sábado, 29 de septiembre de 2012

V de LITERATVRA: La novela como medio de denuncia social


“V” DE LITERATVRA:
LA NOVELA COMO MEDIO DE DENUNCIA SOCIAL
Jhon Alexánder Monsalve Flórez

Hay dos cosas a las que les temo intensamente:
a la anarquía y al mal gobierno.
Una de las películas que más me ha impactado en los últimos años es V for vendetta, protagonizada por Natalie Pormant, dirigida por James McTeigue y escrita por los hermanos Wachowski, destinada, en un principio, a ser emitida por primera vez el 5 de noviembre de 2005, justo 400 años después del fallido intento del derrocamiento de la Dinastía protestante comandada por Jacobo I. La película es basada en la novela gráfica V de vendetta del guionista británico Alan Moore y  se centra en la búsqueda del cambio político y social de la Inglaterra dirigida por el mandatario Adam Sutler, en una década futurista del siglo XXI.
Una de las frases dichas por “V” que más llamó mi atención fue: “Los artistas mienten para decir la verdad, mientras los políticos mienten para ocultarla”. Y es que el arte entra en función de la sociedad desde el momento en que se vuelve representación de ella. El solo hecho de configurar personajes en un tiempo y en un espacio determinado liga tácitamente sus pensamientos y comportamientos al contexto, al ambiente o a la atmósfera en que se crean. Es decir, si Clemente Silva en La vorágine soporta los rigores del poder es porque sabe que de otra forma no volverá a ver a su hijo.  Solo con este fragmento podemos ver de qué manera, partiendo de hechos ficticios, José Eustasio Rivera logra poner en reflexión la inclemencia de los líderes caucheros en el Vichada.
La literatura permite tales declaraciones gracias a su carácter ficcional. En este sentido, el artista miente para decir la verdad. Si leemos novelas como La casa grande, de Cepeda Samudio, nos daremos cuenta de que, del mismo modo que Rivera, el autor utiliza la ficción para denunciar la atrocidad del poder. En este caso, el lugar, el antes, el durante y el después de La Masacre de las Bananeras son el cronotopo de unos sucesos que en realidad sucedieron y que se han pasado por alto: el papel del Gobierno Nacional que apoyaba a las empresas estadounidenses y que dio la orden de que “los hombres de la fuerza pública quedaran facultados para castigar por las armas a aquellos que se sorprendieran en infraganti delito de incendio, saqueo y ataque a mano armada”. García Márquez también denunció tal suceso de nuestra historia en Cien años de soledad y cargó los trenes de miles de muertos, y no de ocho o cuarenta como lo afirman algunos archivos históricos. En cuanto a la denuncia de la masacre a manos del Ejército Nacional, podría hacerse algo similar con aquella que tuvo lugar en el Estadio Alfonso López de Bucaramanga en 1981, donde incluso afirmaron que las balas que mataron a cuatro personas e hirieron alrededor de treinta eran balas de salva. Evelio José Rosero en Los ejércitos denuncia implícitamente, y de igual modo, los saqueos  campesinos que hace el Ejército y que al parecer se pasan por alto.
En la película V for Vendetta, el protagonista busca el derrocamiento de Adam Sutler, el primer mandatario de Inglaterra, que ha reprimido a la sociedad y ha manejado los medios de comunicación a su antojo. Después del anuncio público que hace el enmascarado con respecto al plan preparado para el 5 de noviembre de ese año, el presidente manipula los medios de comunicación con el fin de producir miedo en los habitantes. En Colombia una lágrima de un soldado le gana espacio a un indígena muerto. Los medios de comunicación dibujan la lástima al lado del poder y colaboran en propagar la represión estatal: ya ni protestar pueden los bogotanos, por ejemplo, con relación al pésimo servicio de Transmilenio. La literatura debería crear, al respecto, algunos personajes que protesten por un mal servicio de transporte público, que sean jóvenes, estudiantes, endeudados trabajadores, sujetos de bajos recursos como todos los que se montan a ese aparato, y que no tuvieran para pagar la suma de cincuenta millones de pesos que sería el monto que les correspondería por los daños que hubiesen causado mientras protestaban sin derecho alguno por algo que algún día el gobierno iba a solucionar. Entonces, los medios de comunicación de esta obra literaria entrarían a mediar para que los personajes indignados no pagaran tremenda cantidad de dinero, a cambio de que en sus pantallas confesaran que  perdieron la razón por un momento y que se disculpan de todo corazón con el país entero por haber hecho parte de un acto de atroz vandalismo.
Por otra parte, La rebelión de las ratas, de Fernando Soto Aparicio, que presenta la historia de una familia rodeada por la desesperanza, el hambre y la miseria, y supeditada, dentro de una sociedad capitalista, a las fuerzas industriales extranjeras, se relaciona también con algunos hechos que se han venido presentando durante los últimos meses en nuestro país. “El video que el gobierno colombiano no quiere que veamos”, que casi le cuesta la vida al periodista Bladimir Sánchez Espitia, fue esta vez el medio por el cual se hizo la denuncia sobre el desalojo de campesinos y pescadores del Quimbo en el Huila. El periodista lo sintetiza de esta manera: “El gobierno colombiano junto a las transnacionales EMGESA, ENDESA, ENEL, desalojaron y atacaron violentamente las comunidades de pescadores, mineros y campesinos que viven y consiguen su sustento diario a las orillas del Río Magdalena”. Ahora falta escribir en una obra literaria, donde se miente para decir la verdad sin correr tanto peligro, que las aguas del río Suratá en Santander se estarían viendo afectadas por las cuencas hidrográficas que están en la zona de acción minera, cerca del Páramo de Santurbán.
De esta manera, comprendemos que gran parte de nuestra literatura se encamina hacia la denuncia social y política de las ciudades colombianas. Fernando Vallejo es tal vez el autor más representativo de denuncias explícitas de este tipo con novelas como La virgen de los Sicarios o El don de la vida. En la década de los cuarenta del siglo pasado, se crearon varias obras literarias con estas características; del mismo modo, después del periodo de la violencia en Colombia. Pero por cuestiones de espacio cité lo fundamental y traté de relacionarlo con la actual sociedad colombiana. En fin: el protagonista de V for Vendetta muere en la lucha de sus ideas, pero logra que todo Londres acuda el 5 de noviembre al derrocamiento presidencial, tal como se había planeado un año antes. La literatura hace denuncias similares, pero no posee los poderes mágicos de los medios de comunicación. Tal vez sea por eso que a nuestros nuevos escritores se les perdona la vida: la gente no lee, no escribe, no razona, y eso, de seguro, merecería los aplausos de Adam Sutler.

