RESEÑA DE EL DISCURSO SOBRE EL ORIGEN Y LOS FUNDAMENTOS DE LA DESIGUALDAD ENTRE LOS HOMBRES
Jhon Monsalve
Jhon Monsalve
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Rousseau,
Jean-Jacques (2013). Discurso sobre el
origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Medellín:
Editorial de la Universidad de Antioquia.
Jean-Jacques Rousseau nace en 1712 en
el seno de una familia calvinista. A causa de que su madre muere días después
de dar a luz, es educado por su padre, un relojero culto que lo encamina por el
sendero de la lectura y de la razón. Con el tiempo acentúa su pensamiento y su
interés cultural junto a Françoise-Louise de Warens, benefactora, en principio,
y amante, después, con quien aprende de arte y de espiritualidad, y a quien
sigue los pasos de convertirse al catolicismo. En 1749 participa en la Academia
de Dijon con el Discurso sobre las
ciencias y las artes, en el que reflexiona sobre la influencia negativa de
la ciencia y del arte en la cultura. Desde ese momento, su obra es considerada
polémica, y con el tiempo, surgen detractores de sus propuestas: Voltaire,
verbigracia, no comparte los argumentos de Rousseau sobre la inmoralidad
causada por el arte, ni tolera las comparaciones críticas que hace entre el
hombre civilizado y el primitivo.
En 1753, en pleno auge de la
Ilustración, Rousseau escribe el Discurso
sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres.
Siguiendo las características de la época, el autor razona, lejos de las
orientaciones religiosas, en torno a la manera en que el hombre forja las
clases y diferencias sociales. Estas disertaciones, solicitadas una vez más en
concurso desde la Academia de Dijon, no son extrañas a la luz del siglo XVIII.
Existen, para la época, muchas preguntas que reciben respuesta a partir de la
mitología o del misticismo, pero no de manera razonada. La Ilustración,
caracterizada por su enciclopedismo, permite el estudio de estas temáticas y
plantea nuevas formas de mirar el entorno social, religioso y político de
Europa. Los textos escritos por ilustrados acercan al lector a superar la
minoría de edad criticada por Kant y, de esta forma, se orientan a iluminar de
razón las formas de vida de Occidente.
De manera general, el Discurso sobre el origen y los fundamentos
de la desigualdad entre los hombres se estructura en dos apartados,
antecedidos por un prefacio: el primero se centra en el estudio de la condición
primitiva del hombre en relación con la desigualdad, y el segundo, en el origen
y fundamentos de las diferencias sociales.
En el prefacio, Rousseau plantea de
manera general algunos tópicos que desarrolla a lo largo del Discurso. Ve
conveniente entender el origen y los fundamentos de la desigualdad en las
diferencias existentes entre el hombre primitivo y el civilizado. En algún
momento, algunos salvajes dejan de serlo, por diversas razones, y se competen
de nuevas características que otros, en su estado primigenio, no poseen. De
este modo, surge para el filósofo ginebrino, la desigualdad. En este apartado,
además, plantea la metodología que encamina los argumentos del trabajo: la
constitución natural del ser humano puede estudiarse en la naturaleza misma del
hombre, tal como lo referencia en el epígrafe de Aristóteles, ubicado al inicio
del Discurso: “Lo que es natural no lo busquemos en los seres depravados, sino
en los que se comportan conforme a la naturaleza” (p. 3); por tanto, dedica un
espacio a explicitar los principios que preceden a la razón en los
comportamientos humanos y que, en la extensión del Discurso, retoma con detalle:
por un lado, la necesidad de conservación y, por otro, la conmiseración. Esto
indica que el hombre antes de razonar, antes de ser filósofo, se vale de la
intuición de supervivencia y de su sensibilidad, las cuales podrían ser bases
para la comprensión del derecho natural que daría luces sobre el origen y
fundamento de la desigualdad, ya sea en el hombre primitivo o en algún momento
de su desarrollo. Así las cosas, no es extraño que, antes de describir de dónde
surgen y se fundamentan las desigualdades humanas, Rousseau presente, en la
primera parte del Discurso, las características del hombre salvaje comparadas
con las cualidades racionales del hombre moderno.
