domingo, 24 de marzo de 2013

La Semana Santa… ¿y las Semanas Satánicas?


La Semana Santa… ¿y las Semanas Satánicas?
Jhon Monsave
Imagen tomada de internet
Tal vez debería comenzar hablando de sexo, para empezar a herir susceptibilidades.  Recuerdo que cuando niño mi vecina (la de siempre; por antonomasia, ya es “mi vecina”) salió gritando por las calles del barrio El Pablón algunas arengas moralistas y miedosas. Decía cosas que, para ese entonces, no comprendía en su totalidad, pero que hacían referencia, hoy ya lo entiendo, al posible pegamento que Dios pondría en los genitales de aquellos que copularan en Semana Santa. Cuando pude, probé que era mentira, pues de haber sido realidad, mi mano se habría pegado para siempre a la piel del falo… Y toda la gente salía de sus casas a oír a mi vecina decir tales barbaridades y les tapaban los oídos a los niños con los dos dedos índices para que no se contaminaran tan pronto de malas preguntas.
Tengamos en cuenta que el sexo convive con nosotros todo el año y se marcha obligado en la Semana Mayor por las concepciones estúpidas del catolicismo y del protestantismo.  Y empiezo mis preguntas: ¿Es que acaso no estamos pecando de igual modo durante todo el año cuando copulamos con nuestra pareja sin estar casados y por puro placer? ¿Es que acaso Dios no es santo y por lo tanto su creación no es santa, entonces, por silogismo, todo su tiempo no es santo? ¿O es que acaso solo es santa una semana del año y el resto de semanas son satánicas? Yo no sé, pero pensemos…
Lo único diferente de esta Semana es que se conmemora la pasión de Jesucristo. ¿Y qué con eso? ¿Acaso conmemorando tal tontería se resuelven los problemas sociales y políticos de nuestro país? ¿No será que lo que hacemos es ocultarnos y opacar con más estruendo nuestra voz, para dejarla muda sin darnos cuenta? Se conmemora la Pasión de Cristo y nos olvidamos de nuestras propias pasiones y sufrimientos. Menos mal que nos escondemos durante esta semana; de lo contrario, el Estado no aplaudiría con tanta vehemencia nuestra estupidez.
Paradójico es sentirnos católicos y no darnos cuenta de que todos los días son santos por ser creación de Dios… como es santo un árbol, una mata, un suspiro, así mismo, es santo el hueco del culo que Verlaine y Rimbaud eternizaron en un soneto. Todo es santo; hasta usted y yo: Sed santos porque yo soy Santo. ¿Y entonces las demás semanas? ¿Quedamos en que son satánicas?
Argumentos de lo anterior hay por montones. Los hombres todos los días desean la mujer del prójimo, y las mujeres, ahora más crueles, ansían felaciones. Todos los días se roba por robar o para comer, se mata por matar o para vivir, se miente por mentir o para ocultar… se olvida uno de Dios, aunque sea el primer mandamiento. ¿Quién ama a Dios sobre todas las cosas? El que alce la mano no se ama ni a sí mismo; es más, no conoce el amor.  Todos los días el hombre peca y se la viene a dar de santo en una semana. Ni una madrugada, ni una subida a Morrorrico, ni una progresión de rodillas nos salvará de las llamas del infierno más cruel y mortal de todos: la vida misma, entre sus inventos humanos: la corrupción y la desigualdad social.
Yo resumiría la Semana Santa como el acto más evidente de la hipocresía humana. Nos volvemos hipócritas con Dios. No caminamos para ser perdonados, sino para hacer ejercicio. No oramos en todo el año porque siempre existe la posibilidad de que la Semana Santa llegue cargada de perdones y de regalos.  En unos años será tan comercial como el nacimiento de Cristo, y empezaremos a estrenar ropa. Y Dios quedará fuera, como en las rumbas del 24 y 25 de diciembre. Dios siempre queda fuera porque no ha aprendido a bailar.
Las limosnas que se cuadruplican en la Iglesia sirven para pagarles las putas a los curas, o los putos, o los niños. Los ramos del primer domingo perjudican el medio ambiente, vengan de donde vengan. Las calles se ensucian porque la gente católica es puerca y antiética. La contaminación del ruido incrementa ante los rezos repetitivos de sacerdotes, y el miembro ya empieza a sentir erecciones después de vislumbrar la mujer que, entre tanta muchedumbre, usa leggings y se le nota el hilo y se le marca el cameltoe. Ella, evidentemente, solo fue a caminar. Ella es otra hipócrita con Dios.
¿Cómo sería la Semana Santa si nos hubieran conquistado los Budistas o los Musulmanes? Si nuestra cultura hubiera decidido una semana especial para la conmemoración de Buda o de Mahoma, lo primero que haríamos sería defender a capa y espada nuestras creencias y criticaríamos la ignorancia de los católicos en el mundo. Porque si hay algo que caracteriza a los fieles en cualquier doctrina es su necedad de creer siempre que lo que hacen es lo único correcto y que, por lo tanto, serán los únicos salvos en la utopía del cielo y de la gloria de Dios, o de Alá, o del Nirvana.  
Ya sabemos que todo es cultural. Es más: adoramos, sin darnos cuenta, a un dios que no es el nuestro. Adoramos a un dios que nació entre la mitología hebrea y olvidamos que nuestros dioses, los verdaderamente nuestros, fueron borrados a punta de gritos y garrotes por manos de los españoles. De no haber sido así, nosotros celebraríamos las maravillas de la naturaleza porque habría sido ella la madre de todos nosotros y, por lo tanto, no contaminaríamos como lo hacemos nuestros ríos, nuestras calles, nuestro mundo… y los ricos, y los gobernantes serían conscientes de ello, y harían campañas políticas en torno al cuidado y adoración de nuestra diosa, y no usarían, como lo hacen hoy, al Dios de Israel para lograr sus fines.
Esta Semana reflexionemos sobre lo hipócritas que somos. También sobre lo ignorantes. Dejemos a un lado a Bergoglio y volvámonos los papas de nuestra propia vida. Tengamos comunicación con el Dios de Israel, que ya nos fue impuesto y del que muy difícil nos podemos despegar, y démonos cuenta de que ni Jesús ni Dios necesitan intermediarios en la tierra. Reflexionemos sobre la Iglesia y su importancia, sobre los feligreses estúpidos e hipócritas, sobre los pecados que cometemos a diario, sobre los pecados que, aun en Semana Santa cometemos, en lo satánicos y malos y antisociales que somos. Reflexionemos sobre la vida y sobre la muerte, para ver si le hallamos algún sentido a este valle de lágrimas y de hipocresía. Vayamos a moteles, a cantinas, a puteaderos, y liberémonos de nuestras cargas. Vayamos hoy y el jueves y el viernes santos. Vayamos y comprobemos que a Dios ya se le acabó el pegante para los genitales y, como piensa en nosotros, comprende nuestro estrés, nuestras necesidades físicas, nuestra costumbre de dar amor y de ser amados. Amemos, en esta semana, más al prójimo que a Dios, porque así se expresa el verdadero amor. No esperemos a darnos cuenta de que al Dios de Israel no se puede amar y así desaprovechemos ese tiempo y no queramos a los que nos rodean, comprenden y saludan a diario. Pensemos, durante esta semana, si es más importante la religión o la sociedad, si con un ramo voy a colaborar o no con el alimento del hijo de mi vecino, si con una oración voy o no a aportar en la difícil tarea de la igualdad social. Solamente pensemos y caigamos en la cuenta de que es muy posible que esta semana, por nuestras acciones religiosas y egoístas, se vuelva la semana más satánica de todas.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Las posibles causas del plagio en las universidades


