miércoles, 2 de octubre de 2013

El escarabajo de oro, de Edgar Allan Poe: William Legrand VS. William Kidd

EL ESCARABAJO DE ORO, DE EDGAR ALLAN POE: WILLIAM LEGRAND  VS. WILLIAM KIDD: DEL PEQUEÑO AL GRANDE
Jhon Monsalve

Imagen tomada de internet
Edgar Allan Poe es reconocido en el mundo de la literatura por ser, junto a Maupassant y Chéjov, uno de los padres de la narrativa breve. También escribió poesía, aunque es menos valorado por ello. Ya en cierta ocasión intenté hacer un análisis de uno de sus poemas: Un sueño en un sueño. Pero retomemos la idea de la paternidad en la cuentística universal y demostrémosla por medio de un pequeño y tal vez muy elemental comentario del cuento “El escarabajo de oro”, publicado en 1843. Más precisamente me centraré en la importancia del nombre de aquel caballero y en la significación que conlleva.
 Ya nos es sabido que los nombres van muy acorde con las acciones de los personajes. Ya lo hemos visto en el análisis sobre “El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde”, donde este último vivía escondido (hide) dentro del cuerpo del primero. Del mismo modo, García Márquez trata de relacionar los nombres dependiendo de las acciones de los personajes; recordemos a Remedios, la bella, o a Florentino Ariza. Y en este cuento de Poe se juega con las diferentes acepciones de la palabra kid, que significa tanto cabrito como niño.
Para comprender a qué me refiero con el título “Del pequeño al grande”, retomemos un poco el hilo narrativo: en este cuento, se evidencia la capacidad de un misántropo de descifrar un enigma escrito en un pergamino y que conducía, según sus reflexiones, a un tesoro. Este hombre, que desde hacía algún tiempo, había perdido su fortuna, halló un día, en una playa de la Costa Atlántica, un escarabajo que, según la percepción de Júpiter, su criado, y de él mismo, era de extraña figura, de un peso fuera de lo común y de un color dorado, similar al oro. El narrador, que era amigo de William Legrand, fue un día a la cabaña de este a pasar la noche allí, justo cuando habían encontrado este animal y lo habían prestado a un teniente de la región. Por esta razón, William dibujó el escarabajo en un papel que encontró en uno de sus bolsillos y que había  hallado también junto al animal de oro. Según lo percibido por el narrador, después de que, teniendo en cuenta que hacía un poco de frío, se acercó a una especie de fogata dentro de la cabaña y luego de que el perro de Legrand lo saludara calurosamente, allegó lo suficiente el papel al fuego… después de todo ello, descubrió que el tal escarabajo tenía forma de calavera. William se dio cuenta de que así era e inició desde ese momento un proceso de investigación interpretativa para descubrir tal enigma. Se ausentó mentalmente por algún tiempo y pensaron que podría estar enfermo. Pasado el tiempo, Legrand invitó a su amigo y a Júpiter a una excursión tras la búsqueda de un tesoro. Después de un error de Júpiter (narrado con un humor muy característico), fallaron en el intento, pero gracias a que Legrand se dio cuenta de tal falla, pudieron dar con el botín. Después de llegar a casa, y tras las preguntas del amigo, es decir, el narrador, William Legrand explicó el método que usó para descifrar el código que indicaba el lugar en donde estaba el tesoro.
Finales similares al de este cuento los encontramos en obras policíacas, al estilo de Agatha Christie, Arthur Conan Doyle o, más recientemente, Dan Brown. Los que en esta novelas, respectivamente, encuentran el sentido del crimen o del robo, del modo en que se encuentra un tesoro, son Hércules Poirot, Sherlock Holmes y Robert Langdon. Todos grandes, muy inteligentes y con características fijas y establecidas por sus creadores. Del mismo modo, Wiliam Legrand, con una mente brillante y un método perfecto, logra llegar al clímax de la búsqueda. Pero… ¿dónde está lo grande y quién es William Kidd?

William Kidd fue el pirata (un corsario, para algunos… total, un personaje histórico), que según Legrand, elaboró el enigma del tesoro escondido. Kid (con una sola d) significa Cabrito, tal y como el corsario lo dibujó en el pergamino. Pero también significa Niño, y de esto se aprovecha el autor para configurar las acciones de William Legrand con su nombre. “Le grand” significa El grande (en lengua francesa), el que pasó en inteligencia al Kid, el único que conocía el lugar donde se hallaba el tesoro... William Legrand VS. William Kidd es un juego lingüístico muy interesante, cuya pertinencia encaja dentro del marco de las acciones de cada personaje. Tal vez, por todo ello, merezca Edgar Allan Poe ser llamado también Legrand. 

miércoles, 25 de septiembre de 2013

"Estupor y temblores", de Amélie Nothomb: Una contraposición de la cultura occidental con la nipona

