domingo, 12 de enero de 2014

"Del extraño al cómplice", de Joan-Carles Mèlich: El paso de la pluralidad a la dualidad en la educación dentro del mundo de la vida

“DEL EXTRAÑO AL CÓMPLICE”, DE JOAN-CARLES MÈLICH:
EL PASO DE LA PLURALIDAD A LA DUALIDAD EN LA EDUCACIÓN DENTRO DEL MUNDO DE LA VIDA
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
Mèlich, J.C. (1994). Del extraño al cómplice. Barcelona: Anthropos.
Los libros de pedagogía y educación se han centrado, por lo general, en el desarrollo del niño dentro de la institución educativa. El filósofo español Joan- Carles Mèlich llega hasta el núcleo de la educación humana dentro del contexto del mundo de la vida, para demostrar la importancia, en este ámbito, de la acción social, de la moralidad, del reconocernos en el otro, del rostro a rostro. Es en el diario vivir en el que interactuamos; el mundo de la vida nos exige una constante relación intersubjetiva, en la que logremos pasar el umbral de la pluralidad, es decir, del desconocimiento del prójimo, para reconocerlo cara a cara. En últimas, es este el propósito de Mèlich: alejarnos de lo científico-tecnológico y centrarnos en el mundo cotidiano, en el mundo de la vida, con el fin de relacionarnos intersubjetivamente para reconocernos en el otro.
“Del extraño al cómplice” está compuesto por cinco capítulos extendidos en tres apartados: Epistemología, Antropología y Ética y estética. Lo antecede una introducción escrita por Octavi Fullat Genís, en la que hace una crítica a la política española por el apoyo dado a lo científico-tecnológico y en la que ofrece ciertos datos del autor y del estilo de su obra. Desde ese momento, el lector es consciente de que se enfrentará a un tema educativo y social a partir de un lenguaje filosófico. En el preámbulo, escrito por Mèlich, se introduce la temática del libro, sus propósitos y sus tesis. De esta manera, el lector comprende que el texto se centrará en la educación inmersa en el mundo de la vida, en las relaciones intersubjetivas de la vida cotidiana que son la base de cualquier educación, en la importancia de tener en cuenta al otro y de reconocerse en él.
En el primer apartado, “Epistemología”, aparecen los dos primeros capítulos del libro. El primero de ellos, Filosofía y ciencias humanas,  trata sobre los problemas que ha suscitado la investigación de corte humanista. Al igual que los científicos ponen en duda la veracidad de la investigación filosófica, Mèlich hace lo mismo con las pesquisas tecnológicas, teniendo en cuenta que el conocimiento que resulta de ellas no es, en absoluto, probado. Por medio de Popper y Kuhn, sostiene que para que una ciencia pueda tomarse como tal esta debe estar en constante reajuste de sus métodos y modelos de investigación. En las ciencias humanas, esta característica es recurrente, pero en las ciencias naturales, al parecer, lo es muy poco. De este modo, valoriza la importancia de la investigación filosófica y, entre otras cosas, afirma que las dos condiciones necesarias para que se lleve a cabo la investigación científica, en los campos natural y humano, son: la especificidad metodológica y la intersubjetividad. Este último concepto reaparecerá a lo largo del libro ya no como característica de la investigación, sino de las relaciones humanas dentro del mundo de la vida.
El segundo capítulo, que lleva por nombre La cuestión del método, centra su atención en la metodología de la que debe hacerse uso al momento de comprender las relaciones humanas del mundo de la vida. Esta cuestión es supremamente importante, dado que cualquier disciplina que no parta de preceptos propios de las ciencias naturales no puede recibir el apelativo “ciencia”. La preocupación nace en el momento en que para lo “científico” el hombre es un producto de la naturaleza, mientras que, en las ciencias humanas, es él quien crea su propio mundo, su entorno. Por lo tanto, Mèlich dedica algunas páginas a la fenomenología como método de estudio de las relaciones intersubjetivas en la vida cotidiana. También hace alusión a la filosofía como una ciencia que, posiblemente, pueda lograr la unión entre el “ser” y el “deber ser”, objetos de estudio de la fenomenología y de la tecnología educativa, respectivamente. Uno de los conceptos más importantes en este capítulo es el de la fenomenología trascendental, método que, a partir de los análisis de la experiencia cotidiana del humano, pretende alcanzar la esencia pura del ser.
El segundo apartado se denomina “Antropología” y está compuesto por un extenso capítulo (el tercero): La construcción de la realidad humana en el horizonte de la vida cotidiana. La construcción de la que habla este título no se logra sino por medio de las relaciones intersubjetivas. Mèlich es muy enfático en esta cuestión: la realidad humana, la educación en el mundo de la vida, se alcanza a través de las interacciones. El mundo de la vida es uno de los ejes temáticos en las obras ensayísticas del autor; tanto en “Antropología simbólica y acción educativa” como en “Del extraño al cómplice” el filósofo español describe el mundo de la vida a partir de la teoría de Husserl al respecto. El mundo de la vida no es más que el mundo de la cotidianidad, el lugar en donde se halla la mal llamada (parafraseando al autor) educación informal. Allí los sujetos entran en recurrentes relaciones, viven, se comunican, se experimentan como humanos. En el mundo de la vida cada hombre vive en un espacio y en un tiempo, propios de la experiencia. Mèlich utiliza el término “corporeidad” para hacer referencia a una de las cuestiones antropológicas más importantes: el reconocimiento no solo del cuerpo del otro, sino también de su ser, de su esencia como humano. La corporeidad se descubre en el otro cuando logra ser él, ser nosotros y ser todos a la vez. Pero tal evento se logra solo si en las relaciones interpersonales aprendemos a reconocer al otro. Un tema que se añade a los tratados en este capítulo es la moral, entendida no como un producto de las relaciones humanas, sino como constitución de la acción educativa y de las prácticas intersubjetivas. Los valores morales deben ser diferenciados de los sociales. Mèlich explica lo anterior partiendo de las acciones dramáticas, caracterizadas por las diversas actitudes humanas frente a situaciones variadas: por poner un ejemplo, es distinto el comportamiento del hombre en un bar que en un bus. La corporeidad y lo moral, al parecer, se ocultan, se cobijan, bajo la acción dramática. Al final del capítulo, el autor complementa sus ideas con algunos aportes de Gadamer con respecto a la alteridad, es decir, al otro, a quien puedo tomar como instrumento, es decir, como máscara del drama, o como analogon, o sea, como reconocimiento de mí mismo en el otro, o, finalmente, como apertura, es decir, como la permisión de hablar por el otro, de volverse el otro. Tal vez en esta última hallemos la corporeidad. Y para anteceder la temática del próximo apartado, el autor enfatiza sobre la consecuente relación entre extraños en el mundo de la vida, producto de una pluralidad inconsciente en la que solo se permite descubrir la máscara de la acción dramática.
El último aparatado, “Ética y estética”, se compone de los últimos capítulos del libro: Fenomenología de la acción educativa y El otro como cómplice: De la experiencia estética. En el primero de estos, se encuentra quizá la matriz del ensayo del filósofo español: la caracterización de una acción pedagógica situada en el mundo de la vida en donde se presenta constantemente una interacción dual. La acción social tiende a la pluralidad en las relaciones del hombre, es decir, no descubre el ser del otro, ni su dimensión humana. En la pluralidad todos son extraños, nadie reconoce al otro. En la dualidad, según los argumentos de Mèlich, se presenta un rostro a rostro en el que se descubre la corporeidad del prójimo y todos sus valores. Es en este contexto en el que aparece la moralidad, que tiene en cuenta la esencia del otro, que lo comprende… es un modo de ser con los otros. Es del paso de la pluralidad a la dualidad en el que se presenta el transcurrir del extraño al cómplice.
En el último capítulo, Mèlich hace una interesante comparación entre la creación estética en el arte y la construcción de la alteridad. Para ello, parte de los conceptos poesis, aisthesis y katharsis. El primero es el acto de creación del otro, tal cual en una obra artística; el segundo es la alteridad reconocida como tal por medio de la dualidad, y el último se comprende como una comunicación intersubjetiva, producto de las dos anteriores. En este proceso, pasamos de considerar extraño al que estaba sumido en la pluralidad social a considerarlo cómplice en la relación dual. El autor culmina el capítulo enfatizando en que cada uno de estos rasgos que conforman la humanidad debe ser contemplado por la educación, pues de lo contrario, no merece esta ser llamada de tal manera.
Joan-Carles Mèlich concluye en un Post Scriptum que el cómplice no reduce al hombre a objeto, sino que, por el contrario, lo considera en su esencia. Al cómplice lo supone como utopía de la educación en el mundo de la vida.
La edición de Anthropos de “Del extraño al cómplice”, publicada en España en 1994, presenta al final del libro un relato filosófico complejo e interesante titulado El generador de fundamentos, escrito por Jèssica Jacques. Entre personajes mitológicos aparece el conflicto de descubrir el fundamento que, según lo expuesto por Mèlich, es la esencia del ser. El relato, en últimas, es una reflexión sobre la belleza del reconocimiento de la alteridad.

