viernes, 11 de octubre de 2013

"Satanás", de Mario Mendoza: Una crítica profunda a la sociedad y política colombianas y una alteridad normal en el humano

“SATANÁS”, DE MARIO MENDOZA: UNA CRÍTICA PROFUNDA A LA SOCIEDAD Y POLÍTICA COLOMBIANAS  Y UNA ALTERIDAD NORMAL EN EL HUMANO
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
Aunque, “Satanás”, novela de Mario Mendoza, no está narrada de forma poética, ni hace uso exclusivo del lenguaje puro literario, sí demuestra, tal vez, en mayor proporción que algunas novelas bien narradas (evidentemente, con otros objetivos), las consecuencias de unas políticas gubernamentales que han caracterizado desde siempre a Colombia. Los personajes que se presentan son la configuración de una sociedad víctima de las pocas oportunidades, de los malos manejos de los recursos del pueblo, del desdén absoluto hacia la pobreza, la miseria y el hambre.
La narración se desarrolla en torno a  cuatro personajes: Campo Elías, María, Andrés y el Sacerdote. El primero es, por decirlo de alguna manera, el que ejecuta las acciones principales para que, tal cual en la tragedia griega, los héroes caigan, se desboronen, se desintegren. Campo Elías escribe El diario de un asesino, en el cual comenta las injusticias sociales de un país de pocas oportunidades. La Guerra de Vietnam lo dejó, posiblemente, con unos traumas sicológicos, normales, en estos casos, tal cual Emilio Díaz Valcárcel lo desarrolla en sus cuentos sobre los vestigios de la Guerra de Corea.  Campo Elías se confiesa con el sacerdote sobre sus deseos criminales, de igual forma que días antes lo había hecho un hombre del común que después de confesarse asesinó a sus hijos y a su mujer porque no soportaba que aguantaran más hambre. Campo Elías era lector consumado de El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde, de Stevenson, y enseñaba inglés por medio de esta novela.
Por otro lado, se narra la historia de María, una señorita de 19 años, que después de ser criada por el sacerdote y después de cumplir los 18 años, tuvo que trabajar como vendedora de tintos y dejar a un lado los sueños de ir a la universidad. De niña vivió una época violenta en la cual perdió a su familia. Ahora, mientras vendía tintos, unos hombres le propusieron que, si quería, podría trabajar con ellos, en un negocio que, grosso modo, consistían en que ella, María, debía poner cierta droga en la bebida de un hombre adinerado, mientras hablaran en un bar de Bogotá. Luego, ellos lo llevarían y aprovecharían tal estado para robarlo. María aceptó la propuesta y, en una noche de trabajo, sucedió algo inesperado: subió a un taxi, y fue violada de una manera brutal, que brutalmente supo narrar el autor. Desde ese día dejó su trabajo. Cambió de vida y hasta de gustos sexuales y buscó ayuda nuevamente en el sacerdote.
Andrés era el sobrino del sacerdote. A mi modo de ver fue el personaje mejor configurado de la novela… que está dividida en diez capítulos, y cada uno de ellos (o bueno, la mayoría de ellos) se divide en tres apartados distintos que cuentan la historia particular tanto del sacerdote, como de Andrés y como de María (el relato de Campo Elías aparece en algunos capítulos uniéndose a las demás narraciones, y tiene un capítulo especial en el que se presenta el diario del asesino)… Este personaje, Andrés, puede ver proféticamente los hechos trágicos que ocurrirán cada vez que pinta un retrato. Mientras retrataba a uno de sus tíos, se apoderó de él una presencia extraña que lo llevó a dibujar sin querer una garganta amorfa. Días después su tío se enteró de que tenía cáncer en la garganta. Lo mismo ocurrió con Angélica, su exnovia, a la cual había dejado porque sentía que ella importunaba su trabajo como pintor. Un día ella le suplicó que le hiciera un retrato y, mientras lo hacía, la misma fuerza extraña se apoderó de él, y le dibujó ciertas manchas en la cara. Días después, Angélica se enteró de que tenía sida y que las manchas eran indicios de ello. En otras dos ocasiones esa fuerza extraña tomó poder en el cuerpo de Andrés: la primera fue cuando, teniendo relaciones sexuales con Angélica (deseada inmensamente por él, después de enterarse de que era promiscua), se quitó el condón sin importarle que se podría contagiar de sida; la segunda sucedió cuando conoció a Campo Elías en un bar y más precisamente cuando este le propuso que pensara en cómo quedaría un cuadro suyo, acto seguido Andrés imaginó una escena de balas y muertos.
Y por último, el sacerdote, que va directamente relacionado, como lo vimos, con los demás personajes. El sacerdote se caracteriza por ser de izquierda, por pensar en el pueblo, por no creer en posesiones demoníacas. No obstante, en el transcurso de la novela lo persiguen legiones de demonios desde todas las esquinas. Por otra parte, debe luchar contra un demonio que se apoderó de una adolescente y que lo seduce sexualmente cada vez que se acerca a su fétido olor con el fin de ayudar. Este demonio grita a viva voz que el sacerdote no podrá con su oficio divino y que tendrá que retirarse. En cierta parte, es una lucha entre el bien el mal, tal cual sucede en El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde. Cada personaje eran dos a la vez: María era quien no quería ser; Andrés, cuando pintaba, era otro; Campo Elías, tal vez producto de la Guerra de Vietnan, adoptó un Hyde temible y peligroso, y el sacerdote era uno en la misa y otro en la cama junto a Irene, su ayudante en la parroquia.
Cuando tanto María como Andrés buscaron ayuda espiritual con el sacerdote, este les comentó que se casaría pronto con Irene y que, evidentemente, dejaría el sacerdocio. Comían los cuatro en un restaurante italiano, cuando de repente, Hyde, dentro de cuerpo de campo Elías, mató a uno por uno de los que estaban comiendo en aquel lugar… Los vestigios de la Guerra lo golpeaban, pero también las pocas oportunidades, el aburrimiento, el tedio, el sufrimiento… Lo siguiente lo dijo cuando mataba a la madre de su alumna de inglés: “El amor de Dios… No sé si estamos hablando de la misma persona. A ese Dios suyo solo lo conocen los privilegiados como usted, el dos o tres por ciento de la población. El resto conocemos el desdén, la ira y el maltrato de un Dios sordo y despiadado”.

“Satanás”, de Mario Mendoza, no solo es una novela urbana que demuestra la alteridad del hombre y la contraposición del bien y el mal, sino también una novela en que se comprende este último valor como consecuencia de los problemas sociales y políticos… como producto de una mínima sociedad que ignora, que subyuga y que solo piensa en sí misma. 

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