“ESTUPOR Y TEMBLORES”, DE AMÉLIE NOTHOMB: UNA CONTRAPOSICIÓN DE LA CULTURA OCCIDENTAL CON LA NIPONA
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
En 1999 la escritora belga Amélie Nothomb publica “Estupor y temblores”, novela considerada autobiográfica. Fue ganadora del Gran Premio de la Academia Francesa y del primer Premio Internet de Literatura, donado por primera vez, meses después de la publicación del libro, por las votaciones de los internautas. Si comparamos la Amélie autora con el personaje femenino de la novela, podemos hallar muchas semejanzas. Ya dijimos que la novela es autobiográfica, pero en este texto, omitiremos ese dato y nos concentraremos en las acciones de los personajes de papel que configuran una interesante oposición cultural entre oriente y occidente.
El nombre del libro
“Estupor y temblores” indica las sensaciones que los súbditos, en Japón, sentían cuando se dirigían al emperador. En la sociedad jerarquizada de la novela, se evidencian estos sentimientos a flor de piel sobre todo en dos personajes: Fubuki y Amélie, y más aun sobre esta última. Omochi, como veremos, es el personaje que produce, en mayor proporción, tales sensaciones en los empleados de Yumimoto. La narradora asocia este sentimiento con el que sentían los samuráis cuando se dirigían a su superior: “El antiguo protocolo imperial nipón establece que uno deberá dirigirse al Emperador con «estupor y temblores». Siempre me ha encantado esta fórmula, que se corresponde perfectamente con la interpretación de los actores en las películas de samuráis, cuando se dirigen a su superior con la voz traumatizada por un respeto sobrehumano”.
La forma
El libro no está dividido por capítulos. Está relatado por una narradora que, en primera persona, cuenta sus experiencias en la empresa Yumimoto. Hay diálogos en los cuales es otorgada la voz a los personajes. Y hacia la mitad de la novela, hay un cambio interesante a monólogo interior, sin tantos desajustes sintácticos; en esto, difiere del Ulises, de James Joyce. La narración es sucesiva y, de vez en cuando, entrelaza situaciones con momentos del pasado de la narradora o del pretérito histórico de Japón o de occidente.
La narración y algunas axiologías
“Estupor y temblores” cuenta la historia de una mujer belga que ha vivido gran parte de su vida en el Japón y que, graduada con el título de docente, ingresa a laborar a una empresa en la que, desde el principio es humillada y subestimada. Lo curioso es que ella, en lugar de tomar los improperios de mala manera, se ríe de la situación y comprende su lugar como mujer y como europea en ese país lejano. Al principio, se encarga de llevar y de traer los cafés de los jefes. Queda impactada por la belleza de Fubuki, una nipona hermosa, que sobrepasaba la belleza de la mujer común del Japón. La mira a ratos largos, la detalla con una especie de admiración parecida a la idolatría. Fubuki, cuyo apellido era Mori, tenía 29 años y no se había casado. Esto, en una cultura como la nipona, es un acto de desvergüenza, si no ha dedicado el tiempo al trabajo en remplazo del “amor”. Entre comillas ponemos este sentimiento porque enamorarse no cabe en los planes de los nipones, que ven la vida y todo a su alrededor con pesimismo y resignación: “Porque, en resumidas cuentas, la estocada que, a través de todos estos dogmas incongruentes, se ha asestado a la nipona es que nada bueno debe esperar de la vida. No aspires a disfrutar porque tu placer te destruirá. No aspires a enamorarte porque no mereces que nadie se enamore de ti: los que te amarían te amarían por tu apariencia, nunca por lo que eres. No esperes que la vida te dé algo, porque cada año que pase te quitará algo. Ni siquiera aspires a una cosa tan sencilla como alcanzar la tranquilidad, porque no tienes ningún motivo para estar tranquila”. El caso es que vio en Fubuki a una persona en la que podía confiar. Sin embargo, no lo fue tanto con el transcurrir de los días. Tenshi, uno de los empresarios, vio la posibilidad de estudiar las propiedades de una grasa particular para extraer de ella cierto elemento que consideraba poco saludable. Para llevar a cabo este estudio necesitaba la ayuda de una persona que supiera hablar francés (parte de las consultas debía hacerse en Bélgica) para que la investigación se llevara a cabo lo más pronto posible. Amélie lo tomó tan de buena manera, con gran halago, que en un par de días le entregó a Tenshi un informe de alta calidad. Y fue a partir de esto que su superiora inmediata, es decir, la señorita Mori, la acusó ante el vicepresidente por tal hecho, que era externo a sus labores cotidianas. Las reprimendas vinieron para ambos y, en ese contexto, Amélie comprendió que no se le puede refutar a un mayor, profesionalmente hablando, y que las órdenes se dan tal cual ellos digan (volvemos a evidenciar el sentimiento de estupor y de temblor que se produce en Japón, frente a alguien jerárquicamente superior). Este evento produjo que el pequeño lazo de amistad (considerado de esa manera por Amélie) que tenía con Fubuki se rompiera definitivamente.
Llegó el momento en que no tenía nada que hacer y uno de sus superiores la ocupó en la fotocopia de un documento de mil páginas, el cual la obligó a hacer reiteradas veces y sin usar el dispositivo de la máquina que facilita el trabajo, solo con la excusa de que los bordes no quedaban bien delineados (el obetivo era mantenerla ocupada). Trabajó también arreglando las fechas de los calendarios que estaban colgados en las oficinas de la empresa. Hasta el día en que transcribió cierta información de contabilidad en sendas facturas, cuya información, quizá por descuido o por desinterés, quedó errónea. Esta tarea había sido encomendada por su jefe inmediata, la señorita Mori, que concluyó que los errores se debían a una venganza que tenía entre manos la joven belga para dejar en nivel la situación del informe que le ayudó a hacer a Tenshi.  La emprendió contra ella y, desde ese momento, solo hubo improperios contra Amélie: la estúpida, la ridícula, la bruta y la torpe. Amélie tomaba con serenidad los insultos e incluso llegaba a acogerlos con ironía: la culpa, eso bien lo sabía ella, era su posición de desventaja por ser occidental y del sexo femenino.
El día que produciría la transformación de los hechos de la novela llegó con insultos públicos del vicepresidente hacia Mori. El error de Amélie fue compadecerla, tal cual lo haría un occidental del común. Esta compasión fue tomada por Fubuki como un insulto y como un sarcasmo de la joven belga hacia su superiora. Desde ese momento, por órdenes directas de la señorita Mori, Amélie debió limpiar los baños del piso en el que laboraba y cambiarles el papel diariamente. No podía caer más bajo, y sin embargo, se sentía tranquila: hallaba significado a sus labores partiendo de cualquier cosa; una de las más recurrentes era la libertad que le producían los ventanales de la empresa, y experimentaba sensaciones suicidas mientras los veía. Llegó al fin el día de la renuncia y se marchó sin criticar a nadie y afirmando que, si no había logrado hacer sus trabajos de forma correcta, había sido solo por su inutilidad. El jefe mayor, el que estaba en la punta de la jerarquía de Yumimoto, la comprendió y sobrevaloró el informe que había ayudado a hacer al señor Tenshi. Después de los años, publicó una novela y tal vez por esta razón recibió, muy sorpresivamente, una carta de felicitación por parte de Mori.
Ciertos comentarios
En una ocasión, luego de que Amélie llevara cafés a una junta de la empresa, fue reprendida por haber hablado en japonés, pues, de esta manera, los consejeros se sintieron intimidados ante la sorpresa de que una blanca, como suelen llamar a las mujeres de occidente, comprendiera su lengua. Desde ese día evitó, y durante mucho tiempo, hablar en ese idioma. La carta que recibió de Mori, al final de la novela, estaba escrita en japonés, hecho que la regocijó enormemente, pues la que antaño fue su superiora, ahora la aceptaba dentro de los suyos, a pesar de su color de piel y de su país de origen: “Aquella nota contenía elementos suficientes para hacerme feliz. Pero incluía un detalle que me encantó en grado máximo: estaba escrita en japonés”.