De antemano, el filósofo aclara que, al
finalizar el Discurso, hace uso de algunas notas enumeradas en el transcurso de
su disertación. Estas acotaciones tienen el fin de complementar lo escrito, pero
—enfatiza— no son indispensables para la
comprensión general del texto. Paso seguido, introduce las dos partes del
Discurso haciendo alusión, por un lado, al objetivo: describir las razones que llevan
al fuerte a apoderarse del débil (p.19), y, por otro lado, la limitación
metodológica: los argumentos presentados no surgen de la tradición religiosa en
donde la desigualdad es producto de designios divinos, sino del estudio del
hombre primitivo, en caso de haber sido dejado a su suerte.
La primera parte aborda dos aspectos
del hombre primitivo: en primer lugar, las características físicas y de
supervivencia y, por otra parte, los rasgos morales y metafísicos. Rousseau
argumenta que, durante su proceso de evolución, el ser humano se organiza de
tal manera que puede sobrevivir a los avatares del tiempo y de la naturaleza. Comparte
la postura de Hobbes sobre la intrepidez del hombre salvaje y niega la
posibilidad de que este sea cobarde ante los hechos de la naturaleza. Rousseau
considera que, luego de haber observado el mundo, el hombre se da cuenta de su
superioridad con respecto a otros seres vivos y, por ende, no les teme. Dentro
de la misma categoría de “hombre físico”, el autor resalta ciertos enemigos
temibles del ser salvaje en proceso de formación humana: los animales feroces,
la infancia, la vejez y las enfermedades. El primer peligro es superado ante la
facultad de elegir si batallar o no; es decir, el hombre decide si huir o
quedarse, ante el conocimiento de que existen seres más fuertes. El segundo
enemigo se comprende por la dependencia del infante con respecto de su madre,
pero, en comparación con otras especies, el ser primitivo tiene la ventaja de
llevar a su hijo para donde vaya. Ante la vejez, es imposible configurar
auxilios humanos; el hombre salvaje envejece y muere sin conciencia. El cuarto
enemigo temible es propio de las sociedades humanas; existen, en el contexto
del hombre primitivo, pocas causas de enfermedad y, ante las heridas o
malestares del salvaje, la naturaleza aparece en su auxilio: “(…) trata a todos
los animales abandonados a sus cuidados con una predilección que parece indicar
cuán celosa se muestra de este derecho” (p. 33). Ante lo anterior, Rousseau
reflexiona sobre la dependencia actual de los animales que, en principio,
fueron salvajes y compara al hombre esclavo con tal domesticación: al alejarse
de su estado natural estos seres pierden muchas ventajas que otorga la
naturaleza. Con esto el autor inicia uno de los argumentos que sobresale a lo
largo del Discurso: cuando el hombre abandona su estado natural, se degenera
(p. 33).
Luego de desarrollar estas
características físicas del hombre salvaje, Rousseau centra la atención en el
aspecto metafísico y moral. En primer lugar, plantea que lo que diferencia al
hombre de los animales no es el entendimiento, sino su condición de agente
libre. Considera que el ser humano tiene la capacidad de decidir; los animales
son orientados, en cambio, por el orden de la naturaleza. La espiritualidad del
alma nace, para Rousseau, justamente de esta libertad. Otra cualidad que
diferencia al hombre del animal es la perfectibilidad, a partir de la cual el
hombre logra sus éxitos y desgracias.
Por otro lado, el hombre salvaje, en
ese estado, vive, según la moción de la naturaleza, en pro de “(…) la comida,
la hembra, el descanso” (p. 40). El hombre, dentro del proceso evolutivo,
empieza a sentir: primero, emociones básicas; luego, según las circunstancias,
las pasiones se multiplican y, para el autor, el entendimiento surge de ellas.
No obstante, es imposible imaginar tales procesos sin la mediación del
lenguaje. Específicamente, Rousseau centra sus argumentos en el origen de las
lenguas, antecediendo de cierta manera lo que desarrolla en el Essai sur l’origine des langues. El uso
de la lengua nace en el hombre a partir de una necesidad; luego de las pasiones
experimentadas, se hace menester expresar o decir algo y nace, por ende, el
grito natural, que evoluciona en signos arbitrarios que determinan hechos del
mundo y que se comprenden a partir de la convención social. Llega el momento en
que, de la misma manera, se hace necesario construir proposiciones, ideas
completas del mundo circundante, y nacen, entonces, las oraciones.
Pensar el hombre sin las relaciones
sociales que conlleva el uso de la lengua es, para Pufendorf, considerarlo miserable. Este término es reevaluado
por Rousseau: lo redefine como un sufrimiento del cuerpo o del alma (p. 60), a
partir de lo cual propone que el hombre es más miserable en el estado
civilizado que en el salvaje, puesto que se evidencia la tendencia al suicidio
en las sociedades modernas, en comparación con el hombre salvaje, cuya idea de
morir por su propia mano es inconcebible.
