domingo, 28 de julio de 2013

La crónica del examen del Concurso Docente 2013

La crónica del examen del Concurso Docente 2013
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
Bueno, Jhon, estás frente al espejo y, en unos minutos, después de que te bañes, te afeites, te cambies para la ocasión, saldrás a tratar de encontrar el futuro en una hoja de respuestas. Mientras tanto, mírate y date cuenta de que aún no tienes cara de profesor, de que la barriga apenas te está saliendo, y eso porque te has excedido últimamente en el consumo de cerveza y de comidas rápidas… Fíjate en que a tu cara le hace falta un poco más de seriedad y que tus conocimientos aún son nulos para enfrentarte a la difícil tarea de formar y educar éticamente una sociedad para el futuro. No te importa nada, Jhon… vas en todo caso, tratas de ser responsable, de llegar temprano y esperas, como siempre, que las promesas que te hacen se lleven a cabo tal cual las dijeron. Pensaste que el Icfes había mejorado su puntualidad y que, por esta razón, sería cínico el acto de que los líderes de salón miraran mal a aquellos que llegaban tarde porque se les presentó a último momento algún problema o porque se les había olvidado, como casi se te olvida a ti,  que el porvenir junto al Estado les dan el chance de lanzar la moneda para ver si ven al fin la cara que sueñan.
Te fuiste, Jhon, y no desayunaste, no comiste nada, querías disfrutar del viaje del bus en ayunas, en lugar de llevar la barriga llena y algunas náuseas. Te cargaste dos lápices, por si acaso, y te fuiste revisando en cada parada del bus el documento de identidad, el borrador, el sacapuntas… Estabas paranoico, Jhon, muy pocas veces te vemos así. Los lápices tocaron su música en el transcurso del viaje y una señora, y luego otra, y después otra, se subieron al bus con una mirada de fracaso que no dudé en asociar con el peso de la docencia, de la mala educación, de la impotencia de no sobresalir en su trabajo ni en los tres exámenes que ya llevan encima. Te miraban, Jhon, y tú solo hacías sonar aquellos lápices al compás de los huecos y de los sueños frustrados.  
Te bajaste en la UIS, y viste cientos de colegas, con caras tristes pero optimistas. Hablaban del Concurso anterior, de las preguntas, de lo que creen ellos que se repite, y tú sin ninguna experiencia, sin nada más que tus libros en la cabeza que tal vez no sirvan de nada en ese examen, te dices entre dientes que, para tranquilizar los ánimos, deberías tomarte un café. Te decides al fin por una avena y compras un paquete de galletas para suavizar los ánimos. Te tocó hacer fila, Jhon, porque los profesores son muy educados; no como tú que le contestas a tu papá no como él quiere sino como se te da la gana. No sabes por qué, pero te fastidian esos profesores, la manera como se expresan, como hablan, se les nota la mediocridad por encima, como tú, Jhon, aunque no lo quieras aceptar. Dices que se comportan como si fueron peritos y los más nobles del mundo… ya los verás en clase algún día, Jhon, pasando por encima de los estudiantes y pensando solo en su labor docente, en sus casas, en sus egos. Y llegarán al hogar en la noche no con el afán de preparar clases porque el Estado no paga horas extras, sino de ver el programa de moda o la novela de mayor rating. Ahí se quedan los peritos, Jhon, y lo sabes bien, y más abajo queda su bondad y su carisma.
Según tus reflexiones, no entras en esa categoría, y ahora más que nunca piensas que para ser docente te hace falta mucho. Te despides de los que puedes regalando una sonrisa más de compasión que de compañerismo. ¿Acaso tú no eres uno de ellos, Jhon? Te preguntas, te planteas situaciones y concluyes que, posiblemente, lo que le conviene al país sea gente como la de la fila, pues se ahorrarían dolores de cabeza, movilizaciones, revoluciones futuras. Ay, Jhon, y te vi la cara cuando llegaste al lugar del examen y buscaste un lugar en el piso para pararte, porque todos los demás docentes, con las ganas de prosperar con un triste sueldo, llegaron más temprano que tú, y eso ya es mucho.  Caras conocidas, solo algunas, las demás están regadas por la ciudad y por el país, buscando lo mismo que tú: una limosna estatal por un trabajo que vale oro. Y llegó la hora del examen y apenas abrían la puerta para buscar el salón. Qué irresponsables, pensaste. Luego, la búsqueda, la caminada, el desbarajuste te llenaron de ira, y el desorden alfabético de los nombres te agregó al día la pizca de miedo normal en estos casos.
