viernes, 16 de diciembre de 2011

Propuesta para el profesor Camilo Jiménez

Comentarios sueltos sobre Redacción:
Una especie de propuesta para el profesor Jiménez
Basado en la carta de renuncia de Camilo Jiménez,
profesor de La Universidad Javeriana (Documento adjunto)

Redactar no es cosa fácil. Cuando escribimos, debemos tener en cuenta muchas cosas. Hay comas correctas que muchos no aceptan, hay oraciones bien formadas que quedarían, sin embargo, mejor si se escribieran de otra forma. Pedir una redacción perfecta, posiblemente, daña el estilo del que escribe. Lo que buscamos, muchas veces sin darnos cuenta, es crear escritores con nuestro estilo, con nuestros malos usos de la lengua. Hay que tener claro que si enseñamos a redactar, enseñamos no nuestro modo de escribir, sino el estándar de redacción, basado en los estudios de la Academia: ortografía, comas, puntos, conectores, hipérbatos, anacolutos, modalización del discurso, usos inadecuados.

Hablar de redacción no es fácil, y mucho menos sin argumentos de autoridad. En la universidad tampoco se aprende a escribir. La educación va de mal en peor. Se supone que en la escuela se aprende lo básico de la escritura: la codificación de signos y su imitación. Y no se sale de ahí: llegamos al bachillerato sabiendo leer y escribir, pero en realidad lo único que sabemos es remedar las letras del libro, leer pausadamente un aviso y echarnos a pensar en cómo aprovechar la juventud con el obstáculo de asistir al colegio. Nos empezamos a interesar más por los videojuegos, por el chat, por los amigos nuevos, por las amistades malas, por la desobediencia. Nos empezamos a interesar más por el sexo, por la moda, por la rumba. Y nos olvidamos del resto, de lo que después llamamos Importante.

Entonces la educación no es la única que va de mal en peor, sino también la humanidad, influenciada por la mala televisión, por el ocio, por el vicio, por la mala música, por el olvido, maldito olvido, de las cosas buenas de antaño. Entonces buscamos culpables en el sistema, como lo dice el profesor Camilo Jiménez. Buscamos a quién echarle la culpa. El problema hay que verlo, profesor Jiménez, con ojos de educador, y no con ojos de periodista que da clases.

No se trata de buscar culpables, más bien de aceptar que la redacción no es tarea de un semestre, no es una materia de cuatro créditos, no es un tedioso poema que se aprende de memoria y sin comprensión alguna. La redacción es una necesidad de la vida profesional, una habilidad que se aprende con la práctica, con la guía, con la conciencia de que es mucho más que un requisito para graduarse.

En la universidad tampoco se aprende a escribir. Se hace el simulacro en los Talleres de Lenguaje, pero no se aprende a escribir. Lo importante es el Cálculo, la Química, la Física. En la universidad los profesores no miran la escritura porque tampoco saben de escritura. O peor: a veces corrigen sin saber, bajan nota sin saber, critican sin saber, se burlan sin saber, enseñan ortografía y redacción sin saber. Aclaro: se salvan algunos estudiantes y profesores: sobre todo (aunque no siempre) los de Humanidades. Lastimosamente eso se ha ido perdiendo: la cuestión de la redacción se la dejan a los de Idiomas, los de Idiomas se la dejan a los de Español, los de Español se la dejan a los colegas que sí estudian y sí se comprometen con su profesión, con su servicio al país. Ni siquiera los profesores de Humanidades son capaces de comprometerse, son muy pocos los que tienen en su casa La Nueva Ortografía o La Nueva Gramática, son muy pocos los que se interesan: ¡y así queremos que nuestros estudiantes escriban bien, que pongan bien la tilde, que se comprometan como académicos!

La redacción no es tarea de cuatro meses. Es un proceso que debería iniciar en la escuela. No podemos enseñar a redactar en un semestre: yo llevo más de ocho años tratando de escribir bien, y aún me queda difícil. Entiendo que los estudiantes de Comunicación Social se van a ganar la vida escribiendo. Comprendo también que ellos no saben escribir y no aprenderán en un año o en dos, para encargarse, por ejemplo, de la redacción de un periódico. La solución no es dejarlo todo, profesor Jiménez. La solución es volver a un aula de clase de Escuela Primaria y empezar a cambiar lo que usted y muchos profesores universitarios quieren: la escritura imitadora como simple requisito para pasar un año.
Profesor renuncia a su cátedra porque sus alumnos no escriben bien1

Camilo Jiménez, periodista y profesor de Comunicación Social de la Javeriana, renunció a su cátedra.

