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lunes, 28 de enero de 2013

El mundo se va a acabar... Si un día me has de querer, te debes de apresurar


El mundo se va a acabar... Si un día me has de querer, te debes de apresurar 
Jhon Monsalve 

Artículo publicado en la Revista Coito: http://www.facebook.com/revistacoito
Muchas veces, miles tal vez, creí estar enamorado en mi adolescencia. Veía una que otra chica que pasaba por el frente de mi casa saludando al viento, hablando sola, deseando el amor más puro del mundo. Y yo, apenas con la cabeza asomada, susurraba a gritos que estaba, con mucho gusto, a su disposición las veces que quisiese y para lo que gustase. Pero mis palabras se las llevaba el silencio, mientras mis ojos se daban cuenta de que aquella chica, fuera la que fuese, abrazaba apasionadamente a uno de los más reconocidos vagos del barrio en que habitaba. Y siempre era lo mismo: pasaba, hablaba, deseaba el amor puro, los susurros, el silencio y el abrazo pasional de dos amantes que envidiaba a muerte.  
Si hubiera conocido en aquel entonces la canción de Mono Blanco, grupo musical del Veracruz mexicano que recorre el mundo llevando los sonidos típicos de su pueblo... una canción titulada "El mundo se va a acabar", la habría dedicado a cada una de las chicas, fuese la que fuese, antes de verlas en los brazos de otros. Lo habría pensado bien y me habría animado a asomarme por la ventana un poco más y a recuperar las fuerzas que el miedo me robaba para decirle a alguna de ellas desde arriba: "Ámame que el mundo se va acabar". Y ya, y eso era todo, y, aunque posiblemente habría quedado como idiota, por lo menos, podría ser considerado un valiente, y un poeta, y un profeta a medias por decir una verdad en aras de un amor bien imposible 
Sabía muy bien que ninguna me convenía. Eran bonitas: sus cabellos iban lisos con diversos moños de tela barata, con perfume marca "Ramera" y con un caminar balanceado que iba al compás de sus brazos. Oían tecnocumbias, insultaban, peleaban a cuchillo, me ignoraban totalmente. No me convenían, pero me gustaban. Faltó estrategia. Una canción; eso era: una canción habría hecho la diferencia, las habría rendido a todas a mis pies. Si hay algo que asusta a comunidades como aquella en la que crecí es la amenaza del infierno. Por eso es que los más fieles creyentes se encuentran en los barrios más pobres: siempre se respaldan en la promesa del cielo y le huyen como locos al infierno ardiente. Así eran ellas; tal cual, no más: así: vagas y católicas, la combinación perfecta.  
El mundo se va a acabar, El mundo se va a acabar Si un día me has de querer, te debes de apresurar...  
Y así eran ellas, y con esta canción habrían caído a mis pies. Esta melodía es el más vivo acoso, la más grande amenaza, el miedo al caos. Tan pronto como les dijera esto, se apresurarían a mis brazos para amarme, sin importar que fuera yo el nerdo del barrio, el bueno, el que iba peinado vaginalmente al colegio y con pantalones saltacharcos. Y cuando les dijera:  
No-no-no-no-no no ves que el mar casi ya ha muerto di si no es cierto, que argumentar se va a acabar, se está acabando y tú pensando si me has de amar... 
Me preguntarían (o me habrían preguntado)que si sabía yo la técnica para no morir, para seguir disfrutando de las dulces mieles que les daba la sociedad, y yo les diría que sí, que solo era que me amaran y ya: sin más, sin tapujos, ni quejas, ni miedos, porque dios era amor y se arrepentiría de acabar el mundo si viera que las personas se aman. Y luego:  
Pon atención, no te das cuenta que el hombre inventa la destrucción, por la erosión, el río agoniza y eso da prisa a mi pasión...  
Y se cuestionarían si esas señales eran las que se veían en los barcos color naranja que atravesaban el Río de Oro desde hacía unos años. Yo les diría que por supuesto, que ahí estaban las señales del fin, y entonces me abrazarían como si fuera yo el salvador, y me creería el mesías o el Anticristo. Y de seguro se habrían desnudado al escuchar esto último:  
Ni que dudar, mira la tierra, con tanta guerra ¿dónde va a andar?; no hay que esperar que el mundo es loco y queda poco tiempo de amar... 
Y las tendría totalmente a mi disposición... y me burlaría de los vagos del barrio. Desnudas, asustadas por el fin, muertas de amor por mí. Suspirando una y otras vez por la satisfacción de la meta alcanzada, por el punto final de mis desdichas, por la humildad de pensar un poquito más allá y ganarle la guerra a dios y a las estupideces que se inventa el humano. Pero nada: fui tonto, fui débil, fui un cobarde que de haber logrado alguna de estas chicas con esta u otra canción jamás habría escrito este texto y estaría a estas horas trabajando de sol a sol como limosnero de esquina en alguna calle de aquel barrio o de esta ciudad atestada de parques y de bellas mujeres con fragancia inocente y moñitos de tela barata. 