Adioses para los conocidos y cédula en mano. Te tocó la primera hilera, como siempre te ha gustado, y después de amenazadoras recomendaciones, dejaste en el piso, al lado del tablero, tu celular, que ya estaba apagado, para que nadie te llamara y te soplara las preguntas una por una, en un acto heroico que solo ellos, los que ya son docentes, y no pueden evaluar de otra forma, se imaginan.
La Aptitud Matemática es una prueba de lógica en la que se necesitan conocimientos mínimos de Quinto y Sexto grado. Algo que se supone deben, según tu opinión, saber todos los docentes porque ya pasaron por esas… No obstante, de la misma manera como, tal vez, muchos en Colombia que estudiaron lo tuyo no sabían que León de Greiff en aquel poema evocaba a Shakespeare sin nombrarlo, con eso de Macbeth, así mismo hay quienes ni se enteran de que 1/7 representa una de las siete unidades en que se divide una unidad mayor. No te burles, Jhon, de los que no sabían lo de Shakespeare… Ten en cuenta que, primero, tú no te las sabías todas y que incluso dudas que tengas la más mínima posibilidad de pasar el examen, y segundo, que tus compañeros, tus colegas, se graduaron de una universidad tan mediocre en esta área como la de Pamplona o que algunos que hayan estudiado en la UIS no supieron la respuesta de Macbeth porque, curiosamente, en una Licenciatura en Español y Literatura, no dictan al menos una Literatura Universal, y eso que el maestro de esta área tiene que conocer a fondo tales temas para trabajarlos de la mejor manera en cualquier grado académico. Bueno, total… la prueba de matemáticas estuvo algo compleja, Jhon, pero menos mal estudiaste algo de regla de tres, una que otra cosa de geometría, y pudiste contestar lo más cercano posible… al menos eso crees…
El problema aparece, según tu opinión, en la prueba de Aptitud Verbal. Aunque es lógico que en la de matemáticas debías leer y hacer una que otra inferencia, se supone que este rasgo tendría que ir reforzado y con un grado de dificultad propio de maestros en la prueba de Aptitud Verbal. Y nada. Un texto algo extenso, tres preguntas y solo una de ellas era de comprensión lectora. Bien lo dijo uno de tus colegas que estaba sentado a tu derecha: “Esto es un insulto para nosotros, Jhon”. Y pensaste que era cierto, que cómo era posible que se priorizara en que una palabra es sinónima de otra o que un conector puede tomar el lugar de otro. Pero bueno, piensas… Luego se quejan de por qué el maestro solo enseña ortografía en clases de Español… Ya estás sospechando de dónde es que nace el agua sucia del río. Y antes que se te olvide: la ortografía que tanto evaluaron en la prueba de lenguaje se quedó en la década pasada. Todavía tildan “solo” y todos los pronombres “éste, ésta (…)”. Qué triste, sí, Jhon, cómo se contradicen.
De la Prueba Sicotécnica ni qué hablar. Tonta. Bueno, no sabes. Eso lo hacen sicólogos especializados, Jhon, no critiques esas cosas. Pero insistes en que fue tonta, porque, según tu ingenuidad hipócrita, es obvio que todos los docentes son éticos y piensan en trabajo de grupo y no tienen ideales individuales. Tú la embarraste, Jhon, cómo se te ocurrió desear como premio de tu jefe una colección de tus libros favoritos, si debiste, más bien, contestar que un diplomado, porque así verá tu jefe y los evaluadores de la prueba que estás interesado en seguir estudiando. Solo pensaste en que un diplomado hoy en día no es nada y que si no te dan al menos una beca para maestría o doctorado de premio, mejor eliges una colección de los libros de Cortázar o de Borges. Así eres tú, Jhon… A veces, cansas, pero eres así.
Y ya, y decides no hablar más, porque lo otro fue particular y a casi nadie le interesa. Así son todos los profesores, según tú. Y bien… saliste, almorzaste, volviste a la 1:30 p.m. a encontrarte con la impuntualidad, contestaste, casi te duermes, y ahora que puedes hacerlo, te da por escribir… no se te borran las caras, las preguntas, las respuestas mal contestadas… haces sonar de nuevo los lápices…

