“EL HÉROE DISCRETO”, DE MARIO VARGAS
LLOSA: LAS CONSECUENCIAS HUMANAS DEL PROGRESO
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
En
algún curso de Literatura en la universidad, llegamos a la conclusión de que la
nueva literatura colombiana representa la necesidad de retomar la memoria o el
olvido de lo que ya, de cierta manera, no somos. Cuando leí “El héroe discreto”,
de Mario Vargas Llosa, pensé en que, dentro de un análisis mucho más profundo,
podría proponerse lo mismo, pero ya no solo en Colombia sino en toda
Latinoamérica.
El
escritor peruano y Premio Nobel de Literatura 2010 representa, en esta
novela, el progreso de Piura y de Lima,
que es a la vez el progreso del Perú. Con una narración sencilla, con ciertas
situaciones algo telenovelescas y con su habitual estructura novelística (un
capítulo centrado en unos sucesos que se retoman en todos los apartados
impares, y otros sucesos que conforman los capítulos impares) nos muestra la
vida vuelta espectáculo, es decir, telenovela. Una vida que, dentro de un
progreso bien notorio, no es más que una realidad caricaturesca y a veces hasta
farandulera.
Son
dos historias llenas de suspenso y de peligro que llegan a un mismo centro: las
consecuencias humanas del progreso. La primera se centra en Piura, el mismo
topo de “La casa verde”, según las alusiones que, a mi modo de ver, fueron algo
forzadas dentro del trabajo investigativo que el general Lituma hacía para
hallar al remitente de las cartas que amenazaban al señor Yanaqué. Se hizo
alusión a ciertos personajes de la novela anterior, pero no se llegó a
completar el círculo de este hecho en la trama. No obstante, fue indispensable
para demostrar de qué manera había cambiado esta ciudad peruana. Allí, un
hombre recibe una carta anónima en la que es sentenciado a perder todos sus
bienes si no paga cierta multa protectora. Yanaqué, la víctima, tenía claro que
no caería, como sus colegas, en tales amenazas. Su padre le había dejado como
herencia el consejo de no dejarse ultrajar ni amenazar por nadie. Y así lo
hizo: no accedió, se resistió y vinieron las consecuencias: le quemaron su
oficina de transportes y secuestraron a Mabel, su amante. Luego de muchas
averiguaciones, Lituma y el capitán Silva hallaron como culpable a Miguel, el
propio hijo de Yanaqué, del que siempre había dudado que, en realidad, fuera su
hijo. Y la cómplice de las amenazas era Mabel, que a la vez era amante de
Miguel. No haría falta decir más para comprobar que más telenovelística no
podría resultar la trama. Y es normal: el progreso nos hace seres que
vivenciamos vidas espectaculares.
Por
otro lado, y ya en Lima, se presenta la historia de Ismael, un veterano
octogenario que, al enterarse de que sus hijos le desean la muerte para
quedarse con todos sus bienes, decide tomar como esposa a la joven que ayudaba
en los quehaceres de la casa. Esto trae consigo diversas consecuencias sobre
todo en dos personajes de la novela: Narciso, el chofer de Ismel, y Rigoberto,
uno de sus empleados y mejores amigos. Estos dos fueron los testigos del
matrimonio de Ismael con Armida y fueron los que más sufrieron las
consecuencias de tal acto. Cuando los hijos de Ismael se enteraron de lo
sucedido, se dieron cuenta de que los bienes pasarían a Armida y no a ellos y
que debían hacer lo posible por considerar el matrimonio como una farsa, bajo
los argumentos de que su padre sufría demencia senil. Amenazaron a Narciso y a
Rigoberto incluso con la cárcel y les prometieron buenas propinas si confesaban
que habían firmado los documentos del matrimonio porque Ismael los tenía
amenazados. Ninguno de los dos dio su brazo a torcer, y esperaron a que Ismael
llegara de su luna de miel. Cuando así sucedió (fíjense todo el tiempo en lo
telenovelesco del asunto), don Ismael, luego de hablar con ellos, murió esa
misma noche, justo cuando parecía ser el hombre más feliz. Armida no soportó
tanto trámite y huyó a casa de su hermana en Piura, que era, casualmente, la
mujer de Yanaqué. Armida huyó de los medios y fue a encontrarse con los medios
en Piura, donde se hablaba de Miguel, el hijo de Yanaqué, que había intentado
chantajearlo y que, a la vez, se acostaba con su amante. Gertrudis, la mujer de
Yanaqué, siempre estuvo al tanto de sus amoríos, pero no dijo nada porque
cargaba el peso de hacerle creer que el hijo, Miguel, había sido suyo, y no de
algún extranjero que le pagaba a la Mandona, su madre, para poderse acostar con
ella. Bueno, en fin, estas vidas de telenovelas mexicanas o colombianas
terminan siendo las realidades humanas dentro del mundo del progreso. Y Armida
llega a la casa de su hermana, se esconde, mientras se calman los problemas, y
manda a llamar a Rigoberto y a su mujer para informarles del asunto.
Cuando
ya todo se hubo calmado, Rigoberto pudo partir a Europa con su mujer y su hijo,
y justo en el viaje se encuentran a Yanaqué y a Gertrudis, que también viajan
al mismo continente. Los dos grandes problemas se solucionaron y las vacaciones
que se venían prometían felicidades.
Así
las cosas, en Piura, la ciudad que no era la misma de antes, donde se
construyeron nuevas vías, donde la tecnología predominaba, llegó junto al
progreso la maldad y la delincuencia. Yanaqué, que había partido de ceros,
tenía una empresa de transportes, con la que le iba muy bien. Había progresado
junto a la ciudad. Ismael, con una historia similar, se vio en una encrucijada
en la que sus hijos se volvieron las hienas de la selva de dinero que dejaría
después de su muerte: progreso, dinero, odios, mentiras, avaricias, asesinatos…
el progreso trajo consigo las maldades humanas puestas a flor de piel, pero más
telenovelescas que nunca.
No
hay que negar que, aunque un poco farandulera, es una novela bien lograda, que
configura todo tan pertinentemente hasta el punto en que, pensándolo bien, de
otro modo, no habría logrado los fines literarios y sociales que están inmersos
en sus páginas.
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