Ahora Rousseau critica a Hobbes por
considerar al hombre naturalmente malo, debido a su privación sobre la bondad y
la virtud. Así mismo, señala que el filósofo inglés no tiene presente la piedad
como cualidad natural de los seres, incluidos los animales. Ante el primer
hecho, el autor del Discurso argumenta que no hay estado de paz más idóneo que
el de la sociedad primitiva. En el orden establecido, dedica un importante
número de párrafos al valor de la piedad en la sociedad salvaje que permite “la
conservación mutua de toda la especie” (p. 68). No obstante, el hombre
primitivo está en peligro por dos razones: las luchas por los alimentos y los
deseos sexuales, los cuales, en el hombre civilizado, pueden combinarse con
preferencias físicas o afectos, mientras que, en los animales, se da por
naturaleza. Sin más razones que estas para hacerse daño en la formación social
primitiva, no queda otro camino para Rousseau que comprender las calamidades
del hombre moderno como innaturales, producidas por él mismo, lejos del estado
salvaje.
Así las cosas, la desigualdad no
deviene del estado primitivo del hombre, quien no diferencia entre esclavitud y
dominación, amor y odio, belleza y fealdad; la desigualdad surge de la
constitución social, cuyos seres conocen la lengua y se empiezan a hacer ideas
del mundo, para dominar, reprimir o dejarse esclavizar. Rousseau culmina la
primera parte de su discurso haciendo la aclaración de que los argumentos del origen
y fundamentos de la desigualdad entre los hombres tienden a ser conjeturales,
pero, en vista de que los hechos naturales son considerados como los más
probables y “los únicos medios disponibles” (p. 80), no habría caminos alternos
para llegar a diferentes conclusiones.
En la segunda parte del discurso,
Rousseau detalla los argumentos sobre cómo surgió y se configuró la desigualdad
de los hombres. Para ello, desarrolla el concepto de propiedad de manera
anecdótica: si algún hombre se contrapone a los designios del primero que se
adueña de un fragmento de tierra, la desigualdad y las consecuencias que manan
de ella, se habrían evitado. Añadido a esto, el hombre empieza a diferenciar
categorías contrarias, a partir de la experiencia: descubre la distinción entre
abundancia y escasez, entre miedo y atrevimiento. La conciencia de ser superior
a los demás animales, lleva al hombre a mirarse a sí mismo de manera orgullosa
y, en palabras del autor, “alborearon en él las primeras pretensiones de ser el
primero también como individuo” (p. 86).
En el mismo sentido, surgen los valores
de la ayuda y la desconfianza, según conveniencia de la situación. Se crean las
herramientas y con ellas se levantan las primeras casas, y surge, así, la
vivienda como propiedad y como primera distinción entre familias, pero no existe
el deseo de adueñarse de la propiedad ajena porque no es necesario y porque tal
acto exigiría una batalla a muerte. Es en la familia donde se fortalece el uso
de la palabra y la configuración de las diferencias entre los hombres, que
salen en búsqueda del alimento, y las mujeres, que habitan en casa al cuidado
de los hijos. Luego, los hombres se conglomeran en diferentes partes, surgen
las reuniones, devienen con ellas el canto y la danza, y, ante el hecho de que
algunos realizan de manera loable estos actos, nacen las comparaciones e inicia
la desigualdad.
Rousseau determina que tanto el hierro
como el trigo traen para Europa la civilización. Sobre todo, la agricultura
permite que el hombre siembre y se forje la idea de propiedad sobre la tierra
que cultiva, derecho que difiere de la ley natural. Además, surge la necesidad
de ayuda entre los hombres y aparece la esclavitud: la bondad, característica
del hombre salvaje, pasa a segundo plano. Aquel que tiene talentos, que puede
trabajar más que otro, termina siendo quien se impone ante los demás. Así
mismo, nace la ambición, las ansias de sobresalir, de tener más que los demás.
Las consecuencias del sentido de propiedad toman forma en las rivalidades y en
el “oculto deseo de lucrarse a expensas del prójimo” (p. 105).
