martes, 25 de enero de 2011

28 de noviembre de 2009

Ante todo, pido disculpas porque existo. Estar existiendo es sólo el estorbo constante que ocasiono a los que también existen y no me estorban… ¡Cómo me quieren!, ¡cómo me tratan!, ¡cómo me hablan!…, ¡cómo estorbo! Estorbar es atajar injustamente el cariño que otro sí merece… Yo no merezco nada, injustamente existo… injustamente estorbo.
Lo que estorba nunca ha odiado a alguien, porque en el sitio que está se siente follando.Sin embargo, yo sí odio algo: la hipótesis estúpida de que Dios existe y, si existe, odio su existencia. ¡Viejo Güevón, me debes tantas! ¿Qué me has dado durante estos 20 años? ¿Mierda? Le estorbo al mundo, y  a mí, como un anciano inmundo, me estorbas tú. No te agradezco por mi vida, porque jamás te rogué que me la dieras… fue problema tuyo… ¡No te agradezco nada! Soy tan feo, tan pobre, tan limosnero, tan ignorante, tan hipócrita, tan hijueputa… Soy un puto ser humano que da asco.
 Han sido 20 años injustos: con más cosas malas que buenas, con más amistades falsas que amores, con más preocupaciones que diversiones, con más mierda que perfumes, con más pobreza que comida, con más fealdad que inteligencia, con más sueños que dinero, con más tiempo que espacio, con más estupidez que idiotismo, con más música que vida, con más costumbres que cariño, con más advertencias que atrevimientos, con más ropa que hambre, con más casas que ganas, con más lujos que regalos, con más aparatos que libros, con más dioses que verdades, con más vírgenes que utopías, con más odio que tedio, con más silencios que bombas, con más soledad que el olvido, con más autoestima que pesimismo, con más lapiceros que ideas, con más religiones que hipócritas, con más erecciones que números, con más onanismo que vaginas, con más cleptomanía que sexo… con más siglos que clítoris.
 No obstante, esperaré a que los años pasen para que algún día se acuerden de secuestrarme…
 Dios mío, en tus arrugadas manos encomiendo mi ridícula y estorbosa existencia.
Jhon Monsalve

reseña "La enseñanza de segundas lenguas"

PASTOR CESTEROS, Susana. La enseñanza de segundas lenguas. En: Conocimiento y Lenguaje. Valencia: Universidad de Valencia, 2005, p. 361-399.

