domingo, 20 de abril de 2014

Lo que tristemente debería valer el trabajo de un licenciado en Español y Literatura

TARIFA MÍNIMA EN BUCARAMANGA: LO QUE TRISTEMENTE DEBERÍA VALER EL TRABAJO DE UN LICENCIADO EN ESPAÑOL Y LITERATURA
Jhon Monsalve
Imagen tomada de Internet.

 “No, viejo Jhon, usted está meando pa’rriba; yo no dejo de ganarme lo que gano porque, entonces, sencillamente no como”.  Ay, queridísimo colega, como diría mi amigo Juan Roa Sierra: Si quieren saber de sufrimientos, que me pregunten a mí. No se preocupe, que así estamos todos. En este país, al que no le inquiete la comida, en el ámbito educativo, hay que llamarlo rector o dueño de colegio. La idea no es que coma o no coma, sino que coma bien, y con los centavos que se está ganando créame que a lo mucho, bien invertido, le alcanza para almorzar y para pagar una pieza de residencia, y usted ya sabe que no son nada cómodas. No se enoje, por favor, y no me venga con el cuento de que también tiene hijos, porque, con más veras, esa limosna que le dan por su dedicación de cinco años no le alcanza ni para la leche, y si tiene perro, le aviso que las pepitas ya subieron de precio. Le aconsejo que renuncie: pase la carta, el rector de seguro dirá que usted no es imprescindible, que le vaya bien y que ojalá encuentre otro trabajo con mejor remuneración. Usted, tranquilo, alce la cabeza, camine rígido y dígale que lo más seguro es que sí, porque propuestas son las que le llueven. Tenga en cuenta que su orgullo, el que se ha apoderado de usted porque es egresado de la UIS, no puede quedar por el piso: salga con una sonrisa, diga un hasta nunca y espere a que otro, que ya habrá leído este texto, se presente y diga que por esa miseria no trabaja y que punto. El rector se empezará a asustar, dirá que se vino un complot en su contra y lo empezará a extrañar, porque usted duró tanto tiempo recibiendo miserables 1000 pesos por hora de trabajo. Y llegará otro licenciado en busca de labores, pues el rector publicó su anuncio en Vanguardia, en Computrabajo, en vallas publicitarias de la ciudad y hasta en la puerta del colegio, porque piensa que es imposible que ningún egresado de la UIS deje de ganarse la platica tan fácil. Y este nuevo licenciado, sin experiencia, y que ya fue consciente de la estafa, dirá No señor, por menos de 1’200.000 pesos no trabajo, ah y fuera de salud y prestaciones, y máximo ocho horas diarias. El rector, que antes se había asustado, mínimo se meará de los nervios y convocará a junta para aclarar que por nada del mundo se subirán los salarios del profesor, y les hará firmar a todos los docentes un contrato en el que aseguran que es bajo su voluntad y responsabilidad que ellos han elegido trabajar en tan honorable institución. Una noche este rector encuentra la solución: contratará a licenciados que no sean de la UIS. “Sí ve, mano, que su idea está pa’l perro”, tranquilito, no se me asuste usted también porque se me arrepiente. Es sencillo: lo que el rector no sabe es que todos los licenciados de la ciudad, que hayan o no leído este texto, son conscientes de los abusos laborales y no trabajarán por menos del presupuesto estipulado. Pobre rector, tendrá que agachar la cabeza y contratar para el área de Español a un bachiller que le trabaje a cambio de esa miseria. No, mentiras, hasta allá no llegará el rector, y seré optimista para que me crea: al darse cuenta de que es imposible el contrato de un docente de Literatura, subirá el monto al precio fijado por los profesionales (que debería ser mínimo el doble de lo propuesto arriba) y lograremos juntos la valoración de nuestro trabajo. “Pero qué sucede si necesito experiencia. Sepa que yo me regalo”, pues si anda de regalado le aconsejo que piense en lo siguiente: cuando usted, un nuevo licenciado, pase una hoja de vida y le pidan experiencia de un año, diga que para eso hizo las prácticas y que imposible en cinco años usted no haya aprendido a dar una clase y que si tiene tiempo se lo comprueba. Usted, con sus dotes de dicción y argumentación, fácilmente lo logrará y cobrará lo mismo que todos, porque, según lo que usted ha escuchado, la tarifa mínima se subirá a 1’500.000 pesos, y que la anterior queda fija para los nuevos profesionales. Ahora sí, si el rector sufre del corazón le da un paro cardiaco, y si no, también. Pobrecito el rector, o bueno, los rectores, porque todos los de la ciudad estarán en las mismas, preocupados por la exigencia remunerativa de los docentes de Español. “Pero, Jhon, la idea es competir para ver quién se gana el puesto, porque profesionales en nuestra área hay muchos”. Y no lo contradigo; saquemos cuentas alegres, como dice mi mamá: de la UIS se gradúan al año unos 30 o 40 licenciados en nuestra área. Digamos que la misma proporción se graduará en la UCC y en la Universidad de Pamplona, y no contemos los profesionales de primaria. Total: 100 por año, aproximadamente. Digamos que en los últimos cinco años se han graduado 500 licenciados en Bucaramanga. Lo que usted dice es cierto: ¿dónde cabrá tanta gente? ¿Hay colegios suficientes? No, no los hay, y habrá desempleados, eso júrelo. Pero la idea es que los que estén trabajando ganen bien, porque algún día, cuando a algunos les sonría el futuro, habrá vacantes para usted que pacientemente esperó porque no había cupo. Eso sí: la espera valdrá la pena porque ganará para comprarle las pepas al perro, la leche a su hijo y su comidita de todos los días, y si le va bien, seguirá comprando los libros que tanto le gustan. Pero si seguimos como vamos, tanto usted como yo nos internaremos por voluntad, y tal vez por siempre, en un campo de concentración, en el que el fruto del trabajo y del estudio de cinco años será para el honorable rector, al que por cobardía, estupidez y miedo al hambre que ya tenemos, nunca hicimos mear. 

