ENTRE EL BIEN Y EL MAL: EL PADRE RENTERÍA
COMO REPRESENTACIÓN DE LA IGLESIA EN PEDRO PÁRAMO
Jhon Alexánder Monsalve Flórez
Dulce es la mano de la Iglesia también
cuando golpea,
porque es la mano de una madre.
Pío de Pietrelcina
Pedro Páramo es la novela de la soledad, de la muerte,
del miedo y, entre otros ejes temáticos, de los murmullos. La soledad se siente
entre las líneas y entre los nadies, que pululan en el ambiente de la novela y en el sentimiento de los
personajes; la muerte vaga por Comala, pero en la paradoja de este
pueblo es la vida dentro de la obra; y el miedo acompaña a Juan Preciado: en
cada momento que habla con un personaje fantasmal. El miedo salta en la cara de
la hermana de Donis por el pecado cometido; el miedo convive con las mujeres
violadas por Miguel Páramo; el miedo mata a Juan preciado en complicidad con
los murmullos, que fijan el ambiente de la muerte y de la vida. Estos indican
que los personajes están muertos, pero que, gracias a los recuerdos, recobran
vida entre murmullos.
Los personajes parecen vivos en el infierno
comalteco, y crean el mundo que hace posible que cada página se entreteja con
las otras. El padre Rentería, como personaje, entrelaza la temática religiosa
de la obra, a partir de las decisiones que conllevan culpas, de la sentencia y
el perdón. Y a la vez, en el ámbito religioso, es un sucedáneo o ejemplo de
Pedro Páramo, en cuanto que también oprime a los fieles con la censura moral-
religiosa. En este sentido, “(…) el padre Rentería es un fiel reflejo de la
opresión que la Iglesia como institución ejerce en el pueblo, violencia de tipo
espiritual y paralela a la física encarnada por Pedro Páramo”. (González Boixo,
176). Esta violencia espiritual es tomada por el pueblo como un hecho normal,
como disposición y voluntad divina, casi del mismo modo como comprenden y se
subyugan al poder del cacique.
Según la Real Academia de la Lengua Española, el bien es “Aquello que en sí mismo tiene el complemento de la
perfección en su propio género, o lo que es objeto de la voluntad,
la cual ni se mueve ni puede moverse sino por el bien, sea verdadero o aprehendido
falsamente como tal”, y el mal es “Lo contrario al bien, lo que
se aparta de lo lícito y honesto”. No se entra en precisión filosófica pues estos
conceptos son muy amplios y bastante debatidos. Pero, ya aclarado esto, ¿por
qué se dice que el padre Rentería está entre el bien y el mal?
El padre Rentería es el perdón de Comala, el que
tiene la potestad de limpiar pecados. El pueblo lo ve con respeto, con fe, con
la esperanza de la absolución de los pecados que comete en torno a Pedro
Páramo. Las mujeres se acuestan con él, tienen hijos con él, y le entregan a
sus hijas y luego se arrepienten ante el cura, y este solamente escucha: “Me
acuso padre que ayer dormí con Pedro Páramo”. “Me acuso padre que tuve un hijo
con Pedro Páramo”. “De que le presté mi hija a Pedro Páramo”. (Rulfo, 101).
Los pecados del padre Rentería son producto del
autoritarismo de Pedro Páramo, pues incluso los asuntos clericales pasan por
las manos del cacique, y de aquí parte la configuración de la Iglesia por medio
del padre Rentería, que perdona solo a un sector, muy reducido, de Comala, a
pesar de sus pecados. Perdona por
interés y por un temor que se emparenta con el respeto: interés, en primera
medida, por el lucro para el mejoramiento del templo:
El
padre cura quiere setenta pesos por pasar por alto lo de las amonestaciones. Le
dije que se le daría a su debido tiempo. Él dice que le hace falta componer el
altar y que la mesa de su comedor está toda desconchinflada (Rulfo, 59),
información que Fulgor daba a Pedro Páramo después
de ir al templo de Dios para que el padre Rentería preparara rápidamente todo
lo referente al matrimonio de Pedro Páramo con Dolores Preciado.
El temor, asociado con el respeto, en segunda
instancia, es otro factor que hace que el Padre Rentería perdone a unos pocos,
que son cercanos al cacique del pueblo. Respeta y le teme al poder de Pedro
Páramo, que incluso doblega al mismo Dios: “Entró en la sacristía, se echó en
un rincón, y allí lloró de pena y de tristeza hasta agotar su lágrimas. –Está
bien, señor, tú ganas- dijo después” (Rulfo, 40), oración del padre Rentería
cuando perdonó a Miguel Páramo, el hijo de Pedro, muy a su pesar.