lunes, 22 de julio de 2013

Análisis de “El diablo de la botella”, de Robert Louis Stevenson

Análisis de “El diablo de la botella”, de Robert Louis Stevenson
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
Después de “La isla del Tesoro” y de El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde la obra más leída del escritor escocés Robert Louis Stevenson es “El diablo de la botella”. Hablemos primero de la importancia literaria de la obra de este autor en pleno auge del Naturalismo y de la novela sicológica en Europa. La corriente naturalista representaba la realidad, lo más fiel posible,  en la literatura, es decir, se huía de todo tipo de fantasía literaria, llegando incluso a documentar ciertos hechos dentro de una novela, un poema o un cuento. Por otro lado, en la novela sicológica, encontramos al hombre en la búsqueda de su identidad, en la exploración de la siquis humana. Robert Louis Stevenson fue contra estos modelos, retomando la novela y el relato de aventura que se aleja notablemente de cualquier rasgo naturalista y, en menor medida pero lo suficiente, de la novela sicológica[1].  Y bien: aunque halla unas obras en las que la aventura se presente más que en otras, podemos afirmar que, de cierta manera, las peripecias de los personajes del relato objeto de nuestro análisis fueron aventuras (tal vez preocupantes) de casi de nunca acabar.
¿Cuento o novela?
Vamos a caracterizar como relato y no como novela o como cuento “El diablo de la botella”. Esta discriminación la hago, sobre todo, por la extensión de la narración. Aunque bien sabemos que puede haber cuentos de mil páginas como novelas de solo veinte, para este análisis y sin el fin de polemizar, prefiero llamar relato a este texto porque como cuento no presenta una sola acción en la que gira toda la narración, y como novela, no cumple con la estructura estándar (no quiero decir que no pueda hacerse) de la separación de capítulos y de la extensión. Algunas nuevas teorías discursivas y literarias han catalogado de esta manera (Relato) a cualquier narración cuya extensión sea menor a la de la novela y mayor a la de un cuento. Edgar Allan Poe, Hemingway y hasta Borges y Cortázar han escrito relatos con tales características. Por otra parte, la narración está hecha en tercera persona, y el narrador, aunque es omnisciente, toma distancia de los personajes. Está narrada de un solo tirón y, dependiendo de la editorial, puede variar entre 40 y 80 páginas. “El diablo de la botella” fue escrito en 1891, cuatro años antes de que el autor muriera. El narrador del relato pone como fecha de creación el año 1889 y como lugar, Apia, Opolu, Islas de Samoa.
La trama
Por ponerle un nombre al personaje que, según el narrador, en realidad existió y para proteger su identidad, lo llamó Keawe. Era una marinero, soñador, antojado de mansiones y de buena vida. Era oriundo de Hawái, pero su trabajo le permitía recorrer gran parte del mundo. En una de esas excursiones, en la ciudad de San Francisco, admiró las casas y las calles, y se impresionó, sobre todo, de una mansión que, según sus ideales, siempre había querido. El viejo dueño de la casa lo invitó a seguir y le ofreció una solución para llevar a cabo sus deseos. Algo triste y acomplejado por la vejez, le mostró a Keawe la razón de su riqueza y de su comodidad: una botella que cumplía todos los deseos de su posesor. Se la ofreció en venta y, al principio, no creyó las maravillas de las que hablaba y mucho menos cuando aceptó por ella solo 50 dólares. Como prueba de que los deseos sí se cumplían lo tentó a que, si se la compraba, tenía la posibilidad de probar su éxito, pidiendo de vuelta en su bolsillo los 50 dólares que pagara por ella. Así lo hizo y recibió las recomendaciones correspondientes, entre las cuales se rescatan estas dos: 1) la botella debía ser vendida antes de que el propietario muriera, pues de tenerla en su poder llegado el trágico momento, se quemaría por siempre en el infierno, y 2) la botella debía venderse a un menor precio del que se había pagado para su obtención.
Deseó una mansión similar a la del viejo aquel y días después le llegó junto a una tragedia familiar: un tío suyo había muerto y le había dejado una grande herencia. El dolor se notó en sus lágrimas, pero con el tiempo pudo hacer su mansión, tal cual la quería. Después de tal evento, uno de sus amigos, que le había prometido la compra de la botella después de que los deseos de Keawe se cumplieran, se llevó consigo el objeto mágico luego de que, como prueba, pidiera conocer al diablo que encerrado en la botella se encontraba.
Los días pasaron en una extraña felicidad en la inmensa mansión de Keawe. Un día, incluso, conoció a Kokua, una mujer también hawaiana muy hermosa de la que se enamoró perdidamente y de quien pidió su mano para matrimonio. Cuando todo estaba preparado, sucedió lo inexplicable: mientras se bañaba le salió una llaga de lepra que lo imposibilitaba para el amor y la sociedad. Ahora tenía que ir en busca de la botella, que era la única que lo podía ayudar en ese caso para que pudiera amar a Kokua como quería y lo había planeado. Después de buscar por mucho tiempo dio con ella, donde un hombre que la había comprado por 2 centavos y que estaba martirizado porque, evidentemente, nadie se arriesgaría a comprarla por un centavo si, de esa forma, no podría, nunca, salvarse del infierno. Para Keawe fue más grande el amor hacia Kokua y decidió comprar por ese precio la botella sin importarle las consecuencias infernales que le traería tal acto. Pidió que lo curara de la lepra y el deseo se cumplió rápidamente. Logró el objetivo de casarse con Kokua y de vivir feliz en su mansión, mientras el tormento de quemarse en el infierno no llegó. Su mujer notó el cambio y él le confesó todo lo que había hecho por amor. Ella comprendió la gran muestra de cariño y le propuso como solución que viajaran a tierras francesas donde existía una moneda cuyo valor era inferior a la del centavo; esta se llamaba céntimo, y cinco de ellos hacían un centavo de dólar. Sin embargo, por más que buscaron la persona indicada para la venta de la botella, no la hallaron por ninguna parte; lo que trajo la preocupación y el sufrimiento acrecentado de Keawe.