La novela muestra las diferencias sociales entre el continente asiático y el de occidente. Este último continente se toma, según las perspectivas de los personajes, de manera peyorativa: donde habitan personas como Amélie, la metaforización de Europa, estropeada, pordebajeada, por Asia. Japón, un país de suicidas, desarrollado, en parte por su dedicación laboral, es el centro de una cultura reprimida (ejemplo de ello es la imposibilidad de amar, la valoración negativa de vestirse de cierta manera o de dar un beso en la mejilla a alguien) llena de jerarquizaciones, causales de un eterno “Estupor y temblores”. 

martes, 10 de septiembre de 2013

Miguel Torres en Ulibro 2013: El crimen del siglo, un cigarro y una firma

MIGUEL TORRES EN ULIBRO 2013:
EL CRIMEN DEL SIGLO, UN CIGARRO Y UNA FIRMA

Jhon Monsalve


Como Juan Roa Sierra divisaba la figura de Gaitán detrás de un carro o de un árbol para escribir en su libreta los pasos del caudillo con el fin de que cuando llegase el día del asesinato no hubiera ningún percance, así mismo mi visión se fijaba en Miguel Torres de quien tomaba nota para poderlo abordar. Nadie puede negar la calidad literaria que se evidencia en la obra de este escritor colombiano que, en mi opinión, junto a Burgos Cantor y a Juan Gabriel Vásquez, se ha convertido en un icono de nuestra buena literatura dentro y fuera del país.
Miguel Torres venía a hablar de “Incendio de abril”, novela polifónica que trata sobre los testimonios de aquellos que fueron testigos de la muerte de Gaitán a manos de Roa Sierra. No obstante, el 70% de la charla que se llevó a cabo en el auditorio Jesús Alberto Rey Mariño de la Universidad Autónoma de Bucaramanga tuvo como eje temático la novela precedente: “El crimen del siglo”. En ella se cuenta, a partir de elementos de la realidad y de la ficción, en el mejor híbrido, la manera y las razones que llevaron al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Juan Roa Sierra que, según la historia, fue el que disparó contra el caudillo, es presentado por Miguel Torres como un hombre de poca suerte, desempleado, con muchos problemas personales e incapaz, a simple vista, de matar una mosca.
En la charla, el escritor colombiano describió las peripecias por las que tuvo que pasar para lograr la escritura de esta novela: trató de contactar a los descendientes de Roa, fue al barrio Ricaurte, donde se supone vivía, buscó en el directorio más antiguo que halló a todos los que tuvieran el apellido Roa y llamó a uno por uno, y no logró su objetivo. Sin embargo, según lo que contó, tenía acceso a documentos de aquella época y con la información que obtuvo escribió sus primeras páginas en el año 2002.
Mientras Miguel Torres hablaba, un señor, con un grado de locura notable, replicaba cada idea del autor con sandeces y groserías. Afirmaba que él (el señor) había escrito el libro de Judas, que Miguel era un zángano, que todo lo que decía era falso. Los que estaban a su lado, se levantaron de sus puestos en busca de otros, mientras los encargados de la logística hacían hasta lo imposible por callarlo, sin que se fuera a malhumorar hasta el punto de hacer un escándalo. Yo estaba concentrado en el mundo de la obra de Miguel Torres, en que la cámara grabara lo mejor posible y en la mano Yésica, la que siempre, desde hace tres años, me ha dado la más estable tranquilidad. Así me olvidaba del señor aquel que, en un ataque de ira, podría atentar contra su Gaitán personal, que parecía ser el autor de “El crimen del siglo”.

