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domingo, 24 de febrero de 2013

La noche bocarriba, de Cortázar: La guerra florida, de Latinoamérica


La noche bocarriba: La guerra florida 
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
Cortázar es de esos escritores que escriben con la realidad y la fantasía al lado. García Márquez pone en su lugar una flor. Es como si, en Cortázar, una prescindiera de la otra, como si no hubiera metáforas, ni cuentos, ni palabras sin la convergencia de estos mundos. Hablando de la ósmosis, el escritor argentino afirmaba que se lograba la total yuxtaposición  cuando la fantasía y la realidad encajaban perfectamente la una en la otra; para explicar su propuesta hace una analogía con una receta de Edward Lear:
“Este tipo de cuentos que abruma las antologías del género recuerda la receta de Edward Lear para fabricar un pastel cuyo glorioso nombre he olvidado: Se toma un cerdo, se lo ata a una estaca y se le pega violentamente, mientras por otra parte se prepara con diversos ingredientes una masa cuya cocción sólo se interrumpe para seguir apaleando al cerdo. Si al cabo de tres días no se ha logrado que la masa y el cerdo formen un todo homogéneo, puede considerarse que el pastel es un fracaso, por lo cual se soltará al cerdo y se tirará la masa a la basura. Que es precisamente lo que hacemos con los cuentos donde no hay ósmosis, donde lo fantástico y lo habitual se yuxtaponen sin que nazca el pastel que esperábamos saborear estremecidamente”.
Y en “La noche bocarriba” sí hay yuxtaposición y de la buena. Una característica general del Vanguardismo consiste en hacer uso de algunos elementos ficcionales y fantásticos para configurar la realidad desde una perspectiva distinta. El cuento que es objeto de nuestro análisis presenta la realidad de las guerras indigenistas de América Latina, a través de lo onírico y lo sobrenatural. Es poco probable que demos por sentado el hecho de que un indígena soñara con una motocicleta varios siglos antes de que se creara la primera. Pero por medio de lo que el mismo autor denominó “suspensión de la incredulidad”, se logra en el lector la configuración del sentido literario del cuento.
Contenido aborigen
El cuento “La noche bocarriba” narra la historia de un motociclista que, después de un accidente, es llevado a un hospital; allí sueña que es un indígena que huye de ciertas tribus cazadoras de hombres. Hace lo posible por esconderse, por escapar, pero el olor (el sentido más recurrente en el cuento) a guerra lo atormenta a cada momento. Ese olor se asemeja al olor de la muerte, al sacrificio, a la sangre derramada en piedras especiales para el acto divino. Lo extraño es que en el  espacio y tiempo contemporáneos, el personaje motociclista sueña cosas de siglos atrás. Cada una de las acciones que sueña, las vive a su modo en el hospital. Algunos pacientes se dan cuenta de su comportamiento, lo aconsejan; los médicos entran y aplican anestesia, él duerme y sigue soñando, hasta que lo ponen bocarriba (como ha estado siempre en la camilla) en la roca de sacrificios divinos. En ese momento, el indígena se da cuenta de que ha soñado ser un hombre que cae de un aparato extraño y que es llevado a un centro de rehabilitación.
La guerra florida
El conflicto del cuento se entiende a partir de los sueños. No sabemos a ciencia cierta quién sueña a quién, aunque suponemos que el indígena es quien vive las verdaderas experiencias. El trasfondo del cuento se empieza a dilucidar desde el momento en que comprendemos que las Guerras Floridas llevadas a cabo en territorio mexicano eran frecuentes en tiempos de escasez de alimentos. Se sacrificaba a un humano a cambio de que los dioses de las tribus implicadas devolvieran el sustento a los pueblos, pues creían que, de esta manera, las divinidades que se enojaban con ellos por alguna causa dejarían su ira a un lado. El escape de la víctima es similar a huir de la muerte y saber que al fin y al cabo nos va a tomar con su guadaña.
En suma
Tenemos, pues, el cuento “La noche bocarriba”, su fantasía y su realidad. La ósmosis perfecta, el referente pertinente para explicar las guerras indigenistas de nuestros aborígenes, para asociar de manera magistral la constante huida del humano a la muerte, que siempre tendrá la piedra de sacrificios lista en el momento en que necesite alabar a sus dioses.

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