Kokua, al verlo así, y consciente de la muestra de amor que él había hecho por ella, decidió comprar la botella y condenarse a sí misma, en lugar de ver la condena y el sufrimiento de su esposo. Para que Keawe aceptara que ella se quedara con el objeto diabólico, convenció a un anciano de que la comprara por 4 céntimos (que ella misma le daría) y luego ella se la compraría a él por 3. Así fue. Al otro día la felicidad era de Keawe y el tormento y la preocupación era de Kokua. Tuvieron problemas a causa de la actitud de ella frente al bienestar de él. Kokua le ocultó su decisión. Él festejó con sus amigos su tranquilidad y dejó a un lado la tranquilidad de quien hubiese adquirido la botella. Incluso alcanzó a tratar de idiota al viejo que la compró. Cuando se le hubo acabado el dinero para comprar más licor, decidió ir en busca de él al lugar donde se hospedaban, en compañía de un amigo marinero que lo esperó a unas cuadras. Cuando llegó cautelosamente al lugar, vio a su mujer con la botella al lado y comprendió todo: el inmenso amor que ella sentía por él y el sacrificio que hizo para lograr su tranquilidad.  Entonces decidió decirle a su amigo que comprara la botella en 2 céntimos y que luego él se la compraría en 1. Todo para salvar y demostrarle el amor y agradecimiento a su esposa.  El amigo fue y después de un buen rato volvió borracho y sin la mínima intención de darle la botella. Decidió condenarse pero vivir feliz y próspero por medio de ella. Por más que Keawe lo trató de persuadir no pudo lograr tal objetivo porque su amigo marinero había visto en la botella la solución a todos sus inconvenientes. Fue así como se libraron del tormento y vivieron en paz en la mansión: La Casa Resplandeciente.
Algunos datos históricos interesantes y algunas cuestiones humanas
Si hay un gobernante que ha pasado a la Historia por sus logros es Napoleón. Entre conquista y conquista alcanzó a apoderarse de casi toda Europa. Tal éxito, según el narrador de “El diablo de la botella”, se debe a que este valiente militar tuvo en sus manos la botella diabólica: “Napoleón tuvo esta botella, y gracias a su virtud llegó a ser el rey del mundo; pero la vendió al final y fracasó”. Por otra parte, James Cook, un navegante y cartógrafo británico, logró, según el relato, descubrir gran cantidad de islas (entre esas, Hawái), gracias a que también llevó consigo la botella: “El capitán Cook también la tuvo, y por ella descubrió tantas islas”. Por último, se da incluso el dato de la primera persona en el mundo que tuvo la botella: El preste Juan, quien supuestamente descendía de los Reyes Magos. Un hombre que tuvo muchos tesoros y que estuvo al mando del cristianismo en Oriente. Por el hecho de tener la botella, el narrador del relato, que es la voz del viejo que vendió la botella a Keawe, insinúa que logró todos sus éxitos: “En cuanto a venderla tan barata, tengo que explicarle una peculiaridad que tiene esta botella. Hace mucho tiempo, cuando Satanás la trajo a la tierra, era extraordinariamente cara, y fue el Preste Juan el primero que la compró por muchos millones de dólares; pero sólo puede venderse si se pierde dinero en la transacción”.
Por lo anterior, podemos afirmar que la razón por la cual el viejo, a quien el narrador presta la voz para venderle la botella a Keawe, da este tipo información es para lograr la venta del objeto diabólico. Pero no nos podemos conformar con ello. Si nos damos cuenta, cada uno de los personajes históricos que tuvieron contacto con la botella representan un valor social o humano: El preste Juan, por ser rey cristiano y descendiente de los Reyes Magos, configura el valor de la religiosidad en el relato, para excusar en parte lo diabólico de la botella. En segundo lugar, Napoleón representa uno de los más grandes íconos de la Historia europea, como símbolo de patria y política. Y por último, el capitán Cook configura el nacimiento de la nacionalidad a la que pertenecen los protagonistas del relato.
La avaricia y las cuestiones éticas
Sin ninguna duda, el tema eje del relato es la avaricia. Tal vez mezclada en parte con los sueños o con las ilusiones de cualquier ser humano que no tenga las comodidades suficientes. Cada uno de los personajes que tuvo en su poder la botella no pensó en ningún momento en la posibilidad de ayudar con ella al prójimo. Todos los deseos giraron en torno a sus propias expectativas y sueños de vida. Por ejemplo, Keawe, aunque sintió dolor por la muerte de sus familiares, olvidó rápidamente el hecho porque La Casa Resplandeciente hacía olvidar cualquier tipo de problema o de dificultad. Recordemos, para ejemplificar un poco más la cuestión de la avaricia y relacionarla con la poca intensión altruista dentro de los deseos de los personajes, que Keawe se reía y mofaba del viejo que le compró la botella por 4 céntimos, y lo llegó a considerar hasta estúpido. Kokua, claro está, no pensaba de la misma manera. En muchas ocasiones hizo reflexionar sobre el dolor ajeno de quien tuviera la botella en sus manos, y Keawe tomaba tales comentarios como ofensas de su mujer en cuanto a que no se alegraba de su recuperación espiritual y de su salvación. Alexánder Peña Sáenz afirma al respecto: “(…) el deseo de avaricia que albergan los hombres es tan grande, que no importa si se vende el alma al diablo con tal de conseguir grandes cantidades de dinero, lujos y poder. El afán de riqueza, quizá sea inherente a la naturaleza humana”[2].
“El diablo de la botella” es, entonces, un relato que, alejado de cualquier tipo de Naturalismo, representa uno de los más grandes rasgos humanos: la avaricia, acompañada del más grande desdén hacia el prójimo. Es un relato de aventuras, de sufrimientos, de caídas y de reposiciones. “El diablo de la botella” es la configuración de una cualidad humana que desea lo que no se tiene sin pensar en las consecuencias. Es por esta razón por la que Keawe reitera una y otra vez: “Ya está hecho (…) y una vez más tendré que aceptar lo bueno junto con lo malo”.