Aunque parezca poco optimista, la visión utópica de la complicidad en el mundo de la vida cotidiana es una triste realidad. Para pasar de extraño a cómplice, para lograr reconocerme en el otro, para conformar una unidad a partir de la dualidad intersubjetiva, hace falta, a mi modo de ver, una reflexión social sobre las causas del pensamiento pluralista en la sociedad. Además, mientras el mismo sistema, la misma educación, no vean más allá de los contenidos, de los materiales, de los deberes del estudiante… si los maestros no empiezan ellos mismos por reconocer al estudiantado como alteridad, dudo mucho que algún día se logre una complicidad que nos lleve a pensar más allá de nuestros propios intereses. Si no se tiene en cuenta la propuesta antropológico-educativa de Mèlich en las escuelas de educación de nuestras universidades, será difícil que esta perspectiva humana se tenga en cuenta para el mejoramiento de las relaciones intersubjetivas no solo en el ámbito de la vida cotidiana, sino también en la acción educativa de las instituciones. La fenomenología trascendental ayudaría en parte en este propósito. O tal vez, sin darnos cuenta, el mundo de la vida, de la comunicación de sujetos, se caracterice por una tradición en la que nunca ha habido un rostro a rostro. En fin: la responsabilidad de los educadores se acrecentó con la dualidad que debe lograrse. Esperemos, ya con más optimismo, que las propuestas de Mèlich no se pasen por alto. 

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