Pero ya, dejemos esto hasta aquí, y contemos lo del cigarro y la firma. Desde que me enteré de la presencia de Miguel Torres en la UNAB quise hablar con él, quise comentarle sobre mis proyectos de investigación a partir de su obra, quise una foto y una firma. Tomaba nota de sus pasos antes de entrar al auditorio. Cuando llegó se fumaba un cigarrillo y luego, al ver que aún tenía tiempo, salió a fumarse otro. Lo abordé cuando se sentó en una banca de la universidad a descansar de las entrevistas del día. Mucho gusto, maestro: leí su novela “El crimen del siglo” y me parece que se cumplió lo que Álvarez Gardeazábal pensó imposible: la escritura de una perfecta novela de la violencia: “No habrá una novela de la violencia que recoja todo el periodo y lo  vuelva trascendente, y en este caso sería  el final del periodo  evolutivo que mencionábamos, hasta que no se rescaten esos  valores mínimos de apreciación estética en medio de los que todos consideran una vergüenza nacional. Hasta que no se tome una  conciencia exacta para que el fenómeno ni apasione ni aleje. Para  ello el autor debe haber sentido la violencia, estudiado  detalladamente sus frutos y consecuencias y logrado de todo ello  una visión objetiva capaz de ser fabulada. Antes de llenar estos  requisitos no se producirán sino obras iguales o peores que las aquí  analizadas”. ¿Me firmaría el libro, maestro? Y después de esto, Yésica nos tomó una foto, nos despedimos y tomé nota. Si el señor de la locura aquella hubiera estado en mi lugar, otra sería la historia. Tal vez junto a Roa, estaban muchos colombianos en su lugar. 

martes, 3 de septiembre de 2013

¡Usté mucho ser pingo, mano!: Acercamiento a una explicación gramatical y sintáctica

¡Usté mucho ser pingo, mano!:
Acercamiento a una explicación gramatical y sintáctica
Jhon Monsalve


En este texto expondré las razones por las cuales podría ser considerada incorrecta, gramaticalmente hablando, la proposición “Usté mucho ser pingo, mano”, propia de nuestra variedad de lengua.  Podría empezar fácilmente diciendo que le hace falta la d al pronombre de segunda persona usted (que, para algunos gramáticos, es de tercera persona porque concuerda con la conjugación típica del pronombre él).  Pero no tendría ningún sentido  escribir un texto para algo tan elemental. Tampoco me centraré en el vocativo mano porque funciona simplemente como apelativo y, en su lugar, podría ir cualquier otro nombre o cualquier apodo. En este caso, podría complementar la idea exponiendo el uso de la coma antes, entre y después de vocativos, pero eso ya lo sabemos todos y, por lo tanto, si hubiera puesto el mano en la mitad no sería extraño que lo encontráramos entre comas: ¡Usted, mano, mucho ser pingo! Eso es ortografía básica de bachillerato o de universidad.
Tampoco me centraré en la explicación de variaciones diatópicas porque este texto pretende ser prescriptivo, aunque, en parte, para algunos, no lo logre. Si fuera así, me extendería por los diferentes tipos de variaciones lingüísticas, tendría en cuenta lo diafásico para indicar los momentos en que puede presentarse con más recurrencia el uso de mano, o de usté, o de mucho ser pingo. Nada de eso. Solo voy a explicar la razón por la cual es errónea, gramatical y sintácticamente hablando, la construcción propia de la variedad lingüística en Santander: mucho ser pingo.
 Comprendamos, ante todo, la sintaxis, es decir, el orden, de esta oración: en primer lugar, aparece el adverbio de cantidad mucho, luego el sustantivo ser (no es un verbo; no está conjugado, por lo tanto, no indicaría acción, aunque en este caso, según el uso que le damos, lo hace) y por último el adjetivo pingo. La misma estructura se presenta independientemente del verbo o del adjetivo; lo único que se mantiene es el adverbio. Por esa razón, decimos y escuchamos a diario proposiciones como: “Usté mucho cantar bonito”, “Yo mucho tener hambre”, “Esa mujer mucho estar rica”, “Ese man mucho oler a feo”, etc. La misma estructura: adverbio, sustantivo, adjetivo. El problema radica, precisamente, en que el  verbo, o más bien el nombre del verbo, no está conjugado. Por lo tanto, no hay verbo en la oración, y una oración sin verbo no es oración.
Muchos dirían que el problema radica en el adverbio mucho; yo no lo creo así. El adverbio está junto a la palabra que funciona como verbo en la oración; es decir, está en el lugar justo. En cambio, el hecho de la no conjugación del verboide en infinitivo (ser, estar, cantar) produce un gazapo idiomático, desde un análisis prescriptivo. El orden ideal de esta construcción sintáctica sería: ¡Usted es muy pingo, mano! Si vemos, el verbo ya aparece conjugado (es) y el adverbio mucho cambió por muy, pero continúa al lado del verbo y calificando, al mismo tiempo, al adjetivo (que también es atributo) pingo.
Y ya. No es más. Estarán pensando que yo mucho ser cansón con estos temas. Pero una explicación de vez en cuando no cae mal. Total, ni usted ni yo vamos dejar de utilizar esa estructura; ni que fuéramos tan pingos.

