La crónica del examen del Concurso
Docente 2013
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
Bueno,
Jhon, estás frente al espejo y, en unos minutos, después de que te bañes, te
afeites, te cambies para la ocasión, saldrás a tratar de encontrar el futuro en
una hoja de respuestas. Mientras tanto, mírate y date cuenta de que aún no
tienes cara de profesor, de que la barriga apenas te está saliendo, y eso
porque te has excedido últimamente en el consumo de cerveza y de comidas
rápidas… Fíjate en que a tu cara le hace falta un poco más de seriedad y que
tus conocimientos aún son nulos para enfrentarte a la difícil tarea de formar y
educar éticamente una sociedad para el futuro. No te importa nada, Jhon… vas en
todo caso, tratas de ser responsable, de llegar temprano y esperas, como
siempre, que las promesas que te hacen se lleven a cabo tal cual las dijeron.
Pensaste que el Icfes había mejorado su puntualidad y que, por esta razón,
sería cínico el acto de que los líderes de salón miraran mal a aquellos que
llegaban tarde porque se les presentó a último momento algún problema o porque
se les había olvidado, como casi se te olvida a ti, que el porvenir junto al Estado les dan el
chance de lanzar la moneda para ver si ven al fin la cara que sueñan.
Te
fuiste, Jhon, y no desayunaste, no comiste nada, querías disfrutar del viaje
del bus en ayunas, en lugar de llevar la barriga llena y algunas náuseas. Te
cargaste dos lápices, por si acaso, y te fuiste revisando en cada parada del
bus el documento de identidad, el borrador, el sacapuntas… Estabas paranoico,
Jhon, muy pocas veces te vemos así. Los lápices tocaron su música en el
transcurso del viaje y una señora, y luego otra, y después otra, se subieron al
bus con una mirada de fracaso que no dudé en asociar con el peso de la
docencia, de la mala educación, de la impotencia de no sobresalir en su trabajo
ni en los tres exámenes que ya llevan encima. Te miraban, Jhon, y tú solo
hacías sonar aquellos lápices al compás de los huecos y de los sueños frustrados.
Te
bajaste en la UIS, y viste cientos de colegas, con caras tristes pero optimistas.
Hablaban del Concurso anterior, de las preguntas, de lo que creen ellos que se
repite, y tú sin ninguna experiencia, sin nada más que tus libros en la cabeza
que tal vez no sirvan de nada en ese examen, te dices entre dientes que, para
tranquilizar los ánimos, deberías tomarte un café. Te decides al fin por una
avena y compras un paquete de galletas para suavizar los ánimos. Te tocó hacer
fila, Jhon, porque los profesores son muy educados; no como tú que le contestas
a tu papá no como él quiere sino como se te da la gana. No sabes por qué, pero
te fastidian esos profesores, la manera como se expresan, como hablan, se les
nota la mediocridad por encima, como tú, Jhon, aunque no lo quieras aceptar. Dices
que se comportan como si fueron peritos y los más nobles del mundo… ya los
verás en clase algún día, Jhon, pasando por encima de los estudiantes y
pensando solo en su labor docente, en sus casas, en sus egos. Y llegarán al
hogar en la noche no con el afán de preparar clases porque el Estado no paga
horas extras, sino de ver el programa de moda o la novela de mayor rating. Ahí se quedan los peritos, Jhon,
y lo sabes bien, y más abajo queda su bondad y su carisma.
Según
tus reflexiones, no entras en esa categoría, y ahora más que nunca piensas que
para ser docente te hace falta mucho. Te despides de los que puedes regalando
una sonrisa más de compasión que de compañerismo. ¿Acaso tú no eres uno de
ellos, Jhon? Te preguntas, te planteas situaciones y concluyes que, posiblemente,
lo que le conviene al país sea gente como la de la fila, pues se ahorrarían
dolores de cabeza, movilizaciones, revoluciones futuras. Ay, Jhon, y te vi la
cara cuando llegaste al lugar del examen y buscaste un lugar en el piso para
pararte, porque todos los demás docentes, con las ganas de prosperar con un
triste sueldo, llegaron más temprano que tú, y eso ya es mucho. Caras conocidas, solo algunas, las demás están
regadas por la ciudad y por el país, buscando lo mismo que tú: una limosna
estatal por un trabajo que vale oro. Y llegó la hora del examen y apenas abrían
la puerta para buscar el salón. Qué irresponsables, pensaste. Luego, la
búsqueda, la caminada, el desbarajuste te llenaron de ira, y el desorden
alfabético de los nombres te agregó al día la pizca de miedo normal en estos
casos.
