EL OLVIDO Y LA MEMORIA “EN LA LAGUNA
MÁS PROFUNDA”,
DE ÓSCAR COLLAZOS
Jhon Alexánder Monsalve Flórez
Imagen tomada de internet
Nuestro
país, en los últimos años, ha rescatado en la literatura la memoria de una
nación olvidada por los medios de comunicación. Colombia, un país dolido
por su historia, por su predominante
violencia, por su olvido, debe ser rescatado de alguna forma, y la literatura
está al servicio de ello. Muertes, asesinatos, problemas sociales y políticos
se pierden en los anales podridos y en los que huelen a nuevo. Un país que no
recupera sus errores y sus triunfos, que no comprende su presente por las
acciones y decisiones de su pasado, es un país condenado, tal como lo afirmó
Napoleón Bonaparte, a repetir su historia. Entre los novelistas que tratan
dicha temática, se encuentran, entre otros, Evelio José Rosero con “Los
ejércitos”, Álvaro Pineda Botero con “El esposado” y Óscar Collazos con “En la
laguna más profunda”. Esta última obra será objeto de estudio en el presente
trabajo, y para su desarrollo se tendrá como base la teoría de Philippe Hamon
con respecto a la construcción del personaje, con el fin de configurar el olvido
y la memoria a través de las dos protagonistas de la novela. Estos dos ejes son
fundamentales en la comprensión profunda de la obra por el hecho de que, por
medio de estos, se llega a entender el olvido en el que nos han sumido y a percibir
la literatura como salvadora de la historia que se esconde. Para ser más
preciso, veremos la manera como el olvido se encarna en el cuerpo de Mamamenchu,
la abuela, y cómo su nieta, Alexandra, intenta rescatar la memoria de la
familia y del país por medio de la literatura.
Para
que el lector tenga un conocimiento general de “En la laguna más profunda” y
para que comprenda desde el principio su temática, presento a continuación y
muy brevemente la trama de la novela: Este libro de Óscar Collazos es mucho más
que una vaga idea del Alzheimer. Mamamenchu, una anciana de casi 80 años, va
con su nieta, Alexandra, a encontrarse con su difunto marido en lo más profundo
del bosque, a orillas del Río Magdalena.
Habla con él, baila con él, mientras su nieta piensa en el vestido que
debió de utilizar la abuela el día
del matrimonio y a recordar lo que había oído de voz de su padre sobre su juventud. Un día no vuelve porque se
entera de la muerte de unos jóvenes descuartizados que hallaron justo en el
lugar en que ella se encontraba con su esposo. Ese recuerdo y otros similares —como
la abundante agua que había en el Salto Tequendama y la pureza del mar en años
anteriores—
van a permanecer en su mente durante el transcurso de la novela, mientras
olvida la vida del común y corriente: sus gafas, su armario, su postre
favorito. Cuando la enfermedad del olvido se complica, Alexandra, su nieta,
empieza a recuperar el pasado de la abuela por medio de retratos familiares que
datan de los años 80 del siglo XIX en adelante. A medida que estudia, por medio
de fotografías casi ilegibles, la historia de la familia, se empapa más y más
del pasado de la abuela, de sus viajes, de sus gustos, de su único amor.
Entonces, empieza a reflexionar sobre la decadencia que ha tenido Colombia en
cuanto a reservas naturales y comportamientos civiles, y decide escribir una
novela al respecto.
El producto de tal decisión, nos lo presenta con
características precisas Óscar Collazos, nacido en Bahía Solano, municipio del departamento
del Chocó, en 1942, y que ha dedicado su vida a la literatura y al periodismo:
“En la laguna más profunda” es una novela juvenil, cuya narradora no alcanza si
quiera la mayoría de edad; está dividida en 26 capítulos, que giran, en su
mayoría, en torno a la abuela; aparece un gran número de palabras en cursiva
que, tras un respectivo análisis, indican los vocablos que la narradora
desconoce para su corta edad: espléndido, ladino, arcana, recóndita, etc.
Novela publicada por la editorial Norma en el año 2011 con una carátula en la
que aparece una mujer de avanzada edad sostenida en un bastón y con la mano
izquierda en la cadera; lleva un bolso terciado y se dirige, por un andén solitario,
hacia donde le indica la señal de tránsito: la anciana se dirige poco a poco a
la laguna espesa de nubes que parece ser el cielo.