[1] Aclaro que, a mi modo de ver, sí existía la búsqueda de la identidad y de la comprensión de la mentalidad humana en algunas obras del escritor escocés. Un ejemplo de ello es El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde, cuya trama muestra a un doctor que trata de separar el bien y el mal del cuerpo humano (de su propio cuerpo). Solo con esto podemos comprobar que sí existe un fin sicológico dentro de esta novela.
[2] Peña Saenz, Alexánder. “Reseña: El diablo de la botella”. En: La pasión inútil: http://la-pasion-inutil.blogspot.com/2009/08/robert-louis-stevenson-el-diablo-de-la.html

jueves, 11 de julio de 2013

Una contradicción de los cristianos evangélicos: El amor al uribismo

Una contradicción de los cristianos evangélicos: El amor al uribismo
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
Una contradicción de los cristianos evangélicos: El amor al uribismo
Jhon Monsalve
Hace unos años, cuando estrenábamos presidente, cuando descubríamos la paz por medio de la guerra, cuando vivíamos amenazados por hombres salidos del odio y de la desvergüenza, que ocupaban barrios enteros y se adueñaban de la vida de los colombianos, comprendí que o Dios va muy ligado al conservadurismo, al hitlerismo, al despotismo, al autoritarismo... o sus feligreses han tergiversado sus mandatos para excusar sus más oscuros deseos humanos. 
Nací, crecí y he vivido con cristianos evangélicos que se caracterizan, todos, no se salva ninguno, por ser amantes, veneradores, loadores del Mesías del momento. Hablo en presente porque la figura de nuestro respetadísimo exmandatario no se ha querido ir del recuerdo de los colombianos aplastados por una cruel e inocente ignorancia social y política, que es rasgo característico, y muy curiosamente, de cristianos evangélicos.
Vecinos, familiares, amigos, compañeros, mujeres, hombres, niños, y todos aquellos que de una u otra manera rodean mi diario vivir y hacen parte de mis experiencias más personales y próximas tienen como rasgo común el acto idólatra hacia el muy echado de menos expresidente colombiano de las causas no perdidas. Lo curioso no es eso, porque ya se comprende la normalidad de que las masas sean tontas. Lo extraño del caso radica en que todos los que me rodean y tienen la explícita inclinación política, son evangélicos de cualquiera de todas aquellas sectas religiosas que devinieron de las propuestas luteranas, revolucionarias, en parte liberales, tan distintas a la cerrazón mental y social de predicadores y feligreses protestantes del momento.
Después de pensar concienzudamente sobre el hecho, no he podido llegar a la conclusión de si la postura política es la que lleva a la inclinación religiosa o si tal suceso (muy extraño, por cierto) ocurre a la inversa. Es difícil afirmar que los cristianos evangélicos se vuelven déspotas después de estar en una secta cualquiera o que el hecho de ser conservadores sociales los caracterice y los agrupe, con el tiempo, dentro de una religión represora. La dificultad se acrecienta cuando vemos a nuestro exmandatario haciendo parte de un culto evangélico, arriba, cerca del púlpito, con los ojos cerrados, deseando que, de parte y parte, se saque tajada del acto.
Todas estas acciones hacen que nos planteemos ciertos interrogantes: Partiendo de que si un hombre se considera “cristiano” es porque, evidentemente, sigue la vida y el ejemplo de Cristo, ¿no deberían, pues, ir sus actos y sus pensamientos acorde a su doctrina? Es decir: ¿Cristo tendría la misma inclinación política si estuviera en la tierra y viviendo en este país? ¿Acaso, por más represora que parezca la Iglesia, Jesús no dejó un legado moral y ético con sus enseñanzas y gestiones? Entonces, ¿por qué los cristianos (y por primera vez, incluyo a muchos católicos) tienden a tener posturas políticas y sociales tan antimorales y tan poco éticas?
Las respuestas a estas preguntas nos llevarían a pensar que los cristianos se contradicen constantemente y que tal ideología tiende a buscar la paz por medio de la guerra y a perseguir una seguridad a través de crímenes y limpiezas sociales. Es cierto que se deben respetar las inclinaciones religiosas, pero no por ello se deben pasar por alto sus errores y contradicciones.
Uno de los temas más recurrentes en barrios, cafés, centros de salud, peluquerías y hasta en universidades, es la consecución del poder de nuestro extrañadísimo expresidente. Lo curioso es que, en lugar de criticar la complejidad irrisoria de su gobierno, desean con cierto brillo en los ojos la continuidad de su mandato. Sin ser conscientes de las consecuencias de tales anhelos, violan los más importantes mandamientos de la ley judeo-cristiana: No matarás y No robarás, que son los que directamente atacan y perjudican al prójimo, y de “ñapa”: Amarás a Dios sobre todas las cosas, porque, si el Supremo existe, estará deseando acabar el mundo nuevamente a causa de los pensamientos y de las crueles actitudes humanas, que demuestran que los hombres sienten en su corazón tantos deseos atroces, antiéticos, que no pueden ser asociados, de ninguna manera, al amor de Dios.