LAS POSIBLES CAUSAS DEL PLAGIO EN LAS UNIVERSIDADES: LA INSEGURIDAD, LA PEREZA Y LA FACILIDAD DEL HURTO DE LAS IDEAS
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
Uno de los grandes problemas que se presentan dentro de las aulas de clase de los entes educativos es el plagio. Es necesario, por  lo menos, generar una reflexión al respecto, pues es un fenómeno que, sin duda, va en aumento, aunque sea muy difícil, por cuestiones que ya veremos, definir estadísticas exactas. Partamos del hecho de que el plagio es diferente a la copia: esta última se presenta entre compañeros y muchas veces con autorización del autor del trabajo. El plagio, por su parte, es, para entenderlo mejor, el hurto de ideas que ya han sido patentadas con derechos de autor. Este texto girará en torno a la siguiente afirmación: las posibles causas para que los estudiantes universitarios incurran en el plagio son la inseguridad en sí mismos, la pereza, la poca imaginación, la prioridad en otros factores, algunos vacíos que vienen de la educación secundaria y la facilidad que les brinda tomar de internet o de otras fuentes, la información que, si el profesor no tiene el suficiente tiempo, resultará muy difícil de corroborar.
Pensemos en un estudiante que debe presentar un trabajo para la semana próxima y que no ha entendido muy bien los temas que se han explicado en clase. Este sujeto se sienta frente a una hoja y no sabe cómo empezar, se siente incapaz de hacer el trabajo por él mismo, siempre ha pensado que los compañeros son más inteligentes que él, y por todo esto recurre a tomar información de un libro antiguo o de una página no muy conocida ni visitada en la web. Al respecto, Sonia Jannet Girón, de la Universidad Sergio Arboleda, afirma: "Se bloquean frente a una hoja en blanco y se sienten tan inseguros que en ocasiones, por facilismo o por ignorancia, toman sin ningún reparo como propias, ideas, frases o párrafos de un documento y se atribuye la autoría del mismo". Este fenómeno de la inseguridad en relación con el plagio puede ser más recurrente de lo que imaginamos; y tal vez dicha inseguridad se deba a los vacíos de la secundaria, donde, por una parte, no se concientizó a los estudiantes sobre este problema, y por otro lado, dejó vacíos conceptuales en el desarrollo de las competencias básicas para cada curso.

La pereza es otro factor que influye en la decisión de un estudiante en el plagio. Tal vez sea una de las razones más fuertes para que esto ocurra. No hay que negar que los jóvenes priorizan, en ocasiones, más en otros eventos que en los académicos. Las nuevas tecnologías, por ejemplo, los tienen sumidos en los juegos y en las redes sociales, y entonces se olvidan de lo académico, y posponen sus deberes para luego por una pereza que es consecuencia de la elección de otras actividades consideradas divertidas. Ana Mónica Rodríguez expone este hecho de la siguiente manera en su artículo La pereza, en ocasiones, propicia plagios en el campo de las artes: “La pereza, es decir, la indecisión o falta de ánimo para realizar un esfuerzo físico o mental, algunas ocasiones ha dado pie al plagio”.  Es decir, no podemos negar que, de una u otra forma, la pereza es una de las causas más poderosas para que un estudiante incurra en lo que la Real Academia de la Lengua ha definido como “La copia en lo sustancial de obras ajenas que se dan como propias”.