jueves, 24 de enero de 2013

Mi cumpleaños número 23



Mi cumpleaños número 23 
Jhon Monsalve 

Artículo publicado en la Revista Coito:  http://www.facebook.com/revistacoito
El año pasado, en el mes víspera de la hipocresía y de la desfachatez, cumplí 23 años. Me sentía un poco inerte. Bueno, seamos sinceros: en realidad me sentía muerto. Y es que 23 años no vienen solos: llegaron, en mi caso, cansados de la pobreza, de la miseria, de la limosna. Y lo peor es que tengo que seguir soportando esta vida por muchos más años. Les confieso que sentía una especie de asco hacia mí mismo cuando crecía la estúpida fe o espejismo (total, en cualquier circunstancia, siempre son similares) de que los mayas, civilización que admiro y respeto (de la que salió uno de mis libros favoritos, aunque contaminado de mierda) habían predestinado, tal como lo malinterpretaron algunos lectores que no saben leer, que el mundo se acabaría en diciembre de 2012.  
Qué alivio habría sido eso. Para mí y para los de abajo, para los parias de esta ciudad inmunda que me acorrala y me tortura a diario.Pero no. No se acabó nada, y mientras tanto, los cristianos suspiran hondamente, y con una sonrisa estúpida le dan gracias a diosito lindo por permitirles un año más de vida y le juran que este nuevo año se portarán mejor. Estos son los parias más bobos, los parias producto de nuestro Estado. Hay otros, como yo, que vemos un poco más allá, sin temor a equivocarnos (somos conscientes de que a veces actuamos bajo los efectos de la represión social y parecemos unos simples resentidos); hay otros que no nos comemos el cuento de que un año puede ser mejor que otro, si la educación sigue igual, la desigualdad social se nota más, el capitalismo alabado por millones de colombianos que, de paso, son todavía uribistas, gana cancha en el Norte y pierde los recursos en el Sur. Y nadie dice nada: actuamos como ovejas detrás del pastor o, lo que es lo mismo, como cristianos detrás del ladrón, perdón, ladrón no, ¡cómo se les ocurre!, quise decir pastor.  
Y a todas estas no he dicho lo que venía a decir. Siempre me pierdo por las ramas, pero es que me dijeron que tenía que hablar de algo alusivo al tema de esta entrega y... pues me emocioné: estos temas son tan normales para el mundo, que hace que lo deteste cada vez más, con más ganas y ahínco, y empiezo a insultar a diestra y siniestra, y creo que ya me pasé, porque insulté a dios lindo y a Uribe y a esta ciudad de mierda en la que habito porque tengo muchas cosas (secretas) que hacer en ella. Ahora sí: si el mundo se hubiera acabado, estaría feliz en la inmensidad de la muerte, en su pureza, en la tranquilidad de no estar más vivo. "¿Y el infierno? De seguro se va pa'llá". "No, no, no, yo no creo en mitos, muchas gracias, señora, pero soy ateo". El infierno fue un invento del cristiano para amenazar de por vida a sus feligreses, para tenerlos amarrados a una doctrina que ni siquiera es suya, sino de un pueblo elegido por el mismo dios clasisista, que también fue inventado. Imagínense una religión que predica a un dios amenazador y asesino... pues esa misma ha regido nuestras normas sociales y hasta políticas de nuestros países.  
 Y estaba una noche sentado frente al computador, cuando me di cuenta de que estaba muerto. Solo pensé en Yésica, y mis dedos se empezaron a balancear sobre el teclado, y resultó esto (con lo que me despido):  "Sí, lo sé, tal vez suene patético, tan tonto, tanto, pero hay que celebrar este día, esta noche estúpida, este próximo amanecer. No siempre se cumplen años en paz. No siempre Onetti te clava el existencialismo en la razón, no siempre se ama tanto. 23 años se aproximan en el kayak de la muerte; ya lo he dicho: cuando se cumplen años es como si se celebrara un año menos de vida, es como si se avanzaran unos centímetros de arena antes de llegar al arca. Rimbaud ya había hecho su obra poética con 3 años menos, y yo aún aquí soportando la vida, o tal vez la muerte. Siempre he pensado que las veces en que he estado a punto de morir, he muerto de verdad, pero que sigo viviendo mi vida en un mundo aparte, mientras el otro se desarrolla sin mí y con una sonrisa de oreja a oreja, pícara, tímida, sarcástica. Tal vez sí estoy muerto y lo que vivo y escribo son ilusiones: la vida no puede ser tan perversa como la pintan, ni como la viven, ni como la mueren. 23 años de vida, sí, y como 3 de muerto. ¿A quién no mata esta ciudad bonita? Si por bonita, se volvió puta. Cada vez hay más basura en las calles, más mierda en los parques y menos oportunidades. Últimamente me ha dado la impresión de que huelo a Quebradaseca y a Parque Centenario. En los últimos días mis amigos de infancia se educan debajo de los puentes, mientras los que Luchan de todo corazón sacan tajada de todo corazón: ahí aparecen los gatos, y los ratones, y los burros de Rafael Pombo... Eso sí: no siempre se ama tanto: 2 años, 2 meses, 20 días y 3 horas son razón suficiente para aguantar por tanto tiempo este 'valle de lágrimas', como lo llamó Juan Rulfo. Ya viene el kayak, y solo me voy contigo, con nadie más: vámonos para siempre, empaquemos a Onetti, para encontrarnos con lo mismo: nada cambiará, solo el tamaño de nuestro afecto".  