martes, 20 de agosto de 2013

Análisis de "La ciudad y los perros", de Vargas Llosa

ANÁLISIS  DE “LA CIUDAD Y LOS PERROS”, DE MARIO VARGAS LLOSA
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
Introducción
En 1962, hace aproximadamente 50 años, el escritor peruano Mario Vargas Llosa hizo pública la novela que, en un principio recibió el nombre de Los impostores, y que terminó llamándose La ciudad y los perros. Siempre he pensado que los libros llegan a los ojos del lector en el momento justo, y sin sospecharlo ni planearlo, esta novela llegó a mis manos en una edición conmemorativa hecha por la Real Academia de la Lengua Española, muy económica, por cierto, hace apenas unos días. Lo que pueda afirmar de su contenido, de lo que produjo, de lo qué tan catártica puede llegar a ser podría parecer una tarea de la subjetividad que acompaña mi diario vivir, ajeno a muchos, literario, poético, en paz. En fin, posiblemente y aunque no creo, la afirmación de Marcos Martos al respecto puede influir en algo: “No se lee de la misma manera La ciudad y los perros en 1962  o en 2012, cincuenta años después, cuando la celebramos. Cualquier joven que tenga en sus manos el libro sabe de antemano que se trata de la obra de un autor consagrado que ha merecido el Premio Nobel, que en cierto sentido es un libro clásico, que la lectura que emprenda ha sido precedida por la lectura de miles y miles de aficionados”. Desde un principio el escritor peruano aclara que no habría podido escribir esta novela de no haber sido porque en algún momento fue o actuó como algunos de sus personajes: Cava, Alberto, el Jaguar: “Para inventar su historia, debí primero ser de niño, algo de Alberto o del Jaguar, del Serrano Cava y del Esclavo, cadete del colegio militar Leoncio Prado, miraflorino del Barrio Alegre vecino de la Perla”. Podría yo afirmar lo mismo, pero desde el lugar del lector, porque al momento de imaginar cada escena, cada acción, cada lágrima, experimenté las sensaciones humanas, tan pertinentes, de todos los personajes que componen la obra prima de Vargas Llosa. Pero si quieren, seamos académicos y objetivos.
La ciudad y los perros
La novela está dividida en dos partes y en un epílogo. Cada una de las partes se compone de ocho capítulos y van antecedidas por epígrafes en francés. El epílogo, por su parte, va antecedido por un epígrafe en español. Todos, como es normal, hacen alusión a las acciones humanas que se llevan a cabo en cada uno de los apartados. El narrador varía de primera persona a omnisciente, se presentan varios diálogos de los personajes y la trama no es plana. Marcos Martos rescata la importancia de esta obra en el Perú: “(…) abrió un camino de perfección, tanto en la obra del autor como en las letras hispanoamericanas, enriquecidas, a partir de ese momento de un modo inédito, nunca visto, significó una revolución para las letras del Perú que alcanzaba una mayoría de edad literaria y el lanzamiento de un joven autor a la liza editorial del mundo, el comienzo de una merecida fama aumentada cada año con nuevos logros”.
Por otra parte y para dar un esbozo de la novela, exponemos lo siguiente: El Círculo fue una organización comandada por el Jaguar, cuyo propósito era hacer respetar al grupo de inferiores que eran maltratados por los cadetes de títulos mayores. Los perros son entendidos como aquellos nuevos cadetes, novatos, sin experiencia, que entran al colegio militar por mandato de sus padres que tienen el temor de que en otra institución se dañen socialmente. Generalmente eran humillados por grupos de cadetes con más experiencia. El Círculo fue la solución a esta situación. Y de donde resultaron todas las acciones de la novela. Por azar, Cava, uno de los cadetes del círculo, tiene que robar un examen para beneficio de todos; incluso para venderlo a algunos que dan una buena suma por conocer las preguntas. Sin embargo, y aunque lo hurta, rompe un vidrio de una ventana, que pone en evidencia la falta. No obstante, nadie se entera, ni sopla (hago uso de un término muy recurrente en la novela) quién fue el culpable de tal hecho. Mientras se desarrollan estas acciones, el novelista mantiene una historia paralela que solo hasta el final dará sus luces. Presenta a dos niños: uno ladrón, el Jaguar, que se queda sin padres, que cae en el más bajo mundo y que al fin es enviado por su padrino al colegio militar. El Jaguar tuvo una enamorada, Teresa, una chica un poco fea, que al fin de cuentas le fue infiel con otro, con el que Jaguar tuvo problemas de groserías y de golpes. El otro niño es Alberto, con el que usa la primera persona para narrar sus acciones, que fue enviado al colegio militar porque su padre temía que le saliera marica. Y es en Alberto, sobre todo, en quien giran la mayoría de las acciones de La ciudad y los perros.
