miércoles, 4 de enero de 2012

Crónica: La víspera de año nuevo con el Niño Dios

Crónica: La víspera de año nuevo con el Niño Dios

Jhon Monsalve


Ahora era yo el que iba a casa de mi novia. Me preocupaba solo una cosa: la convivencia de esa noche con don José, mi suegro. El 24 ella había pasado la víspera de Navidad con mi familia, se había quedado a dormir en mi casa, en mi cama, mientras yo dormía en la cocina frente a un gajo de cebolla larga, que apestaba a sudor, a sobaquera. Esa noche dormí mal, atravesado, tratando de esquivar el olor a agrio. Por un momento pensé que el del olor era yo.

El caso fue que ella se supo acomodar. Tal vez la ayudó mucho el hecho de que frecuentaba mi casa, mi vida, y hablaba con mi mamá de la cocina, con mi hermana, de la moda, y con mi padre, de los ojos de las vacas, de lo ricos que quedan en el chocolate.

Ahora era mi turno. Mierda. Tenía que entablar una conversación amena con don José, con el que nunca había pasado de tres palabras. La primera vez dije: Mucho Gusto, y me quedé callado, y después, desde hace un año, solo le pregunto: Cómo le va. Me habría gustado tener un detalle con el señor, antes de hablar y hablar en compañía de una Pilsen. Habría sido prudente salir una noche por las calles sucias de esta ciudad en su búsqueda, inventarme un lugar adónde ir, pagarle la carrera del taxi, dejarle una propina justa, considerable, hablar con él de fútbol, de mujeres, de ocios, de vicios, de sexo, convidarlo a un burdel de alta categoría, de esos que quedan más acasito de Cabecera, donde abundan el dinero, las putas, los narcos. Pero no, no hice lo del personaje aquel de Kafka que se olvida de todo, al que la inercia lo lleva a un paseo repentino para preguntarle a un amigo cómo le va. Si hubiera hecho eso, habría ganado cancha para el 31, para la víspera de año nuevo.

Me bañé como a las 2:00 p.m., me cambié como a las 3:00 p.m., me fui como a las 4:00 p.m., y llegué como a las 5:00 p.m. Casi no encuentro bus. El 31 de diciembre Bucaramanga estaba más atestada que nunca de taxis, de motos, de borrachos, de basuras, de pólvora, de accidentes. En el Cristo Rey los ladrones miraban pa’ lado y lado, buscando la víctima perfecta, la mujer débil, el hombre enclenque. Y así estaban Los Colorados y el Pablón: llenos de desocupados, de vagos con oportunidades perdidas, de gente en la miseria, tratando aún de encontrar los pesitos faltantes para su ropa, para sus zapatos, para sus porritos. Unos se inventaban el tapón vehicular para pedir la limosna que ayudaría a llenar de pólvora el carrancio, el muñeco de trapo que simboliza el año viejo, muerto para siempre. Me dio la impresión de que ese coso se parecía mucho a mí, y lo sentí como mi alter ego, junto a mí, diciéndome que esa noche nos quemarían a los dos. ¡Jueputa! Mi suegro encendería un fósforo, prendería una mecha y se acercaría discretamente a mi trasero, levantaría mi pantalón viejo, metería el tote en mi culo y se reiría de mí, y mi novia de mí, y yo de mí, fingiendo para tratar de caer bien.

Llegué y pregunté Cómo le va, él me dijo Bien, y nos sentamos a ver Nat geo, Megaestructuras, él en su cama, yo en la cama de su hija, ella en medio de los dos, tratando de unirnos en la conversación. Pero no lo lograba. Yo quería que el piso se abriera, que se acabara el mundo: A 2011 llegamos, pero a 2012 no. Ojalá, por ahí a las 8:00 p.m. se hubiese acabado esta vida, este miedo, esta farsa, de una vez por todas. Vivir es muy difícil, y más cuando sientes que un momento de la vida te quedó grande.

Al fin hablamos de taxis, de robos en taxis, de espantos en taxis, de los colores de los taxis, de las tarifas, de los clientes, de las mujeres bellas que se suben, de los borrachos que no pagan, de la gente que conversa, de la que se queda callada, de la timidez, de la valentía, del amor, del odio, de la Cruz, de Jesús, de Dios, del Niño Dios. Eso es, hablamos de lo que debimos hablar desde el comienzo: del Niño Dios, de él mismo, de mi suegro, del padre de mi novia, del canario, del apodado, desde hace más de 20 años, así, como el bebé de la navidad: Niño Dios. Debo confesar que me tenté a hablarle un poco de lo erróneo de su apodo, de que debieron ponerle Niño Jesús y no Niño Dios, porque Dios es el padre, y Jesús, el Ungido, el nazareno, el que nació en un establo como un miserable, como los de El Pablón, como los de Los Colorados. Pero mejor me callé. Y no me arrepiento. Imagino la escena que de haber hablado se habría presentado: el fósforo, la mecha, el pantalón ya usado, el tote, el culo, las risas, el payaso.