viernes, 11 de enero de 2013

Análisis de "Ilona llega con la lluvia", de Álvaro Mutis




“Ilona llega con la lluvia”:
Novela que se mece entre lo real y lo sobrenatural
Jhon Monsalve

No puedo dejar a un lado, antes de comenzar este análisis, que Álvaro Mutis me ha impresionado inmensamente con su narrativa. Tal vez esto se deba a que la literatura que había hecho parte hasta el momento de mis días y mis noches de felicidad carecía del toque gótico y fantasmal que me han dado dos de los escritos de Mutis: “Ilona llega con la lluvia” y La mansión de Araucaíma. En este blog ya hice, junto a una colega, el análisis de este segundo relato; ahora, me dispongo a ser lo más claro posible para que comprendan que “Ilona llega con la lluvia” es una mezcla de realidad citadina con fantasmagoría histórica y contemporánea.
Estructura
El libro debe su nombre a la casualidad de que Maqroll, el Gaviero, personaje principal y narrador, se encontrara con Ilona en temporadas lluviosas que, metafóricamente hablando, representarían momentos malos: de dolor o preocupación. Novela que el autor dedica a su hermano Leopoldo y que antecede con dos epígrafes: uno de Gonzalo Rojas, que parece describir vaga o profundamente a Ilona, y otro de Gorki, el escritor ruso, que resume la novela en una frase (que traduzco del francés para mejor comprensión del lector): “Su amor desinteresado del mundo me enriqueció y me infundió una fuerza invencible para los días difíciles”. Esos días difíciles son la lluvia, e Ilona es un refugio. La novela está dividida en siete apartados, narrada en primera persona a partir del segundo y contada de forma directa, breve y fácil.
El argumento
Un primer narrador, que podría coincidir con Álvaro Mutis, presenta a Maqroll el Gaviero como un contador de historias extraordinarias, llenas de misterio y metafísica. La voz de ese narrador en tercera persona desaparece para darle lugar al Gaviero, un marinero de un barco viejo que comanda un tal Wito, al que los malos negocios lo llevaron a endeudarse a tal punto que vende hasta las valiosas joyas de su difunta esposa, para salir de los apuros con las gasolineras marítimas. Tuvo una hija que se casó con un pastor de iglesia; hecho que disgustaba sobremanera al capitán. Gaviero cuenta, entre otras cosas, los tiempos en que conoció a Wito. Rumbo a Panamá, cambian el rumbo hacia Cristóbal porque no tenían para pagar el impuesto del Canal de Panamá. El capitán no soporta la presión de las deudas y se suicida.
Después de la muerte de Wito, Maqroll abordó en Panamá, y con el dinero que ganó en la embarcación vivió por un tiempo en un hotel de paso, cuyo dueño le enviaba mujeres a su habitación cuando veía que su inquilino bebía algún trago, con el fin de sacarle dinero. En menos de nada, se quedó sin plata y accedió a un trabajo no muy bien visto que le ofreció el dueño de ese hotel: vender cosas robdas. Su amigo Álex, que atendía en el bar que frecuentaba y al ver el peligro que corría su amigo, le aconsejó un nuevo hotel para su estadía en Panamá, a las afueras. La ciudad turística lo estaba desintegrando poco a poco.
Ilona llega a la vida atormentada de Maqroll en tres ocasiones, según lo que él mismo cuenta. En plena lluvia y con dos dólares en la mano, se refugió un momento bajo el techo de un hotel y se encontró con Ilona. Recordaron el pasado, hicieron el amor, se dedicaron, según lo que contaron, al contrabando. Y al ver que se agotó el dinero que ambos tenían se vieron en la encrucijada de qué trabajo realizar para seguir sus vidas de aventureros. Y allí fue donde nació la idea de Villa Rosa.
Villa Rosa fue un prostíbulo, ubicado en una de las calles más congestionadas de Panamá. Algunos compañeros, como Longinos, por ejemplo, que trabajaban en hoteles cercanos aconsejaban el lugar a los turistas. Villa Rosa lo conformaban mujeres que se hacían pasar por azafatas; hecho que les trajo un par de problemas, pero que supieron llevar con inteligencia. Se rescata la historia de un cliente que llegó a Villa Rosa y que duró tres días seguidos gastando un dinero perteneciente a la empresa en la que laboraba; todo porque la felicidad que nunca tuvo la encontró bajo las sábanas y bajo el cuerpo de unas azafatas de lujo. Maqroll e Ilona ya habían decidido cerrar el negocio porque la monotonía los aburría inmensamente... cuando llegó Larissa para llevarse todo junto a la tormenta.