Pero nada de esto se llevaría a cabo sin la posibilidad inmediata del plagio. Tal vez con el auge del internet ha aumentado la cifra de este fenómeno. El hecho de que el estudiante tenga a la mano miles de páginas sobre un tema en particular le facilita la copia de esa información protegida por los derechos de autor. También existen miles de libros que los profesores no han estudiado y que sirven como base para la copia de información para algún trabajo. Además, esto se respalda en la imposibilidad del profesor de constatar cada uno de los trabajos por medio de un seguimiento en la web o en las bibliotecas. Tal actividad dispondría de un tiempo considerable. Silvia Premat, en el Diario La nación, rescata lo siguiente: "El copy/paste está siempre. Los profesores no se cansan de decirnos que, si sacamos algo de Internet, pongamos bien las referencias, pero ellos qué saben. Las posibilidades en la Web son infinitas", dijo con desparpajo Victoria, estudiante de 5° año de Medicina de la UBA y contó: "Hace poco, haciendo un trabajo en grupo para Historia de la Medicina, encontramos un párrafo perfecto para lo que queríamos decir. Por suerte una de las chicas se avivó y sugirió reescribirlo usando sinónimos y nadie se dio cuenta". Y a partir de esto queda para la reflexión que, si resulta una tarea difícil para el docente seguir cientos de trabajos por la web o en las bibliotecas para constatar su originalidad, casi no habría ni la mínima posibilidad de verificar si un texto parafraseado es de la autoría o no del estudiante.


Bibliografía:
Ana Mónica Rodríguez (2009).  La pereza, en ocasiones, propicia plagios en el campo de las artes. [En línea]: http://www.jornada.unam.mx/2009/04/11/cultura/a08n1cul
Silvia Premat (2009). Copiar y pegar, la nueva forma del plagio en la universidad. [En línea]: http://www.lanacion.com.ar/1134065-copiar-y-pegar-la-nueva-forma-del-plagio-en-la-universidad

viernes, 8 de marzo de 2013

La acción inicial, la acción transformadora y las consecuencias de un texto narrativo


¿El inicio, el nudo y el desenlace?
La acción inicial, la acción transformadora y las consecuencias
Jhon Monsalve
Imagen toda de internet
Vamos a analizar una cuestión de los textos narrativos. Sabemos que, entre otros, los más sobresalientes son el cuento, la novela, el mito, la leyenda y la crónica. Sabemos también que, desde niños, nos han dicho que un cuento tiene esta estructura: inicio, nudo y desenlace, pero, ¿qué tan cierto hay en cuanto a ello? ¿Acaso los textos expositivos, argumentativos y poéticos no poseen también dicha característica? Vamos a solucionar el problema.
Un cuento, a diferencia de los demás tipos de texto, presenta una acción inicial, una acción transformadora y unas consecuencias de esa última acción. Esto quiere decir que los demás textos no admiten tal posibilidad, que eso es propio del género narrativo. En la escuela, siempre nos dijeron que la estructura de una narración comenzaba con el inicio, continuaba con el desarrollo y finalizaba con el desenlace. Ahora desmintamos eso.
En primer lugar, como ya afirmé, el orden y las palabras “Inicio, nudo y desenlace” son usados en todo tipo de texto. Todo escrito tiene un comienzo, un desarrollo y un final. Pero el cuento no: en el cuento son importantes las acciones para que fluyan las demás. Es decir: hay una acción inicial que es la que lleva a la acción del giro de la historia, que es, a su vez, la acción que lleva a las consecuencias.
En un cuento como “Algo muy grave va a suceder en este pueblo”, de García Márquez, podemos ver que la acción inicial es el presentimiento de la vieja; la acción transformadora es el rumor, y la acción final es el desalojo y la conflagración del pueblo. Este cuento, por fortuna, lleva un orden lineal, pero no todos son así. Por ejemplo, “La mujer”, de Juan Bosch, presenta una narración en la que se narran las acciones transformadoras, en primera medida, y luego, la inicial  y, por último,  la final. Si vamos al cuento, nos daremos cuenta de que la acción inicial no es propiamente la descripción de la carretera ni la llegada de Quico, sino la golpiza que le da Chepe a su mujer cuando se entera de que ella no vendió la leche, por dársela al niño, su hijo, que tenía hambre. La acción transformadora es, pues, el descubrimiento por parte de Chepe de que su mujer está siendo protegida por otro hombre (en este caso, Quico); y las consecuencias vienen inmediatamente, pues, a partir de la acción giro del cuento, los dos personajes masculinos se agreden entre sí, y, después de que Quico, el defensor, atenta contra Chepe, la mujer toma una piedra y defiende injustamente a su marido, casi moribundo.
Así las cosas, la estructura tradicional del cuento no es más que una pésima convención, que se aplica para cualquier tipo de texto: Inicio, nudo y desenlace. Sin embargo, para la narrativa existe la posibilidad de que por medio de acciones se explique el contenido y la profundidad de un cuento: la acción inicial, la acción transformadora y las consecuencias de esta última. Y a fin de cuentas, es la única posibilidad pertinente y también la más clara.