Por otro lado, las decisiones del padre Rentería
son otra demostración del papel de la Iglesia en los años 10 y 20 del siglo
pasado. El hecho de haberse unido a la Guerra Cristera: “se ha levantado en
armas el padre Rentería” (Rulfo, 170), de no querer perdonar a Miguel Páramo
(aunque luego lo haya hecho), de acusar a este por la violación de su sobrina,
que en últimas no fue violación, lo caracterizan como un personaje que actúa de
tal forma por sentimientos del momento, y no por una valentía que sería
aplastada por el temor y respeto a Pedro Páramo. Las decisiones del padre
Rentería conllevan culpas, que lo transportan a uno de los estados más críticos
de lo humano: la consideración de ser malvado. Esto se evidencia en soliloquios
que el personaje hace durante el transcurso de la novela; el padre Rentería se
pierde en divagaciones y, gracias a estas, se puede comprender, de mejor forma,
el bien y el mal que lo acorralan:
La voz del padre
Rentería se debate en la discusión de lo que es y representa para los otros y
para sí mismo como sacerdote; su historia se sitúa durante el periodo del
cacicazgo de Pedro Páramo. En el desarrollo de la discusión está influido
principalmente por dos voces: la de dios, y la del demonio, representado por
Pedro Páramo (Eustolia Erióstegui, 35, 2005).
El padre Rentería está entre el bien y el mal:
entre Dios y Pedro Páramo; entre el cielo y el infierno. Sus decisiones lo
llevan a un mal estado; todo indica que actúa por medio de Dios, pero sus
decisiones y voluntades son intermediadas por el cacique: está en la
encrucijada del bien y del mal. El padre Rentería es un personaje que
representa, ya veremos cómo, la Iglesia del México de principios del siglo XX.
Ahora bien, el padre Rentería es la voz de Dios,
pues como representación de él en la Iglesia encamina a los fieles por el
sendero del bien, aunque tome decisiones que lo llevan a él y a Comala por el
sendero contrario, el del mal. Comala es un pueblo de pecado, donde las ánimas
penan porque el pecado cometido en vida las condena. Las decisiones del padre
Rentería hacen de Comala un río de fantasmas, que recuerdan sus errores y sus
culpas:
Comala, ciudad
purgatorio donde los muertos deshabitan un presente sin esperanzas, sin
cambios, sin futuro. Ciudad de ánimas en pena que tiene los ojos puestos en las
nucas, rumiando un pasado que tendrá siempre el mismo gusto y el mismo
disgusto. (…) Ciudad de espectros que platican entre ellos y de monólogos que
repiten y gastan las pequeñas soledades de vidas en desamparo, desgarradas para
siempre de sí mismas ( Carvalho da Silva, 1).
Comala se ve deshabitada de la vida y poblada por
la muerte. Las almas penan por su propio pecado, por el pecado del pueblo, que fue confesado y
no perdonado por el padre Rentería. Un ejemplo de esto es la muerte de Eduviges
Dyada, que muere sin el perdón de Dios, por haberse suicidado, por haber ido en
contra de sus designios: “Pero ella se suicidó. Obró contra la mano de Dios”
(Rulfo, 46, 1981), afirma y decide el padre Rentería, sin darle el perdón. Solo
hay una posibilidad: las misas gregorianas, pero cuestan mucho: “Digo tal vez,
si acaso, con las misas gregorianas; pero para eso necesitamos pedir ayuda,
mandar traer sacerdotes. Y eso cuesta dinero” (Rulfo, 47, 1981).
Se esboza desde ya el interés del Padre Rentería,
que está entre el bien y el mal: da el perdón a los feligreses (hayan sido
buenos o malos), siempre y cuando tengan cómo pagar. El padre Rentería
configura las acciones de la Iglesia, pues es su representación en Comala. Para
dar el perdón, el padre Rentería piensa, primero, en sus propios intereses.
Por otra
parte, la conversación entre Juan Preciado y Dorotea muertos no gira únicamente en torno a Pedro Páramo, sino también a
los hechos y personajes que entretejieron su vida, sus felicidades y sus
llantos. El padre Rentería le negó el perdón a Miguel Páramo: “—
¡No! —dijo moviendo negativamente la cabeza. No lo haré.
Fue un mal hombre y no entrará al Reino de los Cielos. Dios me tomará mal que
interceda por él” (Rulfo, 38). Esta fue una decisión de valentía y coraje:
valentía, por decirle un No al cacique del pueblo; coraje, por el recuerdo de
la muerte de su hermano, por la memoria de la violación de su sobrina.
La decisión, sin embargo, no dependía solo de él.
Estaba la fuerza mayor, el Dios del cielo, la última voz. Presentó el problema
ante Dios, después de que Pedro Páramo puso sobre el reclinatorio algunas
monedas de oro:
El padre Rentería recogió
las monedas una por una y se acercó al altar.
—Son tuyas —dijo —.
Él puede comprar la salvación. Tú sabes si éste es el precio. En cuanto a mí,
Señor, me pongo ante tus plantas para pedirte lo justo o lo injusto, que todo
nos es dado pedir... Por mí condénalo, Señor.
Y cerró
el sagrario.
Entró en
la sacristía, se echó en un rincón, y allí lloró de pena y de tristeza hasta
agotar sus lágrimas.
