La
influencia dudosa de la televisión en la educación
Jhon
Monsalve
Imagen tomada de: http://k33.kn3.net/taringa/5/1/2/2/E/B/Beriku/E4B.jpg
No es de extrañar que un
estudiante de bachillerato invierta más tiempo en la televisión que en las
tareas del colegio (la primera es entretenimiento, mientras que la segunda le
implica pensar). Sin embargo, no puede criticarse a este medio como si fuera el
causante de todos los males en la educación colombiana. La televisión existe,
pero los televidentes son los que eligen qué ver, a partir de las experiencias
que hayan vivido y los entornos en los cuales hayan crecido. Esto es defendido por José Martínez de Toda y
Ferrera del siguiente modo: “Más que impactar directamente al televidente, un
grupo de factores mediadores (la familia y los amigos, las organizaciones, la
experiencia pasada y otros lazos sociales) actúan como un filtro de percepción,
a través del cual el contenido de los medios masivos es interpretado con
características especiales por cada miembro de la audiencia” (1998, p. 196). En
los siguientes párrafos se expondrán, mediante ejemplos y citas, las razones
por las que la educación no se ve afectada por los medios de comunicación, sino
por los hábitos de aquellos que asisten al colegio.
Según el Blog para los maestros de México, las nuevas generaciones ya no
estudian porque simplemente no encuentran en el colegio lo que les gusta hacer:
“Muchos jóvenes tienen la imagen de que la escuela es un lugar en dónde no se
les permite hacer nada que a ellos les gusta” (Blog para los maestros). La
televisión poco influye en este comportamiento. No es posible afirmar que es
justamente por la televisión que los estudiantes no se esfuerzan por aprender.
Es posible que existan otros factores más creíbles; por ejemplo, los hábitos a
los que están acostumbrados los estudiantes fuera del aula escolar. Puede ser
que uno de ellos sea la televisión, pero no por ella misma, sino por lo que a
los jóvenes les gusta ver.
Ángel Liceras, en el
artículo “Medios de comunicación masas, educación informal y aprendizajes
sociales”, propone como ejemplo el tiempo que invierte un niño español en la
televisión en contraposición con el tiempo que aparta para los asuntos escolares:
“Un niño español está de media más horas delante del televisor que en la
escuela. Los menores entre 4 y 12 años dedican 990 horas anuales a ver
televisión, frente a las 960 que se destinan al colegio y los estudios”. A
partir de lo anterior, ¿se debe responsabilizar a la televisión de los malos desempeños del estudiante?; hay que
mirar el problema desde por qué a este le interesa más un programa banal de
televisión que un proyecto de escritura
en el colegio. ¿En qué entorno ha crecido el estudiante? ¿Cuáles han sido sus
maestros? ¿Qué hace el estudiante por cambiar de actitud? ¿Cómo aportan los
nuevos profesores a este cambio? Así las cosas, surge nuevamente el argumento
de que la televisión no influye en la educación como lo hacen los hábitos de
los estudiantes, aquellos sujetos que, a partir de experiencias, deciden qué
ver y, en el colegio, se aburren constantemente: “En definitiva, la verdad no
está en una editorial de la prensa, (…) sino en la experiencia de cada
ciudadano” (Pousa Gabriela, Los mitos detrás
de la manipulación mediática).
Con lo anterior, se puede
concluir que la televisión por sí misma no es influyente en la educación
colombiana o en la educación mundial; el enfoque crítico debería ir orientado a
los estudiantes mismos, a su forma de vida, a sus amistades, a sus prácticas.
No es el hecho de prohibir reírse, crear programas únicamente culturales o de
imponer un estudio constante; debería perseguirse más bien que el estudiante
reconozca los espacios y los tiempos para actuar en dependencia de ellos. Uno
de los fines de la educación es la transformación del sujeto para vivir en sociedad;
los profesores nos comprometemos al cambio, ya todos los saben, ¿los
estudiantes también lo harán? Solo faltaba que fueran conscientes, y este
artículo puede ayudar en algo.
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