Lo preocupante es que, al paso que vamos, terminarán más feligreses dando ofrendas, más pastores improvisados con ansias de dinero, más políticos aprovechados de las creencias, y tendremos por fin la más grande dictadura que, inocentemente, siempre hemos deseado. 

sábado, 6 de julio de 2013

"El lujo del lenguaje", de Jesús Tusón: Espacio de diversidad

Características del lenguaje como código y como espacio de diversidad
Jhon  Monsalve 

Imagen tomada de internet

El presente texto tiene como objetivo presentar las características del lenguaje como unidad y como espacio de diversidad, con base en “El lujo del lenguaje”, texto escrito por Jesús Tusón. Luego de dicha presentación, se tratará de encontrar el punto de liaison entre esas características.
La sintaxis, el simbolismo y la capacidad de extraer diversos sentidos de lo que se oye o se escribe son la base para afirmar que el lenguaje (innato, por supuesto) se presenta como código unificador. Todas las lenguas se caracterizan por estos universales: una sintaxis limitada en todas las lenguas que no permite cualquier tipo de orden, por tal razón, jamás se oyen proposiciones como “El sol se cada día pone”; el simbolismo afirma al lenguaje, debido a que toda lengua es arbitraria y a la capacidad humana de relacionar sonidos con significados; por último, la capacidad de reconocer diversos sentidos en las estructuras o en partes de ellas, como la distinción de un agente y de un lugar en oraciones con estructura de pasiva (fue recibido por el comisario, fue recibido por el pasadizo), aceptar esta afirmación como universal permite, juntando a esto simbolismo y sintaxis, hablar de la unidad del lenguaje.
Teniendo en cuenta lo anterior, se presentarán algunas ideas que sustentarán lo ya dicho. Según Roger Bacon, la gramática es solo una y la misma para todas las lenguas y, cuando se afirma esto, se da por sentado que por encima de todo, una lengua es su arquitectura formal, es decir, su morfología o sintaxis, aquello con lo que se alude a cualquier tiempo verbal y con lo que se distingue un agente de un objeto. Incluso en los actos de habla se encuentran elementos comunes: se forman plurales, se aplican los mismos pronombres, etc. La estructura de nuestra lengua, afirma Jesús Tusón, es la propiedad compartida de que todos gozamos; aquello que nos permite comprender y ser comprendidos.
Lo dicho hasta el momento sustenta la idea de que todas las lenguas son iguales y que es en la estructura donde se hermanan los hablantes y no en el léxico, que varía. Todos los humanos poseen una gramática universal que les es innata, y al parecer conocen los límites de sus lenguas de manera inconciente, ya que no pueden ordenar a su gusto las oraciones que escriben o dicen: la sintaxis aparece de nuevo como universal lingüístico, y como universal lingüístico también su límite.
Por otra parte, el lenguaje es el sistema simbólico más elaborado, tomado como el instrumento de mayor excelencia y flexibilidad para la comunicación. Todas las lenguas son simbólicas, arbitrarias, y debido a que las palabras no guardan relación con los objetos a los que representan, la ambigüedad aparece como el segundo tipo de conocimiento lingüístico, después del uso gramatical y creativo (sintaxis) de una lengua. He aquí otro punto, según Tusón, donde se hermanan los humanos: son capaces de emitir juicios sobre la ambigüedad de aquellas oraciones que pueden ser interpretadas en más de una forma[1].
Es muy poco lo que resta de la capacidad humana de extraer los sentidos de las estructuras: solamente puede decirse que el humano reconoce el rol del sujeto o del objeto en la estructura oracional que se presente. De esta manera, el lenguaje se presenta como código unificador.
Ahora bien, si bien es cierto que hay características que forman al lenguaje como código unificador, también es cierto que por cuestiones diacrónicas, diatrópicas, diatráticas y diafásicas el lenguaje es un espacio de diversidad, y esa diversidad habita en el léxico. El humano habla una variación de lengua y es adscrito a este o aquel dialecto; por otra parte, tiene la capacidad de cambiar de registro para adaptarse a las situaciones de la vida cotidiana y, por convención, habla una lengua estándar que es exigida por la comunidad lingüística a la que pertenece. En cualquier registro o variación de lengua se mantiene la sintaxis, pero a la vez se presenta un cambio en el léxico que sustenta la diversidad, y, en ocasiones, el simbolismo estándar o convencional varía aunque las palabras sean las mismas: se ha dicho que el simbolismo es universal y que afirma al lenguaje como código unificador, pero dentro de un diasistema (tomando el concepto de Coseriu), específicamente en una Norma lingüística, unas palabras que hacen parte del estándar pueden ser símbolos precisamente no de las mismas cosas, en otras situaciones, en otros lugares o en otros tiempos.
No obstante, la diversidad no es excesiva: Sapir, según Tusón, afirma que si el entorno físico de un pueblo se refleja ampliamente en su lengua, esto vale también en lo que se refiere a su entorno social[2], y en ese entorno físico todas las lenguas disponen de palabras para significar, por ejemplo hipónimos de naturaleza: árboles, plantas, ríos; así que “El mundo (…) no permite una diversidad excesiva porque los elementos que constituyen el entorno físico se hallan distribuidos universalmente en el tiempo y en el espacio”[3]; es decir, por más diversidad que haya, siempre habrá palabras que designen a las cosas del mundo, y entonces, se hablaría de una diversidad asentada en el léxico de las lenguas. Las características del léxico, su carácter superficial y fácil al cambio, hacen de éste el nivel idóneo donde se pueden reflejar con amplitud las diferencias entre los grupos lingüísticos[4]. Evidentemente, de una lengua a otra cambia el léxico como puede cambiar por una variación intraidiomática; la diversidad habita en éste (el léxico), como la unidad, en la estructura.
Por último, podría afirmarse que en la diversidad (del léxico y no en lo que éste representa) también hay sintaxis, es decir, también hay unidad. En tal caso, se unirían por el hecho de que para poder fijar una unidad en el lenguaje es necesaria la búsqueda de universales lingüísticos que fundamentan la unidad, el simbolismo y la sintaxis, y que solo son encontrados en la diversidad lingüística. Entonces, se sabe que existe la unidad del lenguaje debido a la diversidad del mismo.