 Larissa era una chaqueña de facciones muy similares a las de Ilona, pero un poco más desordenadas. A Maqroll le impresionó el parecido físico de estas mujeres. Desde el primer momento, hubo una química especial entre Larissa e Ilona. Es como si las dos se identificaran mutuamente y que terminaran dependiendo la una de la otra. Larissa llegó a trabajar a Villa Rosa, aconsejada por Álex, el del bar. Trabajó eligiendo con quién se acostaba o no, haciéndose amiga de Ilona y de Maqroll y ocultando cosas. Entre otras, el lugar en que vivía: un viejo barco abandonado de nombre Lepanto. En su viaje marítimo conoce a un par de extranjeros que se habían quedado en el tiempo, casi doscientos años de diferencia, según lo que afirma la misma Larissa. Eran fantasmas corporeizados con los que copulaba todas las noches y por los que decidió quedarse a vivir para siempre en Lepanto, un barco viejo, pobre y sucio. Estas anécdotas que rayan en lo esotérico las contó a la pareja aventurera que la había contratado; hecho que aumentó la intriga hacia Larissa. Lo que Ilona no había sospechado es que con cada palabra, con cada acto, Larissa la estaba empujando a un hondo abismo desconocido.
Cerca del momento en que Ilona y Maqroll partirían al rencuentro con un viejo amigo de negocios al que habían ayudado económicamente para que saliera de una que otra deuda marítima,  Larissa aprovecha la visita de Ilona a Lepanto y prende fuego a la pequeña embarcación, después de haber dejado abierta la llave del gas. Las dos mujeres mueren en la explosión y se van junto a una fuerte tormenta que llega.
La cuna de lo real y lo sobrenatural
Esta novela se mece entre estos dos valores: el real y el sobrenatural. La realidad se ve configurada en la desintegración de los personajes en la ciudad turística. Panamá se presenta como un lugar de paso, pero no habitable. El contrabando, el trabajo ilegal, como bien se muestra, es la salida más fácil y tal vez la única de supervivencia en una ciudad turística. El hastío de la ciudad se nota en apartados de la novela como este: “Rondando por vestíbulos y bares de los grandes hoteles del sector bancario y, en la noche, por algunos de los clubes nocturnos en donde gente de todas las condiciones, oficios y razas busca distraer el hastío que los invade en esas paradas obligatorias que imponen los viajes de negocios; en el aire cargado y más bien sórdido de los casinos que, en los mismos hoteles y en otros lugares, ofrecen un mediocre sucedáneo al ansia transitoria de aventura y emoción  que despierta Panamá (...)”.
Esta ciudad, el peso de ser turística, hace que los dos protagonistas de esta novela piensen en un negocio turbio y no en uno legal. Es así como llegan a conformar Villa Rosa: un prostíbulo obligado por la ciudad turística que, incluso, crea falsas personalidades para vender. Es una realidad cruda vista en Cuba, en Cartagena, en todas las costas del Caribe latinoamericano. He aquí la realidad más cruel que nunca, y al descubierto.
Por otro lado, está lo sobrenatural. Hechos fantasmagóricos que suceden en el Lepanto, el barco viejo donde habita Larissa. Ella mantiene relaciones sentimentales con dos personajes que pertenecieron a otra época, a la Europa de antaño. Es más, el nombre de la embarcación puede devenir de la Batalla de Lepanto, en la que participó Miguel de Cervantes Saavedra. Es el pasado colándose en el presente, es Europa manteniendo relaciones con América, es la cópula de dos tiempos y de dos mundos disparejos. Es la misma contraposición que hay entre Ilona y Larissa: la una europea; la otra del Chaco, aunque con nombre europeo. Ilona: el presente; Larissa: el pasado. La primera intuyó el fantasma de la segunda. Larissa también estaba muerta: “No voy a hundirme con Larissa. Además ella hace ya mucho que está en la otra orilla. No se trata de si tiene o no salvación. Eso no depende de mí ni de nadie que pertenezca al mundo de los vivos”. Es como si Ilona estuviera representando a Europa, mientras Larissa, en representación de América, le rogara que la salvara. Ahí está, y no es más: mundos paralelos: una proxeneta y la otra prostituta.