viernes, 28 de septiembre de 2012

El muelle de San Blas: El abismo de los huesos calcinados de Rebeca Méndez Jiménez


EL MUELLE DE SAN BLAS: EL ABISMO DE LOS HUESOS CALCINADOS DE REBECA MÉNDEZ JIMÉNEZ POR EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL RECUERDO
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet
Hay amores que trascienden hasta el umbral mágico de la locura. Hay amores que sobreviven incluso después del olvido y de la muerte. Hay pasto que crece alrededor de las tumbas, pero pasto con sabor a rosas. El amor en los tiempos del cólera presenta un ejemplo de esto. Florentino Ariza ama y espera a Fermina Daza durante 51 años, 9 meses y 4 días. Esos son los amores que perduran y que se parecen tanto a la locura. En la novela de García Márquez el personaje principal sigue amando a Fermina Daza a pesar de que ella, desde aquel día que le pareció una sombra, no le correspondía ni en lo más mínimo. El amor de Florentino fue hasta el punto de hacer lo posible por comprar un espejo en el que, en cierta ocasión, su amada se vio reflejada. Ese es el amor que confunden con la locura. Más de 50 años esperando a la persona que se ama es, sin lugar a dudas, la hazaña de un esquizofrénico de sentimientos perfectos y sublimes.
Esto no es extraño. Total: es una novela, y en la literatura los hechos son ficticios. Lo que nos pondría algo incrédulos sería un caso similar a este, incluso mucho más profundo, de la vida real, de personas de carne y hueso que sienten el dolor inmenso consecuente del amor. No vayamos tan lejos y naveguemos en el mar de la música que a diario oímos para encontrar una historia de mucha memoria y compasión. El grupo mexicano Maná, que, nos guste o no, todos lo hemos oído alguna vez, eternizó la historia de amor de Rebeca Méndez Jiménez, sin que la gente se inmutara, en algún momento, de que dicha historia fuese o no verdadera. “En el muelle de San Blas” es la octava pieza musical del disco Sueños líquidos, y no hay mejor representación del título que esta canción. La letra expone la historia de una mujer que, muy enamorada, despide a su futuro esposo desde El muelle de San Blas, en México… pero su amado nunca vuelve. Ella, sin embargo, lo espera con paciencia y con amor, año, tras año, en el mismo lugar, donde incluso se enraíza en los suelos del muelle… y el coro describe la soledad inmensa de una mujer que ama demasiado en el olvido, en el tiempo, en la memoria que solo a ella pertenece; el mar y su sentimiento son su única compañía: “Sola, sola en el olvido; sola, sola con su espíritu; sola, sola con su amor y el mar; sola… en el muelle de San Blas”.


