Nuestro politeísmo
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
Sin darle crédito a la razón, ofrecemos nuestros triunfos y desdichas al vacío. No
aceptamos que somos capaces de zanjar el bosque espeso de la vida para definir
nuestro propio camino. Todo lo aducimos a otros. Un día nos sentamos a divagar,
en distintas partes del mundo, sobre el poder del sol, de la luna, de la
estatua que incrustábamos en altares, y adrede, para parecer enanos. Siempre
con las ansias de ser inferiores, de vivir en el suelo, estancados, de
rodillas, humillados por nuestros propios inventos. Arriba el astro o la
creación mágica y escultural de un pedazo de piedra o de mármol que existe por
el rol de manto que cumple en los momentos de hielo en los que está embutida la
vida.
Y
no nos conformamos con uno. La sangre de la Conquista se justificó, entre otras
sandeces, por la cantidad de dioses que había en esos territorios. Fuimos
politeístas y nos mataron por ello. No aceptaron, si quiera, que mantuviéramos
nuestras divinidades a la par con la suya. El monoteísmo inquisidor de la Edad
Media se implantó en la fe de los españoles, aun cuando la rebelión del yo,
propia del egocentrismo renacentista y de la ilustración opaca, alzó su voz
ante las llamas que volvieron cenizas opiniones opuestas. Fue y sigue siendo el
miedo de la Iglesia a perder el poder. Los griegos eran politeístas y, por tal
error, vivieron subsumidos, durante un milenio, en los archivos pecaminosos de
los gloriosos aposentos, lejos del lugar en que se ubicaba la Santa Biblia, la
más sanguinaria, injusta, misógina y corrupta de todas.
Mientras
tanto, y sin darse cuenta, iban formando por obligación, con el Santo Oficio y
las Cruzadas, una doctrina politeísta más absurda que las abolidas por ellos
mismos. Los santos iban surgiendo, poco a poco, con el ritmo paulatino que
merece el elogio a varios dioses. Tal vez los griegos, nuestros aborígenes y
cientos de culturas politeístas cometieron el error de formar intempestivamente
clanes divinos para momentos diversos de la existencia humana porque uno solo,
por más fuerte que fuese, no podría cumplir con todo.
Pero
al fin de cuentas, los padres de la Iglesia junto a sus feligreses terminan
haciendo lo mismo. Es la imagen de un burro bravo que se mofa entre gruñidos de
las orejas de burros mansos. Y junto a los santos se van apareciendo vírgenes
débiles que, con pertinencia, representan a la mujer cristiana, supeditada y
siempre tras el refugio de las lágrimas. Donde aparezca una virgen aparece un
nuevo dios que ayuda, entre la ya dudosa omnipotencia, al jefe de todos,
incluso de nosotros mismos, que inventamos un día para que menguara, de cierto
modo, nuestra estupidez.
Pero
ni los santos ni las vírgenes bastaron. Ahora los ángeles se labran su espacio
en el cielo y en la fe de los cristianos… los mismos que masacraron a los que
éramos y ya no somos porque pasamos a ser ellos. Y adoramos al dios que lideró
las matanzas aborígenes en la búsqueda de un bien que para nosotros era un mal
y que hoy, ingenuamente pero también hipócritamente, se volvió nuestra razón de
vivir y de ser en el mundo. Los ángeles aprovechan la historia y se cuelan en
el imaginario de los reyes, de los dueños del universo, de los verdaderos
monstruos, hasta el punto de dudar si los ángeles no son más que peones de una
divinidad mayor, que llegan a convertirse en semidioses con alas, o son
verdaderos fantasmas creados, como todo en el mundo, por la extraña necesidad humana
de adjudicar sus éxitos a otros. En este punto aparece la imagen de la modestia
para justificar los desmanes capitalistas.
El
politeísmo invade nuestra cultura: una divinidad y miles de súbditos. Pero ni
siquiera podemos hablar de un solo dios, si ya le hemos otorgado la cualidad de
ser tres. Desde los inicios, cuando aún el Cristianismo no tenía vírgenes y se
conformaba con uno que otro santo no canonizado o con uno que otro ángel, ya
había partido en tres a Dios, y Cristo era solo una cabeza. Y este monstruo de
tres cabezas que hoy tiene más mil no ha podido con la maldad humana que se
trepa en lo más alto de los estados sociales; más bien pareciera que da el
visto bueno en las decisiones políticas porque, en su nombre, se firman
decretos y se violan derechos. O quizá no nos hemos dado cuenta de que los
padres de la patria, al fin de cuentas, son, como el papa, vicarios de Dios. Si
es así, el tiempo no alcanzaría para contar a los dioses.
me encataria que hicieras una critica entre la politica y la religion. como ejemplo el Pte de Venezuela y los pajaros que vio, con un msg de Chavez.
ResponderEliminarMuy buena idea y muchas gracias. La voy a pensar para escribirla en los próximos meses. Muchas gracias por comentar. Saludos.
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