Veo
necesario aclarar desde ahora que el momento que parte en dos la historia de la
abuela es el mismo del que deviene el olvido. Después de ese suceso, la memoria
de Mamamenchu comienza a perderse en las lagunas profundas del alzhéimer. Rescato desde ya este acontecimiento porque
es el eje central de la novela: de ahí surge toda la trama. Ese momento es la
muerte de los muchachos hallados justo en el lugar en que la protagonista se
encontraba con su esposo muerto para recordar los bailes, los momentos juntos,
el amor que sentían. La abuela siempre iba a encontrarse con su difunto esposo
y un día decidió no volver:
“De
un día para otro la abuela decidió no salir más a pasear por el campo. Ni sola
ni acompañada. Lo había hecho casi cada día y durante más de 30 años. Algo
espantoso había ocurrido para que decidiera no pasear por el sendero que
conocía de memoria, entre los magníficos árboles que rodeaban su casa”. (COLLAZOS:
2001, p. 25).
La
razón de tal comportamiento fue el hallazgo de unos muchachos enterrados cerca
de su casa. La misma abuela afirma lo siguiente:
“Me
mataron muchísimos años de alegría (…) un día de estos me encuentro con un
muerto en la misma puerta de mi casa”. (p. 28)
Y
de un momento a otro, después de este suceso, empezó a olvidar. El olvido fue
ganando espacio en su mente poco a poco. Primero empezó por olvidar las gafas,
luego se equivocaba de habitación y entraba desnuda a la pieza de sus hijos, y
al final olvidó todo: quién era, con quién vivía, inventaba momentos que no
existieron, los asociaba con otros pero exageradamente. La primera oración de
la novela antecede todo lo que en ella se cuenta: “Nada sucedió de repente” (p.
7). Es decir, el olvido fue apareciendo paulatinamente y se acomodó dentro de
la memoria de Mamamenchu, y nada sucedió de repente, nada: ningún recuerdo,
ningún pasado, ningún olvido.
Partamos
de la siguiente postura de Philippe Hamon para comprender la manera como se
configura la abuela como personaje:
“El
personaje puede definirse, en una primera aproximación, como una especie de
morfema doblemente articulado, es decir que con una segunda descomposición se
obtienen características individuales
que por sí solas carecen de sentido (como el valor, la gallardía, la
avaricia, etc.) pero que en conjunto definen específicamente al personaje”.
Esto
es, en la novela, una constante: la abuela se caracteriza de distintas maneras
y cada adjetivo o comportamiento tiene mucho sentido con su personalidad. Este
apartado sobre la caracterización del personaje es sumamente importante para su
comprensión: la abuela que en su juventud oía a Elvis Presley, que se vestía
como hippie, que bailaba, salía, se vestía con faldas cortas es muy diferente a
la abuela que sentada sobre su silla mecedora, en el jardín de la casa, teje
alguna ropa y la desteje. Pero, mientras se sumergía en la laguna más profunda
de la inconciencia, vestía ropa extravagante, recibía a los invitados de manera
jocosa y jugaba con sus nietos a que era
una bruja. La edad senil no dejaba atrás su carisma y su jovialidad; solo el
olvido ahogó hasta el más innato comportamiento:
“Una
tarde la abuela apareció en la sala empirifollada, lista para recibir la visita.
Se asomó, saludó y desapareció. Ya vuelvo, dijo. Volvió a aparecer, esta vez
decidida a quedarse, mostrando su mejor sonrisa y sus mejores alhajas. Entonces
mis padres tuvieron que hacer hasta lo imposible para que no interrumpiera la
conversación y saliera con alguna de las suyas”. (p. 65).
Esta
manera de comportarse hizo que el padre de Alexandra Blanco catalogara a la
abuela como la mujer más feliz del planeta; como si el olvido y la senectud
trajeran consigo la más grande felicidad:
“—La
más feliz y la más libre porque hacía lo que quería—
dijo mi padre—.
Nada de lo que ella hacía le daba vergüenza —añadió—.
Si le daban ganas de bailar sola, bailaba; si deseaba tomarse una copa de
ponche, abría la botella y se sentaba en el sillón con las piernas estiradas.
Llamaba por teléfono a las amigas, iba al cine con ellas; en fin, era libre y
feliz”. (p. 52).
