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domingo, 17 de agosto de 2014

En el camino para una mejor Licenciatura en Español y Literatura, de la Universidad Industrial de Santander

En el camino para una mejor Licenciatura en Español y Literatura, en la Universidad Industrial de Santander
Jhon Monsalve

Imagen tomada de internet

Creo que llegó la hora, como maestros y como estudiantes, de dejar los beneficios particulares a un lado, para pensar en los beneficios sociales. Este texto no es una crítica, ni una puñalada trapera para la comunidad académica estudiosa de la lengua, de la pedagogía y de la literatura. Solo trato de exponer lo que debería ser prudente en el proceso de formación de docentes en la Licenciatura en Español y Literatura de la Universidad Industrial de Santander. Y empiezo con ello: formamos docentes, ante todo, y a veces creo que enfocamos más nuestra atención en formar lingüistas o críticos literarios. La responsabilidad, por supuesto, parece ser compartida. Por un lado, los profesores que piensan que la relación entre didáctica, pedagogía, literatura y lingüística debe darse, claro que sí, pero que compete a otros profesores y no a ellos, y de otra parte, los estudiantes que creen estudiar Literatura Pura, o Lingüística Pura o Francés Puro, porque quieren ser de todo, menos docentes. Ay, qué problema el que tenemos: cada uno tira para el lado que le conviene y sustenta sus argumentos a partir de premisas muertas si se dejan solas, sin relacionarlas con la columna vertebral de la carrera: la educación. Decimos que el Francés es fundamental para la vida profesional, que el análisis literario riguroso es imprescindible para comprender a fondo la importancia de la literatura, que los análisis etnográficos en el área de la Lingüística son necesarios para entender las variedades de la lengua, y todo eso está bien, claro, es más, me gusta, y estoy en total acuerdo con que se haga, pero sin discriminar (veo que eso es lo que ocurre) la esencia, la fuente, de cualquier licenciatura. Entendamos, como maestros y como estudiantes, que urge una imperativa relación entre lo que se vea en cada materia con la enseñanza de la lengua española y de la literatura.  ¿Por qué hacer mala cara cuando esto ocurre?, ¿por qué tratar de evadir la educación, echarla a un lado, porque lo que debe predominar es la materia que dictamos, o que veamos, si somos estudiantes?, ¿por qué no relacionar cada tema visto, cada libro leído, cada teoría tratada con la manera de llevarla al aula? Si no lo hemos hecho, tal vez sea porque nos da miedo, porque, en el fondo, nos preguntamos si en realidad tenemos los conocimientos de didáctica y pedagogía para hacerlo, y si somos estudiantes, ni nos percatamos, porque, aunque critiquemos la educación, parece ser que no hacemos nada para mejorarla, y una manera de empezar, sugiero, es exigiendo esto en clase: Profesor, ¿y este poema cómo lo llevamos al aula?, ¿es pertinente en noveno o en sexto?, ¿y cómo hago, yo, como docente, para que mis estudiantes de bachillerato tengan amor hacia la literatura?, ¿y esto manejado con TIC cómo sería? Ay, profesores y estudiantes, comprometámonos en esto, y daremos los primeros pasos en este proceso de acreditación que se avecina y en este cambio de pénsum tan demorado.
Sé muy bien que la carrera es nueva, que no hace mucho se separó de la Licenciatura en Idiomas, que los bebés tienen que usar pañales hasta, máximo, los cuatro años, si es que sufren de algún problema. Nosotros llevamos muchos más, y le seguimos cambiando los pañales. Parece que la primera vez no fue suficiente. Se los cambiamos, claro está, porque ese montón de créditos que hace unos años acompañaban al Francés eran irrisorios: había, si no estoy mal, más créditos en esa materia que en alguna Lingüística o Literatura. Hubo un gran avance, sin duda, pero hace falta más, ya veremos, pero, mientras tanto, entre otras cosas, algo que quitaron durante el primer baño con agua fría: la intensidad de prácticas pedagógicas. Menos mal que, para bien, en un momento justo, llegó una propuesta del Ministerio de Educación con respecto a las prácticas de las licenciaturas: esperemos que esto se tenga en cuenta, que las prácticas inicien mínimo en tercer semestre, que no haya más alumnos arrepentidos de ser docentes al final de la carrera. Permítanme y me centro en estos dos puntos durante un par de párrafos.
