lunes, 18 de junio de 2012

Caperucita Roja


CAPERUCITA ROJA
Versión Jhon Monsalve


Nunca entendí por qué la abuela vivía tan lejos de nosotros. Es más, le supliqué a mamá que la trajera a vivir a esta casa pero se negó porque dizque no hay espacio. Eso es mentira. Si ustedes vieran esta casa se darían cuenta de que cabrían cinco abuelas como la mía y sobraría espacio. Tampoco entiendo por qué nunca nombran a mi papá si fue él quien bajó las frutas del árbol para que yo las llevara a casa de la abuela aquella mañana, como lo hacía, a escondidas, todos lo días. Hablé con mi papá del asunto: “Traigamos a la abuela a vivir a esta casa, papi, como antes”, pero él me dijo que eso era imposible porque la abuela necesitaba su propio espacio, donde nadie la molestara. “Pero nosotros no la molestamos, papi; aquí estaría mucho más cómoda. Ten en cuenta que esa casa en que vive está que se cae; por ahí oí de unos animales que soplan casas y las tumban. Nosotros tenemos aquí varias habitaciones…”, y no me dejó terminar, me dijo que no, que la abuela no podía venirse a vivir aquí porque dizque se aburría inmensamente. Bueno, en fin, aquí lo raro es que antes de que la abuela se fuera a vivir a esa casa, vivía con nosotros aquí, y créanme, jamás la vi aburrida; al contrario, se sentaba en el jardín  y veía cómo los pájaros hacían sus nidos sobre los árboles, y decía: “Qué bonita es esta casa… quiero morir aquí”.
Cuando se la llevaron al otro lado del bosque, lloré mucho y le prometí que todos los días iría a visitarla, que le llevaría frutas y algunas tortas de las que apenas aprendía a hacer por ese entonces. Mi mamá me dijo que yo no podía andar por el bosque así como así, que yo estaba muy pequeña para ir todos los días a casa de la abuela. “Mamá, tengo 8 años y camino mucho más lejos cuando voy a la escuela”. Definitivamente, ya no querían ni que me acercara a la abuela, y decidieron llevar acabo el mal macabro que ustedes conocen.
 Jamás me encontré en el bosque a ningún lobo, ni mucho menos me hizo preguntas; eso se lo inventó un tal Perrault. Lo cierto es que cuando llegué  a casa de mi abuela, vi mucha sangre en el suelo, las gafas partidas, la ropa regada por toda parte y un lobo acostado en la cama de mi abuela, sin disfraz alguno. Yo no sé de dónde sacaron que se había puesto el traje de dormir de mi abuela, si se lo comió con todo y ella. “Hola, Caperuza, te estaba esperando”, me dijo con voz maliciosa, y sentí miedo, y se acercaba más y más a mí, quería comerme como a ella. No existió ningún leñador; eso es mentira. Lo único que pasó después fue que mis papás entraron gritando: “A ella no, lobo feroz, ese no fue el trato”.

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