domingo, 6 de enero de 2013

Análisis de "El bebé de Rosemary", de Ira Levin


"El bebé de Rosemary", de Ira Levin: el terror del contexto social 
Jhon Monsalve 


Nosotros dentro de la Historia 
Vamos a hacer una cosa: imaginemos que estamos en el Nueva York de  los años sesenta del siglo pasado. Ubiquémonos más exactamente en 1965 y 1966. Jonh F. Kénnedy había muerto dos años atrás. El Papa Pablo VI visitaba este estado estadounidense el 4 de octubre de 1965. Había una crisis social en torno al racismo y había huelgas de transportadores y periódicos. Imaginemos que estamos sumergidos en esa época y que vivimos en una especie de inquilinato antiguo donde llegamos por accidente. Bueno, pues ahora veamos llegar a Guy y Rosemary, los mismos señores Woodhouse, muy contentos y con expectativas de durar todo el tiempo necesario hasta que Guy encontrara trabajo como actor y tuvieran que llevarse todo para cualquier parte del mundo. Imaginemos que están recién casados y que, por el momento, él no espera hijos en el matrimonio, que está dedicado a su trabajo y ya. Sepamos, de paso, que Rosemary está en riña con su familia por el hecho de que se casó con un protestante. Miremos que los vecinos, ancianos vecinos, del séptimo piso donde se mudaron estos nuevos inquilinos, se portan de una manera extremadamente amable con la pareja. Los abuelos se llaman Minnie y Roman, este último hijo de Steven, un brujo que antaño pareciera encarnar al mismísimo demonio.  
Hutch, imaginemos, es un amigo escritor del reciente matrimonio, que conoce algunos mitos y leyendas que se han creado en torno a los habitantes de la mansión Bramford. Sabemos incluso que unas hermanas se comían a los niños como si fueran terneros recién cocidos. Y les advirtió muchas veces que no se fueran a vivir allí. En aquel lugar, Rosemary se amista con una inquilina que habían recogido los Castevet, los mismos ancianos que acogieron de la mejor manera a la nueva pareja. Imaginemos el momento en que le muestra a Rosemary una especie de talismán de la buena suerte, que cuelga de su cuello, portando una denominada Raíz de Tanis. Ahora imaginemos que nosotros sabemos de mitología griega y que  hacemos la asociación pertinente de Tanis con Tánatos, la personificación de la muerte en dicha civilización. Y que cuando vemos por la ventana que aquella muchacha de los Catevet se suicida y que el collar de la raíz de tanis se lo regalan los dueños a Rosemary, nos damos cuenta de que las cosas van mal y que hay algo oscuro y oculto en todo.  
Dejemos de imaginar. Hagámonos la idea de que todo lo que hemos vivido en la vida son solo estas escenas y no más. Conocemos al doctor Hill y al doctor Sapirstein, y sabemos que este último tiene más reconocimiento profesional que el primero. Vemos que  Rosemary, aconsejada por el par de ancianos, cambia de doctor cuando se le descubre el embarazo: elige, al fin y al cabo, a Sapirstein. Y empieza a beber una extraña porción que le da Minnie a diario, y empieza asentirse muy mal. Enflaquece; todos la ven acabada por la vida y ella se excusa con el embarazo. Después del quinto mes, cuando quiere cambiar de doctor, se mejora considerablemente. Al final, en una emboscada de todos, incluso de su marido, le hacen creer a Rosemary que su hijo ha muerto. Esta conspiración trató de impedirla Hutch, pero le fue imposible porque cayó en un extraño coma profundo y murió.  El niño no había muerto; nosotros lo sabemos: todos sabemos todo en la Bramford. El niño está en casa de los Castevet, que nunca se fueron a Europa, que todo hizo parte de la conspiración. Sabemos que al fin Rosemary halló la salida tras un armario que comunicaba con los Castevet y que llevó un cuchillo para salvar a Andrew, como iban a llamar al niño. Entró con las ganas de asesinar por su hijo, pero cuando lo vio con rasgos diabólicos, como los cuernos y la cola, cambió de opinión. No tuvo más remedio que ser llamada "Salve, Rosemary". Todo esto lo sabemos. Somos también fantasmas de aquella época, que parió, como veremos, al bebé de Rosemary. 
