martes, 5 de mayo de 2015

Los maestros cosificados

Los maestros cosificados
Jhon Monsalve
Imagen tomada de Internet
No sé si cuando publique este texto el paro se haya levantado y la ministra y el gobierno hayan por fin aceptado que los maestros merecen, más allá del buen pago y la salud de calidad, un respeto social. Quiero ser optimista sobre este asunto: pienso que pronto se llegará a un acuerdo y la profesión docente quedará, como en las utopías de los sueños profesorales, en el trono de las labores veneradas. Es más, los estudiantes, desde muy pequeños, soñarán con ser educadores: la educación no se convertirá en el banco de las profesiones, ni los intereses carcomerán la vocación docente. Las facultades de educación aumentarán su infraestructura: más edificios, más dinero invertido por una educación de calidad con principios éticos que subordinen el ámbito académico. Faltarán los profesores universitarios con suficiente experiencia en la educación primaria, para orientar de la mejor manera a la miríada de futuros maestros que dejarán vacías las aulas de ingeniería. La educación se convertirá, así, en la profesión de la inversión, del dinero, no en pro del consumo, porque ya aclaré que la idea es que por fin se tome en serio la educación ética, sino en pro de una sociedad de hombres y mujeres que se respeten entre sí y que reclamen sus derechos.
¿Todos los maestros que estamos en paro pensamos así? Quiero creer que los profesores poseemos una consciencia social inigualable y que nuestras clases, independientemente de la materia que dictemos, tienen como último fin la convivencia y el respeto hacia el otro. Por eso estamos marchando. Tenemos consciencia crítica y debatimos temas sociales en clase. Ya se entiende por qué los estudiantes les explican a los padres los motivos del paro y se comprende por qué tanto padres como estudiantes apoyan al profesor rebelde. Los medios de comunicación mienten. No es posible que los profesores que marchamos no inculquemos el pensamiento crítico en clase; sería una contradicción imperdonable: ¿marchamos pero no enseñamos a marchar a los estudiantes? Menos mal que todo anda bien y que el reclamo de los docentes es justo: salud y buen pago por una profesión que cambiará el futuro del país. El dinero no lo es todo en la vida, pero un poquito de más ayuda a que los profesores continuemos muy motivados en la tarea difícil de enseñar a leer y a contar no para ganar dinero, sino para saber convivir y ayudar al prójimo. Y digo tarea difícil porque nuestro sistema sociopolítico está fundado en todo lo contrario y, de ñapa, los padres de familia se convierten en enemigos. Pero ya no importa: estos nueve millones de estudiantes que están sin clase, en apoyo de su propia educación, serán los hombres y mujeres más éticos de todos los tiempos en Colombia. Tendrán sus hijos y sabrán educarlos no en el pensamiento individual como a ellos, sino en el apoyo colectivo, en lo bueno de ayudar al otro, en que la función más importante de la escuela es educar para convivir, respetar y luchar cuando sea necesario. Insisto: si los profesores marchamos es porque enseñamos a nuestros estudiantes a marchar. Si no es así, ojalá pensemos en lo contradictorio de nuestros actos y tomemos, por ende, la decisión más importante de nuestra  vida: renunciar al magisterio para dedicarnos a otras labores no tan importantes, en las que sí se pueda trabajar con cosas.
¿Qué significa cosificar a un estudiante? Tratarlo como estúpido, como máquina de memoria, como mano de obra barata, como miembro del club de consumistas. Una cosa es un objeto que no razona, que permanece en el lugar en que lo pongan, que se deja decorar al gusto del sujeto manipulador. Lo más preocupante no es esto. Lo que debería inquietar sobremanera es el hecho de que haya profesores que se cosifiquen a sí mismos o hayan sido cosificados por otros. Así, una cosa educaría a otra cosa, y este país, en lugar de convertirse en la utopía simulada arriba, sería una cosa sin rumbo, compuesta por cosas sin rumbo, educadas por cosas que nunca se dieron cuenta del mal que hacían. Estoy de acuerdo con un sueldo digno para todos los docentes que hagan muy bien su trabajo, pero hasta ahí. Quedan, como sabemos, muchos docentes inservibles, cosificadores de ideas, que están gritando sin enseñar a gritar.
Confieso que algunas sesiones que he tomado junto a colegas del magisterio me han enseñado, entre otras cosas, a reconocer los rasgos de este tipo de maestros: no lectores, preocupados más por la novela de las nueve que por un cambio en su praxis didáctica, tristes, arruinados, inquietos por pensionarse con prontitud, hartos de la docencia y arrepentidos de haber estudiado para ser educadores. Sé que hablo solo de algunos profesores, pero la calidad educativa del país me lleva a pensar que la cantidad de maestros que actúan de manera similar sobrepasa el 60% de los contratados. Y no responsabilizo de todo al maestro; sé que hay problemas administrativos y políticos que impiden un mejor desenvolvimiento en el aula de clase, pero, con las uñas, se puede hacer alquimia: las cosas, al fin, se convertirían en personas.
La responsabilidad, en parte, inicia en la universidad. Los profesores que educan a futuros maestros llevan siglos sin pisar un aula de bachillerato; aparte de que enseñan la teoría sin pensar en la práctica (porque ya se les olvidó o nunca, en el peor de los casos, han pisado alguna). Nuestros maestros recién egresados se ven a gatas para solucionar los problemas de la escuela contemporánea. Se educan como cosas y enseñan a leer decodificando, a centrar la atención más en una tilde que en una propuesta, a que los alumnos escriban sobre el renglón, a que se acostumbren a vivir toda la vida como seres inservibles o aptos para intercambiar estúpidamente unos pesos por unas horas de trabajo.

De los padres no hablo, porque no son responsables de la educación que recibieron. Pero me sigo preguntando por los niños: si en realidad son alumnos de los profesores que marchan, que gritan y reclaman, ¿por qué no le cantan, en vivo, sus verdades a RCN y a Caracol? Definitivamente, no se han dado cuenta de que hasta los medios de comunicación los cosifican. ¡Qué buen trabajo el de nuestros maestros!