domingo, 3 de febrero de 2019

Reseña sobre "El manifiesto comunista" de Marx y Engels



RESEÑA SOBRE EL MANIFIESTO COMUNISTA DE MARX Y ENGELS

Jhon Monsalve

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Marx, Carlos; Engels, Federico (2000). Manifiesto comunista [1848]. Argentina: El Aleph.
Karl Marx y Federico Engels publican el Manifiesto Comunista en 1848, luego de presentar sus ideas en el segundo Congreso de la Liga de Los Comunistas, que se llevó a cabo en noviembre de 1847. En medio de teorías socialistas e idealistas, como la alemana y la francesa, en las que se invisibiliza el papel del trabajador en la transformación social, los autores del Manifiesto tienen presente al movimiento obrero como base para el derrocamiento de la clase burguesa y la consecución del poder popular.
Durante el siglo XVIII y gran parte del XIX, Europa se ve imbuida en cambios de orden económico y social a causa de la Revolución Industrial. La mano de obra se empieza a valorar en menor proporción, ya que el uso de las máquinas subordina el trabajo humano. Además, en la Revolución de 1930, la burguesía consolida su poder político, mientras el proletariado se sigue relegando, hasta que sus ánimos se hacen presentes dos semanas después de publicado el Manifiesto comunista en Francia.
Aunque son dos los autores, ciertos biógrafos consideran que la forma del Manifiesto tiende más hacia el estilo de Marx que hacia la escritura de Engels. No obstante, un año antes de la publicación del manuscrito, este último escribe los “Principios del comunismo”, lo que hace pensar en un trabajo temático e ideológico muy similar al del otro filósofo alemán. Marx lee a Kant y Voltaire; la ilustración está a su alcance y, ante diversas circunstancias, toma decisiones orientadas hacia el liberalismo: contradice, verbigracia, la monarquía de su contexto y presenta su tesis doctoral en una universidad de corte liberal. Engels, por su parte, crece en una familia dedicada a la industria textil y con tendencias al puritanismo, propio de los calvinistas. Con el paso del tiempo, se rebela contra tales acciones y toma posturas más humanistas y antirreligiosas. Por su ideología, Engels publica, bajo seudónimos, ciertos textos en periódicos, en los que se destacan alusiones explícitas sobre la situación del proletariado en su país. En vista de tales perspectivas, Marx y Engels hacen parte de la comunidad de Jóvenes hegelianos, donde empiezan a configurar con más solidez su concepción del comunismo.  
Con estas características contextuales y biográficas, se comprende el fin ideológico del Manifiesto. Este texto, además de los prefacios en los que se presentan las características generales del manuscrito, se compone de cuatro apartados, que exponen las diferencias entre burgueses y proletarios en el contexto europeo y el papel social dentro del poder político, así como los fines del partido y las distancias entre los socialismos burgueses y el comunismo.
En la primera parte intitulada “Burgueses y proletarios”, los autores presentan la oposición existente entre clases sociales a partir del contraste entre burguesía y proletariado. Argumentan que las distancias entre clases surgen a la par con la historia de las sociedades, en donde siempre están presentes opresores y oprimidos. Referencian la Antigua Roma para hacer alusión a las diferencias entre patricios y plebeyos; así mismo, hacen mención a la Edad Media, cuando los señores se empoderan de sus vasallos. Justamente, los favores feudales recibidos a causa de las labores de los siervos en la Edad Media se desdibujan con la llegada del hombre al Nuevo Mundo, pues se abren caminos de comercio antes inexistentes. Así, las contraprestaciones de los servicios de los vasallos se cambian por la manufactura propia de una sociedad comercial, que transporta y que conforma industrias.
Los que, en algún momento, son siervos, ahora se configuran como comerciantes que obtienen dinero por la mercancía de diversos productos. El otoño de los favores feudales llega a su fin y nace la oportunidad primaveral de crecer con la industria. Los siervos feudales pasan a ser la burguesía naciente y, a causa de ella, surge el proletariado. Los pequeños burgueses otorgan los mejores beneficios a los industriales millonarios, quienes tienen a cargo una cantidad importante de trabajadores.