Reitero que el desacreditaje del Francés fue un avance: no podíamos vivir en torno a ello, porque no era prioridad; es más, no debería aparecer en el pénsum de la carrera: nunca debió haber estado en él. Y no es que tenga algo contra el estudio de esta lengua; en absoluto (ni siquiera porque algunos profesores envían a estudiantes a trabajar gratis en la Alianza Francesa de Bucaramanga, y lo siguen haciendo, y nadie dice ni hace nada). ¡Cuántas veces, sabrá el Pretérito, comí y viví gracias a las clases de Francés que daba de manera particular! A esta lengua le debo la comida y la tranquilidad de aquello días en que, como recién egresado, no tenía ni para montar en bus. Y ya. Pero una cosa es que haya sido útil para algunas personas, y otra muy distinta es que sea pertinente en la carrera. Ya sé que algunos dirán, y ruego de nuevo que olvidemos las inclinaciones pasionales, que a través de esta lengua se han logrado intercambios, continuidad de estudios en Francia, convenios con universidades, etc. Pero es fácil considerar lo anterior como sofisma, porque todos esos logros se alcanzarían con otra lengua cualquiera, y me atrevería a decir que más, muchos más, con el inglés.  No se puede negar la importancia del inglés en nuestra sociedad, en la globalización, en nuestro campo laboral. No se trata de si estamos siguiendo los parámetros del Norte; se trata, más bien, de ser conscientes de que las telecomunicaciones, el internet, la información académica, los congresos, las hojas de vida, los posgrados, la experiencia profesional exigen en la actualidad un manejo aceptable de la lengua inglesa. Nadie lo puede negar, y si el Francés llega a funcionar, si se quiere, como la lengua extranjera por antonomasia en el futuro, será entonces, y no ahora, que debería estudiarse en una Licenciatura en Español y Literatura. Hay propuestas de que el idioma que se estudie en la carrera sea voluntario, a partir de las necesidades de los estudiantes, y si me lo permiten, estoy en desacuerdo. Es algo sencillo, fácil de explicar: el inglés debería ser la lengua extranjera principal estudiada en esta licenciatura, y los que quieran, ahora sí por voluntad, que vean de contexto la otra lengua, la que tanto les gusta, y que aprovechen la posibilidad que da la universidad de ver hasta cuatro niveles, aun si los créditos de contexto ya se han invertido en ello. Eso sí: tienen que ser muy buenos para llegar a los cursos superiores, y no dudaré, ni más faltaba, de que lo logren: a los que les gusta el italiano o el francés harán lo posible por estudiarlo al máximo, como hacen con las literaturas, las lingüísticas y los talleres de lenguaje, ¿o no?
Hace unos años, antes de la primera reforma de pénsum, se veían cuatro semestres de prácticas pedagógicas, y por motivos que desconozco, los bajaron a dos. ¡Qué triste, ala, dos semestres de prácticas en una carrera de licenciatura! Y luego nos quejamos de los profesionales de nuestra escuela. He visto a profesores, tanto de cátedra como de planta, sacando de apuros a los practicantes, porque estos no saben qué textos trabajar en un curso específico o cómo enseñar ortografía en sexto. Situaciones mustias, complejas, que dan ganas de llorar, de reclamar, de protestar. A veces, ante tales situaciones, no culpo a los estudiantes, sino a sus profesores de la Escuela de Idiomas, que tal vez no hicieron, no hicimos, el mejor trabajo con ellos, que se nos escapó algo, que la metodología, las teorías, las pautas, los textos, la literatura no sirvieron de nada porque nunca, nunca, nuca lo pusimos en contexto, ni en práctica. Yo sé que los estudiantes tienen autonomía, que deben indagar por sí solos, buscar, investigar, pero son alumnos aún, y necesitan mediaciones, que deberían, y así lo esperan, encontrar en el maestro. No sé si lo más grave es que hay profesores de la carrera que no caemos en la cuenta de nuestros errores, de nuestros resultados, de los tropiezos que causamos en los estudiantes, o si lo peor es que ellos, los estudiantes, pasan semestre tras semestre callando estas cosas porque ni se enteran o porque les importa poco. Las prácticas deben volver no con la intensidad de antes, sino con una intensidad mayor, porque más que literatos o lingüistas los estudiantes de nuestra licenciatura serán profesores, los que tendrán la responsabilidad de aportar un grano de mostaza (por aquello de la esperanza) al mejoramiento de la educación en Colombia, y como vamos… ¿vamos bien? Y cuando hablo de una mayor intensidad no me refiero solamente a la propuesta del Ministerio de Educación, sino a la compaginación que deberá haber en todas las asignaturas de la carrera, en las que se trabaje siempre en pro de una mediación didáctica y pedagógica seria, responsable, que vaya más allá de los propios intereses, que nos beneficie a todos como estudiantes, como docentes, como ciudad y como país. No me gustaría ver, luego del nuevo cambio de pénsum, a docentes y estudiantes lavándose las manos porque las prácticas y las cuestiones educativas son únicamente de las materias pedagógicas y didácticas. No. Este texto, entre otras cosas, es una invitación al compromiso, al cambio trascendental, al no volver atrás.
