Reseña del cuarto capítulo de Oralidad y Escritura
(Jhon Monsalve)
El título de este capítulo presenta una de las principales ideas de todo el libro de Walter Ong: la escritura como reestructuración de la conciencia. El autor comenta algunos datos históricos con respecto a las tecnologías de la palabra y las críticas que reciben en su génesis. Pone ejemplos de Platón, que veía de forma negativa la escritura porque disminuía la capacidad de la memoria, y hace una comparación con la imprenta y la informática (me refiero a los computadores), cuyas opiniones al respecto han sido similares a las que Platón dio de la escritura. Entre estas tecnologías, la escritura es la más radical: fue el inicio de lo que la imprenta y la informática siguieron.
El autor dice que una de las principales diferencias entre la escritura y la oralidad es que la primera se realiza de manera consciente, mientras que la otra, en relaciones intersubjetivas, se presenta de forma inconsciente. Las tecnologías de la palabra, afirma W. Ong, no degradan la vida humana, sino la mejoran. La escritura, la más importante de estas, es la que ha moldeado e impulsado la actividad intelectual del hombre moderno. La escritura no es simplemente una parte del habla, sino una transformación de ésta y del pensamiento.
El autor hace un barrido histórico de la escritura: desde la cuneiforme mesopotámica, 3500 años a. de C., pasando por la escritura semítica, de donde derivan, de una y u otra forma, todos los alfabetos del mundo, exceptuando el chino, llegando hasta los griegos, que adicionaron las vocales al alfabeto, ya que ni el hebreo ni cualquier otra lengua semítica, las tenían.
El autor dice que cuando empezó a conocerse la escritura, empezó también a restringirse a algunos grupos especiales, como el clero, por el hecho de que se consideró como instrumento de poder secreto.
W. Ong afirma que el paso de la memoria a los textos escritos fue lento y de muchas dudas para los que se enfrentaron al cambio, en ese entonces. Los documentos no inspiraban confianza. Estaban habituados al poder de la palabra, a la psicodinámica de la oralidad, que, adaptarse a un nuevo sistema de significación como la escritura, les era difícil. En cuanto a las psicodinámicas de la textualidad, el autor las presenta dando algunas características acerca de la escritura: por ejemplo, tanto el lector como el escritor carecen de contexto. El ejercicio de escribir es completamente individual, por lo tanto no hay un auditorio, ni un tiempo, ni un espacio disponibles. Una psicodinámica particular de la textualidad es la ironía: la escritura es la tierra fértil de la ironía, y cuanto más perdurable sea la tradición de la escritura, más vigoroso será el crecimiento de la ironía.
La escritura se caracteriza por la posibilidad de precisión. Se puede volver al texto para corregir errores, pero el lector no se dará cuenta de cuáles errores se corrigieron. Es lo que Goody llamó Análisis a la inversa. Por otro lado, los grafolectos tienen cabida en la escritura por el hecho de que siendo dialectos, haciendo parte de subsistemas de la lengua, llegan a apoderarse por cuestión política o religiosa de una sintaxis particular que estandariza todo el país: donde existe un grafolecto, la gramática y el uso correcto generalmente se interpretan como la gramática y el uso del grafolecto mismo, sin tomar en consideración los de otros dialectos.
El autor presenta influencias recíprocas con respecto a la oralidad y a la escritura: la retórica usada en los textos y los tópicos rescatados como intertextualidad en la escritura. Los tópicos se usaban, sobre todo, por cuestiones de memoria: memorizaban cosas comunes en las historias o textos; hoy se hace lo mismo en la escritura. Por otro lado, la retórica intentó rescatarse hace unos siglos, pero quedó dentro de la escritura normativa. Otra de las influencias recíprocas se dio con las lenguas cultas: se recurrían a ellas para hacer los escritos serios y para estudiar las ciencias.
El autor termina el capítulo diciendo que la oralidad persiste. En el Renacimiento, aunque había textos impresos, se dirigió la mirada a textos orales antiguos, y las prácticas religiosas leían sus libros sagrados, como aún hoy lo hacen en voz alta, por ser la palabra del Ente divino, según ellos, la que predicaba.
gracias que bacano, un besito
ResponderEliminartodo bien
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