Un párrafo sin errores. No se trataba de resolver un acertijo, de componer una pieza que pudiera pasar por literaria o de encontrar razones para defender un argumento resbaloso. No. Se trataba de condensar un texto de mayor extensión, es decir, un resumen, un resumen de un párrafo, en el que cada frase dijera algo significativo sobre el texto original, en el que se atendieran los más básicos mandatos del lenguaje escrito -ortografía, sintaxis- y se cuidaran las mínimas normas: claridad, economía, pertinencia. Si tenía ritmo y originalidad, mejor, pero no era una condición. Era solo componer un resumen de un párrafo sin errores vistosos. Y no pudieron.

No voy a generalizar. De 30, tres se acercaron y dos más hicieron su mejor esfuerzo. Veinticinco muchachos en sus 20 años no pudieron, en cuatro meses, escribir el resumen de una obra en un párrafo atildado, entregarlo en el plazo pactado y usar un número de palabras limitado, que varió de un ejercicio a otro. Estudiantes de Comunicación Social entre su tercer y su octavo semestre, que estudiaron doce años en colegios privados. Es probable que entre cinco y diez de ellos hubieran ido de intercambio a otro país, y que otros más conocieran una cultura distinta a la suya en algún viaje de vacaciones con la familia. Son hijos de ejecutivos que están por los 40 y los 50, que tienen buenos trabajos, educación universitaria. Muchos, posgraduados. En casa siempre hubo un computador; puedo apostar a que al menos 20 de esos estudiantes tiene banda ancha, y que la tele de casa pasa encendida más tiempo en canales por cable que en señal abierta. Tomaron más Milo que aguadepanela, comieron más lomo y ensalada que arroz con huevo. Ustedes saben a qué me refiero.

Por supuesto que he considerado mis dubitaciones, mis debilidades. No me he sintonizado con los tiempos que corren. Mis clases no tienen presentaciones de Power Point ni películas; a lo más, vemos una o dos en todo el semestre. Quizá, ya no es una manera válida saber qué es una crónica leyendo crónicas, y debo más bien proyectarles una presentación con frases en mayúsculas que indiquen qué es una crónica y en cuántas partes se divide. Mostrarles la película Capote en lugar de hacer que lean A sangre fría. Quizá, no debí insistir tanto en la brevedad, en la economía, en la puntualidad. No pedirles un escrito de cien palabras, sino de tres cuartillas, mínimo. Que lo entregaran el lunes, o el miércoles.

De esas limitaciones y dubitaciones, quizá, vengan las pocas y tibias preguntas de mis estudiantes este último semestre, sus silencios, su absoluta ausencia de curiosidad y de crítica. De ahí, quizá, vengan sus párrafos aguados, con errores e imprecisiones, inútilmente enrevesados, con frases cojas, desgreñadas. Esos párrafos vacilantes, grises, que me entregaron durante todo el semestre. Pareciera que estoy describiendo a un grupo de zombis. Quizá, eso es lo que son. Los párrafos, quiero decir.

El curso se llama Evaluación de Textos de No Ficción y pertenece a la línea de Producción Editorial y Multimedial de la carrera de Comunicación Social de la Universidad Javeriana. En cuanto a lecturas, siempre propuse piezas ejemplares en los géneros más notorios de la no ficción: crónica, perfil, ensayo, memorias y testimonios. A partir de clásicos nacionales y extranjeros, los estudiantes componían escritos como los que debe elaborar un editor durante su ejercicio profesional. Primero, un resumen: todos los textos de los editores son breves, o deberían serlo -contracubiertas, textos de catálogo, solapas, etcétera-. Una vez que la mayoría hubiera conseguido un resumen pertinente y económico, pasábamos a escritos más complejos: notas de prensa y contracubiertas, para terminar con un informe editorial o una reseña.

En el centro de todo el programa estaban la participación y la escritura de textos breves a partir de otro texto mayor. Insistí siempre en la participación en clase para fomentar actividades que noto algo empañadas en la actualidad: la escucha atenta, la elaboración de razones y argumentos, oír lo que uno mismo dice y lo que dice el otro en una conversación.

