lunes, 17 de junio de 2013

Reseña de "Las fenicias", de Eurípides

Reseña  de "Las fenicias", de Eurípides
Jhon Monsalve
Imagen tomada de inernet
EURÍPIDES, “Las fenicias”. Tragedias completas. La Habana, Cuba: Editorial Arte y Literatura, 1978. Pág. 61-114
“Las fenicias” es una tragedia de Eurípides donde se encuentra la descripción detallada de la batalla entre el pueblo argivo con el cadmeo y, entre otras cosas que se presentarán en el siguiente texto, la muerte de Eteocles, Polinices y Yocasta.
El autor inicia con un monólogo de Yocasta donde recuerda las maldiciones que el oráculo predijo a Edipo. Eurípides se acuerda de aquellos que han leído otras tragedias, que no llevan el hilo de la historia; así que pone en la voz de la madre y esposa de Edipo el relato de los momentos trágicos que este vivió: cuando mató a su padre o se casó con su propia madre o cuando se quitó los ojos y maldijo por primera vez a sus hijos.
Luego, el poeta griego presenta un diálogo entre Antígona y uno de sus esclavos que cuidaban y dirigían a los niños…, que recibía el nombre de pedagogo. Este avisó a Antígona que su hermano Polinices venía a reclamar lo que le pertenecía: el reino de Tebas. Polinices no venía solo; arribaba a la ciudad con seis guerreros y con miles de hoplitas.
Eurípides presenta en detalle la llegada de Polinices después de que este último aguantara hambre en la tierra de Adrasto que le dio la mano de su hija y le prometió que volvería a su tierra.
Tras una lluvia de preguntas, el pedagogo le respondía a Antígona, mientras ella se sorprendía al oír cada detalle de los seis guerreros que acompañaban a Polinices. Se logra ver en esta tragedia la fe con la que Antígona, Yocasta y el Coro piden a los dioses la salvación de Tebas; un miedo infinito de llegar a ser esclavos.
Se podría tomar esta tragedia como versión más amplia de “Los siete contra Tebas”; sin embargo, esta se titula "Las fenicias" en honor al coro y en contra de muchos que opinan que este es solo un lujo en las tragedias de Eurípides. Si Tebas quedaba bajo el yugo argivo, las fenicias serían también esclavas.
Después de un diálogo que sostiene el coro con Polinices, donde cada uno se presenta (más con el fin de que aquellas personas que no han leído ninguna tragedia entiendan la secuencia de la historia), se percibe la alegría de una madre que hacía mucho tiempo no veía a su hijo; Yocasta bendijo a los dioses y dijo a Polinices que el pueblo lo había extrañado; luego, le informó sobre la salud de su padre y las ganas que este tenía de suicidarse.
En el momento en que la conversación, entre madre e hijo, llegó a su fin, arribó al lugar Eteocles; el coro aconsejó a Yocasta que hablara con sus hijos con el fin de acabar la enemistad entre ellos. Pero fue inútil.
Y ahora las palabras se cruzaban entre hermanos: Polinices prometía a Eteocles que respetaría su lugar, su turno, su tiempo en el reino, tal y como habían pactado desde el principio y de la misma forma como se había mantenido mientras Eteocles estaba en el mando. Eteocles no creía en promesas fraternales, por eso no aceptó, y pensó en reinar para siempre. Yocasta lo catalogó como ambicioso y a su otro hijo como insensato por haber decidido atacar  a su patria.
Eteocles echó de Tebas a Polinices después de unos cuantos sarcasmos y de algunos insultos. Este último decidió salir de esta tierra, pero antes quería ver a su padre, Edipo. Su hermano no aceptó, como tampoco quiso que viera a Antígona ni a Ismene; luego, se pusieron de acuerdo para pelear en cierta puerta (quinta puerta. A diferencia de la versión de Esquilo; donde es la séptima). Los dioses decían al hijo menor de Edipo que, si vencía a su hermano, reinaría en Tebas. Después de este aviso, Polinices partió.
Caronte arribó al lugar donde Eteocles se encontraba. Estos hablaron sobre la multitud que venía con Polinices en su compañía, conversaron de posibles estrategias para atacar al pueblo argivo por la espalda. Al confirmar que verdaderamente venían siete capitanes (principales luchadores), entre ellos Polinices, y teniendo en cuenta el valor y la prudencia de cada uno de sus guerreros, eligió a seis.