—Está bien, Señor, tú ganas— dijo
después (Rulfo, 40).
A partir de esto, pueden notarse, a simple vista,
dos decisiones: una impulsada por un sentimiento de rencor (un rencor vivo) muy
humano; otra, motivada por el interés clerical, por la limosna para el templo,
por el pago de la indulgencia. La segunda decisión del padre Rentería vencía
los recuerdos de la maldad de Miguel Páramo por una razón: el dinero, “El
dinero como cobro por su intercesión en la salvación de las almas”, dice González Boixo (171). Ejemplo de esto es la
muerte de Eduviges arriba citada, pero no se reduce a una única cita. El
interés del padre Rentería se demuestra en otro pasaje de la novela:
El padre cura quiere sesenta pesos por pasar por
alto lo de las amonestaciones. Le dije que se le darían a su debido tiempo. Él
dice que le hace falta componer el altar y que la mesa de su comedor está toda
desconchinflada. Le prometí que le mandaríamos una mesa nueva (Rulfo, 59).
Esta información se la daba Fulgor a Pedro Páramo
después de haber ido a arreglar el próximo matrimonio del cacique con Dolores.
Se evidencia el grado de interés del padre Rentería; ve la posibilidad de sacar
tajada para el Templo y para su comodidad de hogar. Pasar por alto las
amonestaciones cuesta sesenta pesos, y su nueva decisión colecciona culpas:
(…) el padre
Rentería, es uno de sus más aplicados pecadores. Corrupto y ganancioso, entrega
el perdón por dinero y por él condena a las ánimas a quedarse eternamente sin
salvación. No puede ayudar a su comunidad con el perdón de la gracia divina,
pues él es apenas uno más destinado a deambular en ese purgatorio repleto de
ánimas entregadas a expiar sus pecados (Carvalho da Silva, 2).
En el anterior apartado, Carvalho da Silva presenta
al padre Rentería como un pecador, como una ánima del purgatorio comalteco. La
razón por la cual el padre Rentería no puede perdonar se debe a que él también
es un pecador; tal vez el más grande de todos. Aquí no cuenta solo el interés,
sino que a través de él, entregó a Comala en manos de Pedro Páramo. ¿Cuál es,
pues, la culpa del padre Rentería?: Perdonar la muerte de Miguel Páramo,
perdonar por interés y condescender ante las maldades de Pedro Páramo. De esto
último es consciente, porque ayudó a Pedro
Páramo a crecer como mala yerba:
El
asunto comenzó—pensó—cuando Pedro
Páramo, de cosa baja que era, se alzó a mayor. Fue creciendo como una mala
yerba. Lo malo de todo esto es que todo lo obtuvo de mí: “Me acuso padre que
ayer dormí con Pedro Páramo”. “Me acuso padre que tuve un hijo de Pedro
Páramo”. “De que le presté mi hija a Pedro Páramo (Rulfo, 101).
A partir del párrafo citado, se evidencia la
culpabilidad del padre Rentería por sus acciones. El padre Rentería se sabe
culpable, es consciente de que por su culpa el pueblo se condena. Una culpa
heredada por sus decisiones, motivadas estas por el temor y respeto a Pedro
Páramo. Cuando el padre Rentería viaja a Contla a una reunión con el párroco de
aquel lugar, este le hace ver sus errores. En resumidas cuentas, el padre
Rentería había entregado la Iglesia a Pedro Páramo, había entregado a Comala
entera:
Ese
hombre de quien no quieres mencionar su nombre ha despedazado tu iglesia y tú
se lo has consentido. ¿Qué se puede esperar ya de ti, padre? ¿Qué has hecho de
la fuerza de Dios? Quiero convencerme de que eres bueno y de que allí recibes
la estimación de todos; pero no basta ser bueno (Rulfo, 108).
“No basta ser bueno” le dice el padre de Contla al
padre Rentería. No basta tener un comportamiento aceptable para el pueblo, hay
que luchar con rectitud por él, con justicia, es decir, hay que perdonar porque
Dios lo permite y no porque se pague el perdón. Hay que actuar con sabiduría y
valentía ante confesiones similares. González Boixo afirma que “(…) la confesión se convierte en
un símbolo en la novela” (177),
y tiene toda la razón, porque es el principio de la condena de las almas
cuando no hay perdón de por medio; una condena dada por el padre Rentería, cuya
potestad se rige por el dinero y por las voluntades de Pedro Páramo. De aquí,
parte la idea de la Iglesia como ente que condena. Si la gente se confiesa es
porque le teme intensamente al infierno y porque sabe que ha pecado por
voluntad de Pedro Páramo, por algo que tiene que ver con él. El padre Rentería
no perdona porque el pueblo es pobre, porque no saca ningún provecho del
perdón. La religión se vuelve, de esta manera, punitiva y deja aun lado la idea
de salvación. González Boixo afirma al respecto:
La religión, elemento básico
en la concepción de la vida para los personajes de Rulfo, se presenta
ciertamente con dos características: como una religión adulterada por las
supersticiones unidas a ella y como una religión punitiva, contrariamente al
carácter de «salvación» que el catolicismo predica (167).