De
esta manera, se muestra positivo el hundimiento de la abuela en la laguna más
profunda. Al menos, es feliz. No
obstante, y más adelante se desarrollará con más precisión esta idea, el olvido
colombiano, personificado por la abuela y en un nivel de análisis más profundo,
hace que en nuestro país se pierda la vergüenza ante las decisiones políticas y
sociales que día tras día, desde hace muchos años, se han venido presentando de
la manera más jocosa. Aclaro desde ahora que tanto la abuela como la nieta son
metáforas del olvido y la memoria, respectivamente, en el pueblo colombiano
ante su historia llena de violencia, corrupción y muertes.
Continuemos
con la configuración del olvido por medio de Mamamenchu. El lenguaje fue uno de
los cambios más notorios que tuvo la abuela mientras perdía paulatinamente la
memoria. Empezó a confundir las palabras,
el orden de las oraciones, el olvido de los vocablos:
“Mucho
tiempo después, me detuve a pensar en la confusión de las palabras y creí que
el diccionario de la abuela había sufrido grandes modificaciones. El
significado de una palabra pasaba a otra y lo que representaba una palabra se
cambiaba para confundirla con otra. El río era el mar. La casa era la cueva. Lo
blanco era lo negro. El agua era la leche. Una de las chancletas hacía juego
con un zapato de fiesta rojo”. (p. 91).
Esto,
explicado con base en la teoría psicolingüística, se entiende gracias a lo
propuesto por el lingüista Andrew W. Ellis en su artículo “La producción de
palabras habladas: una perspectiva cognoscitiva” denomina como parafasia semántica el uso de una
palabra en lugar de la otra con algún tipo de relación, tal y como lo hacía la
abuela: mar equivalente a río, o casa, a cueva. Textualmente, el autor, que
centra su postura sobre todo en casos de afasia, es decir, en la pérdida de la
capacidad de producir o comprender el lenguaje,
afirma:
“El
paciente anómico (…) no podía nombrar la lluvia,
pero consiguió decir agua. Otro no
podía decir la palabra pluma, pero sí
lápiz. Cuando los afásicos producen
palabras reales en sus intentos fallidos, los errores que cometen se conocen
como parafasias verbales. Con frecuencia guardan una relación semántica con la
palabra pretendida, como sucede en los anteriores ejemplos”. (Andrew W. Ellis,
135).
Mientras
olvidaba cada palabra, cada cosa, cada momento, cada historia, guardaba, en lo
más profundo de su laguna, el recuerdo de la muerte de los muchachos, aquellos
encontrados bajo tierra cerca de su casa, justo en el lugar en que acostumbraba
visitar a su difunto marido:
“Lo
único que la abuela no volvió a hacer fue pasear por el monte, como lo había
hecho siempre, atravesando el sendero que llevaba al riachuelo y al lugar
secreto de sus citas con el abuelo. Parecía no haber olvidado el episodio de
los muchachos muertos. No hablaba de esta terrible historia, pero es muy
posible que la mantuviera viva en sus recuerdos”. (p. 44).
Páginas
adelante, cuando el olvido ha colonizado gran parte de su memoria, la abuela
hace la pregunta: “¿Saben algo de los muchachos que encontraron muertos en la
casa de campo? (…) No me explico por qué los enterraron desnudos” (100). La
memoria se pierde poco a poco, pero mantiene vivo el recuerdo que partió en dos
la vida de la anciana y el desarrollo de la novela. Este fragmento es
fundamental para la comprensión global de la obra: se puede olvidar todo, menos
lo inhumano, lo que ha marcado al país de por vida, lo que debería ser recordado
imperativamente. La abuela, durante el desarrollo de la historia, rescata ese
recuerdo hasta cuando se sumerge de pies a cabeza y definitivamente en la
laguna más profunda.
Hasta
el momento he esbozado, grosso modo, la manera como está construido el
personaje en la obra, que no es más que un campo semántico que, tal como lo
afirma Philippe Hamon, se comprende en su totalidad al final de la obra:
“De
otro lado la primera aparición de un nombre propio no histórico introduce en el
texto una especie de blanco semántico que procede a cargarse rápidamente
mediante un retrato, la mención de actividades significativas, su papel social
particular, entre otras formas. (…) Es importante recalcar que este blanco
semántico no llegará a estar completamente lleno sino hasta la última página
del texto”.