Tengamos en cuenta también al Esclavo, un cadete que desde el principio fue humillado por los demás, que nunca tuvo amigos, que consideraba a Alberto como su único compañero y que fue asesinado un día por el Jaguar. Ya veremos cómo. Sepamos que Gamboa era uno de los jefes de cuadra y que apoyó hasta donde pudo la denuncia hecha por Alberto del asesinato de su amigo. Por supuesto que hay más personajes, pero conformémonos con estos, mientras tanto. Y ahora sí expliquemos. Después de que se descubre que fue roto el vidrio para robar el examen de Química, los militares de alto rango prohíben la salida los fines de semana a todos los cadetes hasta que se sepa quién fue el culpable. El Esclavo, que andaba enamorado de Teresa, no resistió más su encierro y decidió informar sobre el culpable del hurto. A Cava lo expulsaron y, a partir de ahí, se desencadenaron los demás hechos de la novela. La acción transformadora vino con la muerte del Esclavo, mientras hacían un simulacro de guerra en una especie de selva. Al principio se afirmó que había sido el mismo Esclavo el que había disparado su fusil y que se había causado a sí mismo la muerte. Alberto negó tal hipótesis porque el tiro se lo dieron en la nuca, acto que imposibilitaba el suicidio involuntario. Alberto acusó al Jaguar y se desató entre los militares mayores un conflicto social y político: Gamboa apoyó la idea de Alberto y la defendió ante los de más alto rango militar. El coronel y los demás rebatían tales acusaciones por los problemas que se le vendrían a la institución si llegase a entrar en investigaciones de tal índole. Cambiaron los hechos, de tal forma que se indicara científicamente y legalmente que el Esclavo había muerto por un accidente.
La insistencia de Gamboa hizo que fuera trasladado a otra sede con menos posibilidades de ascenso y en condiciones mucho más precarias. El Jaguar confesó al fin su acto, pero no fue culpado por las cuestiones políticas ya explicadas.
La experiencia de estar en el suelo
En 50 años son muchas las propuestas que se han planteado en torno a los personajes, el contexto militar o histórico, el poder y los súbditos. Y aunque se ha estudiado el tema a fondo, no sobraría reflexionar nuevamente sobre la cuestión del poder y del sentimiento del Jaguar cuando estuvo en los zapatos del esclavo, en la ocasión en que sus compañeros, los que siempre le habían brindado respeto y pleitesía, lo culparon de que había sido él, el Jaguar, y no otro, el que había “soplado” la información de que todos los cadetes tenían en los cajones alcohol y cigarrillos. El Jaguar, y todos los que pertenecían a la misma cuadra, habían supeditado todo el tiempo al Esclavo, lo habían humillado, y cuando el Jaguar se sintió en el piso, tal cual el Esclavo, tomó la decisión de confesar su crimen, después de haberlo encubierto por tanto tiempo: “(…) ahora comprendo mejor al Esclavo. Para él no éramos sus compañeros, sino sus enemigos. ¿No le digo que no sabía lo que era vivir aplastado? Todos los batíamos es la pura verdad, hasta cansarnos, yo más que los otros. No puedo olvidarme de su cara, mi teniente.  Le juro que en el fondo no sé cómo lo hice. Yo había pensado pegarle, darle un susto. Pero esa mañana lo vi ahí al frente, con la cabeza levantada y le apunté”. Y con esto llegamos a uno de los puntos más sobresalientes de la obra: la conveniencia del colegio militar en no delatar al asesino por su propio bien. Y tal vez, en nuestros países latinoamericanos, continúe haciéndose lo mismo.
Así las cosas, La ciudad y los perros, en poco más de 50 años de vida, es considerada una de las obras más importantes de la literatura universal. Sobresalen temas como el racismo, el abuso del poder, el contexto del colegio militar (al que también perteneció el autor), la subvaloración de las personas, dentro de un marco en el cual tales comportamientos hacen más hombre al joven cadete. Nadie, según la experiencia del Jaguar, comprendería a los súbditos si no viven como ellos.

viernes, 9 de agosto de 2013

La búsqueda de una cohesión humana: reflexiones éticas del diario vivir

La búsqueda de una cohesión humana: reflexiones éticas del diario vivir
Jhon Monsalve