domingo, 24 de febrero de 2013

La noche bocarriba, de Cortázar: La guerra florida, de Latinoamérica


La noche bocarriba: La guerra florida 
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
Cortázar es de esos escritores que escriben con la realidad y la fantasía al lado. García Márquez pone en su lugar una flor. Es como si, en Cortázar, una prescindiera de la otra, como si no hubiera metáforas, ni cuentos, ni palabras sin la convergencia de estos mundos. Hablando de la ósmosis, el escritor argentino afirmaba que se lograba la total yuxtaposición  cuando la fantasía y la realidad encajaban perfectamente la una en la otra; para explicar su propuesta hace una analogía con una receta de Edward Lear:
“Este tipo de cuentos que abruma las antologías del género recuerda la receta de Edward Lear para fabricar un pastel cuyo glorioso nombre he olvidado: Se toma un cerdo, se lo ata a una estaca y se le pega violentamente, mientras por otra parte se prepara con diversos ingredientes una masa cuya cocción sólo se interrumpe para seguir apaleando al cerdo. Si al cabo de tres días no se ha logrado que la masa y el cerdo formen un todo homogéneo, puede considerarse que el pastel es un fracaso, por lo cual se soltará al cerdo y se tirará la masa a la basura. Que es precisamente lo que hacemos con los cuentos donde no hay ósmosis, donde lo fantástico y lo habitual se yuxtaponen sin que nazca el pastel que esperábamos saborear estremecidamente”.
Y en “La noche bocarriba” sí hay yuxtaposición y de la buena. Una característica general del Vanguardismo consiste en hacer uso de algunos elementos ficcionales y fantásticos para configurar la realidad desde una perspectiva distinta. El cuento que es objeto de nuestro análisis presenta la realidad de las guerras indigenistas de América Latina, a través de lo onírico y lo sobrenatural. Es poco probable que demos por sentado el hecho de que un indígena soñara con una motocicleta varios siglos antes de que se creara la primera. Pero por medio de lo que el mismo autor denominó “suspensión de la incredulidad”, se logra en el lector la configuración del sentido literario del cuento.
Contenido aborigen
El cuento “La noche bocarriba” narra la historia de un motociclista que, después de un accidente, es llevado a un hospital; allí sueña que es un indígena que huye de ciertas tribus cazadoras de hombres. Hace lo posible por esconderse, por escapar, pero el olor (el sentido más recurrente en el cuento) a guerra lo atormenta a cada momento. Ese olor se asemeja al olor de la muerte, al sacrificio, a la sangre derramada en piedras especiales para el acto divino. Lo extraño es que en el  espacio y tiempo contemporáneos, el personaje motociclista sueña cosas de siglos atrás. Cada una de las acciones que sueña, las vive a su modo en el hospital. Algunos pacientes se dan cuenta de su comportamiento, lo aconsejan; los médicos entran y aplican anestesia, él duerme y sigue soñando, hasta que lo ponen bocarriba (como ha estado siempre en la camilla) en la roca de sacrificios divinos. En ese momento, el indígena se da cuenta de que ha soñado ser un hombre que cae de un aparato extraño y que es llevado a un centro de rehabilitación.
La guerra florida
El conflicto del cuento se entiende a partir de los sueños. No sabemos a ciencia cierta quién sueña a quién, aunque suponemos que el indígena es quien vive las verdaderas experiencias. El trasfondo del cuento se empieza a dilucidar desde el momento en que comprendemos que las Guerras Floridas llevadas a cabo en territorio mexicano eran frecuentes en tiempos de escasez de alimentos. Se sacrificaba a un humano a cambio de que los dioses de las tribus implicadas devolvieran el sustento a los pueblos, pues creían que, de esta manera, las divinidades que se enojaban con ellos por alguna causa dejarían su ira a un lado. El escape de la víctima es similar a huir de la muerte y saber que al fin y al cabo nos va a tomar con su guadaña.
En suma
Tenemos, pues, el cuento “La noche bocarriba”, su fantasía y su realidad. La ósmosis perfecta, el referente pertinente para explicar las guerras indigenistas de nuestros aborígenes, para asociar de manera magistral la constante huida del humano a la muerte, que siempre tendrá la piedra de sacrificios lista en el momento en que necesite alabar a sus dioses.