Pues
bien, partiendo de lo anterior, trataré de explicar de qué manera termina
configurándose el olvido en la novela a través de Mamamenchu. Veremos el ahogo eterno en la laguna, los
recuerdos perdidos, el olvido de lo que había persistido por tanto tiempo.
Junto
al olvido, vino la vejez, y no al contrario. La vejez fue una causa, pero no la
más poderosa. Se enflaqueció, fue internada en un ancianato, olvidó hablar: no
decía ni una palabra, ya ni se expresaba con la mirada. Las fotos que Alejandra
le mostraba día tras día eran las que le aguaban los ojos, no porque recordara,
sino porque sentía que allí en cada una de ellas estaba detenida una parte de
su tiempo dejado atrás, como el sueño que un día tuvo: sus padres se habían
bajado del tren para comprar algunos dulces, y no se dieron cuenta del momento
en que la niña se bajó del ferrocarril. Después de que quedó sola en el andén:
“Se
fue alejando más y más hasta perderse en la distancia. Y ella lo veía alejarse
a medida que la invadía el pánico. Miraba alrededor y no veía a nadie. A nadie,
lo que se dice a nadie. Entraba a la sala de espera de la estación y era como
si el mundo se lo hubiera tragado la tierra”. (p. 38)
Ese
tren es la vida detenida en las fotografías. Es el pasado que se va rápidamente
y se lleva los recuerdos de la abuela. Es la cantidad de cosas que se observan
mientras se esfuman. Es como caminar de espaldas y mirar lo que se va dejando
atrás. Ese sueño que aparece en la novela antecede los hechos. Los recuerdos se
van para siempre en el tren del olvido.
La
niña del sueño, que era la misma abuela, buscó dónde alojarse y encontró una
casa que acentúa la referencia del olvido inminente en la obra:
“Era
una casona de madera de dos pisos con una escalera que crujía a medida que ella
subía en busca de personas después de haber recorrido una sala sin muebles. Del
cielo raso de madera oscura colgaban hasta el suelo telas de araña que la
envolvían a medida que ella avanzaba”. (39).
El
miedo al olvido, a las telarañas que cubren los recuerdos, a las escaleras que
crujen porque la memoria se escapa a pedazos, la sala sin muebles que es lo
mismo que la mente sin recuerdos. Una vez más el olvido, una vez más las fotos
que atrapan el tiempo que la abuela, por más que se esfuerce, no logra
identificar o comprender.
En
los últimos capítulos de la novela, la abuela sufre un accidente. Este es otro
momento crucial en la obra: la enfermera trata de subirla a la silla de ruedas,
resbalan y la abuela se fractura la cadera y es hospitalizada. Después de que
le dan de alta, queda amarrada a una pipeta de oxígeno, inservible para todo,
incluso para sostenerse por sí misma. Empezó a morir. Empezó a olvidar para
siempre.
Ahora
bien y enfatizando lo ya afirmado: tanto Alexandra Blanco como Mamamenchu son
metáforas de la memoria y del olvido, respectivamente. La nieta recupera la
memoria de la abuela por medio del estudio desmedido de las fotografías
familiares que datan desde los últimos años del siglo XIX hasta nuestros días.
Son fotografías a las que el tiempo les ha borrado algunos trozos de memoria
familiar y nacional. Los mares cristalinos de antaño, los ríos convertidos en
basureros de la inconciencia, los muertos pidiendo un lugar en los recuerdos,
la violencia sentada a las afueras de lo evidente, el olvido ganándole terreno
a la memoria. Óscar Collazos hace con esta novela algo más profundo que una
simple historia del alzhéimer, retoma algo mucho más importante que la memoria
de una familia: el autor busca recuperar la memoria social y natural de nuestro
país, de la misma manera que lo hace su pequeña personaje de En la laguna más
profunda: por medio de la escritura.
En
una entrevista que, en marzo del año 2011,
le hace el Diario El colombiano de la ciudad de Medellín al escritor
Óscar Collazos sobre la publicación de esta novela, el periódico cataloga a En la laguna más profunda como una
historia del alzhéimer, de la siguiente manera:
“En la laguna más profunda, la nueva novela de
Óscar Collazos, es una historia sobre el
alzhéimer. Un tema que parece propio de los libros de ciencia y no más. Y lo
que hace él es ir a la cotidianidad”. (El colombiano.com).