Imagen tomada de internet
Nuestro tiempo parece ser a la vez el tiempo del avance y de la retrospección. No hay que poner en duda que el progreso tecnológico de los últimos años ha permitido que el humano tenga una vida más cómoda, pero esta comodidad no puede justificar de ninguna manera el daño ambiental que la tecnología causa. Las industrias arrojan los desechos a los ríos, los automóviles eliminan a diario gran cantidad de CO2 que deteriora poco a poco la capa de ozono y hasta el humano, que piensa solo en su beneficio, no encuentra más lugar que la calle para botar el papel que estorba.
El problema de lo anterior podría radicar en el egoísmo. Pensamos solo en nosotros, en nuestros intereses y si, para lograrlos, debemos dañar el planeta Tierra y pasar por encima de nuestro prójimo, lo hacemos porque pensamos tan individualmente que la sociedad y sus problemas se los culpamos al destino. Y no nos damos cuenta de que con esto podríamos empezar la búsqueda de la verdad: la cohesión de lo humano. Una búsqueda de ética planetaria traería consigo la unión de la humanidad y el rencuentro de esta con la tierra. Pertenecemos a la Naturaleza y lo hemos olvidado; somos uno solo con nuestro prójimo y lo ignoramos apropósito. Posiblemente la verdad la hallemos cuando dejemos nuestros intereses a un lado y actuemos en pro de la Humanidad como conjunto y de la Naturaleza como parte de nosotros, pues solo ahí encontraremos la cohesión de lo humano.
Nos hemos creado la idea de que el ser humano tiene que pasar de un rango a otro, de una posición económica a otra, de un nivel paupérrimo a uno exitoso, de pobre a rico. Parecemos animales de rango inferior que luchan por ser de rango superior y que para alimentarse y aparearse necesitan del permiso del animal superior. Nada más parecido al capitalismo: cada uno que luche por sus intereses; que triunfe el más capaz y el más adinerado y que el resto siga sumido en la pobreza y en la ignorancia.
Ahora bien, el problema descrito en el párrafo anterior no se puede justificar de ningún modo argumentando que de esta manera se forman las clases sociales para la defensa de sus integrantes y marginados. No: el problema radica en que pensamos solo en nuestro beneficio y ponemos excusas como la anterior para excusarnos y justificarnos. Todos como humanidad podemos lograr la ética planetaria y social, que permitiría la vida por muchos más años en la tierra.
En un sistema como el nuestro, los que tienen dinero pueden invertir y multiplicar, mientras que los pobres, con lo poco e injustamente que ganan, hacen lo posible por alimentarse. En nuestro sistema tomamos la industria, la empresa y el avance tecnológico como nos conviene. Pero no nos damos cuenta de las consecuencias: las máquinas industriales, por una parte, causan un daño letal en el medio ambiente y, además, reducen el trabajo de mano de obra, que antaño fue generador  de vasto empleo. La comodidad con la que vivimos nos está matando poco a poco.
En conclusión, podríamos decir que la búsqueda de una cohesión humana se logra con la idea de que unidos podemos salvar la tierra y la sociedad. La Tierra la estamos acabando a diario por el hecho de pensar en nuestros propios intereses, por ignorar que nuestro beneficio puede ser el beneficio de los demás. La cohesión humana podría ser, entonces, la búsqueda ética por excelencia.