A partir de lo anterior, Marx y Engels consideran que la burguesía se configura como poseedora del Poder Político y, de esta manera, el gobierno termina siendo “un Comité administrativo de los negocios de la clase burguesa” (p. 29). Con actitud egoísta la burguesía suplanta las libertades humanas por la libertad del comercio, de tal manera que en todas las profesiones y oficios construye la figura del trabajador asalariado y, en la familia, trunca el sentimentalismo por el dinero.
La burguesía no es sedentaria, es decir, se expande debido al comercio por todos los territorios posibles. Esto lleva a que las sociedades de diversas partes del mundo consideren necesario consumir u obtener productos de otras latitudes, porque los nacionales no son suficientes. Así las cosas, para Marx y Engels, la sociedad que no se adapte a tal sistema puede sucumbir ante las relaciones comerciales y, debido a ello, se ve obligada a estar inmersa en los procesos burgueses.  Por otra parte, de la misma manera que la burguesía subordina el campo a la ciudad, también valora con mayor énfasis los países industriales en detrimento de los países agricultores. Para los autores, estas características burguesas llevan al acaparamiento del capital y a la exclusividad del sentido de propiedad para los privilegiados.
Junto al surgimiento de la superproducción, va de la mano el efecto de aniquilamiento de la industria y el comercio. En vista de que existen muchos mercados y el comercio se multiplica, la clase burguesa no tiene más salidas que, por una parte, destruir con violencia “la masa de fuerzas productivas” (p. 36) y, por otra, la consecución de nuevos mercados.
Marx y Engels exponen a continuación uno de los argumentos centrales del primer apartado. Así como los siervos en la Edad Media se revolucionan contra sus señores, los burgueses crean el proletariado, es decir, las futuras manos que dan muerte a la burguesía dentro de la concepción marxista. El resultado parece igual: los señores de la Edad Media subordinan a sus vasallos, quienes se convierten, con el tiempo, en la clase burguesa que crece económicamente con ayuda del comercio, mientras que en la modernidad los burgueses subordinan al proletariado que, muy seguramente, en medio de los ideales del Manifiesto comunista, se rebelarán contra la clase dominante.
Paso seguido, los autores centran la atención en características del proletariado, comprendidas dentro del seno de las prácticas burguesas. Por una parte, si cierto trabajo no aporta al capital de la industria o del comercio, simplemente no se abren vacantes para dicha actividad laboral; por otro lado, si el trabajo realizado produce poco capital, en esa misma proporción se paga el salario del obrero; un ejemplo más: si el trabajo del obrero está condicionado por el uso de una máquina, el hecho de operarla no significa un aporte significativo de trabajo, y, por tanto, el pago resulta igualmente irrisorio. De este modo, según Marx y Engels, el proletariado es esclavo de la burguesía, de la máquina y hasta del dueño de la fábrica.
Desde su nacimiento, el proletariado lucha contra la burguesía. La característica positiva que encuentran los autores del Manifiesto en los obreros es que, como se miden en grandes cantidades, son mayores las fuerzas de lucha. Del mismo modo que la burguesía crea relaciones con los medios de comunicación del comercio, los obreros, haciendo uso de estos mismos medios, forjan relaciones sociales con otros trabajadores de otros territorios. Así las cosas, aunque los proletarios tienen en contra las enemistades de la competencia comercial, el crecimiento de la fuerza obrera es cada vez mayor. Entre otros hechos, porque la misma burguesía ha sido escuela para los trabajadores; en primer lugar, en las luchas contra la aristocracia; en segundo lugar, en las luchas contra ciertos grupos burgueses que encaminan su economía hacia otros rumbos. Al respecto, Marx y Engels precisan: “De tal manera la burguesía proporciona a los proletarios los rudimentos de su propia educación política; es decir, armas contra ella misma” (p. 43).