Si
bien es cierto que la novela gira en torno a esta enfermedad, también lo es que
no se debe limitar a esa simple definición pues la obra aporta mucho más que
una idea de la cotidianidad del alzhéimer. Más bien deberíamos centrarnos en la
configuración de dicha patología en el desarrollo de la obra y su relación con
lo verdaderamente importante: la memoria y el olvido de la violencia y la
contaminación ambiental en nuestro país (que también es una forma de violencia).
En primer lugar, los síntomas de esta enfermedad están pertinentemente ubicados
en el orden situacional del relato. Ruth Duskin Feldman, escritora y profesora
de temas relacionados con el desarrollo humano, junto a tres colegas, presenta
en su libro “Desarrollo del adulto y vejez” los síntomas de la enfermedad
mortal denominada alzhéimer:
“Los
síntomas clásicos de esta enfermedad son el deterioro de la memoria y del
lenguaje y déficit en el procesamiento visual y espacial (Cummngs, 2004). La
incapacidad para recordar eventos recientes o registrar información nueva es el
primer síntoma notorio, por ejemplo, una persona puede volver a preguntar algo
que apenas le respondieron o dejar sin terminar una tarea cotidiana”. (Ruth
Duskin Feldman et alt: 2009, p. 132).
Ahora
bien, veo importante hacer la relación de los síntomas que presenta Duskin
Feldman con la enfermedad del olvido, tal como la llamaba el padre de Alexandra
en la novela. Mamamenchu hacía preguntas que olvidaba en instantes e
inmediatamente volvía a exponerlas:
“Les
preguntaba a mis padres qué íbamos a almorzar. Mi madre le decía que una crema
de brócoli y un bistec a la plancha acompañado de habichuelas hervidas, y ella
probaba el menú. Pasaba un minuto y hacía la misma pregunta. ¿Qué es lo que
vamos a almorzar, m’hija?” (p. 62).
Y
poco a poco, día tras día, este síntoma, que al principio fue tomado como una
actitud normal en la vejez, fue incrementándose hasta el deterioro total de la
memoria. Para Alexandra fue el comienzo de la sumersión de la abuela en la
laguna más profunda de la inconciencia. Junto a esto, vinieron consecuentes
momentos de cambio de personalidad: unos días se disfrazaba de bruja para jugar
con su nieta, otros días se volvía irascible, otros más se sentía la dueña de
la casa. Al respecto los autores que he venido citando agregan los siguientes
síntomas a los ya expuestos:
“Los
cambios de personalidad (con mucha frecuencia, rigidez, apatía, egocentrismo y
control emocional deteriorado) tienden a ocurrir en una etapa inicial del
desarrollo de la enfermedad (…). Después se presentan otros síntomas más:
irritabilidad, ansiedad, depresión, y más tarde, ilusión, delirios y vagabundeo”.
(p. 132).
En
la novela los padres de Alexandra la empezaron a alejar de su abuela, con el
argumento de que era por el bienestar de las dos. Este hecho merece una nota
aparte debido a que los padres empiezan a configurarse del mismo modo que la
tía: como oponentes en la narración: oponentes de que su hija rescate la
memoria de la familia y de Colombia. El alzhéimer, como lo hemos visto, sí es
una ficha fundamental en el ajedrez de la novela, pero es solo el eje en donde
giran todas las acciones, pensamientos y comportamientos de los personajes;
esto es: si aparece el alzhéimer en la novela podríamos afirmar que es metáfora
de la enfermedad de un país hacia los recuerdos de su patria. Al igual que la
abuela, al parecer, los colombianos terminamos preguntando las mismas cosas,
cambiamos de personalidad y nos volvemos irascibles, no por la posibilidad del
olvido, sino por no querer recordar nuestra historia. Un día la madre de
Alexandra le advierte que su abuela tiene disposición a la ira; la enfermedad
empezaba a complicarse:
“Al
principio nada de lo que le estaba pasando a la abuela me parecía grave. Para
mí, lo importante era que siguiera viva. Claro que era muy triste saber que,
poco a poco, ya no reconocería a nadie, ni siquiera a sus hijos y nietos. Al
saber esto me puse muy triste”. (p. 103).
