MIGUEL
TORRES EN ULIBRO 2013:
EL
CRIMEN DEL SIGLO, UN CIGARRO Y UNA FIRMA
Jhon Monsalve
Como
Juan Roa Sierra divisaba la figura de Gaitán detrás de un carro o de un árbol
para escribir en su libreta los pasos del caudillo con el fin de que cuando
llegase el día del asesinato no hubiera ningún percance, así mismo mi visión se
fijaba en Miguel Torres de quien tomaba nota para poderlo abordar. Nadie puede
negar la calidad literaria que se evidencia en la obra de este escritor
colombiano que, en mi opinión, junto a Burgos Cantor y a Juan Gabriel Vásquez,
se ha convertido en un icono de nuestra buena literatura dentro y fuera del
país.
Miguel
Torres venía a hablar de “Incendio de abril”, novela polifónica que trata sobre
los testimonios de aquellos que fueron testigos de la muerte de Gaitán a manos
de Roa Sierra. No obstante, el 70% de la charla que se llevó a cabo en el
auditorio Jesús Alberto Rey Mariño de la Universidad Autónoma de Bucaramanga
tuvo como eje temático la novela precedente: “El crimen del siglo”. En ella se
cuenta, a partir de elementos de la realidad y de la ficción, en el mejor híbrido,
la manera y las razones que llevaron al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Juan
Roa Sierra que, según la historia, fue el que disparó contra el caudillo, es presentado
por Miguel Torres como un hombre de poca suerte, desempleado, con muchos
problemas personales e incapaz, a simple vista, de matar una mosca.
En
la charla, el escritor colombiano describió las peripecias por las que tuvo que
pasar para lograr la escritura de esta novela: trató de contactar a los
descendientes de Roa, fue al barrio Ricaurte, donde se supone vivía, buscó en
el directorio más antiguo que halló a todos los que tuvieran el apellido Roa y
llamó a uno por uno, y no logró su objetivo. Sin embargo, según lo que contó,
tenía acceso a documentos de aquella época y con la información que obtuvo
escribió sus primeras páginas en el año 2002.
Mientras
Miguel Torres hablaba, un señor, con un grado de locura notable, replicaba cada
idea del autor con sandeces y groserías. Afirmaba que él (el señor) había
escrito el libro de Judas, que Miguel era un zángano, que todo lo que decía era
falso. Los que estaban a su lado, se levantaron de sus puestos en busca de
otros, mientras los encargados de la logística hacían hasta lo imposible por
callarlo, sin que se fuera a malhumorar hasta el punto de hacer un escándalo. Yo
estaba concentrado en el mundo de la obra de Miguel Torres, en que la cámara
grabara lo mejor posible y en la mano Yésica, la que siempre, desde hace tres
años, me ha dado la más estable tranquilidad. Así me olvidaba del señor aquel
que, en un ataque de ira, podría atentar contra su Gaitán personal, que parecía
ser el autor de “El crimen del siglo”.
Pero
ya, dejemos esto hasta aquí, y contemos lo del cigarro y la firma. Desde que me
enteré de la presencia de Miguel Torres en la UNAB quise hablar con él, quise
comentarle sobre mis proyectos de investigación a partir de su obra, quise una
foto y una firma. Tomaba nota de sus pasos antes de entrar al auditorio. Cuando
llegó se fumaba un cigarrillo y luego, al ver que aún tenía tiempo, salió a
fumarse otro. Lo abordé cuando se sentó en una banca de la universidad a
descansar de las entrevistas del día. Mucho gusto, maestro: leí su novela “El
crimen del siglo” y me parece que se cumplió lo que Álvarez Gardeazábal pensó
imposible: la escritura de una perfecta novela de la violencia: “No habrá una
novela de la violencia que recoja todo el periodo y lo vuelva trascendente, y en este caso
sería el final del periodo evolutivo que mencionábamos, hasta que no se
rescaten esos valores mínimos de
apreciación estética en medio de los que todos consideran una vergüenza nacional. Hasta que no se tome una conciencia exacta para que el fenómeno ni
apasione ni aleje. Para ello el autor
debe haber sentido la violencia, estudiado
detalladamente sus frutos y consecuencias y logrado de todo ello una visión objetiva capaz de ser fabulada.
Antes de llenar estos requisitos no se
producirán sino obras iguales o peores que las aquí analizadas”. ¿Me firmaría el libro, maestro?
Y después de esto, Yésica nos tomó una foto, nos despedimos y tomé nota. Si el
señor de la locura aquella hubiera estado en mi lugar, otra sería la historia.
Tal vez junto a Roa, estaban muchos colombianos en su lugar.
Jhon, nuevamente, muchas gracias por escribir. Me encantó este artículo. La época de lo que se conoce como la violencia en Colombia está rodeada de diferentes elementos que convergieron en la muerte de Gaitán. Y, de una u otra manera, él debía morir; tenía enemigos en todas partes. Lo que decía Miguel Torres en la conferencia, también asistí, es muy cierto: "Roa, puede decirse, fue un chivo expiatorio de lo irreversible".
ResponderEliminarEn total acuerdo, Yésica. Para unos Gaitán era comunista; para otros, nazista. Por lado y lado se veía y se venía lo irreversible. Gracias por su comentario.
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