Mi suegro es responsable. Es uno de esos hombres que dan la vida por sus hijos, que trabajan por sus hijos, que no se visten por vestir a sus hijos, que no comen por dar de comer a sus hijos. Mi suegro es chévere. Gasta cerveza al piso. Ese día tomé mucho. La primera me alegró, me puso en ambiente. Hablé más cosas con él, pregunté más, reímos más, juntos, en la conquista del suegro por parte del yerno. Y se compuso todo después de que llegaron sus amigos. El Borrachín, el Burro con sueño, la Gitana y Alf. Dos mujeres, cinco hombres. Ojalá no miren mucho a mi novia. Con dos cervezas me imaginaba ya cosas: insultos, puños, cachetadas, quemonazos de cigarrillos, botellas partidas, afiladas, peligrosas.

Hablé con Alf un rato. Parecía un abuelo muy interesante, pero las apariencias son engañosas, mentirosas, falsas. Me aburrió sobremanera, ni siquiera me reía de su cara, que fue la causa de la risa de mi suegro por un rato, la causa de la felicidad de mi novia, del mamagallismo de Borrachín, de la Gitana y de Burro con sueño. Don José gastaba las cervezas, y no me había acabado la segunda cuando ya había pedido la tercera. Yo me conozco: ya casi me transformaría, me pondría la máscara de la sinceridad, de la locura: la verdadera personalidad de todo aquel que algún día tome y se emborrache.

Y Borrachín nos invitó dos cuadras más arriba, dizque donde había ambiente. Le cortó la cara a mi nuevo amigo Alf, que casi no andaba, casi no hablaba, casi no respiraba. Yo caminaba, yo seguía a don José, era su perro faldero. Yo de la mano de su hija, de su única hija: ya entendí por qué me quería totear el culo con esa mecha. Recordé, mientras caminábamos, la primera vez que me presenté. Le dije Mucho gusto, pero mi alter ego, ese mismo que aquella noche quemarían, habló de más por mí: Mucho gusto. Yo soy el novio de su hija. Pues con razón me quería tratar como un carrancio. Esa oración hubo de haberla tomado como cualquier padre en su lugar: Yo soy el novio de su hija, en el habla de los papás, significa Yo soy el que me estoy comiendo a su hija. Pero ahí iba yo, orgulloso de llevar de la mano a la hija de Niño Dios, a la mujer más bella de Cristo Rey. Sus tacones me recordaban a la bella durmiente del avión, de García Márquez, y su caminar de leona. Qué orgulloso estaba. Don José ya me trataba con confianza, y menos mal: esa noche era yo el que se quedaba a dormir en casa ajena, de su novia, pero ajena. Tomamos más, reímos más. Burro con sueño cabeceaba a cada rato, Borrachín contaba chistes, cuentos que llamaba didácticos, mientras el año se iba para siempre, para nunca más volver, y casi en la tumba recibía con alegría su remplazo: un año peor, un 2012 de mierda en esta ciudad de mierda.

La Gitana parecía coquetear con don José. Lo cogía de la mano, se reían. Yo miraba un puesto de perros calientes, imaginaba la vomitada, la lavada, la trapeada, el límpido. Acabé la cuarta cerveza, y don José me pidió una más. El sabor a amargo me fastidiaba: esa mezcla de malta con cereal y con ácido lúpulo. No soportaba lo amargo, el hambre, la vida, la navidad, el año. Pero estaba alegre. La cerveza número cinco me convidó a hablar francés. Monsieur, quand je bois de la bière je commence à parler en français. Borrachín decía que él hablaba guajiro.

Sonaba la canción del adiós. Las emisoras se adelantaban a celebrar el año nuevo. Faltan cinco pa’ las doce, el año va a terminar. Pólvora, mucha pólvora. Lágrimas, pólvora, risas, pólvora, abrazos, pólvora,gritos, pólvora. La gitana abrazó a don José. Burro con sueño se despertó. Borrachín abrazaba a una mujer de vestido rojo y corto. Mi novia y yo acabábamos de comernos el perro, de chuparnos los dedos, de olvidarnos del mundo. Se acabó el año, mi vida. Nos abrazamos, nos besamos, y se acercaba don José, muy alegre. Miré sus manos, no tenía ninguna mecha, ningún tote, ningunos fósforos. Extendió sus brazos, me abrazó y me dijo al oído: Feliz año, mijo. Siga así, que así va bien.

2 comentarios:

  1. Saludos Jhon. Si escribieras todo un libro con el estilo desenvuelto y directo con que has narrado estas experiencias, lo leería con gusto, y de un tirón. Felicitaciones por tu escritura, tu blog, y por ser un hombre de buenas letras. Un abrazo desde la fría Bogotá.

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    1. Muchas gracias, Alejandro, y como ha visto, lo sigo, desde hace un tiempo, en La pasión Inútil. Para mí es muy grato que una persona como usted me haga un comentario tan halagador. No hace mucho fui a Bogotá por primera vez, y concluí que "Es una fría mañana eterna". Muchos saludos, desde aquí: la Ciudad Feíta de Colombia.

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