Adioses
para los conocidos y cédula en mano. Te tocó la primera hilera, como siempre te
ha gustado, y después de amenazadoras recomendaciones, dejaste en el piso, al
lado del tablero, tu celular, que ya estaba apagado, para que nadie te llamara
y te soplara las preguntas una por una, en un acto heroico que solo ellos, los
que ya son docentes, y no pueden evaluar de otra forma, se imaginan.
La
Aptitud Matemática es una prueba de lógica en la que se necesitan conocimientos
mínimos de Quinto y Sexto grado. Algo que se supone deben, según tu opinión,
saber todos los docentes porque ya pasaron por esas… No obstante, de la misma
manera como, tal vez, muchos en Colombia que estudiaron lo tuyo no sabían que
León de Greiff en aquel poema evocaba a Shakespeare sin nombrarlo, con eso de Macbeth,
así mismo hay quienes ni se enteran de que 1/7 representa una de las siete
unidades en que se divide una unidad mayor. No te burles, Jhon, de los que no
sabían lo de Shakespeare… Ten en cuenta que, primero, tú no te las sabías todas
y que incluso dudas que tengas la más mínima posibilidad de pasar el examen, y
segundo, que tus compañeros, tus colegas, se graduaron de una universidad tan
mediocre en esta área como la de Pamplona o que algunos que hayan estudiado en la
UIS no supieron la respuesta de Macbeth porque, curiosamente, en una
Licenciatura en Español y Literatura, no dictan al menos una Literatura
Universal, y eso que el maestro de esta área tiene que conocer a fondo tales
temas para trabajarlos de la mejor manera en cualquier grado académico. Bueno,
total… la prueba de matemáticas estuvo algo compleja, Jhon, pero menos mal
estudiaste algo de regla de tres, una que otra cosa de geometría, y pudiste contestar
lo más cercano posible… al menos eso crees…
El
problema aparece, según tu opinión, en la prueba de Aptitud Verbal. Aunque es
lógico que en la de matemáticas debías leer y hacer una que otra inferencia, se
supone que este rasgo tendría que ir reforzado y con un grado de dificultad
propio de maestros en la prueba de Aptitud Verbal. Y nada. Un texto algo
extenso, tres preguntas y solo una de ellas era de comprensión lectora. Bien lo
dijo uno de tus colegas que estaba sentado a tu derecha: “Esto es un insulto
para nosotros, Jhon”. Y pensaste que era cierto, que cómo era posible que se
priorizara en que una palabra es sinónima de otra o que un conector puede tomar
el lugar de otro. Pero bueno, piensas… Luego se quejan de por qué el maestro
solo enseña ortografía en clases de Español… Ya estás sospechando de dónde es que
nace el agua sucia del río. Y antes que se te olvide: la ortografía que tanto
evaluaron en la prueba de lenguaje se quedó en la década pasada. Todavía tildan
“solo” y todos los pronombres “éste, ésta (…)”. Qué triste, sí, Jhon, cómo se
contradicen.
De
la Prueba Sicotécnica ni qué hablar. Tonta. Bueno, no sabes. Eso lo hacen
sicólogos especializados, Jhon, no critiques esas cosas. Pero insistes en que
fue tonta, porque, según tu ingenuidad hipócrita, es obvio que todos los
docentes son éticos y piensan en trabajo de grupo y no tienen ideales
individuales. Tú la embarraste, Jhon, cómo se te ocurrió desear como premio de
tu jefe una colección de tus libros favoritos, si debiste, más bien, contestar
que un diplomado, porque así verá tu jefe y los evaluadores de la prueba que estás
interesado en seguir estudiando. Solo pensaste en que un diplomado hoy en día
no es nada y que si no te dan al menos una beca para maestría o doctorado de
premio, mejor eliges una colección de los libros de Cortázar o de Borges. Así
eres tú, Jhon… A veces, cansas, pero eres así.
Y
ya, y decides no hablar más, porque lo otro fue particular y a casi nadie le
interesa. Así son todos los profesores, según tú. Y bien… saliste, almorzaste,
volviste a la 1:30 p.m. a encontrarte con la impuntualidad, contestaste, casi
te duermes, y ahora que puedes hacerlo, te da por escribir… no se te borran las
caras, las preguntas, las respuestas mal contestadas… haces sonar de nuevo los
lápices…