Los egresados, que ya han tenido experiencia docente, no me dejarán mentir en lo que viene. Uno de los traumas más recurrentes se evidencia en el momento en que el nuevo docente abre un libro de texto, exigido por el PEI de algún colegio, y se da cuenta de que ni los textos, ni los movimientos literarios, ni los géneros textuales le son familiares. ¡Oh, sorpresa! No, eso es normal, y se debe a dos cosas, que hay que empezar a cambiar: la primera es que, aparte de las teorías y análisis literarios, no hay asignaturas generales de la literatura. Ya sé que dirán que en esto sí me equivoco, que ya me pasé de sapo, que ya había sido suficiente con lo de proponer como lengua transversal de la carrera el inglés, que lo que quiero yo es que se elimine el rigor en la literatura, que ya no analicemos los textos como lo hacemos, que así es imposible entrar a una maestría, que yo me pasé de sapo, carajo, que ya es suficiente tanta vaina, que mejor me vaya a estudiar ortografía (que es lo único que más o menos me sale bien), que no me vaya a tragar la carrera, que la idea es ver materias serias, con dedicación, etc. Y sí, estoy de acuerdo con todo ello, pero mi propuesta, y la de muchos, es que se delimiten muy bien las materias. Claro que el rigor es importante, pero también lo es la generalidad, el reconocimiento y comprensión general de la literatura universal, española, colombiana y latinoamericana. Por lo tanto, sería imprescindible una literatura general de cada una de ellas, y a la par, por qué no, una literatura particular. ¿Sería genial, no? Y más que genial, muy oportuno y pertinente. Piénsenlo: no quiero acabar con el rigor; lo que busco es que, al menos, frente a un texto de bachillerato (que nunca trabajemos porque, claro, somos innovadores en el aula), haya familiaridad con lo que se muestra allí. Pero tampoco voy a culpar de todo a la libertad que tienen los docentes de dar sus cátedras. Ni más faltaba, ala. También hay responsabilidad, y grande, en los estudiantes que no van más allá de lo visto en clase, que se enfrascan en dos libros para toda la vida y durante toda la vida los enseñan porque no leen más, no investigan más, no vuelven más a una biblioteca, ni a un congreso. Pero vuelvo a dármelas de abogado del diablo: los estudiantes, con toda la autonomía del mundo, necesitan de una guía, de una brújula que los dirija, de lo contrario cómo serían de interesantes las cátedras de nuestros licenciados, cuando lleven al aula a Paulo Coelho y a Carlos Cuauhtémoc Sánchez.
Y por último, al menos dos Didácticas de la Literatura son más que necesarias. Y si me lo permiten, aparte de una Literatura Universal y de las literaturas generales que ya indiqué, que se sumen dos literaturas juveniles. Las razones sobran, ¿o no? O haremos como alguien por ahí que trabajó un cuento de Borges en sexto, y se ganó el repudio de los estudiantes hacia la literatura y hacia Borges (no supe qué cuento fue, pero los niños no quisieron saber nada más sobre el escritor argentino). No sé. Pero, al menos, piénsenlo. Yo sé que un solo ejemplo no basta, pero estoy seguro de que comprendemos que hay textos pertinentes, según la edad del estudiante, y que esos textos están, pero no los conocemos.
Quedan muchas cosas por decir, como la pertinencia de una que otra materia en la carrera, o lo oportuno de la metodología en materias que no nombro porque me metería en problemas (materias buenas, pero mal enfocadas); ustedes sabrán a cuáles me refiero. Lo único que se necesita para alcanzar estos u otros fines es olvidarnos de nuestros propios intereses, para trabajar en conjunto por una verdadera educación. Dejo esto aquí escrito, y si se dieron cuenta, no pienso solo en mí. Si alguien ve que persigo intereses particulares, como pueden hacerlo otros, seguiré, lo juro, la invitación que aquí hago: si es por el bien de la educación, renuncio a todo lo que me pueda beneficiar y prometo trabajar fuerte, con responsabilidad, por una carrera mejor, por una Licenciatura en Español y Literatura, que hoy hace parte de mi diario vivir, de mi felicidad y de mis sueños.

