había sido suficiente con lo de proponer como lengua transversal de la
carrera el inglés, que lo que quiero yo es que se elimine el rigor en la
literatura, que ya no analicemos los textos como lo hacemos, que así es
imposible entrar a una maestría, que yo me pasé de sapo, carajo, que ya es suficiente
tanta vaina, que mejor me vaya a estudiar ortografía (que es lo único que más o
menos me sale bien), que no me vaya a tragar la carrera, que la idea es ver
materias serias, con dedicación, etc. Y sí, estoy de acuerdo con todo ello,
pero mi propuesta, y la de muchos, es que se delimiten muy bien las materias.
Claro que el rigor es importante, pero también lo es la generalidad, el
reconocimiento y comprensión general de la literatura universal, española,
colombiana y latinoamericana. Por lo tanto, sería imprescindible una literatura
general de cada una de ellas, y a la par, por qué no, una literatura
particular. ¿Sería genial, no? Y más que genial, muy oportuno y pertinente.
Piénsenlo: no quiero acabar con el rigor; lo que busco es que, al menos, frente
a un texto de bachillerato (que nunca trabajemos porque, claro, somos
innovadores en el aula), haya familiaridad con lo que se muestra allí. Pero
tampoco voy a culpar de todo a la libertad que tienen los docentes de dar sus
cátedras. Ni más faltaba, ala. También hay responsabilidad, y grande, en los
estudiantes que no van más allá de lo visto en clase, que se enfrascan en dos
libros para toda la vida y durante toda la vida los enseñan porque no leen más,
no investigan más, no vuelven más a una biblioteca, ni a un congreso. Pero
vuelvo a dármelas de abogado del diablo: los estudiantes, con toda la autonomía
del mundo, necesitan de una guía, de una brújula que los dirija, de lo
contrario cómo serían de interesantes las cátedras de nuestros licenciados, cuando
lleven al aula a Paulo Coelho y a Carlos Cuauhtémoc Sánchez.
Y
por último, al menos dos Didácticas de la Literatura son más que necesarias. Y
si me lo permiten, aparte de una Literatura Universal y de las literaturas
generales que ya indiqué, que se sumen dos literaturas juveniles. Las razones
sobran, ¿o no? O haremos como alguien por ahí que trabajó un cuento de Borges
en sexto, y se ganó el repudio de los estudiantes hacia la literatura y hacia
Borges (no supe qué cuento fue, pero los niños no quisieron saber nada más
sobre el escritor argentino). No sé. Pero, al menos, piénsenlo. Yo sé que un
solo ejemplo no basta, pero estoy seguro de que comprendemos que hay textos
pertinentes, según la edad del estudiante, y que esos textos están, pero no los
conocemos.
Quedan
muchas cosas por decir, como la pertinencia de una que otra materia en la
carrera, o lo oportuno de la metodología en materias que no nombro porque me
metería en problemas (materias buenas, pero mal enfocadas); ustedes sabrán a
cuáles me refiero. Lo único que se necesita para alcanzar estos u otros fines
es olvidarnos de nuestros propios intereses, para trabajar en conjunto por una
verdadera educación. Dejo esto aquí escrito, y si se dieron cuenta, no pienso
solo en mí. Si alguien ve que persigo intereses particulares, como pueden
hacerlo otros, seguiré, lo juro, la invitación que aquí hago: si es por el bien
de la educación, renuncio a todo lo que me pueda beneficiar y prometo trabajar
fuerte, con responsabilidad, por una carrera mejor, por una Licenciatura en Español
y Literatura, que hoy hace parte de mi diario vivir, de mi felicidad y de mis
sueños.
Saludos!
ResponderEliminarEstimado Jhon
He leído tu artículo y concluyo que tenemos ideas muy afines. Me gustaría que nos pudieramos comunicar vía email para tratar temás afines.
Att, Joel Bernal
Email: Joelroses12@hotmail.com