BIBLIOGRAFÍA
Tusón, Jesús. El lujo del lenguaje. Madrid: editorial Paidós, 1989.


[1] Tusón, Jesús. El lujo del lenguaje. Madrid: editorial Paidós, 1989, p. 36.
[2] Íbid, 61
[3] Íbid, 61
[4] Íbid,65

lunes, 1 de julio de 2013

Análisis literario de “Nocturno”, de José Asunción Silva

Análisis literario de “Nocturno”, de José Asunción Silva
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
Nota preliminar: El siguiente análisis se hace, primordialmente, con base en el texto. Tal vez seamos conscientes de que, como lo afirma uno que otro ensayo, El Nocturno III, de José Asunción Silva, va dirigido a su difunta hermana: “Y nos consta también que en su Nocturno Tercero, en el que llora con amargura la muerte de su hermana y confidente Elvira (…)”. Por lo tanto, reitero que, aun sabiendo esto, el texto dice muchas más cosas que una simple información de dolor familiar, y por ese motivo, en ningún momento, saldrá la imagen de la hermana del poeta. Más bien veremos la figura de la amada de un Yo lírico nostálgico y lleno de ausencia.

A modo de introducción
Los colombianos llevan sobre sí y sin saberlo el poema de José Asunción Silva entre su bolsillo.  Ven el billete de 5.000 pesos, ven la cara de un señor barbudo y de mirada fija, concentrada, tal vez perdida entre la nada. Y listo, y compran y gastan e invierten el dinero haciendo uso de cientos de billetes iguales, y no son conscientes de la identidad de ese hombre y mucho menos del dibujo que  está al respaldo, en el que se identifica una mujer solitaria, entre árboles y bajo una luna llena, inmensa, casi amenazante. Y mucho menos se dan cuenta del poema inscrito en lo que parece ser un epitafio o un busto. Los colombianos cargan “Nocturno” entre las preocupaciones del día, entre los afanes, entre los negocios, y no saben nada del poema. El Sistema parece tenerlos sumidos en la más incógnita podredumbre humana: el desdén ante el arte y el amor al dinero y a la prosperidad. Claro que no son todos los colombianos: algunos se deben preocupar más por conseguir el billete para poder comer, y olvidan, sin culpa, la importancia cultural del poema modernista. Pero esto es tema aparte, y, aunque de una u otra forma se asocie con la perspectiva negativa ante la vida propia del movimiento literario, vamos al análisis.