La
consciencia de que la abuela se sumergía paulatinamente en la laguna más
profunda fue lo que llevó a Alexandra a tomar la decisión de recuperar la
historia familiar. Tal como lo afirma en la cita anterior, llegaría a no
reconocer ni a sus hijos ni a sus nietos, y si no se recata el mundo de
Mamamenchu, se pierde para siempre. Alexandra, como se expuso líneas arriba,
recupera por medio de fotografías y de la escritura el pasado de la abuela: un
pasado lleno de violencia y de cosas hoy perdidas. Un ejemplo del primer
concepto son las fotografías de la Guerra de los mil días, en la que, al
parecer, había participado el abuelo de la protagonista:
“¡Un
siglo! ¡Cien años! Encontré postales fechadas en Panamá en 1900, escritas por
el abuelo de mi madre. Me llamó la atención una que decía: “Esta guerra es lo
más cruel y terrible que hemos vivido”. 12 de octubre de 1900. “Pienso en ti y
en nuestras criaturas en todo momento y solo deseo que Dios ilumine la mente de
nuestros compatriotas y pongamos fin a esta carnicería que ya no tendrá
vencedores sino vencidos”, leí conmovida (…)”. (p. 141, 142).
Y
un ejemplo de las cosas perdidas sería el agua coloreada de mugre y polución
que la abuela divisó en su último viaje a Cartagena y que sintió en el alma:
“(…)
decía que las lanchas que surcaban la bahía estaban envenenando las aguas. Le
pedía a mi padre que hiciera algo para impedirlo, que llamara a la capitanía
del puerto o al presidente de la república. —Le están echando veneno al
mar —decía
en tono de alarma (…). —Veo un cementerio de peces en una piscina
de gasolina y aceite”. (p. 81).
La
extensión de este trabajo no permite la descripción de cada uno de los
acontecimientos que se acomodan, ya sea en el primer concepto o en el segundo.
Pero la alusión a la muerte de los muchachos, escena de la obra que parte en
dos la vida de la abuela, se acomodaría perfectamente en la violencia, y el
agua escasa del Salto Tequendama, del que también ya hice alusión, entraría
dentro de las cosas hoy perdidas. Una violencia incesante y una contaminación
en el auge son los hechos ocultos por el alzhéimer avanzado de un país que
parece olvidar su historia, y que Collazos logra exponer pertinentemente En la laguna más profunda. Los últimos
síntomas de esta enfermedad los expone Ruth Duskin Feldman, junto a otras
autoridades en el tema, de esta manera:
“Hacia
el final de la enfermedad, el paciente no puede entender o usar el lenguaje, no
reconoce a los miembros de su familia, no puede comer sin ayuda, ni controlar
los intestinos y la vejiga, y pierde la capacidad de sentarse, caminar y tragar
comida sólida. La muerte por lo general llega entre ocho o diez años después de
la aparición de los primeros síntomas”. (Ruth Duskin Feldman et alt: 2009, p. 132)
Y
es acorde con los hechos de la novela. Mamamenchu queda en silla de ruedas y
pierde poco a poco el lenguaje. Es más: una cosa se relaciona con la otra
después de que la enfermera en un descuido deja que la abuela se caiga de la
silla de ruedas y se fracture la cadera. Después de este hecho, la abuela
empeora su estado de salud física y mental. Las palabras empezaron a
olvidársele e inventaba juegos para mantener en funcionamiento la memoria.
Describía objetos que no recordaba y le cambiaba el nombre a las cosas.