jueves, 14 de febrero de 2013

“Los de debajo”, de Mariano Azuela: Revolución y Desolación


“Los de debajo”, de Mariano Azuela: Revolución y Desolación
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet.
La primera vez que oí hablar de esta novela fue en las clases de Literatura Latinoamericana en la universidad. Recuerdo que trabajábamos por esos días a Pedro Páramo y que el profesor hacía alusión constante a “Los de abajo”, de Mariano Azuela. Con el tiempo, en una venta de libros poco vendidos, encontré esta novela en la edición de Fondo de Cultura Económica impresa en 1977. Como eran libros poco vendidos, el precio era casi nada: un dólar, aproximadamente. Y empecé a leer y hallé la relación entre la obra de Juan Rulfo y la de Mariano Azuela: aunque en la última se encuentra más la revolución, las dos compaginan en cuanto a desolación.
Sobre la estructura y el autor
La novela está dividida en tres partes: la primera está compuesta por XXI capítulos; la segunda consta de XIV, y la última de VII. Fue una novela escrita durante la revolución y publicada a pedazos por semana. Mariano Azuela es el autor: nació en 1873 y murió en 1952. Centra su literatura en la Revolución mexicana. Ejemplo de ello es la novela objeto de nuestro análisis.
¿Dónde está la revolución?
En un artículo (para cf., clic aquí) afirmé que la novela de la Revolución Mexicana era Pedro Páramo. Y en el presente texto corrijo: esa novela es la obra de la desolación de la Revolución Mexicana. Dos cosas muy distintas, y más si vemos ahora que si hay una novela que represente en todo sentido la Revolución de México es “Los de abajo”, de Mariano Azuela. ¿Por qué? Aunque el cronotopo de la obra no sea el Porfiriato, y por lo tanto, no abarque las causas primeras de la Revolución, sí podemos afirmar que la novela se desarrolla en el mandato de Victoriano Huerta y los abusos federales:
“¡Dios los bendiga! ¡Dios los ayude y los lleve por buen camino!... Ahora van ustedes; mañana correremos también nosotros, huyendo de la leva, perseguidos por estos condenados del gobierno, que nos han declarado guerra a muerte a todos los pobres; que nos roban nuestros puercos, nuestras gallinas y hasta el maicito que tenemos para comer; que queman nuestras casas y se llevan nuestras mujeres, y que, por fin, donde dan con uno, allí lo acaban como si fuera perro del mal”.
Recordemos que Huerta fue el militar que, por medio de un golpe de estado, destituyó a Madero, el presidente que había tomado el mando después de Porfirio Díaz. Cuando Madero sube al poder, lo hace, según algunas fuentes históricas, con ideas populares e instituye constitucionalmente que el mandato presidencial no puede, como venía haciéndose, durar largos periodos. Sin embargo, las guerrillas que se habían formado a lo largo de todo México empezaron a exigirle al nuevo presidente la solución de sus ideales; sobre todo Zapata, al sur, quería que la situación agraria se solucionara lo más pronto posible, cosa que, Madero explicaba, debía regirse bajo parámetros legales, pues de lo contrario estaría siendo dictatorial y cometería los mismo errores de Porfirio Díaz. Otras fuentes argumentan que Madero al permitir secuaces del gobierno precedente, seguía ideales porfiristas. De cualquier forma, Huerta, que siempre había estado bajo los ideales de Porfirio Díaz, toma el poder en 1913.
Después de este acto, las guerrillas mexicanas buscan el derrocamiento de Huerta y ahora sí, más que nunca, corrió sangre en México. En este contexto se desarrolla “Los de abajo”, la novela de Mariano Azuela. Ahí está la revolución, y la desolación viene tras ella.
¿Dónde aparece la desolación?
