viernes, 27 de diciembre de 2013

Lo que un año viejo le puede dejar a un joven Licenciado en Español y Literatura

Lo que un año viejo le puede dejar a un joven
 Licenciado en Español y Literatura
Jhon Monsalve

A mis compañeros de aquella cohorte 2008-1… y a todos los que vinieron después…

Hace un año, por estas fechas, me graduaba como Licenciado en Español y Literatura de la Universidad Industrial de Santander. Tenía miles de propósitos y de planes académicos. De haber sido supersticioso habría cenado una vid entera para poner en manos del azar los sueños que tenía. No lo hice, tal vez porque, de cierto modo, muy dentro de mí, quedaba la esperanza de ahorrar para estudiar una maestría fuera de la ciudad. Lo único que necesitaba era encontrar un trabajo estable, en el que ganara, no como limosnero, sino como licenciado, lo suficiente para aportar en la casa y cumplir con mis planes. Pasé con esmero y fe casi medio centenar de hojas de vida a colegios distintos en Bucaramanga y Santander. Ninguno se reportó al menos para decirme que mi currículum no bastaba para un puesto tan importante y serio como la docencia. Y tal vez, hasta en cierto punto, tenían razón. Puedo decir sin miedo a críticas que el pénsum de la carrera Licenciatura en Español y Literatura  promete unas cosas y el estudiante se encuentra, por lo general, con otras. Para nadie es un secreto que las pedagogías no tienen el suficiente fundamento pragmático que correspondería a una carrera universitaria como esta. No hay prácticas pedagógicas desde un inicio de la carrera; los estudiantes entran con la idea de ser literatos o lingüistas y no maestros. No los culpo: si la carrera exigiera prácticas en las materias pedagógicas (y en las Didácticas), los estudiantes estarían a tiempo para enfrentarse con la realidad de la educación en Colombia y para decidir si continuar o no con una labor que día tras días se llena de más burocracia, politiquería, farsas y profesionales frustrados.
Los colegios, todos, buscaban profesores con más de un año de experiencia, y yo me preguntaba quién diablos me daría la oportunidad para, algún día, acceder a tan reñidos empleos. Y llegó el momento y pensé en no desaprovecharlo. Un colegio de Piedecuesta, evangélico para rematar (no hay atentado más grande que el de combinar doctrinas religiosas con la educación), buscaba locamente un profesor de Español y Literatura que fuera cristiano. Yo no lo soy, pero mis lecturas bíblicas me ayudaban en algo y mis ganas de conseguir trabajo para ganar experiencia me obligaron a hacerme  pasar por un cristiano de alabanzas y de gritos estridentes. Me presenté, mentí, pasé las estúpidas pruebas y quedé con el puesto. De esa experiencia nació un diálogo que publiqué en Facebook por aquellos días:
En una entrevista:
— Bueno, profesor—me dijo el rector aclarándose la voz— aquí necesitamos que los estudiantes aprendan ortografía. Quiero que me explique qué estrategias utilizaría para ello.
—Rector, pienso que lo más importante no es que los chicos aprendan ortografía, sino que aprendan a leer, a tomar postura crítica haciendo uso de argumentos según sea el caso.
—Y entonces la ortografía... —alzó ligeramente la voz y apuntó con sus ojos.
— Pues, rector, la ort...
—Profesor, —no me dejó hablar más y disparó— si lo necesitamos, lo llamamos.
Y pasó el siguiente...
Y no lo acepté. La oportunidad la desaproveché porque en ocasiones debe ganar la dignidad: el sueldo miserable que ofrecían era muy similar al salario mínimo que se tiene previsto para el 2014 y los horarios iban de 6:30 de la mañana a 5:00 de la tarde. No sé ustedes, pero hoy, si se me vuelve a presentar esa oportunidad, la vuelvo a desaprovechar junto a un par de insultos.
Y nadie me llamó nunca. Entonces, decidí trabajar de manera independiente. Fui a Vanguardia Liberal y publiqué un anuncio, pero no sirvió de nada. Perdí 10.000 pesos y el último par de ilusiones que tenía.
Cuando cursaba la carrera, me incliné (otros no lo hicieron tanto) por el forzado Francés que rellena nuestro pénsum. Empecé a trabajar como profesor particular de francés y así me gané unos pesos. No era mucho. Me alcanzaba para aportar algo en la casa y para mis buses. Aunque siempre he estado en contra del Francés en la carrera, debo confesar que sin en él, posiblemente, me habría sentido mucho más fracasado de lo que fui. En otras palabras, y sin pensarlo ni un minuto, me volví parte del rebusque bumangués que la policía desaloja continuamente. Estuve pendiente de que algún militar me quitara las copias que tenía, con las que trabajaba, para cumplir con su deber de impedir que otros se ganen la comida honradamente en un país en el que las oportunidades huelen a palancas de estiércol.
El caso es que a la luz de hoy no me ha llamado nadie. Y no lo harán. Por eso, hace algunos meses, presenté el Concurso Docente Indecente con la ilusión de un mejor futuro. Pasé. Raspando, pero pasé. Y ahora estoy esperando la entrevista,  el estudio de la hoja de vida y la inminente negación del trabajo porque no tengo experiencia. Ya lo sé. Ni para qué me ilusiono.