jueves, 10 de abril de 2014

Los errores de los lectores del artículo del "Diario Jornada" sobre los cambios de las letras del alfabeto

LOS ERRORES DE LOS LECTORES DEL ARTÍCULO DEL “DIARIO JORNADA” SOBRE LOS CAMBIOS DE LAS LETRAS DEL ALFABETO
Jhon Monsalve
Imagen tomada del Diario Jornada
Por dos razones recibí con sorpresa la información de los cambios en algunas letras del alfabeto. Una de ellas es porque la página (clic para leer el artículo) del periódico que la publica se ha compartido miles de veces en las redes sociales, cuando han pasado ya casi cuatro años de haberse reglamentado esas nuevas variaciones. ¿Por qué, si la información era tan valiosa, no se informó antes? La respuesta parece ser simple: es la misma razón por la cual hoy, después de 60 años de eliminada la tilde en la palabra “fe”, se sigue poniendo porque, según algunos argumentos, este vocablo es divino. Estas cosas, como se ve, demuestran que los cambios de la Real Academia de la Lengua son tomados por los académicos hispanohablantes como un acto de arbitrariedad. Y, a mi parecer, no lo es así.
¿Qué entiendo por académicos hispanohablantes? Sobre todo, escritores y docentes. Una novela publicada en 2014 por Alfaguara sigue siendo fiel en su escritura a las normas ortográficas vigentes hasta el año 2010. Algunos docentes de colegio ni se inmutan por esto, aun cuando son profesores de Español y Literatura, y algunos, pocos, claro está, docentes universitarios no se han tomado el trabajo de ponerse al día con estas normas que rigen el buen escribir en español. Se me tildará, posiblemente, de “mamerto”, pero considero que como académicos, escritores y docentes, no podemos darnos el lujo de seguir escribiendo como hace medio siglo o como hace cuatro años. Entiendo, por supuesto, que los cambios orales son más significativos  que los gráficos, pero considero que, por el hecho de que la escritura es nuestro diario vivir, resulta necesario pensar en actualizarnos en las normas.
Para ello, una página de Internet no es suficiente. Ya vemos cómo se comparte este link entre profesionales que ya deberían saber de sobra esos cambios. Y si se comparte es porque existe un vacío informativo al respecto: profesores que no leen enseñan, paradójicamente, a leer y a escribir. Pero, bueno, se me objetará que la escritura no es solo ortografía y que la lectura pierde su valor catártico cuando se toma de esta manera. Y estoy de acuerdo. Lo que sucede es que, desde mi perspectiva, debería haber un equilibrio entre lo argumentativo y lo normativo, sin prescindir de ninguno de los dos.  Esto sería un buen tema para otro texto, en el que se tuviera en cuenta la pertinencia de la enseñanza de la ortografía para grados de la educación media y básica y para la enseñanza de la escritura en distintas carreras universitarias.
El tema de este texto es otro. Decía que una página de Internet no es suficiente para ponernos al día en normas ortográficas. Debimos haberlo hechos hace poco más de tres años y escribir al respecto y ser los primeros. Pero las ocupaciones no nos dejaron. Hoy, sin embargo, veo que damos crédito a esto que leemos porque lo vemos novedoso y consistente. Y es normal: es más fácil leer 500 palabras a las miles y miles de la Nueva Ortografía.
Pero dejemos la cantaleta y digamos lo importante. La otra razón por la cual recibí con sorpresa la información de estas variaciones fue una afirmación atrevida y sin fundamento que resulta imperativo aclararla. La página del Diario Jornada que tanto se comparte afirma: “Respecto de la tilde, dejará de usarse en la palabra "solo" incluso en casos de posible ambigüedad, como "voy solo al cine", aunque no se condenará si alguien quiere utilizarla”. Esta afirmación es medianamente cierta. La palabra “solo” no lleva tilde desde diciembre de 2010, pero en ninguna parte de la Nueva Ortografía de la Real Academia Española se afirma que no se condenará el uso de esta tilde. Esta aserción es más una interpretación de este periódico que, basado posiblemente en lo vacuo de la palabra condenar (porque al fin de cuentas la RAE no puede condenar a nadie), aprovecha para legitimar públicamente su uso. Es más, durante todo el artículo le ponen la tilde a “solo”, y no se dan cuenta de que predican sobre cambios y, paradójicamente, caen en errores.

