lunes, 30 de mayo de 2011

Reseña de Antígona, ensayo de Kierkegaard



Reseña Antígona, de Kierkegaar

KIERKEGAARD. Antígona. México, D.F.: Editorial Séneca, 1942.

Søren Kierkegaard, prolífico filósofo y teólogo danés del siglo XIX, presenta en Antígona, un ensayo que pertenece al segundo volumen de su libro O lo uno o lo otro, una interpretación de la vida de Antígona, que, aunque perteneció a la tragedia griega, tiene muchas características de la moderna. Pero antes, muestra las diferencias entre lo trágico moderno y lo trágico antiguo, sus puntos de unión y sus puntos de separación, con el objetivo de encontrar lo trágico verdadero, que se logra cuando lo trágico antiguo se deja absorber esencialmente por lo trágico moderno (Kierkegaard, 1942: 14).

El escritor explica que nuestra época se diferencia de pasados tiempos por el aislamiento que pueblos que ya no son no lo conocían y que, en lugar de éste, tenían a la asociación. Ese aislamiento es el que hace en la tragedia moderna que el héroe cree su destino por él mismo, sin depender de las consecuencias de su ascendencia ni de su pueblo como en la tragedia antigua.

En este ensayo, el autor plasma sus ideas con ejemplos de nuestra época; ese aislamiento del que ya se habló lo toma como una independencia de una persona que forma unidad o como un pueblo que se reúne para formarla, pero que cada unidad va tras el poder de reinar al resto, sin ninguna responsabilidad. Y es aquí, donde toda esa responsabilidad recae en los vigilantes y la policía, mientras los gobernantes de todo un país se aprovechan del poder que lograron como unidad.

Aunque “Antígona” hace parte de las mejores tragedias, el escritor nombra también a lo cómico dentro del libro y, aparte de que dice que pertenece a lo moderno, hace también una analogía entre éste y lo trágico, entre Dios y Cristo, respectivamente: la idea universal de salvar al mundo es muy cómica y llevar sobre sí todos los pecados es trágico.

Kierkegaard asegura que, en la tragedia antigua, la caída del héroe es sufrimiento, mientras que en la moderna esta caída es acción. Del mismo modo, sostiene que en la nueva tragedia el hombre sufre su culpabilidad con conciencia, mientras que en la antigua su culpabilidad es indefinida.

Para que haya tragedia, es necesario que haya culpabilidad porque así hay interés trágico; también es necesario que ésta no sea absoluta (Kierkegaard, 1942: 23). El autor pone como sinónimo de culpabilidad a la compasión; la tragedia, según Aristóteles, afirma él, debe suscitar en el espectador temor y compasión: en la medida en que la obra trágica avanza se encuentra impresiones que van junto a cada detalle, es éste el temor. La compasión es una sola impresión… es la culpabilidad, es casi sentir lo que el otro está sintiendo.

Y con base en esto, Kierkegaard intenta definir el sufrimiento, característica de la tragedia antigua, y el dolor, característica de la tragedia moderna, diferenciándolos de la siguiente manera: “Como base del dolor está la reflexión del hecho de sufrir, reflexión que es extraña al sufrimiento” (Kierkegaard, 1942: 34).

El escritor se vuelve sicólogo cuando nos invita a que todo lo que creamos tenga un carácter póstumo, porque tal vez lo vio en muchos autores trágicos. En la mitad del libro empieza a hablar de Antígona como un enamorado habla de su novia… Y es que la presenta con características de tragedia moderna, algo así como: ella, Antígona, llegó a la angustia; ésta última hace parte de la reflexión, y la reflexión es dolor…, y éste es una característica de la tragedia moderna, no de la tragedia antigua.

Kierkegaard explica e insinúa que el Coro no debió compadecer a Antígona por morir tan joven, sino debió hacerlo de la manera como él la compadece: por la desgraciada herencia familiar.

Podemos tomar como tesis general que Antígona tiene características de héroe de tragedia moderna porque decidió enterrar a Polinices incluso cuando el rey lo había prohibido; Antígona crea su propio destino, o sea, se aísla y, al hacerlo, lo trágico antiguo desaparece.

El autor dice que Antígona está enamorada, y aunque podríamos decir que el afortunado era Hemón, hijo de Creonte, tal vez estaríamos equivocados, porque jamás lo nombra. Él en muchas ocasiones asegura que el amor de Antígona era, sin duda, el sufrimiento:

“No conoce a hombre alguno (es decir, no es Hemón), y, sin embargo, es novia (…). Así es como nuestra Antígona es novia del sufrimiento” (Kierkegaard, 1942: 64).

“(…) está celosa de sufrimiento, porque su sufrimiento es su amor” (Kierkegaard, 1942: 64).

Sin embargo, encontramos también una equivalencia entre sufrimiento y Edipo:

“(…) porque voy a enviar por el mundo a mi heroína trágica, a darle por dote a ella, la hija del sufrimiento (podríamos decir que es una metáfora: sufrimiento equivale a Edipo), el dolor” (Kierkegaard, 1942: 50).

Y así, el filósofo y escritor no deja claro quién es en realidad el novio de Antígona, porque pareciera que al final revelara que es Hemón:

“Lo que importa es convencerla de que la ama más que a todo en el mundo, y que no le será posible vivir si tiene que renunciar al amor de Antígona” (Kierkegaard, 1942: 79). Esto lo vemos en “Antígona” de Sófocles, cuando Hemón decide morir al lado de su amada.

Diferencia el autor danés entre la dialéctica subjetiva, que es la que separa al individuo de su conjunto familiar, y la dialéctica objetiva que es la que establece el lazo de unión entre el individuo y el conjunto nombrado… Y es esta segunda la que hace que, por ejemplo, Antígona participe en la culpabilidad de su padre.

En cada párrafo, este teólogo muestra a una Antígona enamorada y a un hombre que se da cuenta de su amor. Una de dos: o el hombre es su padre o quien ama es a su propio sufrimiento, el que Kierkegaard tomó como su novio. Hace ver a una mujer muy fuerte emocionalmente, que aguanta mucho dolor y que ni siquiera se desahoga con alguien. Presenta en este ensayo a una mujer que existía por un secreto que la hacía vivir y que moriría en el momento en que contara ese secreto. Jamás lo contó; sin embargo, murió… pues no contaba con le souvenir  de Edipo muerto; en otras palabras, el recuerdo de su padre la mató.

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