Debido a la fragilidad o a la falta de
talentos, muchos hombres no adquieren tierras, no experimentan el derecho a la
propiedad y, entonces, surgen los saqueos y la servidumbre. El rico, al verse
intimidado por la actitud de los demás hombres, opta por crear las leyes
sociales y el gobierno, para favorecer, en apariencia, a todos por igual. Según
el filósofo ginebrino, el origen de las leyes, desde un inicio, terminan por
oprimir al débil y por favorecer al rico; se estipulan, así las cosas, los
valores de propiedad y de servidumbre, y se extiende la humanidad por la
tierra, configurando muchas sociedades, con las mismas características, a
partir de las cuales devienen las guerras.
Rousseau comprende que el origen de las
sociedades políticas no se debe a la ley del más fuerte sobre el más débil,
sino a la imposición del rico sobre el pobre, pues solo se establece la idea de
desigualdad con la concepción de propiedad. El estado político es imperfecto
desde sus inicios y, solo después de que los desmanes por parte de algunos
hombres se vuelven recurrentes, nace la autoridad, la cual, con el pasar del
tiempo, se vuelve arbitraria. Así se impone la fortaleza sobre la debilidad,
hasta llegar a las relaciones sociales de amos y esclavos.
Ante las leyes que constituyen el
estado político de las nuevas sociedades, el hombre pierde su libertad. Una vez
más, rebate la concepción que tiene Pufendorf sobre la pérdida de libertad
considerada como un bien. Rousseau plantea, entonces, las diferencias entre las
convenciones de los hombres tras el derecho de propiedad y las libertades que
son naturales al hombre mismo: un hecho es que el hombre se adueñe de tierras y
otro, muy diferente, que trate de adueñarse de la libertad humana. En estados
de opresión, considera el autor que el hombre debería tener el derecho de
renunciar a la dependencia autoritaria, así como el que manda posee la facultad
de retirarse de su rol dirigente. Pero tal renuncia no ocurre; en su lugar, el
hombre esclavo se acostumbra a la tranquilidad y el rico, que hereda el poder y
la riqueza, se autoproclama como un dios en la tierra.
El origen de las diferentes formas de
gobierno se configura tras la visión de cada sociedad al momento de
instituirla. Existen gobiernos monárquicos, aristócratas y democráticos. Para
el autor, los dos primeros tienden a la obediencia del tirano y el último a la
virtud.
Al finalizar la segunda parte del
Discurso, el filósofo ginebrino retoma la proyección del hombre hacia el honor
y el reconocimiento del ser social, lo cual causa conflictos con hombres menos
favorecidos. Incluso, argumenta que los ricos valoran tanto el honor que les es
concedido, que son felices ante la miseria de los pobres; llegado el caso estos
contaran con comodidades similares, los más favorecidos perderían el sentido de
la riqueza. Lo anterior es relacionado por el autor con el despotismo, que
tiende a cundir las sociedades, a acallar y debilitar las masas y a que el
esclavo tenga la virtud exclusiva de obedecer. En este sentido, Rousseau afirma
que se cierra un ciclo, el cual inicia desde el hombre primitivo y llega hasta
la constitución prolongada de las sociedades: en ambos estados prevalece el más
fuerte y se subyuga al más débil. El proceso cíclico no implica que el estado
inicial y final, aunque sean el mismo, hayan surgido por razones similares. En
el estado salvaje, el más fuerte predomina sobre el más débil por hechos
netamente naturales; en la civilización, por su parte, el fuerte domina al más
débil por la manera como se ha configura la desigualdad en la sociedad: “(…)
son el espíritu de la sociedad y la desigualdad que ésta engendra los que
cambian y alteran de tal modo todas nuestras inclinaciones naturales” (p. 143).
De este modo, Rousseau presenta su
punto de vista en torno al origen de la desigualdad para dar respuesta a los
intereses de la Academia de Dijon en 1753, que eran los mismos de una sociedad
ávida de comprender, desde puntos diferentes a los tradicionales, el
comportamiento social. El hombre subyuga al hombre en el momento en que configura
una representación sobre la propiedad, la cual trasciende el carácter natural
primitivo. Por ende, no es pertinente buscar en el hombre salvaje el origen de
las diferencias sociales, ya que, en tal estado, la desigualdad es sencillamente
natural. Los argumentos de Rousseau son, así las cosas, propios del Siglo de
las Luces: alejados de la concepción religiosa, orientados hacia la razón
humana, dispuestos a cuestionar pensamientos convencionales y a iluminar los
senderos de la “minoría de edad” con disertaciones sencillas, coherentes en su
metodología y claras en sus objetivos.