El hecho no es que se condene o no su uso, sino que, sea cual sea el caso, ya no se pone la tilde en “solo”, ni cuando hay ambigüedad. Los argumentos son claros: 1) no se tildará porque esta palabra es paroxítona y termina en vocal, y, por ser llana, siempre es tónica la sílaba “so”. 2) No se tildará porque, de hacerlo para evitar la ambigüedad, debería acentuarse también gráficamente “otro” en una oración como “Encontró otro indicio de delito”. Pero citemos textualmente, por si no me creen: “(…) ya que tanto el adjetivo solo como los determinantes demostrativos son palabras tónicas, lo mismo que el adverbio solo y los pronombres demostrativos, a partir de ahora se podrá prescindir de la tilde en estas formas incluso en casos de doble interpretación”.
Doble interpretación fue la que hubo con “se podrá prescindir” porque muchos podrían argumentar que, de ser así, existe la posibilidad de marcar el acento gráfico. Yo no lo creo tanto. Los argumentos gramaticales son claros y, por tal motivo, dejan a un lado cualquier probabilidad de poner tilde en “solo”. Si usted entiende lo contrario, lo reto a que proponga, entonces, la tilde para todas las palabras que, por su homonimia, causen ambigüedad: “Fue seguro a la universidad”. Es más, yo le ayudo: cuando seguro sea adverbio póngale la tilde en la u, y cuando sea adjetivo no la ponga. ¿Ridículo, cierto?
Y bien, aplaudo que, al menos, casi cuatro años después, esté tan compartida la información de los cambios de la ortografía. Este texto que escribo, tal vez inútil, es solo una pequeña reflexión sobre la importancia de las variaciones ortográficas en nuestra sociedad hispanohablante y sobre cómo, aun siendo profesores y escritores, nos conformamos con la información de una página de Internet que, si bien es confiable, no lo es tanto como El libro del español correcto, publicado por el Instituto Cervantes en el año 2012, que, con respecto a la tilde en “solo” afirma prudentemente: “Según las últimas normas de ortografía, no deben llevar tilde (el subrayado es del libro) ni la conjunción o, ni los demostrativos, ni la palabra solo”. Este sí es un argumento de autoridad. 