La sangre que corrió fue de parte y parte. Los federales, que eran los secuaces del gobierno huertista, atacaban los pueblos, los robaban y los quemaban. Los campesinos tenían que huir a nuevas tierras en busca de oportunidades, de lo contrario, podrían terminar colgados en troncos, como amenaza a quien no siguiera las órdenes gubernamentales o a quienes se sublevaran. Demetrio, el personaje principal de la novela, huye de Limón, su tierra, dejando a su mujer y a su hijo en manos del destino. Huye, pero con ideales fijos, con sueños de liberación popular y se arma y ataca a los federales y casi nunca falla un tiro. La guerrilla que armó Demetrio Macías es solo un ejemplo de las que se formaban a lo largo del territorio mexicano con Emiliano Zapata y Pancho Villa. Perseguían ideales distintos, pero todos populares. Y entre matazón y matazón, entre invasión e invasión, entre enfrentamiento y guerra, los pueblos, todos inocentes, iban cayendo como víctimas de los sueños de libración nacional. Por eso tanto vacío, por eso el resultado desértico,  de miseria, pobreza y extrema soledad. Una palabra y dos citas resumirían tales acontecimientos: Desolación es la palabra, y:
“Valderrama, en el primer periodo de la nueva borrachera del día, había venido contando las cruces diseminadas por caminos y veredas, en las escarpaduras de las rocas, en los vericuetos de los arroyos, en las márgenes del río. Cruces de madera negra recién barnizada, cruces forjadas por dos leños, cruces de piedras en montón, cruces pintadas con cal en las paredes derruidas, humildísimas cruces trazadas con carbón sobre el campo de las peñas. El rastro de sangre de los primeros revolucionarios de 1910, asesinados por el gobierno”.
La cita anterior demuestra el grado sumo de desolación que inició con la Revolución en 1910, pero el siguiente se corresponde más con el periodo de las guerrillas:
“Tropezaron al mediodía con una choza prendida a los riscos de la sierra; luego, con tres casucas regadas sobre las márgenes de un río de arena calcinada; pero todo estaba silencioso y abandonado. A la proximidad de la tropa, las gentes se escurrían a ocultarse en las barrancas”.
La gente, como vemos, se exiliaba ante el nuevo actuar de los revolucionarios. Lo que antes defendían y por lo que peleaban se había convertido en parte de su rutina: también robaban, también mataban, también se aprovechaban de la gente inocente. Si no hubiera sido por Camila, la amante de don Demetrio y enamorada de Luis Cervantes, le habrían robado a un campesino los cultivos de maíz que tenía para su familia y su sustento. ¿Estos actos se deberán al hecho de que la Revolución fue dirigida por campesinos y trabajadores?... Ya lo veremos.
Sobre la pertinencia del título
He oído decir que los mexicanos (si hay algún lector de ese país, por favor me corrige) se apenan de su revolución por el hecho de que fue dirigida por clases inferiores, por campesinos y trabajadores. Que la Revolución Mexicana fue producto de Los de abajo. De ahí viene el título de la novela. Sin embargo, pensemos en lo siguiente: ¿No era Madero educado y de familia noble? ¿No lo fue Luis Cervantes, el estudiante de medicina que se juntó a las filas de Demetrio? ¿No hubo como él personas que pensaron que la injusticia ya llegaba a su límite? Sin embargo, con gente estudiada o no, (claro está, con muchos más ignorantes) se llevó a cabo la Revolución, que terminó siendo una desintegración de los ideales ante el respeto y la dignidad humana. El pueblo les temió a lo último, contrario al principio, cuando Demetrio estaba herido, que lo cuidaron y les dieron a todos vivienda y comida en el pueblo de la ya mencionada Camila. A lo último, se escondían. ¿Se deberá esta desintegración al hecho de la poca educación o al mismo espíritu de la guerra y de los ideales revolucionarios? Eso queda para pensarlo. Tal vez ese comportamiento se comprenda viviendo una revolución.
En suma
En suma, “Los de abajo”, de Mariano Azuela es la novela de la Revolución mexicana, pero también, al igual que Pedro Páramo, muestra la desolación que dejó tal contienda. Desolación, tristeza, melancolía, llanto, sufrimiento, pesar, dolor, dejó la Revolución Mexicana, que fue seguida por La Guerra Cristera y tatuada en el pecho de todo mexicano y de uno que otro colombiano, como yo, o de uno que otro latinoamericano, como yo.