Y
empezó a acabarse el diccionario de la abuela hasta que olvidó todo, y no
volvió a hablar nunca. De esta manera, se configura el alzhéimer en relación
con lo metafórico de la novela. No es simplemente, como ya lo expuse, una
historia de esta enfermedad, sino el eje de los pensamientos y comportamientos
de los personajes. A continuación presentaré con más rigor la recuperación de
la memoria familiar por parte de Alexandra Blanco que al mismo tiempo es el
recobro de la memoria social, política y natural de nuestro país, que, según
estudios que se han hecho en torno a la literatura de Óscar Collazos, es una
temática recurrente en sus obras. Como ejemplo de esto y antes de pasar a lo ya
predicho, me permito citar un fragmento del análisis de la novela de este mismo
autor titulada “Memoria compartida” y que lo presenta Luz Mery Giraldo en una
compilación de crítica literaria que denominó “La novela colombiana ante la
crítica 1975-1990”; el autor es Jacques Gilard, quien expone lo siguiente:
“Las
verdades yacen fuera del discurso oficial. Las encuentran los personajes en
documentos (…) y en sus propias memorias que son vivencias acumuladas. (…). Los
documentos son de dos tipos y de dos épocas, aunque en ambos casos se ven
centrados en torno a la constante histórica del terror. Hay, por una parte, las Memorias redactadas
por el bisabuelo de Mariana, escritas en los tiempos de la independencia (…);
esas memorias, centradas en los años 1816-19, son un anticipo irreflexivo de la
memoria compartida, dialéctica y crítica, de Alberto y Mariana”. (GIRALD, 278).
Sobra
hacer la apreciación de que la memoria como necesidad de recuperación en
nuestro país es casi un grito por parte del escritor colombiano Óscar Collazos.
La redención de una memoria social, política y natural es la que nos propone el
autor En la laguna más profunda. David Middleton y Derek Edwards exponen la
memoria como: “Algo que se da en un mundo de cosas, así como de palabras” y
agregan que los objetos
“desempeñan
un papel fundamental en los recuerdos de las culturas e individuos. Lo que
convierte la memoria en algo social no es solo el hecho de que la gente
recuerde junta o que los recuerdos sean soluciones sobre lo que ha sucedido en
el pasado. Se admite que éstos (los objetos) son aspectos clave de la forma en
la que se da el recuerdo”. (74).
De
esta cita podemos rescatar varias cosas: la memoria social, por un lado, y el
papel de los objetos, por el otro. Entendamos, primeramente, que al hablar de
memoria social nos estamos refiriendo al hecho de que recordamos gracias a
situaciones de contexto, es decir, que no nos podemos desligar de las personas
y eventos del momento que rememoramos, y teniendo en cuenta el otro punto,
tampoco podemos desasirnos de los objetos allí presentes. Esto llevado a la obra se presenta en escenas
como la de los muchachos muertos, en la que la televisión juega un papel
fundamental en el contexto de la recepción de la noticia. El lugar al que iba
la abuela era recordado por el hecho de que allí había vivido momentos amorosos
con su difunto esposo. Además, no era solo Mamamenchu la que sabía esto:
también Alexandra y sus padres. La
memoria, por lo tanto, no era solo de la anciana, sino de la familia completa:
un a memoria, cabe decirlo, casi inconsciente por parte de los padres de
Alexandra. De igual modo, haciendo la relación respaldada por la crítica
literaria de otra obra del mismo autor con temática similar, podríamos afirmar
que nuestra memoria social colombiana está ausente por culpa de un alzhéimer
también social: los ríos sucios, los muertos olvidados, la violencia que no
descansa, la polución cotidiana, el olvido absoluto. Las fotografías que
estudiaba Alexandra Blanco para recuperar la memoria de la familia son las
mismas que recuperan parte de la historia de Colombia y que proponen a la vez
una reflexión sobre la contaminación ambiental. Mientras la abuela olvida,
Alexandra, en representación de la juventud, no lo permite; recupera, por medio
de la escritura, más de un siglo de vida familiar y nacional.
Ahora
bien, James Fentress y Chris Wickmam, en su libro “Memoria Social”, dividen la
memoria en dos partes: una objetiva y una subjetiva:
“Hay
una parte objetiva que sirve como contenedor de hechos, la mayoría de los
cuales podrían estar guardados en otros lugares diversos. Hay una parte
subjetiva, que incluye información y sentimientos que son parte integral de
nosotros y que, por lo tanto, solo pueden estar bien localizados en nuestro
interior”. (FENTRES Y WICKMAN: 2003, p. 23).