Un poco de forma 
"El bebé de Rosemary" es una de las siete novelas del escritor estadounidense Ira Levin, fallecido en el año 2007. Esta novela es la más conocida de las que componen su canon literario. Fue llevada al cine por Roman Polanski. El título original es "Rosemary's baby". En España la versión cinematográfica fue traducida como "La semilla del diablo". El título hace referencia en ambos casos al eje principal de la historia: un extraño bebé que nace en extrañas circunstancias y con unas características muy particulares, demoniacas para ser exactos. La novela consta de 22 capítulos, publicada por la editorial Oveja Negra en 1984, en asociación entre Venezuela y Colombia. Fue traducida por la editorial Bruguera con un lenguaje fácil y coherente. Fu una novela catalogada como Best Seller 
El bebé de Rosemary: producto de la sociedad de los años sesenta del siglo XX 
Una sociedad en constante cambio, que acaba de perder a Jonh F. Kénnedy en una situación aún confusa. Una sociedad que es visitada por el Papa Pablo VI y que anhela una y otra vez que la Guerra de Vietnam cese. Que lanza un deseo de paz enfático y que, sin embargo, es como un impulso a levantarse más y más en armas. Huelgas de transportadores y de periódicos. Una sociedad agotada por la Segunda Guerra Mundial, por la Guerra en Corea, por la reciente Guerra de Vietnam. Una sociedad hambrienta de cambio... 
 Hay una escena clave en la novela: el día en que se siembra la semilla de satán en el vientre de Rosemary. Ella está inconsciente. Jura que su esposo la ha poseído sin su autorización. Había tomado uno que otro trago y culpaba a ello de sus mareos esa noche. Empezó a soñar cosas extrañas: una embarcación donde que maneja un negro, ayudante de John F. Kénnedy. De un momento a otro, desaparece el presidente y Rosemary se dirige a una especie de sótano de la embarcación. Ve una iglesia en llamas, un hombre con barba negra que la observa y los vecinos desnudos y su esposo desnudo, que la penetra con un  falo mucho más grande dl habitual y con furia. Noten la presencia de Kénnedy y de su esposa y también la del Papa, que fue, en el sueño, a mirar la picadura de un ratón, y fue el momento en el que Rosemary se excusó por no haberlo ido a escuchar en su intervención. Esta escena se retoma al final de la obra para esclarecer el engendramiento de Andrew por parte del mismo señor Barba Negra, que era el mismo Adrian Steven, el padre de Roman Castevet, el mismísimo que conjuró al diablo y que fue considerado brujo años atrás. 
 La aceptación de Rosemary fue la misma de la Virgen María. Esa constante contraposición de valores demoniacos y cristianos es vigente en toda la novela. ¿Pensamos en el anticristo? ¿En un hombre que se necesitaba para salvar la situación de este Estado y de todo el país? ¿O pensamos en que este niño fue el comienzo de una liberación mental y satánica que se desarrolló tiempo después con Szandor Lavey contra todo designio de la Iglesia católica y protestante? ¿En qué pensamos? 
Datico curioso:  en 1966 nació el bebé de Rosemary. Volteemos el 9 a ver qué pasa.  
Sigamos observando los tiempos que siguieron y saquemos conclusiones.