El hecho de que el padre Rentería no perdone los
pecados hace de la Iglesia un lugar de
castigo, y no un medio de salvación. Las supersticiones de las que habla el
crítico hacen referencia al concepto de infierno y a lo que hay después de la muerte,
características de la religiosidad mexicana heredada de antaño:
Poco a poco se llegó a la simbiosis resultante en la religiosidad
de pueblos mestizos, como el mejicano. Mestizos tanto en etnia como en cultura.
El mejicano es hoy tan cristiano como lo era ayer fiel devoto de Quetzalcoatl,
solo que ha cambiado el rito y los dogmas, los edificios y los ropajes. (Manrique
Miguel, 83).
Miguel Manrique aclara con el apartado anterior que
el mejicano trae consigo y con su cultura la religiosidad de siempre; tal vez,
también acompañada de supersticiones que tengan que ver con la vida después de
la muerte. Después de la aclaración, retomemos: Al ser punitiva, la Iglesia
contradice uno de sus preceptos: la salvación que predica. Y todo intermediado
por pedro Páramo, que destruye la iglesia, pero no la material, no el templo;
sino la iglesia como pueblo: el pueblo de Comala.
El padre Rentería asume su culpa, es consciente de
lo que ha hecho y de las decisiones que ha tomado; se siente malo. Después de
la conversación con el padre de Contla, habla con su sobrina:
¿A dónde va usted, tío? (…).
-
Voy a ir un rato a caminar, Ana. A ver si así reviento.
-
¿Se siente mal?
-
Mal no, Ana. Malo. Un hombre malo. Eso siento que soy. (107).
Sus propias decisiones lo señalan y lo culpan, pues son
contraproducentes con lo que siente, es decir, el sentimiento de
arrepentimiento, de culpa y de congoja. El padre Rentería toma la decisión de dejar
a Comala en manos de Pedro Páramo, y este la destruye. Todo se hace como el
cacique lo manda, todo, incluso el perdón de Miguel Páramo, que no lo merece.
La culpa del padre Rentería crece en la medida en que recapacita
en sus hechos. Le da el perdón al hijo de Pedro Páramo, y no perdona al resto
por interés, es decir, porque no tienen cómo pagar el cielo. Pedro Páramo es la
potestad en persona, pues todas sus voluntades se llevan a cabo, incluso el
perdón de Dios para su hijo:
Pedro Páramo constituye, en breve, una crónica que registra la trayectoria de
un avatar de «la voluntad del poder». Esa voluntad se fortalece al imponerse en
los ajenos, y no entra en declive hasta encontrar una meta inalcanzable: el
afecto de Susana. Por fin convencido de su derrota, la voluntad del poder se
aniquila, realizando así el acto último de autonomía individual (…), (Tittler,
5, 1981).
La voluntad de Pedro Páramo se impone en el pueblo, y el pueblo lo
permite, le entrega a sus hijas, a sus mujeres, les presta su vientre para que
en él engendre. El padre Rentería sabe lo que sucede, y no hace nada; solo
escucha, y perdona solo cuando le conviene. Pedro Páramo encuentra un freno a
tal poder, halla a Susana San Juan, que aniquila la voluntad de su poder con la
indiferencia, la locura y el desamor. Susana San Juan es el freno a la opresión
social de Pedro Páramo y a la religiosa del padre Rentería, como se verá más
más delante.
El padre Rentería deja en manos de Pedro Páramo el pueblo de Comala
y lo condena por siempre. He aquí la importancia del personaje: sin el padre
Rentería no hay condenación, sin condenación no hay almas en pena, y por ende,
no hay novela. La decisión de perdonar al adinerado y la de condenar al resto
lo llenan de culpas que lo martirizan. ¿Qué tanto es perdonar al mundo, cuando
se tiene la posibilidad? No perdona a María Dyada porque actuó en contra de los
designios de Dios: se suicidó. El no
perdón del padre Rentería es ejemplo de una violencia espiritual, una violencia
que se corresponde al poder de Pedro Páramo:
(…) es también la violencia
espiritual de la Iglesia como institución que les niega la absolución de sus
pecados. Este último punto es, sin duda, muy importante, porque la Iglesia
aparece como cooperadora de las otras violencias, bien porque esté unida a los
ricos, bien porque contribuya al mantenimiento de este tipo de sociedad (González
Boixo, 169).
Tal como lo
afirma González Boixo, el crítico que más ha trabajado el asunto religioso en
la obra de Juan Rulfo, la Iglesia, que en Comala está a cargo del padre
Rentería, ayuda a que la violencia social que crea Pedro Páramo se mantenga.