Los que lleguen a leer estas cosas que  escribo, a veces inútiles, “inservibles” como diría una amiga cercana, comprendan que lo hago sin la menor intención de desilusionar a aquellos que estudian lo mismo que yo. Solo quiero mostrar que este problema debería ser discutido, estudiado, incluso investigado, en las cátedras de la universidad. Yo me ilusioné y me estrellé contra el mundo. Más bien quiero que este texto sirva de prevención. Eso sí: ojalá los nuevos Licenciados en Español y Literatura y los que están por venir encuentren  un excelente trabajo en el que aporten sus conocimientos y su ética a la educación del país. Ojalá, y lo digo de todo corazón, porque entre tanto graduado, entre tanto profesional nuevo en esta área, en Santander y en Bucaramanga, va a quedar difícil que todos lo logren. Pero ojalá así sea para que puedan escribir algún día, y en masa, una crítica  contundente a mis humildes reflexiones. Ojalá que en la vida profesional, el año viejo les deje mucho más que frustraciones. 

4 comentarios:

  1. Es verdad Jhon, este país es tan cómico en todos sus aspectos que funciona gracias a los conocidos de los conocidos, las oportunidades son muy pocas para los egresados y más si son licenciados, pues tienen el imaginario que sin experiencia pueden pagar con un miserable sueldo, diría que si pudieran todavía nos pagarían con un trueque, veinte horas de clase semanal por dos papas, una yuca y una librita de arroz. Este es nuestro país y debemos sentirnos orgullosos de la ceguera colectiva voluntaria. Buen escrito Jhon.

    ResponderEliminar
  2. Jhon, excelente texto. Yo creo que el problema no radica en la cantidad de egresados, sino en el asinamiento de las aulas de clase y lo bajo que ha caído nuestra profesión. Alguien debería estudiar el fenómeno.

    Yésica Nieto

    ResponderEliminar
  3. Su escrito muestra una realidad triste y estoy de acuerdo con el punto que usted plantea en cuanto a la falta de práctica docente en la carrera de Licenciatura en Español. Yo también he observado esa problemática, como estudiante de Licenciatura en Inglés a punto de graduarme, con mucha humildad lo digo, he tenido la oportunidad de conversar con los compañeros de español y hay temas como metodología de enseñanza en el cual muestran unos vacíos debido que a no han tenido la oportunidad de enseñar durante el tiempo que toman dichas materias, cosa que sí hemos tenido los de inglés. Ese asunto es de sumo interés y es necesario que se trate en la escuela ya mismo.

    ResponderEliminar
  4. Muy buena reflexión, pero también lo deja a uno como estudiante con los ánimos por el piso.
    Es bueno leer reflexiones sobre las experiencias de nuestros profesores. :)

    ResponderEliminar