Análisis
del cuento “Los gallinazos sin plumas”,
de Julio Ramón Ribeyro
de Julio Ramón Ribeyro
Jhon
Monsalve
(Retrato de Julio Ramón Ribeyro)
Imagen tomada de internet
Imaginemos
una sociedad cualquiera en el mundo en la que los pobres, como siempre, les
hacen la vida menos difícil a los ricos. Es muy fácil familiarizarnos con una sociedad
hipotética y al mismo tiempo tan próxima como la que aquí caracterizo. Ya he
explicado en el artículo que titulé “Rafael Pombo: a 100 años de su muerte” que
la obra de este poeta colombiano no es más que una crítica directa a los
poderes sociales y, lastimosamente, mal tomada [hablo de la obra de Pombo] por
cientos de maestros y uno que otro crítico. En el presente texto, me dispongo a
analizar o, más bien, a comentar analíticamente la lectura de uno de los
cuentos más importantes de la literatura latinoamericana: “Los gallinazos sin
plumas”, del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro. Ya veremos que hay estrecha
relación con Pombo (en cuanto al fin social) y con la eternamente sociedad
latinoamericana y mundial desigual e injusta.
La narración
Enrique
y Efraín son dos hermanos que, a su corta edad, trabajan fuertemente para
llevarle al abuelo el alimento necesario para el marrano que cría con el
objetivo de venderlo a un buen precio. El trabajo de este par consiste en salir
antes del alba a buscar en la basura uno que otro alimento para el cochino y
deben llegar con los cubos repletos de comida pues de lo contrario el abuelo,
como casi siempre ocurre, se enoja con ellos y los insulta. Con el tiempo se
dan cuenta de que en un muladar, algo
alejado, se puede hallar gran cantidad de basura, manjar de los gallinazos que,
al principio, cuando los hermanos son enviados, los ven con recelo, pero que
con el tiempo se habitúan a dos chulos más que devoran también los
desperdicios, es decir, las sobras, de los que tienen comida a diario.
Van
solo dos días al muladar y el resto de semana la pasan en las calles
revolviendo basura para el alimento de un animal que ansioso y hambriento
espera la porción del día. Efraín se hiere un pie y a causa de esto se enferma
y el abuelo no lo comprende y se enoja por eso; entonces, le exige a Enrique
que trabaje el doble para reponer la pereza del hermano, y así lo hace, y
consigue un nuevo compañero de trabajo: un perro flaco acostumbrado a revolver
basura en busca de comida. El abuelo termina aceptando el perro en la casa,
aunque al principio no lo hizo porque no toleraba una boca más.
Y
bien: Enrique también cae enfermo, en su caso de tos y gripa, y una mañana no
puede levantarse y el abuelo se enoja y pasan unos días sin comer casi nada,
hasta que el anciano rompe en cólera y se desquita con sus nietos, hasta el
punto de que, enfermo y todo, a Enrique le toca volver al trabajo de buscarle
el alimento a un marrano. El perro, que ha presenciado el maltrato del abuelo,
se queda al cuidado de Efraín. Cuando Enrique vuelve del arduo trabajo, se da
cuenta de que algo anda mal y se lo confirma su hermano: el perro ha mordido al
abuelo y el abuelo ha decidido, tal como lo presenció el propio Enrique,
echarle el canino vivo al puerco hambriento. Toma Enrique, después de ser
golpeado por su abuelo, una vara e intenta golpear al anciano, que pierde el
equilibrio y cae al lodo. En ese momento va en busca de Efraín para huir del
lugar, mientras se oyen chasquidos en el corral del cochino. La ciudad también
abre su mandíbula para devorar al par de gallinazos enfermos.
El trasfondo
Las
sociedades tienden a la injusticia y a la desigualdad. En cualquier grupo, y
más en nuestros países capitalistas, el poder se monta a la cima y los
“oprimidos”, para utilizar un término de Paulo Freire, queda en el valle de la
montaña. En este cuento se evidencia una simbología del poder en el abuelo que
alimenta al marrano para obtener ganancias. Se ve, en una escala de poderes,
que los nietos son los más humillados y decaídos en la sociedad del cuento. El
cerdo termina convirtiéndose, más que en un elemento que representa la
burguesía (pues de ser así no terminaría vendido y asesinado), en un medio con
el cual el poder realiza sus artimañas. El marrano es un proyecto más para
aumentar el poder del abuelo, símbolo este de tiranía y burguesía.
Vemos,
pues, que la obligación de conseguir el sustento para el cerdo es equivalente a
aquella de millones de trabajadores en nuestro continente que lavan la ropa,
cocinan la comida, cultivan el alimento, hacen los vestidos… de los más
pudientes. Grupos vulnerables y mayoritarios que les hacen la vida fácil a los
grupos minoritarios y felices.
Por
otra parte, el hecho de que al final la ciudad abra sus fauces para devorar a
los gallinazos acentúa la desintegración social de los hermanos que, tratados
mal por su abuelo, salen ahora al mundo, como lo hacían todas las mañanas por
unas horas, a ser carcomidos por la discriminación de no ser más ante la gente
que un par de gallinazos sin plumas: inertes, basureros, inertes, hambrientos,
inertes, sin protección, al fin y al cabo: inertes.
El
abuelo, por su parte, y no es una moraleja, muere a causa de sus propios
proyectos, de sus ideales capitalistas, de su ambición. Y reitero que no es una
enseñanza moral, sino más bien una reflexión en torno al ámbito social, donde,
como ocurre aquí, el capital es la base primordial de una sociedad. Ya sabemos
qué pasa cuando se siguen estos parámetros, ya nos damos cuenta de que esto es
muy recurrente en nuestro continente (en nuestro mundo) y seguimos en lo mismo:
esperando a que aparezcan los gallinazos para abrir las mandíbulas. Pensemos si
en América hacemos parte de la caracterización del abuelo, de los nietos o de
la sociedad. Y caeremos en la cuenta de que abundan más gallinazos inertes de
los que imaginamos y que son muy pocos los abuelos y que la sociedad no es más
que un intermedio que pulula mucho más y del que penosamente hacemos parte.
apesta
ResponderEliminarcalma
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