Por eso el padre Rentería es culpable: culpable de tomar la miedosa decisión de
entregar a Comala al cacique, culpable por permitir que todo se haga como
Páramo lo dice: en “la Iglesia católica es imprescindible reconocer el supremo
poder terrenal del cacique”, afirma Tittler (Tittler, 2, 1981), y confirma, a
la vez, la influencia de Pedro Páramo con respecto a las decisiones de la
Iglesia, es decir, con respecto a las decisiones del padre Rentería. Por eso
perdona a Miguel Páramo y por eso condena a María Dyada. Luego recapacita al
respecto:
¿Por qué aquella mirada se
volvía valiente ante la resignación?¿Qué le costaba a él perdonar, cuando era
tan fácil decir una palabra o dos, cien palabras si éstas fueran necesarias
para salvar el alma. ¿Qué sabía él del cielo y del infierno? (Rulfo, 55).
¿Qué le costaba
perdonar? A él, nada. Pero de perdón no se vive, y la Iglesia saca tajada en
cualquier repartida. A él no le costaba perdonar, si la confesión iba
acompañada de una ayuda para el templo, si el alma tenía dinero para pagar sus
pecados. Aquí aparece el interés nuevamente, y nuevamente la culpa:
El padre Rentería se
revolcaba en su cama sin poder dormir: “Todo esto que sucede es por mi culpa—se dijo—. El temor de ofender a
quienes me sostienen. Porque esta es la verdad; ellos me dan mi mantenimiento.
De los pobres no consigo nada; las oraciones no llenan el estómago. Así ha sido
hasta ahora. Y estas son las consecuencias. Mi culpa. He traicionado a aquellos
que me quieren y que me han dado su fe y me buscan para que yo interceda por
ellos para con Dios. ¿Pero qué han logrado con su fe? ¿La ganancia del cielo?
¿O la purificación de sus almas? Y para qué purifican su alma si en el último
momento… (Rulfo, 45).
El padre Rentería se siente culpable de lo que
sucede en Comala; es decir, se siente mal por haber dejado que las cosas
llegaran hasta tal punto, que Pedro Páramo hubiese acabado con su Iglesia. Pero
es consciente también de que los adinerados como Pedro Páramo son los que le
dan de comer, que no puede atenerse a los pobres, ni ayudarlos, porque prima su
beneficio: llenar su estómago. El padre Rentería está entre la espada y la
pared; está entre el bien y el mal: sabe que traiciona a los que confían en él,
pero reconoce también que, si no los traicionara, su Iglesia como templo se
acabaría, que sería una víctima más del poder devastador del cacique del
pueblo.
Tal vez la culpabilidad mengüe un poco cuando deja
de pasar por alto las voluntades de Pedro Páramo. Esto ocurre cuando decide
tomar las armas para irse a luchar en la Guerra Cristera, a mediados de la
década del 20 del siglo pasado. Se afirma esto porque, partiendo del hecho de
que Pedro Páramo representa el autoritarismo gubernamental de la Revolución
mexicana y de la post-revolución y que la Iglesia tenía potestades similares,
queda esta supeditada al Estado, y se levanta en armas contra el gobierno de
Calles, que reglamenta el artículo 130, que tiene como fin la restricción de la
autonomía de la Iglesia. El comienzo de todo se presenta en el momento en que tanto el Estado como la Iglesia quieren
liderar el monopolio carismático:
En tiempos de Madero, la Iglesia había lanzado un
partido (PCN) y hasta 1926, con la misma energía demagógica de las otras
fuerzas políticas, multiplica las manifestaciones de masas. (…). Y como el
Estado y la Iglesia exigen al mismo tiempo y de manera totalitaria el monopolio
carismático, la guerra tenía que ser total desde el momento en que ambos
pretenden el dominio universal (Jean Meyer, Enrique Krause y Cayetano Reyes,
219, 1977).
La Iglesia, entonces, puede agrupar una gran
cantidad de gente que comparta su ideología: “También
el temor-respeto por la Iglesia es, una vez más, incentivo de alzamiento” (Miguel
Manrique, p. 85), pero el gobierno de Calles no lo permite, prohibiendo
el culto en las parroquias: “La Iglesia podía proclamar a gritos en todas las
parroquias, con una apariencia de razón las injusticia de la ley, azuzar a la
resistencia y hasta justificar tal vez la religión” (p. 226). Sin embargo, Jean
Meyer, Enrique Krause y Cayetano Reyes afirman, citando a Lagarde, que Lagarde encontró a Calles el 26 de agosto y
transcribe las palabras siguientes: “Me declaró que, en su opinión, cada semana
sin culto haría perder a la religión católica un dos por ciento aproximadamente
de sus fieles” (…) “se alegraba de la suspensión del culto” y que “estaba
decidido a acabar con la Iglesia y a librar de ella, de una vez para siempre a
su país” (p. 224).
Tanto el
clero como el Estado quieren el predominio de la Iglesia, y tras el artículo
130 de la Constitución política mexicana se desata una guerra que deja
centenares de muertos. A esta guerra se unen los feligreses y campesinos, por
un lado, y los callistas, por otro; es por esto que Tilcuate le pregunta a
Pedro Páramo:
Se
ha levantado en armas el padre Rentería. ¿Nos vamos con él o contra él?