Esto
introduce el hecho de que como humanos recordamos las cosas que más nos parecen
significativas y, del mismo modo, olvidamos las que no lo son tanto. Para la
abuela, como se ha reiterado en varias ocasiones en este trabajo, un hecho que
marcó su vida fue la muerte de los muchachos que aparecieron enterrados justo
en el lugar en el que se encontraba con su difunto marido para rememorar amores
del pasado. Este recuerdo perduró hasta la última etapa de su enfermedad. No
tuvo memoria de los hechos cotidianos, pero recordó esta masacre durante mucho
tiempo. Estos eventos que se olvidan hacen parte de aquello que los autores de
la cita anterior denominan memoria objetiva, entendida esta como la simple
recopilación de datos y hechos que, al presentar la opción de estar guardados
en otros lugares, pueden tender a olvidarse más rápido de lo común. En cambio,
la memoria subjetiva, que es aquella que mantiene la abuela por mucho tiempo en
relación con la masacre de los muchachos y con la pérdida de un medio ambiente
sano, está determinada por los hechos significativos del que rememora; en
palabras de Paul Ricoeur diríamos que: la inscripción de la huella más
problemática del pretérito “consiste en la persistencia de las impresiones
primeras en cuanto a pasividades: un acontecimiento nos ha afectado,
impresionado, y la marca afectiva permanece en nuestro espíritu” (RICOEUR:
2000, p. 547). Una de las oraciones de la abuela que más enfatiza esta postura
es la siguiente: “Me mataron muchísimos años de alegría” (COLLAZOS: 2000, p.
28), proposición que representa el impacto negativo que dejó la masacre en
Mamamenchu. De esta manera, mantiene vivo el recuerdo de este y otros hechos
relacionados con la violencia y el medio ambiente y su desintegración. La
abuela es la memoria de un país y sus guerras humanas y antibiológicas; es el
cuadro metaforizado de lo que muy pocos recuerdan; es la ausencia crítica,
social y política que, poco a poco, del mismo modo que la enfermedad de la
abuela, tiende a dejarse atrás, a olvidarse para siempre. Es así que la
juventud, encarnada en la obra por Alexandra Blanco, toma las medidas
necesarias para detener, aunque sea un poco, la desintegración del olvido que
gana cada vez más espacio en los pequeños parches de la memoria. La única capaz
de dicha hazaña es la nieta, la joven herencia de la familia Blanco, la que
puede recuperar la memoria que la abuela pierde paulatinamente.
Continuemos
con el concepto de memoria significativa. Páginas más adelante, los autores de
“Memoria social” afirman:
“Hemos
visto que la memoria social existe porque tiene significado para el grupo que
la recuerda. (…) qué tipo de cosas se recuerdan y por qué es un tema igual de
importante. Los sucesos se recuerdan mejor si encajan en una de las formas de
la narrativa con la que ya cuenta el grupo social; muchos campesinados por
ejemplo, disponen de formas bien establecidas de narrar revueltas locales
contra el Estado (…)”. (FENTRES Y WICKMAN: 2003, p. 113).
Si
bien es cierto, y ya lo he afirmado en párrafos precedentes, que la memoria
social se da a causa de la imposibilidad del desligamiento que el humano tiene
hacia su contexto donde se producen las situaciones de enunciación y las
acciones humanas, también hay que comprender, en el caso que se tomara la
memoria social como memoria colectiva, que, en la novela, la abuela y la nieta
son las únicas que son conscientes de la crueldad de la masacre de los
muchachos y de la polución excesiva en el medio ambiente.
Así
las cosas, En la laguna más profunda
es una novela que va más allá de la configuración del alzhéimer por medio de la
narración. Esta obra presenta dos valores que se contraponen durante su
desarrollo: la memoria y el olvido. Los personajes protagonistas son metáfora
de estos dos factores; por un lado, la abuela que pierde paulatinamente la
memoria familiar, social y ambiental; y por otro, la nieta que, por medio del
estudio de las fotografías de la familia y de la escritura de una novela, logra
recuperar la memoria de su abuela, de su cuna y de su país. En la laguna más profunda es la novela
que representa, a través de la narración, el olvido que gana espacio dentro de
la memoria de Colombia. Recuerdos que se están olvidando a pedazos, parches
invisibles de pasado, aires negros, tierras infértiles, montañas rapadas, aguas
oscuras, muertes escondidas, violencia a flor de piel. Tal vez, del mismo modo
que, en la novela, Alexandra, la menor de la casa Blanco, recupera la memoria
de su pasado, así mismo, la juventud sea la única capaz de lograr que las
reminiscencias de una patria violenta y desintegrada ambiental y socialmente
perduren como base de las propuestas para un mejor país.
BIBLIOGRAFÍA:
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