Un día, tal como lo dice la canción, los del manicomio fueron hasta allí a llevársela, pero ella no se dejó, o más bien: no pudo irse porque las raíces que crecieron a la espera de su amado estaban tan profundas que si la arrancaban incluso el mar se iría con ella. Este amor no es solo la imaginación de un artista musical; es el recuerdo de lo utópico e imposible… pero real. Rebeca Méndez Jiménez es el nombre de pila de la apodada Loca del muelle de San Blas, que murió hace algunos días (el 16 de septiembre de 2012) en Monterrey, lejos del muelle que la acogió desde el 13 de octubre de 1971, cuando su prometido se fue de pesca según lo afirman los medios de comunicación:
“Su historia comenzó en 1971, cuando días antes de casarse con su novio Manuel, éste se fuera a pescar y nunca regresara. Rebeca, el mismo día en el que estaba prevista su boda, acudió al muelle de San Blas, en Nayarit (México), y esperó a su prometido vestida incluso de blanco. Allí lo esperó durante años hasta que murió este miércoles a la edad de 63 años”. (ABC.es).

“Llevaba el mismo vestido, por si él volvía no se fuera a equivocar”… El video de la canción pinta de blanco el atuendo que los años fueron carcomiendo poco a poco. Dicen (porque esta historia ya se volvió leyenda) que todos los domingos se ponía el vestido de novia y salía a decirle a todo el mundo que su amado pronto volvería. La esperanza y la ilusión fueron tal vez más fuertes que su frío.
Murió y se rencontró con él… Igual que Fermina y Florentino… Se encontró con su amado después de la muerte en el lugar que se llevó los sueños de los dos: el mar. El último deseo de Rebeca Méndez Jiménez fue que sus cenizas se botaran al mar que besa El muelle de San Blas. 

jueves, 20 de septiembre de 2012

Cincuenta mil visitas


CINCUENTA MIL VISITAS 
Imagen tomada de: http://novelaraul.blogspot.com/2011/04/50000-palabras.html
Yo lo único que quería era escribir y terminé abusando de mis deseos. La literatura y la lingüística fueron el eje de mis primeros textos. Luego me dejé seducir por el cansancio y por la rutina de lo perfecto y publiqué mis cosas, algo más personales, tal vez demasiado mías. La religión siempre me ha causado impacto; la crítica social también. Alguien debe hablar; ya lo dijo Kafka, parafraseándolo un poco: el silencio es más peligroso que el canto. Les abrí un campo a las dos (a la religión y a la sociedad) dentro de este espacio, mío, suyo y de muchos latinoamericanos. Mis apreciaciones terminaron como guía de estudiantes de colegios y universidades. Mis momentos de lujuria, las letras mal puestas, las miradas feas al otro día. No sé a quién le escuché que el que escribe se gana enemigos, y he comprobado que es cierto.
Miles de latinoamericanos, cientos de estadounidenses y de europeos buscan una guía en internet, ya sea de lengua o de literatura, y aquí, gracias a la popularidad que le han dado los meses y a google que los trae de la mano, encuentran, mal o bien, la información que indagan. Este blog nació hace dos años… y no camina, sino corre.
Aquí seguiré… en lo mío… en lo que siempre, y sin buscarlo, ha sido de todos. 