-Eso ni se discute. Ponte al lado del
gobierno. (Rulfo, 170),
Y se ve al fin la ruptura entre el padre Rentería y
Pedro páramo. La decisión de levantarse en armas y de unirse a la Guerra Cristera
contradice sus pasadas acciones. El padre Rentería se ha sentido culpable de lo
que ha hecho y permitido en Comala, y aprovecha el momento para reivindicarse.
De la misma manera como el Estado y la Iglesia se desligaron uno de la otra, el
padre Rentería se deshizo del lazo que lo unía a las acciones y voluntades del
cacique. El padre Rentería y Pedro
Páramo son, respectivamente, metáforas de la Iglesia y del Estado del México de
principios del siglo XX.
Pero no fueron estas las únicas acciones que lo
pusieron en tal estado. En la novela, el padre Rentería es un mediador entre la
tierra y el cielo para todo el pueblo. Pedro Páramo no fue el único que suplicó
perdón (para su hijo). Ya se ha visto que muchas mujeres llegan a confesarse
ante el padre Rentería para que las absuelva de sus pecados, que son producto
del autoritarismo del cacique. Por ejemplo, Dorotea, que junto a su locura, va
a confesarse por ser la Celestina de Miguel Páramo, la que le conseguía mujeres:
La primera que se
acercó fue la vieja Dorotea, quien siempre estaba allí esperando a que se
abrieran las puertas de la iglesia. Sintió que olía a alcohol. -¿Qué, ya te emborrachas? ¿Desde cuándo? -Es que estuve en el velorio de Miguelito,
padre. Y se me pasaron las canelas. Me dieron de beber tanto, que hasta me
volví payasa.
-Nunca has sido otra cosa, Dorotea. -Pero
ahora traigo pecados, padre. Y de sobra (Rulfo, 108, 1981).
El padre Rentería no creía que Dorotea, por
su locura, pudiese cometer algún pecado. Trató de ignorar lo que había acabado
de oír, pero ella insistió, hasta que le confesó que era ella la que le
conseguía las muchachas a Miguel Páramo. Fueron “retemuchas” dijo, y aunque el
padre Rentería le deseó que Dios la perdonara, sentenció también que jamás
vería el cielo, es decir, jamás llegaría a la gloria que ella deseaba: el encuentro
con el hijo que nunca tuvo:
-¿Cuántas
veces viniste aquí a pedirme que te mandara al cielo cuando murieras? ¿Querías
ver si allá encontrabas a tu hijo, no, Dorotea? Pues bien, no podrás ir ya más
al cielo. Pero que Dios te perdone. -Gracias, padre. -Sí. Yo también te
perdono en nombre de él. Puedes irte. -¿No me deja
ninguna penitencia? -No la necesitas,
Dorotea. -Gracias, padre. -Ve con Dios. (P.
109)
Tales son las acciones del padre Rentería, que
condena al pueblo, que lo convierte en fantasma, en soledad y miedo. Pues toda
alma pena en el desierto de Comala, que produce miedo. Juan Preciado lo siente
en cada paso, en cada conversación que tiene con algún espectro, con algún ser
que sobrevive en los recuerdos de doña Eduviges, de doña Dolores, de Donis, de
la hermana de este y de Dorotea. Sus recuerdos recrean el ambiente de antaño, traen
de vuelta a Pedro Páramo y explican el cómo
se llega hasta ahí, hasta esa soledad con fantasmas que producen miedo. Miguel
José Pérez y Julia Enciso describen este ambiente de la siguiente forma:
La historia de
Comala es, es pues, la historia de un pueblo que ha perdido el Paraíso y
permanece envuelto en el sopor que conlleva el sentimiento de culpa. Sin
redención ni esperanza posible; sin ley, sin
justicia y sin perdón, sus habitantes se encuentran encerrados entre cuatro
paredes vacías, atrapados por el miedo y la
angustia (p. 182: 2003).
El sentimiento de culpa se apodera de todos los
habitantes de Comala, se sienten pecadores y se crean el miedo de parar en el
infierno. Con tal sentimiento se acercan los feligreses al confesionario del
padre Rentería, pero este los condena a vivir en pena por siempre, por su propio
beneficio y por permitir que Pedro Páramo actúe conforme a su voluntad. Y es así como se configura, a partir
de la imagen del padre Rentería, la Iglesia como institución, y el caso de
Dorotea es el mejor ejemplo:
No se cuestiona en la obra
de Rulfo la validez de la religión como tal, sino la concepción que de la misma
tiene esa comunidad rural que Rulfo ha creado: una religión que no ofrece un
mensaje de salvación, que está plagada de elementos cercanos a la superstición;
una religión, por último, que a nivel de institución eclesiástica también les
niega la salvación espiritual (González Boixo, 177).
