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martes, 1 de julio de 2014

"Basura", de Héctor Abad Faciolince: más allá de los escritos de Davanzati

Basura, de Héctor Abad Faciolince: 
más allá de los escritos de Davanzati
Jhon Monsalve
Imagen tomada de la web
En el año 2000, el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince gana el primer Premio Casa de América de Narrativa Innovadora con la novela Basura. En ella presenta la historia de un periodista que, luego de ir a buscar al basurero del edificio un periódico para tomar algún apunte que le faltaba, halla algunas páginas escritas por Davanzati, un escritor fracasado de los años setenta, que llegó a publicar un par de novelas sin ningún éxito editorial. El periodista recopila los textos que halla en la basura y trata, en ocasiones, de armar hilos coherentes que formen textos completos.
Davanzati escribe para sí mismo y, al parecer, para evitar que sus textos lleguen a otras manos, decide botarlos por la chute del edificio donde vive. Antaño, cuando vio su fracaso, decidió dejar de escribir para los otros. Es más, la escritura lo llevó al divorcio, pues el tiempo que debió haberle dedicado a su familia, se lo dedicaba al oficio, en su caso inerte, de escribir. Su mujer, tal cual como lo narró en uno de sus cuentos de basura, lo dejó por un músico. La hija se radicó en España y su madre, Rebeca, decidió acompañarla después de que su violinista muriera en pleno concierto de sinfónica. Lo curioso de los papeles que halla el periodista es que supondrían la divulgación literaria de la vida del Davanzati, como si por medio de su escritura pudiera reconocerse su propio yo. Lo que hacía el periodista, en últimas, era, más que ir tras la calidad literaria, perseguir la vida de aquel escritor con el cual, de cierta manera, llegó a identificarse. El poeta catalán Xoán Abeleira lo explicaría de la siguiente manera: “Quién más, quién menos, todos a lo largo de nuestra vida, pero especialmente en la adolescencia, damos con ciertas obras, ciertos artistas que, sin saber jamás por qué, nos deslumbran”. El periodista no es adolescente, pero permanece deslumbrado por la escritura de su vecino.
El caso es que el periodista se obsesiona hasta tal punto que decide, en los momentos en que desaparece el escritor, ir hasta Bogotá a buscar alguna huella o entrar a la casa de su vecino de manera ilegal para buscar más documentos que puedan hablar sobre él. Davanzati, como hemos visto, escribía sobre sus propias experiencias, poniéndolas como base en los textos que, en algún momento, pudieron ser interpretados como confesiones reales de su vida. La página literaria Lengua de Trapo afirma al respecto:Esta novela analiza las relaciones entre escritura y lectura desde un ángulo de gran originalidad, vinculando la literatura a lo excrementicio en un juego literario en el que las palabras se revelan como residuos sin valor de una vida no vivida, «sobrados de un mediocre banquete», tal y como nos dice la propia novela. De este modo, Abad Faciolince enfoca las relaciones entre literatura y vida, uno de los temas omnipresentes en la tradición literaria (…)”.  El periodista visitó, a partir de estas relaciones, a los amigos que nombraba en sus escritos, hizo contacto con ellos con el único fin de conocerlo más, de entenderlo más. Incluso llegó a afirmar que lo quería.
Pero más allá de la vida del escritor desconocido se esconde la verdad de la ciudad que acorrala con sus muertos. Medellín es la ciudad que acoge a Davanzati durante gran parte de su vida, allí crece, si se tienen en cuenta sus textos como confesiones. Allí vive los últimos días, antes de que su mujer, su hija y su nieta lo visiten más en busca de dinero que de compasión. Medellín se torna el mal lugar con el que puede compararse el mundo entero: “En Medellín no me encerraba con nadie, claro está, ni en hoteles ni en casas ni en moteles; en Medellín te atracan si sales o te encierras. (…) Ningún aroma me esperaba ni me despedía en Medellín, como no fuera el aroma de la muerte. (…) En Medellín no conversaba con nadie, por supuesto, ni real ni inventado; en Medellín te matan si conversas”.

Y más allá todavía, encuentro una suerte de metanovela, que la hace única. Esto me recuerda dos novelas: El desorden de tu nombre, la del escritor español Juan José Millás, y La cárcel, del santandereano Jesús Zárate Moreno. En la primera, la vida de Julio Orgaz parece ser la misma del personaje de sus cuentos y sus novelas; en la narración del narrador colombiano, la vida de los presos hace la novela. Estas narraciones son novelas que se explican a sí mismas, y por ende se comprende el proceso de su escritura y se asocia la realidad con la ficción. Así, mediante el mismo proceso, el periodista busca comprender la vida de Davanzati por medio de sus aforismos, de sus novelas.  Y lo logra e inmiscuye al lector en esto. Estas son las horas y todavía estoy con la misma congoja que al final relata el periodista narrador. Yo también decido lo de él, siguiendo al escritor: “Lo mejor es fingir siempre, como Davanzati, una serena indiferencia, un sosiego impasible, y que por dentro hiervan y estallen todas las conmociones, secas y en silencio”. Yo, como siempre, finjo escribiendo. 

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