Jhon Monsalve

domingo, 16 de septiembre de 2012

Oda prosaica a la falda


ODA PROSAICA A LA FALDA
Jhon Monsalve


A los 4 años de edad me acostaba en el piso sucio y cómodo de la calle principal del barrio de ese entonces. Preparaba mis juguetes para que nadie sospechara, me limpiaba bien los ojos, me sacaba las lagañas con el dedo meñique y practicaba la apertura más amplia posible. Sabía muy bien que las amigas de mi madre se ponían aquellos vestidos que dejaban ver, cual María en el romanticismo, los tobillos desnudos cubiertos a veces de polvo y a veces de raíces negras o rubias. ¿Pero qué había en lo que escondían? 
Los juguetes: mis cómplices… Todo preparado, como el perfecto asesino prepara su crimen. Lo que más me gustaba de las faldas era la imaginación perversa que sobrevenía después de divisarlas, de olerlas. Los tobillos, las raíces, el polvo de la carretera principal… y saber que podía ser una hormiga y que, si me iba bien, improvisaría mil ojos en la cabeza. Confieso que no me gustaban las vecinas; es más, si nunca se hubieran puesto faldas, jamás me habría fijado en ellas: que eso quede bien claro.
Entonces cuando los juguetes ya estaban sobre la calle, me volvía un falso monólogo que inventaba mil peleas con carros y muñecos, y gritaba, y gritaba, y me revolcaba en el suelo de vez en cuando, para que no sospecharan. Yo creo que siempre lo hice bien: justo cuando venía alguna vecina yo me revolcaba como si uno de los juguetes fuese yo mismo, y alcanzaba a percibir algunas cosas; casi siempre, más raíces. En esos tiempos conocí la ropa interior femenina, la que también merece una oda… Pero bueno: ese fue el comienzo de una atracción que ha vivido por muchos años en mis pupilas. Las faldas son la tela de la imaginación perversa, el algodón del escondite perfecto, el crimen húmedo descubierto a través de los años.
Por razones del tiempo más que del clima, las faldas, aquellas que en el siglo XVI eran un pedazo de tela cuadrangular con un hueco en el centro, han ido cambiando para deleite masculino. Cómo me hubiera encantado ver una falda de esas que usaban las mujeres en los tiempos de Bolívar. Imagino a Manuelita Sáenz con la cintura en el pecho y con un abanico del color del hedonismo. Larga la falda, pesada, llena de polvo en la base, cubierta de manos libertadoras, fuertes y lujuriosas. Mejor dicho: entre más largas, más placer.
Las amigas de mi madre aún usan faldas hasta los tobillos porque se quedaron en los años sesenta del siglo pasado. Las hijas, en cambio… si ustedes las vieran… compran unas faldas licradas que se suben al compás del movimiento erótico de las piernas. Ya es mucho más fácil imaginar lo que se esconde. Las faldas se equiparan a los libros de hoy: entre más nuevos, imaginación más pobre. Pero, en fin, el caso es que pronto serán cinturones y no faldas. Esta prenda es el indicio al pecado, es el mandamiento olvidado, es la tela corta de la sensualidad y el cuchillo filoso de los ojos.  Las faldas son una y todas al mismo tiempo: un invento perfecto del hombre arreglado a través de los años por los gustos femeninos, por el calor, por la necesidad extraña de mostrar más.
Ya lo he dicho: lo más llamativo de las faldas es lo que no muestran. Por eso me gustan. Nunca más, desde ese entonces, cuando los juguetes eran mis cómplices, volví a mirar por debajo de las faldas, porque la imaginación se me perdía en la oscuridad de las raíces. Nunca utilicé espejos para ver los cucos de mis compañeras de salón, ni puse cámaras debajo de las escaleras. No tenía sentido dañar la imaginación, el morbo, la lujuria de ese modo.
Ahora me dirijo a ellas de la manera que siempre quise. Las faldas son el grito de mi imaginación dormida. Son las piernas de la lujuria, son los quejidos de Onán, las erecciones de Príapo, las sinécdoques de la piel femenina. Las faldas no son más que la rivalidad del viento de muchos ojos… excepto de los míos. 