A Dorotea se le
negó la gloria por su locura y por sus pecados. Se le negó lo que para ella era la gloria: ir al cielo a conocer
al hijo que nunca tuvo. Los elementos de superstición de los que habla González
Boixo, como ya se afirmó arriba, hacen referencia al después de la muerte, al
miedo a la condena. El perdón del padre Rentería para con Dorotea es un perdón
que no salva, sino que condena. La concepción de Comala con respecto a la
religión es condenatoria, y Dorotea lo confirma con congoja:
El cielo está tan alto, y mis ojos tan sin mirada,
que vivía contenta con saber dónde quedaba la tierra. Además, le perdí todo mi
interés desde que el padre Rentería me aseguró que jamás conocería la gloria.
Que ni siquiera de lejos la vería… Fue cosa de mis pecados, pero él no debía
habérmelo dicho. Ya de por sí la vida se lleva con trabajos. Lo único que la
hace a una mover los pies es la esperanza de al morir la lleven a una de un
lugar a otro; pero cuando a una le cierran una puerta y la que queda abierta es
nomás la del infierno, más vale no haber nacido… (Rulfo 96, 97: 1981).
Este párrafo presenta la condena de Dorotea y el
perdón condenatorio del padre Rentería. Dorotea habría preferido que el padre
no le hubiese dicho nada para seguir soñando con la posibilidad de conocer a su
hijo en el cielo. El padre Rentería le quitó la esperanza, tal como Pedro
Páramo había borrado cualquier indicio de
esperanza en todo el pueblo de Comala. Los dos, como ya se ha dicho, son
símbolo de opresión social y espiritual.
Por otro lado, el caso de Susana San Juan es un caso especial. El
padre Rentería se enfrenta a una mujer que no cree en Dios; una vez más está
entre el bien y el mal. Se dirige a su casa antes de su muerte para alcanzarla
a confesar. Mientras tanto, ella conversa con Justina sobre la vida, la tristeza y los ruidos de la
tierra, y le pregunta:
-¿Tú
crees en el infierno, Justina? -Sí,
Susana. Y también en el cielo.
-Yo sólo creo en el infierno -dijo. Y cerró los ojos. (Rulfo, 159).
Susana San Juan empieza a configurarse como la
barrera para las dos opresiones. Pedro Páramo no puede con ella; su amor y la
indiferencia de ella lo dominan. El padre Rentería, por su parte, se encuentra
con una mujer que no quiere ser confesada, que finge repetir las palabras que
el padre le ordena que diga cuando en realidad está susurrando los recuerdos de
Florencio. El padre Rentería alcanza a dudar que tenga ella algo de qué
arrepentirse:
Tuvo
intenciones de levantarse. Dar los santos óleos a la enferma y decir: "He
terminado." Pero no, no había terminado todavía. No podía entregar los
sacramentos a una mujer sin conocer la medida de su arrepentimiento. Le entraron dudas. Quizá
ella no tenía nada de que arrepentirse. Tal vez él no tenía nada de que
perdonarla. Se inclinó nuevamente sobre ella y, sacudiéndole los hombros, le
dijo en voz baja:
-Vas
a ir a la presencia de Dios. Y su juicio es inhumano para los pecadores. Luego se acercó otra vez a su
oído; pero ella sacudió la cabeza: -¡Ya váyase, padre! No se mortifique
por mí. Estoy tranquila y tengo mucho sueño. Se oyó el sollozo de una de las
mujeres escondidas en la sombra. Entonces Susana San
Juan pareció recobrar vida. Se alzó en la cama y dijo: -¡Justina, hazme el
favor de irte a llorar a otra parte!
Después sintió que la cabeza se le clavaba en el vientre. Trató de
separar el vientre de su cabeza; de hacer a un lado aquel vientre que le
apretaba los ojos y le cortaba la respiración; pero cada vez se volcaba más
como si se hundiera en la noche. (Rulfo, 167: 1981).
A partir de este apartado hay un par de cosas por
precisar. Primero, si se presta atención el padre Rentería tiene la voluntad de
darle el perdón a Susana San Juan, la mujer de Pedro Páramo. El padre niega el
perdón cuando sabe que no puede sacar provecho del asunto. Pedro Páramo es el
cacique del pueblo, y por lo tanto, tiene cómo recompensar la salvación de su
amada. Pero hay un problema, y es la segunda cosa por resaltar: la indiferencia
de Susana San Juan. Llegar a decirle que se fuera significa que no necesita de
él, ni de la salvación, para morirse. Miguel José Pérez y Julia Enciso afirman
al respecto:
El intenso
diálogo que mantiene con Susana San Juan, moribunda, es el mejor exponente de
ese terror religioso en el que el padre Rentería sumerge a los habitantes de
Comala, como ejemplo de la actitud de numerosos representantes de la iglesia.