jueves, 1 de agosto de 2013

Tras un análisis de “El vuelo de la reina”, de Tomás Eloy Martínez

Tras un análisis de “El vuelo de la reina”, de Tomás Eloy Martínez

Jhon Monsalve

Imagen tomada de internet
El presente texto tiene como fin el acercamiento al análisis de la novela ganadora del Premio Alfaguara 2002, pero en ninguna manera es una interpretación de la obra o un trabajo investigativo sobre ella. Aclaro lo anterior por si, llegado el caso, lo que escriba en este texto no sea más que unos comentarios simples o complejos, pero al fin de cuentas solo comentarios. La complejidad e importancia de “El vuelo de la reina” merece análisis mucho más profundos.
La trama
Camargo, el director de  El Diario (periódico crítico e importante en Argentina, según el contexto de la novela) es un hombre de avanzada edad que, luego de experiencias negativas en torno a relaciones familiares, entre ellas, las de la madre, que lo abandonó, adopta ciertos comportamientos obsesivos en la relación amorosa que mantiene con Reina Remis. El primer capítulo del libro presenta escenas voyeristas que, como leimotivs, se encontrarán en el transcurso de todo el libro. Camargo observa a Reina desnuda desde un telescopio en un un edificio aledaño a la residencia de la joven periodista. Con el pasar del tiempo, esta mujer llega a trabajar a El Diario, se relaciona con Camargo, por sus cualidades al momento de escribir, cubre varias noticias en torno a la sociedad y políticas del año 2000 en Argentina, y logra, en tiempo récord, un aumento tanto de puesto como de salario. Reina cree enamorarse de Camargo, viajan juntos, viven experiencias juntos, gratificantes para los dos, pero, en cierta ocasión, mientras Reina trataba de convencerlo para que fuera a visitar a Ángela, una de sus hijas que estaba a punto morir en un hospital de Estados Unidos, Camargo explota, la golpea y empieza a decaer la relación y se empieza a complicar. Entre aceptaciones y prohibiciones, Reina viajaba a cubrir noticias que luego el periódico, tras el estudio respectivo, decidiría si las publicaban o no. Ella se alejó de Camargo, con toda razón, y aunque trataron de retomar las cosas, ya existía un verdadero amor para Reina, y muy distinto de la simple, y esto le dolía a Camargo, admiración que sentía hacia él. Camargo la siguió vigilando, aumentó la intensidad expiatoria, pero ella, en Colombia, mientras hacía una entrevista a dos cabecillas de la guerrilla, vivía un romance amoroso con Germán, un periodista bogotano, con el que se escribía por correo electrónico constantemente; de esto Camargo ya tenía sospechas.
Para evitar que Reina lo traicionara o mirara hacia otro lugar que no fuera el suyo, Camargo decidió perjudicarla de tal manera que él fuera el único hombre que aceptara amarla como quedara. Para esto, contrató a unos indigentes que eran extranjeros exiliados a causa de la Guerra de Kosovo, y a los cuales prometió los pasajes de vuelta a su país de origen a cambio del favor. Era simple: que él, el hombre, violara y contagiara de enfermedades venéreas a Reina, mientras ella dormía profundamente después de que Camargo le agregara a un líquido que Reina acostumbraba a beber cierta sustancia que le producía sueño. Y así pasó, y para garantizar que Reina volviera con él, decidió llamar a todos los periódicos para decirles que Reina los había traicionado y que, por lo tanto, no era éticamente profesional. De esta manera, decidió alejarse, cargar con el peso de que la habían violado sin saber quién, el peso de que Germán, su enamorado, no le creyera, no la apoyara, decidió alejarse, montar a caballo, y Camargo la siguió hasta el fin, hasta la casa de los padres de ella, la vigilaba todo el tiempo, y luego, la mató, dos tiros, la mató, y la vida lo castigó con una silla de ruedas y con Brenda, su exesposa, a su lado, cuidándolo y dándole el cariño que él, Camargo, nunca le brindó a ella ni a sus hijas. 
Los matices
No sé si hablar de propósitos o de matices en la obra para huirle al término Interpretación. Hablemos del contexto: el año es 2000, el lugar, Argentina, y se viven situaciones políticas llenas de corrupción y de malos manejos administrativos, que son, precisamente, los que El Diario saca a la luz. Un gobierno que se aprovecha de las creencias religiosas para hacer de las suyas. Esta es, en parte, la importancia de la presencia de la teología estudiada por Reina. Otro matiz, más allegado a los personajes, tiene que ver con la transposición que hace Camargo de los valores maternales a los amorosos. Es decir, la influencia sicológica dejada por la madre se extrapola a la relación con Reina y, en muchas ocasiones, se le compara con ella. Incluso el padre de Camargo, y tal vez por el mismo motivo, llama Puta a Reina Remis. Al respecto, Leonardo tarifeño afirma que:
“El vuelo de la reina pierde el juego místico y transforma el pecado del protagonista en el eco psicológico de un trauma infantil. Camargo, el combativo director de un diario argentino en tiempos corruptos, es abandonado por su madre cuando todavía es un niño; la memoria de esa fuga se activa con otro abandono, el de su amante Reina, y a partir de entonces el crimen será la única alternativa para conjurar la ausencia materna y el rechazo amoroso. "La ternura perdida era como una pierna o un oído que le hubieran quitado y que lo disminuía ante las demás personas", dice el narrador, y Camargo llena ese vacío con la soberbia que le permitirá, a través del castigo físico a Reina, restaurar un orden ético donde la amenazante libertad de las mujeres siempre es condicional”.
 Por otro lado, encontramos la importancia y pertinencia de los nombres: Reina hace alusión a la abeja madre del panal y cuyo vuelo se lleva a cabo con el fin de fecundar, donde se aparea con varios zánganos. Para Camargo, Reina era como una abeja con tales características y, por esa razón, quiso cortarle las alas. No fecundaría fuera de su corazón. Camargo, por su parte, sufre una especie de similitud fonética con la palabra Amargo. Sus acciones se entenderían por ello.
Otros apuntes
Si bien es cierto que una obra literaria es independiente de la vida del autor, también lo es que no pueden negarse los valores de este que se presentan en ella. Tomás Eloy Martínez tal vez nunca habría situado las acciones de esta novela en una periódico si él no hubiera sido en vida periodista. Del mismo modo que no habría citado tantísimas películas para hacer referencia a ciertas acciones, de no ser porque era crítico y amante del cine. Y ni hablar del país en que se desarrolla la novela y de los actos de habla de los personajes.
Así las cosas, esta novela, que fue Premio Alfaguara 2002, es una representación de la sociedad argentina y latinoamericana del primer año del nuevo siglo. Se destaca, ante todo, el comportamiento del personaje Camargo, por motivo de la mala experiencia con su madre, y las decisiones y consecuencias que vienen con ello. Se evidencia, por otra parte, la crueldad y corrupción política, los problemas sociales y la libertad de expresión. El vuelo de la reina es, por último, el vuelo sin frutos ni retoños, opacados, como ya sabemos, por las obsesiones de Camargo.