domingo, 6 de abril de 2014

Los niveles de pertinencia de la semiótica de las culturas

TEXTOS, OBJETOS, SITUACIONES Y FORMAS DE VIDA: LOS NIVELES DE PERTINENCIA DE LA SEMIÓTICA DE LAS CULTURAS
Jhon Monsalve
Fontanille. Tomado de Internet.
Fontanille, J. (2010). Textos, objetos, situaciones y formas de vida: los niveles de pertinencia de la semiótica de las culturas (Horacio Rosales, trad.): Bucaramanga: (S.E.). (Obra original publicada en 2004).
Entre los estudios que se llevan a cabo en torno a la cultura, es imprescindible tener en cuenta algunos niveles que, según Fontanille, están jerarquizados e integrados para tener sentido: los textos, los objetos, las situaciones y las formas de vida. El autor empieza sus argumentos con la distinción entre el plano de la expresión y el plano del contenido, haciendo uso de la teoría de Hjelmslev, para exponer los niveles pertinentes que han caracterizado al primero: estructurales elementales, estructuras actanciales y narrativas y, entre otras, estructuras modales. Esto es, verbigracia, lo que se tiene en cuenta para un análisis literario. El problema radica, según el mismo autor, en que en el plano de la expresión no se han definido factores similares. En un principio, la semiótica estudiaba los signos y, por lo tanto, las figuras se presentaban como tales, pero, después de los años setenta, esta disciplina centró su atención en el texto (en un sentido amplio de la palabra), es decir,  lo figurativo, desde entonces, partiría de cómo se presenta la forma de la expresión, ya sea en textos verbales o no verbales, y en mi opinión, aunque el autor no lo dice, también en textos sincréticos. Y aquí tenemos desde ya el primer eslabón del tren de los niveles de pertinencia semiótica de las culturas: el texto. La importancia de este elemento dentro de la integración semiótica radica en que solo a partir de su expresión, visible y, a mi modo de ver, a veces tangible, se puede acceder a los componentes materiales de un objeto particular. Así: el texto es el nivel superior de pertinencia semiótica. Tras él vienen los objetos, las situaciones y las formas de vida.
Para comprender la semiótica de los objetos, según lo expone Fontanille, es necesario identificar el valor del mismo dependiendo de la situación semiótica en la que se halle. No podemos, entonces, desligar el objeto de las circunstancias que lo producen. El objeto termina siendo el soporte del texto y este significa gracias al contexto y a las personas que lo conforman, es decir, y según lo define el autor: a las prácticas.
Por otra parte, la situación semiótica tiende a ser heterogénea, es decir, muchos factores intervienen en ella: el objeto, el rol del actante, la representación textual y, si es el caso, también el autor. La homogeneidad se logra cuando estos elementos se integran en una escena predicativa. Esta última también recibe el nombre de dimensión predicativa y se refiere a la acción comunicativa entre roles; junto a esta aparece la dimensión estratégica, que es la que asocia tales actos enunciativos con “el conjunto de los dispositivos topológicos y figurativos que constituyen el entorno”.  La acción semiótica, como vemos, asocia el texto con los factores que hicieron posible su producción, y a su vez, tiene en cuenta los estilos estratégicos de los usuarios, esto es: influye en las formas de vida.
En la última parte del texto, Fontanille parte de la teoría de Hjelmslev para exponer los conceptos de forma y sustancia en relación con sus argumentos. La forma, según el autor, es lo figurativo. Propone el concepto de ayuda formal para especificar la manera en que se puede abordar la superficie de un texto: “Es un conjunto de características y figuras que se extraen de la ayuda material para definir las condiciones de la inscripción, recepción o establecimiento del texto, la imagen o cualquier otra configuración semiótica” (Fontanille, p. 11). Por otra parte, la ayuda material de la que habla esta cita se refiere a las características modales, sensibles, temporales y, entre otras, espaciales, que se descubren tras el velo de la sustancia. Lo que, posiblemente, necesitaría precisión (y hablo desde mi humilde y tal vez inocente lectura) sería la alusión a este último término porque no se especifica si se refiere a la sustancia de la expresión o del contenido, aunque podríamos intuir que, por los rasgos identificables y expuestos en la cita, pertenecen al segundo.
Finalmente, el autor da el último ejemplo (referente a un paisaje) para explicar de qué manera están en constante relación la expresión y el contenido; el primero resulta del campo de la experiencia, es decir, lo que un observador puede captar con los sentidos; y el segundo resulta de la existencia: sistemas temporales que permiten hacer del texto lo que es.
Así las cosas, vemos una exposición completa y muy significativa para el campo de la investigación cultural, en todos sus ámbitos. Posiblemente creemos que este método de análisis es pertinente solo para los estudios narrativos. Fontanille, por medio de diversos ejemplos, nos demuestra lo contrario. En la cultura, sin importar el espacio, hallaremos objetos, sujetos, situaciones y formas de vida que, aunque heterogéneas, logran la homogeneidad en las interrelaciones. Y por último, una idea recurrente en el texto: cada acto y cada texto irán siempre relacionados con la situación en que se produzcan.