En tal sentido, para Marx y Engels, el proletariado es la única fuerza revolucionaria ante la burguesía. Existe la clase media, conformada por pequeños fabricantes y artesanos, que también ataca la clase burguesa, pero con fines comerciales y, por tanto, no es considerada revolucionaria, sino conservadora.
Los autores finalizan la primera parte del Manifiesto retomando ideas importantes desarrolladas a lo largo de las primeras páginas. Argumentan que la burguesía persigue intereses propios económicos, mientras que el proletariado desciende cada vez más en la escala social, incluso “por debajo mismo de las condiciones de vida de su propia clase” (p. 47). También reiteran la importancia de la mayoría obrera que, unida, favorecería a la mayoría de la población en el mundo. Para lograr tal hazaña, los obreros pueden seguir el ejemplo de la misma burguesía.
El segundo capítulo del Manifiesto se titula “Proletarios y comunistas”. Marx y Engels desarrollan en este apartado las características y los fines del partido. Ratifican la relación inalienable entre los comunistas y los obreros, de tal manera que solo consideran al proletariado como participantes del movimiento. Como grupo, persiguen tres propósitos: “constitución de los proletarios en clase, destrucción de la supremacía burguesa, conquista del poder político por el proletariado” (p. 50). Para la consecución de tales fines, se hace necesario abolir la propiedad burguesa por considerarla propiedad privada. Marx y Engels critican el hecho de que el trabajo asalariado no crea la propiedad para los obreros, sino, por el contrario, genera el capital que hace posible la propiedad privada de la burguesía, de tal manera que entre más haya explotación del proletariado más beneficios habrá para la clase privilegiada.
La paradoja radica en que el obrero trabaja por un salario apenas elemental, mientras la burguesía acapara el capital que genera ese trabajo. Los autores reafirman que el comunismo busca abolir este modo de apropiación que va en detrimento de la dignidad de la clase obrera y a favor de los intereses de la burguesía. Así las cosas, la abolición de la propiedad es entendida por la burguesía como un vejamen de la individualidad y de la libertad, reducidas al contexto de su capital y a sus relaciones sociales, sin tener en cuenta la individualidad y libertad del proletariado. En palabras de los autores: “Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a condición de privar a la inmensa mayoría de toda propiedad” (p. 55).
Paso seguido, Marx y Engels contraargumentan otras las críticas que reciben de la burguesía. En el caso de la abolición de la familia, los autores consideran que la constitución familiar burguesa reposa sobre el capital y en la supresión de la familia para el proletariado, donde los niños son instrumentos de trabajo. A raíz de esto, el comunismo propone eliminar la explotación de los niños, haciendo hincapié en la necesidad de instaurar una educación para todos, no reducida a la clase e ideología dominante. Por otra parte, ante la crítica de que los comunistas desean configurar una colectividad de mujeres, los autores aclaran que se trata únicamente de brindar a las féminas un papel más allá del productivo. Del mismo modo, se acusa a los comunistas de querer abolir la nacionalidad, cuando ni siquiera, según los argumentos de Marx y Engels, los proletarios tienen patria. Los autores no dan mucha importancia a rebatir posiciones religiosas o filosóficas pues consideran que tales prácticas se dan a la par con cambios sociales.
Al finalizar el segundo capítulo, los autores proponen diez medidas para el comunismo: expropiación de la propiedad privada, el impuesto progresivo, abolición de la herencia, confiscación de propiedad a emigrados, centralización del crédito, centralización de los medios de transporte, mejoramiento de tierras cultivadas, trabajo obligatorio, combinación de trabajo agrícola e industrial y educación pública y gratuita para niños. De esta manera, el proletariado destruiría las diferencias sociales, imponiéndose como clase directora al abolir el poder público, que no es otra cosa que “el Poder organizado de una clase ara la opresión de las otras” (p. 66).