Es un diálogo de una gran fuerza en el que el padre Rentería insiste amenazador
(…). Finalmente, viéndose derrotado, le dice en voz baja y sacudiéndole los
hombros: «Vas a ira la presencia de Dios. Y su juicio es inhumano para los
pecadores» (p. 94). Pero Susana San Juan lo va a rechazar definitivamente. Ya
con anterioridad le había confesado a Justina —que creía en el cielo y en el
infierno-: «Yo sólo creo en el infierno» (p. 90). Y un poco antes, en el mismo
diálogo con Justina: « ¿Y qué crees que es la vida, Justina, sino un pecado?
¿No oyes? ¿No oyes cómo rechina la tierra?» (p. 89). Por eso, cansada/hastiada
ya de la insistencia del padre Rentería, le dice definitiva: « ¡Ya váyase,
padre! No se mortifique por mí. Estoy tranquila y tengo mucho sueño» (p. 94,
2003).
Los críticos reconocen dos cosas que se han
argumentado durante el desarrollo del presente trabajo. En primera medida, el
terror religioso, que hace de la Iglesia, más que un ente de salvación, un medio
para la condena. Y la derrota del padre Rentería, después de amenazar con
supersticiones y concepciones religiosas sobre lo que es la vida después de la
muerte. Susana San Juan rechaza el discurso del padre Rentería y rechaza a la
vez el cielo prometido. Y se confirma, de este modo, la derrota de las dos
opresiones: la del poder social y político y la del poder religioso.
A modo de
conclusión, puede decirse que las decisiones del padre Rentería conllevan
culpas que lo arrastran a un estado de congoja y arrepentimiento. Él es
consciente de su deber cristiano en el pueblo, pero, ante todo, sobresale su
interés. Perdona si la persona tiene cómo pagar la salvación, y condena en la
pobreza: un ejemplo de ello es la condena de Dorotea, que no puede llegar a
conocer al hijo que nunca tuvo, o de doña Eduviges, que se suicida y su hermana
no tiene dinero para pagar las misas gregorianas; sin embargo, el padre
Rentería salva a Miguel Páramo, el hijo del cacique, a pesar de su maldad;
Pedro Páramo tenía cómo pagar su salvación, y ese poder pagar hace que el padre Rentería termine perdonándolo, aun
cuando sabía que había violado a su sobrina y había asesinado a su hermano .
Este tipo de
decisiones conllevan culpas. Empieza a sentirse culpable después de que fue a
hablar con el padre de Contla sobre la situación de la Iglesia en Comala. Esta
culpabilidad va consigo, posiblemente, hasta el día en que decide levantarse en
armas para unirse a la Guerra Cristera. Esta ruptura se asemeja a la ocurrida
entre el Estado y la Iglesia en aquel tiempo. Retomando: mucho antes de esta
guerra, el padre de Contla le hace ver al padre Rentería que por sus acciones
el pueblo está lleno de pecado. Le reprocha el haber entregado la Iglesia - como
comunidad y no como templo- a Pedro Páramo, y que este la había destruido. Se
empieza a sentir malo, según se lo
confiesa a su sobrina. No tenía la potestad de perdonar si él estaba también en
pecado:
Tampoco el
padre Rentería recibe el perdón de sus pecados. Con su actuación, transforma el
miedo en espanto, porque ni siquiera tras la muerte podrá el hombre alcanzar el
descanso. De ahí que los personajes de la novela rememoren, tras su muerte, los
recuerdos, angustiosos, que vivieron (Pérez y Enciso, 185: 2003).
Por esta razón se
condena todo el pueblo, y vagan los fantasmas por el desierto comalteco, de día
y de noche, creando un ambiente de miedo, de soledad y de muerte. Juan Preciado
siente el miedo en carne propia, siente los vestigios del pecado de Comala, un
pueblo condenado por el interés del padre Rentería y por su permisión ante las
voluntades del cacique. Susana san Juan, por otro lado, se presenta como la
barrera de la opresión social y religiosa de Pedro Páramo y del padre Rentería: aun pudiendo ser
perdonada, se ahoga en su locura y en sus recuerdos, y se condena por siempre
entre los recuerdos de su amado Florencio. Susana se oye sollozar, hundida en
el placer de antaño, cuando aún estaba con Florencio. Juan Preciado no conversa
con ella, solo la oye, pero sí dialoga con las demás almas en pena, habla con
el pecado del pueblo de Comala, y a través de él, se entera del pasado. Todo es
muerte y pecado, y soledad y pecado en la novela. Una soledad, una muerte y un
pecado condenados en la eternidad por el padre Rentería.
BIBLIOGRAFÍA
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(1985). El factor religioso en la obra de
Juan Rulfo, en Cuadernos Hispanoamericanos
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Manrique, Miguel
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Meyer, Jean; Krause,
Enrique; Reyes Cayetano (1977). Historia
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Pérez, Miguel José y Enciso,
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añoranza y el desamparo. Madrid: Dpto. Didáctica de la Lengua y la
Literatura. En línea:http://www.ucm.es/BUCM/revistas/edu/11300531/articulos/DIDA0303110179A.PDF.
Rulfo, Juan (1981). Pedro Páramo. Barcelona: Club Bruguera.