viernes, 8 de febrero de 2013

Belleza bumanguesa


Belleza bumanguesa
Jhon Alexánder Monsalve Flórez
Imagen de Domingó: http://poemasilustrados.blogspot.com/2012/12/belleza-bumanguesa.html

Publicado en Vanguardia Liberal el 9 de diciembre de 2012.

Si ustedes hubieran conocido a Helena, si la hubieran visto por lo menos una vez; si hubieran divisado su cabello, su cintura, su modo de caminar; si tan solo hubieran visto los ojos negros y penetrantes que adornaban su rostro de niña y de mujer sensual, y sus piernas, y sus pies, y sus caderas, y su boca húmeda todo el tiempo; si la hubieran visto al menos una vez, la nariz, la piel morena, el olor… también habrían venido hasta aquí a pegar este papel, y habrían comprado, por desesperación, cianuro y un revólver.
Todo comenzó cuando trabajaba como mesero en un restaurante de la calle 35. Los clientes iban y venían, a veces felices, a veces tristes, pero siempre con un tono fuerte, muy parecido a un regaño de mamá. Acostumbrarme a eso no fue fácil: sentía que todos tenían una especie de complot contra mí, que me gritaban, que se aprovechaban de mi situación porque sabían que si me indignaba no podría volver a estudiar. Hombres y mujeres, niños y niñas, de estratos bajos o altos, todos, pero absolutamente todos, eran muy esquivos, muy serios; me daba la impresión de que gritaban por rutina, por naturaleza, como si la voz en esta ciudad incrementara su sonido a causa del ruido, de la congestión, de la señora que pelea porque el servicio de transporte no la dejó donde ella necesitaba, sino donde aquel quiso. Y traté de comprender que el ánimo de esta ciudad tal vez varía por el clima, tan normal a veces, tan frío a veces, tan caluroso. Pero me adapté. Yo seguía atendiéndolos de la mejor manera: que si un jugo, que si el arroz está muy duro, que si la ensalada está muy agria, que fue exceso de limón, de azúcar en el postre, de condimento en la carne. Todo al servicio, siempre con una sonrisa como queriendo darles ejemplo.
Hasta que un día Helena me sonrió. Llegó al restaurante con una falda de cuero y unos ojos de púas. Los tacones le daban un toque de sensualidad a su andar: las caderas se mecían al compás de sus pasos y sus senos se quedaban como a la espera de mis labios. Una sonrisa al fin en esta ciudad tan seria. La atendí. Ese día comió salmón con salsa de camarones: el tenedor iba, abajo, arriba, los labios, una gota de salsa resbaló por su mentón y la limpió con delicadeza haciendo uso de la servilleta. Olía a jazmín. Ese día quedó el olor impregnado en las ollas de la cocina, el sabor de los alimentos cambió, la clientela aumentó, y algunos niños pedían dos y hasta tres platos de sopa.
Por esos días llegaba a mi casa –bueno, a la pieza alquilada–, cerca de la Universidad Industrial de Santander, a pensar en ella. El estudio iba regular; siempre lo fue: ya no hay tiempo de arrepentirme de nada. Solo –les estaba diciendo– pensaba en ella, en su boca, en su pelo, en su olor, en su caminar de leoparda en celo. El caso es que la invité a comer cerca de allí. Helena con una sonrisa pícara aceptó mi invitación, ¡maldita sea!, la aceptó, me guiñó un ojo y se despidió con un hasta pronto.
Comimos cerca del parque Santander: según lo que alcanzó a contarme, trabajaba en el Banco Popular como contadora o algo así. No fue mucho lo que dijo, pero sí suficiente para darme cuenta de que su voz me arrullaba en el mar de la ilusión. Iba vestida con la misma falda, la del trabajo, y sus piernas parecían nacer de uno de sus hombros. Morenas, limpias, sin una cicatriz mal puesta.
Caminamos por el centro de la ciudad y la gente miraba al cielo. Los ancianos pidiendo limosna, y la gente en el cielo; los niños rogando un pan, y la gente en el cielo; los vendedores ambulantes huyendo de la policía, y la gente en el cielo; el transporte a 1650 pesos, y la gente en el cielo; gente espichada por la gente, y todos mudos. Esta ciudad me hace llorar de tristeza: me desespera. Y Helena ni se inmutaba, solo me miraba la espalda, me decía una que otra cosa obscena, y sonreía… Esa sonrisa coqueta del primer día. No hablamos de nada: antes de subirse al bus, me dio un beso en los labios y me desintegré emocionalmente, de inmediato, como si un rayo me hubiera caído en la nuca. Me desplomé. Si sus ojos tenían púas, sus labios tenían veneno.
Al otro día la vi más sensual, pero con manchas en las piernas. Eran como cráteres fosforescentes en medio de lunas azules. Siguió mirándome con deseo, y se burló de mí con picardía. Ese día amanecí bajo el techo de un almacén cerca de Sanandresito centro, pero no me importó: saludé con miedo a unos indigentes, y me fui para mi casa.
Ese beso fue un simulacro de muerte, y yo sé por qué lo digo: este maldito dolor estomacal que empieza a tranquilizarme me tiene sudando sangre. Pero ustedes habrían hecho lo mismo, estoy seguro: ante todo la tranquilidad, la paz interior, la huida. Ya en la tarde, cuando nos vimos, la noté un poco más delgada, tal vez estaba cansada; la falda parecía sobrarle, los ojos estaban más hundidos, la nariz se le había agrandado un poco y las caderas ya no se pronunciaban como antes. No importaba, esa mujer era y fue lo que siempre quise. Esa noche, después de comer, me besó tantas veces y con tal pasión que pensé morir ahogado por su lengua y su saliva. Ya no me partió el rayo, pero estaba feliz.
Mis estudios habían dejado de importarme; solo vivía para recordar a Helena. Mi tormenta se unía a la de ella para compartir la lluvia. Muy pocas veces me habló, pero en sus ojos, aparte de deseo, se notaba un dolor profundo por una causa que jamás supe y que ahora ni me importa. Les cuento que el dolor estomacal y normal en estos casos aumentó, pero antes de revolcarme y pegarme un tiro, quiero dejar constancia de lo que me sucedió con Helena, para que estén prevenidos: posiblemente les pase algún día o les esté pasando ahora sin darse cuenta.
Al otro día, no parecía Helena, sino una mujer de la calle. En Quebradaseca, uno se encuentra mujeres a cualquier hora del día con los dientes desgastados, con una botella de bóxer en la mano y con dos hijos halándole la falda roída por el tiempo y la suciedad. La falda de Helena estaba rota, su piel olía a basura, sus ojos habían desaparecido; sacó unas monedas, pagó el almuerzo y se despidió con la mano, como diciendo hasta nunca. En la noche la vi, y me pidió limosna. Corrí tan rápido y sin dirección que cuando me di cuenta estaba en medio de la Plaza Luis Carlos Galán, y Helena ya no era una sola, sino cinco primero, luego doce, luego treinta, luego una multitud que me pedía un pan, una moneda, un beso. Pensé huir, pero Helena estaba en todas partes… Muchas Helenas, sucias, con olor a basura.
Si ustedes la hubieran visto, tan solo un momento: sus caderas, sus ojos, sus labios, su boca, su olor… también habrían pegado con sangre este papel en la puerta de la alcaldía.