El otro concepto transversal, la economía lingüística, buscaba mostrarles la importancia de honrar la prosa. Si uno en 100 palabras debe sintetizar un libro de 200 páginas, debe cuidar cada palabra, cada frase, cada giro. En últimas, la palabra escrita les dará de comer a estos estudiantes cuando sean profesionales, no importa si se desempeñan como editores de libros, revistas o páginas web, como periodistas o como profesores e investigadores.

Los estudiantes de este último semestre, y los de dos o tres anteriores, nunca pudieron pasar del resumen. No siempre fue así. Desde que empecé mi cátedra, en el 2002, los estudiantes tenían problemas para lograr una síntesis bien hecha, y en su elaboración nos tomábamos un buen tiempo. Pero se lograba avanzar. Lo que siento de tres o cuatro semestres para acá es más apatía y menos curiosidad. Menos proyectos personales de los estudiantes. Menos autonomía. Menos desconfianza. Menos ironía y espíritu crítico.

Debe ser que no advertí cuándo la atención de mis estudiantes pasó de lo trascendente a lo insignificante. El estado de Facebook. "Esos gorditos de más". El mensaje en el Blackberry.

Nunca he sido mamerto ni amargado ni ñoño: a los 20 años, fumaba marihuana como un rastafari y me descerebraba con alcohol cada que podía al lado de mis cuates. Quería ver tetas, e hice cosas de las que ahora no me enorgullezco por tocarlas. Empeñé mucho, mucho tiempo en eso. Pero leía.

No sé. En esos tiempos lo importante, creo, era discutir, especular, quedar picados para buscar después el dato inútil. Interesaba eso: buscar. Estoy por pensar que la curiosidad se esfumó de estos veinteañeros alumnos míos desde el momento en que todo lo comenzó a contestar ya, ahora mismo, el doctor Google.

Es cándido echarle la culpa a la televisión, a Internet, al Nintendo, a los teléfonos inteligentes. A los colegios, que se afanan en el bilingüismo, sin alcanzar un conocimiento básico de la propia lengua. A los padres que querían que sus hijos estuvieran seguros, bien entretenidos en sus casas. Es cándido culpar al "sistema". Pero algo está pasando en la educación básica, algo está pasando en las casas de quienes ahora están por los 20 años o menos.

Mi sobrino le dice a su madre, mi hermana, que él sí lee mucho, en Internet. Lo que debe preguntarse es cómo se lee en Internet. Lo que he visto es que se lee en medio del parloteo de las ventanas abiertas del chat, mientras se va cargando un video en Youtube, siguiendo vínculos. Lo que han perdido los nativos digitales es la capacidad de concentración, de introspección, de silencio. La capacidad de estar solos. Solo en soledad, en silencio, nacen las preguntas, las ideas. Los nativos digitales no conocen la soledad ni la introspección. Tienen 302 seguidores en Twitter. Tienen 643 amigos en Facebook.

Dejo la cátedra porque no me pude comunicar con los nativos digitales. No entiendo sus nuevos intereses, no encontré la manera de mostrarles lo que considero esencial en este hermoso oficio de la edición. Quizá la lectura sea ahora salir al mar de Internet a pescar fragmentos, citas y vínculos. Y en consecuencia, la escritura esté mudando a esas frases sueltas, grises, sin vida, siempre con errores. Por eso, los nuevos párrafos que se están escribiendo parecen zombis. Ya veremos qué pasa dentro de unos pocos años, cuando estos veinteañeros de ahora tengan 30 y estén trabajando en editoriales, en portales y revistas. Por ahora, para mí, ha llegado el momento de retirarme. Al tiempo que sigo con mis cosas, voy a pensar en este asunto, a mirarlo con detenimiento. Pongo el punto final a esta carta de renuncia con un nudo en la garganta.

Camilo Jiménez
Especial para EL TIEMPO

1Jiménez, Camilo. “Profesor renuncia a su cátedra porque sus alumnos no escriben bien” El Tiempo (diciembre 2011): http://www.eltiempo.com/vida-de-hoy/educacion/camilo-jimenez-renuncia-a-catedra-de-comunicacion-social-porque-sus-editores-no-saben-escribir_10906583-4.


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