Basura,
de Héctor Abad
Faciolince:
más allá de los escritos de Davanzati
Jhon Monsalve
Imagen tomada de la web
En
el año 2000, el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince gana el primer Premio
Casa de América de Narrativa Innovadora con la novela Basura. En ella presenta la historia de un periodista que, luego de
ir a buscar al basurero del edificio un periódico para tomar algún apunte que
le faltaba, halla algunas páginas escritas por Davanzati, un escritor fracasado
de los años setenta, que llegó a publicar un par de novelas sin ningún éxito
editorial. El periodista recopila los textos que halla en la basura y trata, en
ocasiones, de armar hilos coherentes que formen textos completos.
Davanzati
escribe para sí mismo y, al parecer, para evitar que sus textos lleguen a otras
manos, decide botarlos por la chute del
edificio donde vive. Antaño, cuando vio su fracaso, decidió dejar de escribir
para los otros. Es más, la escritura lo llevó al divorcio, pues el tiempo que
debió haberle dedicado a su familia, se lo dedicaba al oficio, en su caso
inerte, de escribir. Su mujer, tal cual como lo narró en uno de sus cuentos de
basura, lo dejó por un músico. La hija se radicó en España y su madre, Rebeca,
decidió acompañarla después de que su violinista muriera en pleno concierto de
sinfónica. Lo curioso de los papeles que halla el periodista es que supondrían
la divulgación literaria de la vida del Davanzati, como si por medio de su
escritura pudiera reconocerse su propio yo. Lo que hacía el periodista, en últimas,
era, más que ir tras la calidad literaria, perseguir la vida de aquel escritor
con el cual, de cierta manera, llegó a identificarse. El poeta catalán Xoán
Abeleira lo explicaría de la siguiente manera: “Quién más, quién menos, todos a
lo largo de nuestra vida, pero especialmente en la adolescencia, damos con
ciertas obras, ciertos artistas que, sin saber jamás por qué, nos deslumbran”. El
periodista no es adolescente, pero permanece deslumbrado por la escritura de su
vecino.
El
caso es que el periodista se obsesiona hasta tal punto que decide, en los
momentos en que desaparece el escritor, ir hasta Bogotá a buscar alguna huella
o entrar a la casa de su vecino de manera ilegal para buscar más documentos que
puedan hablar sobre él. Davanzati, como hemos visto, escribía sobre sus propias
experiencias, poniéndolas como base en los textos que, en algún momento,
pudieron ser interpretados como confesiones reales de su vida. La página literaria
Lengua de Trapo afirma al respecto: “Esta novela analiza las
relaciones entre escritura y lectura desde un ángulo de gran originalidad,
vinculando la literatura a lo excrementicio en un juego literario en el que las
palabras se revelan como residuos sin valor de una vida no vivida, «sobrados de
un mediocre banquete», tal y como nos dice la propia novela. De este modo, Abad
Faciolince enfoca las relaciones entre literatura y vida, uno de los temas
omnipresentes en la tradición literaria (…)”. El periodista visitó, a partir de estas
relaciones, a los amigos que nombraba en sus escritos, hizo contacto con ellos con
el único fin de conocerlo más, de entenderlo más. Incluso llegó a afirmar que
lo quería.
Pero
más allá de la vida del escritor desconocido se esconde la verdad de la ciudad
que acorrala con sus muertos. Medellín es la ciudad que acoge a Davanzati
durante gran parte de su vida, allí crece, si se tienen en cuenta sus textos
como confesiones. Allí vive los últimos días, antes de que su mujer, su hija y
su nieta lo visiten más en busca de dinero que de compasión. Medellín se torna
el mal lugar con el que puede compararse el mundo entero: “En Medellín no me
encerraba con nadie, claro está, ni en hoteles ni en casas ni en moteles; en
Medellín te atracan si sales o te encierras. (…) Ningún aroma me esperaba ni me
despedía en Medellín, como no fuera el aroma de la muerte. (…) En Medellín no
conversaba con nadie, por supuesto, ni real ni inventado; en Medellín te matan
si conversas”.
Y
más allá todavía, encuentro una suerte de metanovela, que la hace única. Esto me
recuerda dos novelas: El desorden de tu
nombre, la del escritor español Juan José Millás, y La cárcel, del santandereano Jesús
Zárate Moreno. En la primera, la vida de Julio Orgaz parece ser la misma del
personaje de sus cuentos y sus novelas; en la narración del narrador
colombiano, la vida de los presos hace la novela. Estas narraciones son novelas
que se explican a sí mismas, y por ende se comprende el proceso de su escritura
y se asocia la realidad con la ficción. Así, mediante el mismo proceso, el
periodista busca comprender la vida de Davanzati por medio de sus aforismos, de
sus novelas. Y lo logra e inmiscuye al lector
en esto. Estas son las horas y todavía estoy con la misma congoja que al final relata
el periodista narrador. Yo también decido lo de él, siguiendo al escritor: “Lo
mejor es fingir siempre, como Davanzati, una serena indiferencia, un sosiego
impasible, y que por dentro hiervan y estallen todas las conmociones, secas y
en silencio”. Yo, como siempre, finjo escribiendo.
Buena reseña
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