martes, 5 de agosto de 2014

El beso de la mujer araña, de Manuel Puig: Un homosexual y un izquierdista en la misma celda

El beso de la mujer araña, de Manuel Puig:
Un homosexual y un izquierdista en la misma celda
Jhon Monsalve
Imagen tomada de la web.
En 1976, y durante el exilio de Manuel Puig, se escriben las últimas páginas de la que sería tal vez la novela más leída de este escritor argentino. Algunas de sus narraciones fueron vetadas por las temáticas críticas en torno a la dictadura peronista o en relación con asuntos sociales de liberación tales como la homosexualidad. Este último es precisamente uno de los ejes de la novela El beso de la mujer araña, que será centro de este comentario literario. Y digo que es solo uno de los caminos, porque bien se podría hablar del tiempo en la novela, o de su carácter cinematográfico, o de su estilo, entre narrativo y ensayístico. Aquí trataré de todos ellos ciertos elementos, pero centraré mi atención en la homosexualidad y en el izquierdismo, rasgos representados en los dos personajes principales: Molina y Valentín.
No podemos hablar de esta novela como una narración única, pues hay cinco relatos cinematográficos inmersos en ella: narración enmarcada, más bien. Uno de ellos, el primero, se relaciona estrechamente con el título del libro: El beso de la mujer pantera, que trata sobre una joven que no podía besar a ningún hombre porque lo contagiaba de su mismo mal. Solo hasta en las últimas páginas se sabe la razón por la cual la novela recibe este nombre y de la relación que destaco: Valentín, que termina manteniendo relaciones sexuales con Molina, le confiesa que a este que de ser mujer (Molina) sería la mujer araña porque todos los hombres caerían en su tela. Las demás historias que se basan en películas de antaño cuentan historias de zombies y de amores, y siempre, de alguna manera se relacionan con la vida de los personajes. Ya recordamos el momento en que Valentín temía que su mujer amada, Marta (?), corriera peligro como los sujetos cinematográficos, o aquella imagen de la última página en que el rostro de Molina (en realidad, es de una chica de una isla, pero las descripciones, en cuanto a o de la mujer araña, hacen suponer que se trata del homosexual) se describe, en la alucinación de Valentín, en primer plano, mientras llora lágrimas de diamantes, tal cual el último filme narrado por Molina.
El que narra las películas es Molina; el que las oye, Valentín. Los dos están en prisión por motivos diferentes: el primero, por corrupción de menores; el segundo, por sedición. El tiempo en la novela es algo pausado e intermitente por cuestión de las películas narradas y de los pie de página. Si hay algo que caracteriza a esta novela son sus comentarios al pie de página sobre la homosexualidad. Por ello, no solo es una narración, sino un texto argumentativo-expositivo sobre las causas y las valoraciones científicas y sociales de la homosexualidad. Si comento lo del tiempo es porque comparado con la novela La cárcel, del escritor colombiano Zárate Moreno, se hace más prolongada la narración y, por lo tanto, es muy acorde con el tiempo transcurrido en una prisión. En este caso, el contenido y la estructura van muy de la mano. En cuanto a La cárcel puede decirse que el tiempo es apresurado y que no se evidencian pausas respectivas. De cualquier manera, hay un punto en el que convergen estas dos novelas: las narraciones… en un caso por medio de un diario, y en el otro, a través del cine, son el consuelo para pasar el trago amargo de la prisión.
La mayor ilusión de Molina es reencontrarse con su madre, que está enferma y sola. El mayor sueño de Valentín es la causa revolucionaria, y por la cual está en prisión. Molina, encausado en su propósito, entabla relaciones privadas con el director del establecimiento carcelario para ganar una libertad, al menos condicional. Se asocia con este y le hace creer que hará lo posible para que Valentín le confiese asuntos de su movimiento socialista para implicarlo aún más (y no solo a él, sino a todos los que persiguen las mismas causas). Pero Molina parece enamorarse de Valentín y su propósito mayor se conjuga con sus pasiones.
Por estrategia de los mecanismos de inteligencia estatal, Molina al fin queda en libertad, y luego de prometerle a Valentín que se unirá a la causa para facilitarle su mayor propósito, entabla relaciones con los del grupo revolucionario. Pasan algunos días, y luego cae muerto a balazos, acusado de relaciones con revolucionarios.
La homosexualidad, que es tratada de manera científica en el ensayo del pie de página, se evidencia más pasional en la narración: un hombre, o más bien una mujer araña, que lanza su tela para empalmarse íntimamente con su presa. Lo cierto es que tanto la sedición como la homosexualidad, dos temas recurrentes en esta narración, son características sociales que tienden a ser prohibidas y reprimidas. La muerte de Molina es un ejemplo de ello.