El autor deja claro que Eteocles, antes de partir hacia las siete puertas, pidió que jamás se sepultara en Tebas el cadáver de su hermano; la persona que fuera en contra de esto, así fueran sus amigos (no nombró a su familia), deberían pagar con muerte.
Tiresias, adivinador, llegó donde Creonte en compañía de su hija; este último necesitaba al lector de oráculos para que le dijera qué podría hacerse para salvar a su pueblo Cadmeo. Tiresias, después de explicar el porqué del sufrimiento de este pueblo, dijo que la única forma para salvarlo era que Meneceo, hijo de Creonte, muriera sacrificado por su padre. Como era de esperarse, Creonte reaccionó como cualquier padre en su lugar: dejó que la ciudad quedara en manos del destino; no sacrificó a su hijo. La Fenicias apoyaron su decisión: “Claras son mis palabras. Jamás llegaré a la deplorable extremidad de consentir en el sacrificio de Meneceo para salvar a Tebas”.
El coro aconsejó al hijo de Creonte, diciéndole a qué ciudad debía marchar para refugiarse, antes de que el pueblo cadmeo se enterara de que estaba vivo cuando debería estar muerto. Consejo similar recibió también de su padre. Sin embargo Meneceo decidió tomar otro camino: hacia los almenes de la murallas; allí se mataría arrojándose a la gesta del Dragón, porque así salvaría a Tebas. Esto lo confesó al coro, cuando su padre ya no estaba presente.
No obstante, la muerte no fue así; un mensajero relató a Yocasta que Meneceo había muerto con una espada atravesada en su pecho, introducida por él mismo. También contó los acontecimientos de la batalla detalle a detalle y dio la buena noticia de que el pueblo cadmeo estaba a salvo; claro está, todo debido a la decisión de Meneceo.
Pero había más, algo que el mensajero no había contado a Yocasta: la muerte de sus hijos. Eteocles dijo a cada uno de sus acompañantes y a los que venían con Polinices que no dieran la vida por ellos porque el resultado de la batalla entre hermanos decidiría el gobernador del reino.
Después de que Yocasta y Antígona partieron al lugar de la batalla y luego de que el coro empezara a pensar en quién de los dos guerreros moriría, llegó Creonte en busca de su hermano para que éste diera tributo a su sobrino; sin embargo, el coro le avisó que Yocasta había salido con Antígona hacia el lugar de las siete puertas donde, se suponía,  iban a impedir la pelea.
Al rato, relata Eurípides, llegó el mensajero al lugar donde estaba Creonte conversando con el coro, y avisó la muerte de los dos hermanos y la muerte de… Yocasta, que murió, después de enterarse del fallecimiento de sus hijos, suicidándose con la espada que estaba clavada en el cuerpo de Polinices. Esta muerte la había anunciado Yocasta antes de partir del mismo lugar donde después llegó Creonte: “(…); si ya han muerto, moriré también”.
El mensajero describió toda la batalla, desde el inicio hasta la muerte de Yocasta; claro está, no pasó por alto las lágrimas que derramó Eteocles antes de morir. El pueblo argivo y el cadmeo discutieron, después de la batalla fraternal porque cada uno diplomaba como campeón a su jefe. Pero los tebanos corrieron en busca de armas y atacaron al otro pueblo… Luego de mucha sangre y cadáveres, el triunfo era de Tebas.
Y frente al palacio Real, llegó Antígona y, entre tanta gente, tres muertos la acompañaban. Ella avisó a su padre lo sucedido y le pidió que saliera del lugar donde habitaba desde que quedó ciego, para que la gente lo viera y para que escuchara de su hija cada detalle de las tres muertes.
Creonte tuvo en cuenta las palabras de Tiresias cuando afirmaba que mientras Edipo viviera en Tebas la ciudad nunca sería afortunada, por esa razón lo expulsó de la ciudad. Las Fenicias le desearon felicidad.
Después de que Edipo recordara en voz alta su  triste pasado, no se humilló ante Creonte, sino aceptó su expulsión. Antígona fue en contra del destino de Polinices y aseguró ante Creonte que, aunque la ley lo prohibiera, ella lo enterraría. Edipo pidió a su hija Antígona que lo llevara donde pudiera palpar los cuerpos de sus hijos y de su esposa; luego de hacerlo y después de que Antígona decidiese acompañar a su padre al lugar de su futura pero pronta muerte, partieron hacia él: tierra Colona.

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