El tercer capítulo “Literatura socialista y comunista” presenta las diferencias entre el socialismo y el comunismo en cuatro apartados: El socialismo reaccionario, El socialismo conservador o burgués, El socialismo y el comunismo crítico-utópico y Posición de los comunistas ante los diferentes. Los autores critican, en primer lugar, la lucha literaria y poco seria que, en un principio, tienen la burguesía y la aristocracia. Con canciones satíricas y profecías de desastres nace el socialismo feudal, acompañado por el socialismo clerical, quienes olvidan que son retoños del régimen feudal de la Edad Media. Además del socialismo feudal, los autores desarrollan la idea del socialismo pequeño-burgués, comprendido por una clase que parece estar entre la burguesía y el proletariado. Los escritores de la época empiezan a criticar el régimen burgués y a defender a los obreros. Este socialismo se convierte en reaccionario y utópico a causa de los deseos de volver a pretéritos medios de producción y de cambio. Otro socialismo reaccionario es el alemán o considerado, desde el subtítulo propuesto por los autores, como “verdadero”. Los escritores alemanes toman como base la revolución francesa para adaptar tales ideas a su filosofía e ideología. Tales adaptaciones son consideradas verdaderas y tienen en cuenta las necesidades no solo del proletariado, sino de todo ser humano. Con el tiempo, tal reacción se torna más seria por la oposición de la burguesía alemana y prusiana hacia la monarquía absoluta y feudal. Así mismo, la literatura de este socialismo lleva a que crezcan los mercados de los burgueses a causa de las promesas sobre el bien común. Al respecto, Marx y Engels considera que estos escritos fueron una “sucia y enervante literatura” (p. 78).
El segundo apartado del tercer capítulo “El socialismo conservador y burgués” presenta una tendencia socialista dirigida desde la clase burguesa, en la que se desvirtúa toda posibilidad de reacción social; incluso, se trata de convencer a los obreros de que el cambio político no los beneficia. Desde esta perspectiva, los burgueses buscan también disminuir su trabajo administrativo y el salario de los trabajadores, que son vistos únicamente como plataforma para lograr las comodidades de los más favorecidos.
Finalmente, en el último apartado del tercer capítulo “El socialismo y el comunismo crítico-utópico”, Marx y Engels reflexionan sobre las propuestas socialistas de Fourier, Owen y Saint-Simon, en las cuales se percibe cierto desdén hacia las clases obreras y desconfianza hacia el poder que podrían obtener en la sociedad. Para lo autores del Manifiesto, el socialismo utópico considera al proletariado como la clase que más sufre, pero no la concibe con la posibilidad de salir de este letargo. Este socialismo tiende a favorecer a las clases dominantes y van en contra de cualquier acción revolucionaria del proletariado. Este socialismo es considerado utópico, entre otras cosas, por perseguir fines que, en principio parecen loables, pero son orientados, en realidad, en pro de la clase burguesa.
El cuarto y último capítulo del Manifiesto se titula “Posición de los comunistas ante los diferentes partidos de oposición”. Los autores reseñan las características de los partidos comunistas en diferentes países de Europa y “apoyan (…) todo movimiento revolucionario contra el estado de cosas social y político existente” (p. 88). Reiteran que el objetivo primordial, independientemente del país o de la situación social, es la abolición de la propiedad burguesa, mediante la derrota de las clases favorecidas y la imposición política en la sociedad. Merz y Engels culminan el manifiesto haciendo una invitación a los pertenecientes de la clase proletaria para que se unan y combatan ante la opresión social.
A partir de lo anterior, se puede concebir el Manifiesto comunista como un grito a la libertad e igualdad social del proletariado europeo, víctima de los abusos del poder burgués y del crecimiento industrial que invisibiliza la mano de obra. Marx y Engels inician una revolución ideológica sobre el valor del capital en la sociedad, así como una reflexión en torno a los desmanes hacia el proletariado, percibido por la burguesía simplemente como un medio para el ascenso social en detrimento del estancamiento económico de los trabajadores. Se evidencia, en el Manifiesto, que esta visión es precursora en cuanto favorece a la comunidad obrera, ya que las perspectivas del socialismo utópico obstaculizan la participación política de los proletarios en la sociedad. No por nada los autores escriben en mayúscula sostenida el grito de la necesidad: “Proletarier aller Länder, vereinigt euch!”.

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