martes, 4 de septiembre de 2012

La literatura colombiana: Movimientos literarios hasta mediados del siglo XX


LA LITERATURA COLOMBIANA:
MOVIMIENTOS LITERARIOS HASTA MEDIADOS DEL SIGLO XX
Jhon Monsalve

El presente texto tiene como objetivo hacer un barrido histórico por los principales movimientos literarios en Colombia a partir de la época colonial. Desde ahora aclaro que no profundizaré en ninguna de las corrientes; solo expondré las características más notorias y los escritores y obras más sobresalientes de cada periodo literario.
Al igual que la Historia, cada periodo literario debe entenderse por el contexto en que se produce. De esta manera, encontramos en la Colonia obras que hacen referencia a los viajes de Colón y a la descripción del Nuevo continente, a la santidad y al recuerdo de personajes que sobresalieron por su rectitud ante Dios. Al respecto, Juan de Castellanos con “Elegías de varones ilustres de Indias” presenta la primera temática; la santidad se evidencia en obras como “Rhythmica sacra, moral y laudatoria”, de Velasco y Zorrilla, y, por último, el Poema heroico de San Ignacio de Loyola, escrito por Hernando Domínguez Camargo, rescata la importancia religiosa de uno de los más grandes íconos de la iglesia católica. No obstante, se produjo, del mismo modo, poesía amorosa (no romántica; amorosa) por parte de Vélez Ladrón de Guevara con poemas como “A una dama cariñosa y esquiva”.
Luego de la Colonia vino la poesía pre-independentista, que se basó, sobre todo, en escritos políticos y  en proclamas. Tiempo este de Francisco José de Caldas y de José Celestino Mutis. La ciencia avanzó en investigaciones y los documentos políticos fueron los que sobresalieron. La época independentista, por su parte, trae consigo a Antonio Nariño y los derechos del hombre y, junto a esto, El memorial de agravios. Bonaparte invade España, se desestabiliza el gobierno hispano y este hecho desata en Latinoamérica el grito de Independencia de 1810. Las guerras independentistas que devienen desde ese entonces darán paso a uno de los mayores poetas y personajes románticos de todos lo tiempos: Simón Bolívar. En las proclamas de El Libertador se evidencia con gran notoriedad una de las características del Romanticismo en general: la exaltación del yo. Aparte, podemos observar  que un rasgo de nuestro Romanticismo lo marcan los hechos políticos de ese momento particular; es decir, cuando hablamos de Romanticismo en nuestro país no podemos elidir, de ningún modo, la cuestión política. En este periodo literario aparece una de las más importantes novelas de nuestra literatura: María, de Jorge Isaacs, que, aunque no encajada en la parte política, demuestra la presencia de la naturaleza en relación con los sentimientos del personaje: la descripción del entorno natural es la representación de aquello que sienten los actantes. Mientras se desarrolla el Romanticismo, surge junto a él el Costumbrismo, entendido como el cuadro escrito de las costumbres de un pueblo o región, y cuya mayor obra fue escrita por Eugenio Díaz Castro: Manuela.
Justo después, aparece el Modernismo, corriente netamente hispanoamericana, iniciada por Rubén Darío y continuada por Guillermo Valencia, en Colombia, recordado por Ritos, su obra cumbre, y por su poema Los camellos. Las características de dicho movimiento se pueden rescatar, en parte, en uno de los poemas que pertenece a un legado cultural tácito: Nocturno, de José Asunción Silva. Este poema (como dato extra, se recuerda al lector que en el billete de 5.000 pesos aparece escrito sobre un epitafio) habla de la muerte y expresa sentimientos de tristeza y de nostalgia. Estas son algunas de las características del Modernismo, a las que se les suma la necesidad de escape, de evasión del tiempo, como en el poema de Barba Jacob titulado Canción del tiempo y del espacio o como el poema del mismo autor y aun más conocido Canción de la vida profunda.
Luego de esto, y a causa de unos sucesos sociales e históricos en todo el mundo, como el auge del psicoanálisis, como la Guerra de los mil Días o como la ruptura terrenal de España hacia América latina, aparecieron movimientos denominados de Vanguardia, que se desarrollaron de distintas formas y con distintos nombres en diferentes partes del mundo. Por ejemplo, mientras que en Francia tomaba forma el surrealismo o el dadaísmo, una corriente cuya esencia consistía en crear poesía por medio de cadáveres exquisitos, en Colombia, surgen Los nuevos, Los Piedracielistas y Los Insulares, movimientos denominados de vanguardia y que anteceden a algunas corrientes que los siguen como el Nadaísmo, por ejemplo. Los nuevos, cuyos mayores exponentes se resumen en nombres que, por sí solos, ya dicen mucho: León de Greiff, Jorge Zalamea o Rafael Maya, buscan, tal como lo afirma Ayala Poveda “la expresión libre y honrada del pensamiento y afirmar su deseo de crear un nuevo sentimiento de solidaridad humana”. Los piedracielistas, que toman el nombre de los cuadernos escritos por Tomás Vargas Osorio y que llevaron por nombre Piedra y cielo, se basan en propuestas poéticas de la generación del 27 en España y retoman parte de la temática modernista, pero eludiendo el escape. Eduardo Carranza y Tomás Vargas Osorio son dos de los poetas más reconocidos en dicha corriente literaria. Los insulares, por su parte, poseen una gran característica que los sintetiza como grupo: priorizan en la descripción  del paisaje y de lo natural, por medio de la poesía.
De esta manera, doy fin a este breve recuento de nuestra literatura desde la Colonia hasta casi mediados del siglo XX. Ojalá esto sirva para abrir horizontes y comprender un poco más los cambios que ha tenido la literatura y su estrecha relación con los momentos históricos y las formas de pensamiento, que varían de época en época.