sábado, 2 de febrero de 2013

"Nada", de Janne Teller: Una novela juvenil con profunda filosofía


"Nada", de Janne Teller: Una novela juvenil con profunda filosofía 
Jhon Monsalve
 Imagen tomada de internet
Parafraseando un poco a Sartre, podría afirmar que antes de nacer no somos nada y después de morir tampoco. Y después de esa afirmación empezaría a darme vueltas la cabeza por descubrir el sentido de la vida y de todo lo que conforma el diario vivir. Es más, tal vez usted como yo, querido lector, crecimos en la religión cristiana (que profesa a Cristo) y se nos hace difícil aceptar que posiblemente todo es creación nuestra, mero arte, para hallarle sentido a nuestra existencia.  Que cada día que vivimos, como llegó a afirmarlo en alguna ocasión Pierre Anthon, es una simple excusa para hallarle sentido al tiempo, para no aburrirnos, para luchar por algo que, al fin y al cabo, no nos va a pertenecer por la eternidad.  
Ya saben: soy profesor de literatura y trato de recomendar libros que te saquen del mundo ilusorio y hasta estúpido que dibujan las novelitas de superación personal, en las que hallas las pautas que manejarán tu vida por siempre, si te dejas atrapar por las tonterías. Y digo esto porque considero que cada profesor de literatura en bachillerato DEBERÍA trabajar esta novela juvenil danesa, para lograr cuestionamientos de los estudiantes. Si usted llegó a este artículo porque su profesor de literatura o filosofía del colegio o de la universidad lo obligó a leer "Nada" de Janne Teller, déjeme decirle que es afortunado al tener a un profesor con criterio y con metas de lo que es la verdadera educación para el mejoramiento del mundo 
Estructura y la nota de la autora 
La novela "Nada", de Janne Teller y escrita en el año 2000, está narrada en primera persona. Está dividida en XXVI apartados y, en ediciones nuevas, se adhiere la reflexión de la autora en torno a la escritura de la novela, en donde se destaca la presencia de Pierre Anthon durante toda su vida y en la que afirma que haber escrito "Nada" fue haber vuelto a mirar el mundo con ojos de adolescente; también enfoca el texto en la censura en colegios, familias y países de todo el mundo.  
Argumento 
Pensemos en Taering, un pueblo de Dinamarca olvidado por el mundo. En la escuela del pueblo, empieza la historia que nos cuenta Janne Teller. Pierre Anthon, un estudiante, se levanta del puesto y sale del salón afirmando que en la vida "Nada importa. Hace mucho que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada. Eso acabo de descubrirlo". Los demás alumnos se quedan en estado de asombro al presenciar tal acto. Y deciden demostrarle a Pierre Anthon que las cosas que afirma son erróneas, después de que subido en un árbol de ciruelas, golpea con ellas a cada uno de sus compañeros, mientras dice cosas como: "Por qué finge todo el mundo que todo lo que no es importante lo es y mucho, y al mismo tiempo todos se afanan terriblemente en fingir que lo realmente importante no lo es en absoluto?" o "Te convertirás en diseñadora y te pavonearás por ahí con tus zapatos de tacón alto, representando tu papel de forma inteligente y consiguiendo que otros piensen que también ellos son inteligentes si llevan precisamente la ropa de tu marca. Pero te darás cuenta de que eres una payasa en un insulso circo en el que todos intentan convencerse mutuamente de que es de vital importancia tener un determinado aspecto ese año y otro diferente al siguiente. Y también descubrirás que la fama y el gran mundo están fuera de ti y que tu interior está vacío, y así será hagas lo que hagas". 
Y los compañeros deciden demostrarle a Pierre Anthon que sí hay cosas importantes en la vida y que no todo encaja en lo que él piensa. Entonces se ponen de acuerdo para que cada uno, a petición de otro, entregue la cosa que se considere la más importante en su vida.  De esta manera, el religioso Kai entrega la imagen de Cristo que se roba de la Iglesia. Las cosas van desde lo simple, por ejemplo, Agnes, que es también la narradora, entrega su calzado nuevo, a lo difícil y cruel, como la profanación de una tumba para extraer el ataúd de un hermanito de una de las estudiantes, o como la decapitación de una perra que cuidaba la tumba de su amo y que, cuando extrajeron el ataúd, creyó que se habían robado el de su amo. Otras peticiones fueron más crueles, pero todo por la búsqueda de un significado que permitiera hacerle entender a Pierre que estaba equivocado. Así fue como Sofie perdió su virginidad y Jan-Johan su dedo índice con el que tocaba la guitarra y sacaba de manera original los ritmos de los Beathles 
Cada cosa la iban acomodando en un montón, que llegó a ser descubierto por sus padres entero gracias a que Jan-Johan, después de su calamidad con el dedo, contó lo que iban a hacer. Los castigaron, pero buscaron la forma para que Pierre Anthon se enterara de lo que habían hecho para convencerlo de que si hay cosas que poseen significado y, por lo tanto a vida sí tiene sentido. Un periódico, gracias a una llamada de Agnes, llegó al lugar, y fue este el inicio de una fama que acrecentaría por unos días y que acabaría de un momento a otro sin reconocimiento alguno. 
Nunca Taering estuvo como en esos días: pasó de ser un pueblo desconocido a ser el lugar donde unos chicos habían hecho arte para demostrar que había cosas en la vida que sí tenían sentido. Vendieron el montón de significado a un museo del extranjero, y se vino el acabose más rápido de lo que podría haberse imaginado.    
Después de que Pierre Anthon los hubiera hecho reflexionar sobre el acto de haber vendido lo que ellos consideraban significado y que, por tal hecho, concluía que en realidad el montón no tuvo nunca un verdadero significado, pues de lo contrario no lo habrían vendido, y después de que Sofie defendiera a capa y espada que sí lo tenía porque pensaba en la perdida de su inocencia,  y que cayeran en la cuenta de que lo que para Sofie era significativo para ellos no, después de todo esto, hubo riñas de golpes y de sangre  en el lugar donde tenían el montón. Pierre Anthon, llamado por Agnes, fue al lugar para concluir las reflexiones y la historia. Al oír lo que Pierre les decía, que no era más que la recriminación por sus actos insignificantes, lo hirieron a patadas y puños, y apareció Pierre Anthon calcinado junto a las cenizas del montón.  
¿Qué se puede decir de la novela? 
"Nada", de Janne Teller, es una novela juvenil que busca poner en reflexión uno de los interrogantes más difíciles de la filosofía y de la vida: ¿Vale, realmente, la pena vivir? Nada importa, nada somos, entonces ¿para qué seguimos? ¿Será verdad que nos inventamos la vida para hallarle sentido?  
Vamos a ver mejor qué dicen autoridades al respecto, porque lo más seguro es que pierda la imparcialidad del análisis al expresarme como Pierre Anthon: 
"Inolvidable y eterna. Tiene todas las características de un clásico", Booklist. 
"Literariamente excelente, cuenta hasta qué punto la gente está dispuesta a dejarse guiar por el miedo. Logra analizar preguntas filosóficas fundamentales de una manera excepcionalmente clara" ZDF Aspekte. 
"Nada funciona como los clásicos del género, como La ola o El señor de las moscas. Es la historia de una escala dramática que al final plantea varias preguntas. ¿Qué es importante? ¿Cuáles son los límites de la tolerancia? ¿Qué puede servir como guía moral para nuestra vida en sociedad?" focus.de. 
"Uno de los libros más literarios y filosóficamente interesantes de los últimos años", Tages-Anzeiger. 
"Nada" anima a sus lectores a tomar decisiones sobre sus propias vidas. Describe una búsqueda que cada uno de nosotros nos plantearon alguna vez, pero que nunca ha sido contada de manera tan impactante", Die Zeit.