El Modernismo en Colombia
Del mismo modo que Rubén Darío es el máximo exponente del Modernismo en Latinoamérica, lo es José Asunción Silva para el desarrollo de la misma corriente literaria en Colombia. Las características son muy similares, en cuanto a temática y, en ocasiones, a estructura. Recordemos que fueron, entre otras, dos de las características más importantes de este periodo literario: La ruptura de modelos tradicionales y las temáticas con respecto a lo difícil de la vida del siglo, ante perspectivas algo pesimistas. Este cambio estructural venía generándose por medio de los poetas malditos, en Europa. Cabe aclarar que no por ello pueden considerarse malditos los escritores modernistas, sino víctimas de una sociedad llena de cambios, de jóvenes Estados, de revoluciones y conflictos. Con respecto a las temáticas, de una u otra manera, también guardan cierta relación con las temáticas propuestas por los poetas malditos franceses. Baudelaire, por ejemplo, y aunque no aparezca entre los autores reseñados por Verlaine en el libro Los poetas malditos, fue considerado como tal partiendo de ciertos poemas en los que se representaba la vida clara y consciente de enfrentar un futuro inminente: la muerte cruel. Un ejemplo de ello es el poema Carroña, del autor de Las flores del mal. En el caso de José asunción Silva, la situación social y política del país y del continente se ve configurada de manera magistral en el poema El mal del siglo y, por otro lado, la muerte aparece con suprema nostalgia, tristeza y melancolía en el poema objeto de nuestro estudio: Nocturno.

“Nocturno”, poema en dos tiempos: nostalgia de una muerte
Aunque son tres los Nocturnos de Silva, solo trabajaremos, por motivos de tiempo y pertinencia, el Nocturno III, por ser considerado el más importante y el más trascendente de los poemas del escritor modernista. A continuación presentamos el poema y justo después empezaremos y daremos fin al respectivo análisis, tanto en lo estructural como en lo temático.

Nocturno
Una noche,
Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
Una noche,
En que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas,
A mi lado, lentamente, contra mí ceñida toda,
Muda y pálida
Como si un presentimiento de amarguras infinitas,
Hasta el más secreto fondo de tus fibras te agitara,
Por la senda florecida que atraviesa la llanura
Caminabas,
Y la luna llena
Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
Y tu sombra
Fina y lánguida,
Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectada
Sobre las arenas tristes
De la senda se juntaban
Y eran una
Y eran una
¡Y eran una sola sombra larga!
¡Y eran una sola sombra larga!
¡Y eran una sola sombra larga...!
Esta noche
Solo; el alma
Llena de infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
Separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
Por el infinito negro,
Donde nuestra voz no alcanza,
Solo y mudo
Por la senda caminaba...
Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
A la luna pálida
Y el chirrido de las ranas...
Sentí frío. Era el frío que tenían en la alcoba
Tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
Entre las blancuras níveas
¡De las mortuorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
Era el frío de la nada...
Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectada,
Iba sola,
Iba sola,
¡Iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra, esbelta y ágil
Fina y lánguida,
Como en esa noche tibia de la muerta primavera,
Como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
Se acercó y marchó con ella,
Se acercó y marchó con ella,
Se acercó y marchó con ella...
¡Oh, las sombras enlazadas!
¡Oh, las sombras de los cuerpos que se juntan con las sombras de las almas!
¡Oh, las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas...! 


La estructura de Nocturno III: el ritmo
El poema tiene un ritmo particular. El hecho de que haya versos de solo cuatro sílabas intercalados con otros que llegan incluso a veinte, hace del poema una composición rítmica. La métrica no es exacta y, por lo tanto, cumple una de las características principales de las que ya hablamos arriba. Lo que sí podemos afirmar es que los versos, tan variados en cantidad silábica, dan el ritmo necesario y característico del movimiento literario. Por otro lado, se presenta una recurrente repetición de algunos versos durante el poema, que aparece, generalmente, cuando se incrementa la nostalgia. Los recuerdos y la nostalgia llegan con los versos reiterados.

Temática y dos tiempos del poema
Si es de delimitar la temática de Nocturno III, de José Asunción Silva, habría que fijar dos términos: la muerte y la nostalgia. Para ser más precisos y delimitarlos aun más, propongamos un tema general que una los dos elementos: La nostalgia de la muerte. Por medio de isotopías, podemos darnos cuenta de ello: amarguras infinitas, arenas tristes, infinitas amarguras y agonías de tu muerte, el infinito negro, Sentí frío, las mortuorias sábanas, Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte, Era el frío de la nada, la muerta primavera, las sombras de las almas, las noches de negruras y de lágrimas. En la primera parte del poema, en la primera estrofa, podemos observar la felicidad acompañada de música, murmullos y de perfumes, que le dan un toque de tranquilidad a la situación amorosa. Sin embargo, en esa misma estrofa se evidencia el futuro de la amada: “A mi lado, lentamente, contra mí ceñida toda/ Muda y pálida/ Como si un presentimiento de amarguras infinitas/ Hasta el más secreto fondo de tus fibras te agitara (…)”. Nos encontramos así con  dos tiempos, de los cuales el último se viste de fantasma. No podemos negar que en la primera parte del poema aparece la amada y, en la segunda, su ausencia. Esto produce el sentimiento de nostalgia dejado por la muerte, que es sin duda la causante de los nuevos sentimientos del Yo poético. Las sombras que, desde el inicio del poema, unen a los amantes cumplen la función de llevar el amor incluso hasta la muerte. La sombra de él compaginó con la de ella y huyeron por siempre: Se acercó y marchó con ella; ¡Oh, las sombras enlazadas!