Jhon  Monsalve 

Imagen tomada de internet

El texto de Susana Pastor Cesteros, profesora de la universidad de Alicante, presenta un panorama histórico y conceptual sobre la enseñanza de segundas lenguas. El texto está dividido en cuatro partes: en la primera, trata el origen del tema central del texto, basándose en la lingüística aplicada; en la segunda parte, centra la atención en la adquisición de segundas lenguas, y los métodos de enseñanza de éstos, los aclara y explica en la tercera parte; la cuarta parte trata de las destrezas para aprender una lengua y los recursos y materiales necesarios para su desarrollo.
En la segunda Guerra Mundial, dice la autora en la primera parte del texto, hubo la necesidad de formar a los soldados en las lenguas de los países con los que combatirían. Este fue parte del génesis de lo que hoy se conoce como lingüística aplicada, que es la disciplina que se encarga de resolver los problemas concretos del uso cotidiano de la lengua en distintas situaciones de enunciación. Susana Pastor aclara la diferencia entre lengua materna, segunda lengua y lengua extranjera: la primera es aquella en la que se aprende a hablar; la segunda lengua es la que se aprende con posterioridad, siempre y cuando el aprendiz esté ubicado en el contexto donde vive la lengua que aprende; la lengua extranjera es aquella que se aprende en un contexto donde no es la materna. Algunos factores extralingüísticos, según la autora, intervienen en el aprendizaje de una lengua, y como ejemplo de ellos, pone la influencia de la lengua materna, el conocimiento de otras lenguas o el contexto en que se aprende; otros factores pueden ser sicológicos, y se centrarían más en actitudes y aptitudes.
Susana Pastor Cesteros presenta en la segunda parte algunos modelos de análisis que son importantes en la adquisición de segundas lenguas; entre ellos, el análisis contrastivo que proponía identificar rasgos parecidos y diferentes de la lengua que se aprendía con la lengua materna, algo así como el francés y el español, que guardan semejanza. Otro modelo de análisis fue el de errores, que consistía en hallar las falencias comunes de todos los aprendices de segundas lenguas, pero no tuvo éxito debido a que los errores siempre se presentaban (y presentan), haciendo parte del aprendizaje. Este análisis nunca tuvo en cuenta los errores en conjunto de su producción, sino solamente los errores del aprendiz. Luego, la autora centra su atención en las variables individuales de los aprendices, que no son más que las distintas causas que se presentan en el aprendizaje de cada uno que indican las diferencias en los resultados de las pruebas. La edad, la aptitud y la actitud son las causas que varían en cada estudiante. Incluso dentro de los factores socio-sicológicos se destaca la motivación, que puede ser integradora o instrumental; esta última es la de aprobar un examen; la primera es la asimilación a la cultura de la lengua que se aprende.
En la tercera parte del texto, la autora habla de los distintos métodos de enseñanza que existen para las segundas lenguas. Antes de comenzar la taxonomía que hace, aclara la diferencia entre enfoque y método: el primero es el enfoque de teorías sobre procesos de aprendizaje de una lengua; el segundo, la forma específica de enseñar una lengua. El método de gramática-traducción y el método directo hacen parte de los utilizados antes del siglo XX, donde el primero tiene como modelo la forma de estudio de las lenguas clásicas y cuyo objetivo no era hablar, sino conocer la gramática de la lengua meta para escribir y leer en ella. El método directo, que se llevó a cabo más bien a comienzos del siglo pasado, centraba su atención en la parte comunicativa que era necesidad en ese entonces para los extranjeros que habitaban en Estados Unidos y que debían comunicarse. Los métodos de orientación estructuralista que tuvieron su auge a partir de los años 40 del siglo pasado se concentraron en el método situacional que consistía en la enseñanza de las cuatro destrezas fundamentales, de las que se enfatizaba, sobre todo, la parte audio-oral, que se trabajó en la enseñanza de segundas lenguas a los soldados de la segunda Guerra Mundial. Los métodos de orientación estructuralista se basaban más en la comprensión auditiva y en la expresión oral.
En los métodos humanistas, según la profesora Pastor Cesteros, se evidenció el declive del método audio-oral; aquí la adquisición de la segunda lengua se concebía como el resultado de la formación de reglas y en orientaciones basadas más en el individuo; todo era orientado hacia el potencial humano del aprendiz.
En los métodos de orientación comunicativa se dejó a un lado la competencia lingüística y la atención se centró en la competencia comunicativa. Fueron tres los principios fundamentales de este enfoque: el principio comunicativo, en el que las actividades de comunicación son propicias para el aprendizaje; el principio de las tareas, donde las actividades que requieren el uso de la segunda lengua favorecen el aprendizaje; y el principio del significado, en el que la lengua significativa sirve de apoyo al proceso de aprendizaje.
En el último apartado del texto de Susana Pastor Cesteros, se encuentran las destrezas que se presentan en el proceso de aprendizaje de una segunda lengua; también los recursos y materiales para su desarrollo. El fin que trata de alcanzarse con las destrezas más conocidas (hablar, escuchar, leer y escribir) es una integración de éstas, posiblemente, con un video en el que se vea, escuche y presente opiniones orales y escritas al respecto: este es el objetivo del aprendizaje de segundas lenguas. En la enseñanza fonética, dice la autora, se presentan dificultades a las que hay que encontrarles solución, teniendo en cuenta las expectativas de los alumnos respecto a la fonética. El problema con el léxico está en escoger el vocabulario que se va a enseñar y cómo enseñarlo. La autora, en este punto, afirma que el léxico contextualizado sirve para una adquisición más efectiva; y de la gramática concluye que se trata ésta de que esté en el servicio de la comunicación.
Finalmente, Susana Pastor Cesteros comenta acerca del papel de la cultura en el aprendizaje de segundas lenguas. Dice que la competencia sociocultural debería estar presente en la enseñanza de segundas lenguas asociada a formas lingüísticas. En cuanto a la selección y elaboración de materiales didácticos, la autora incluye aspectos como: las muestras de lengua, las conceptualizaciones, la ejercitación, los soportes gráficos o los técnicos. También propone que los textos literarios sean adecuados para el refuerzo del aprendizaje, de la misma manera como los medios audiovisuales y la internet han ayudado a que el proceso sea mucho más didáctico.

Reseña "Formas Narrativas", capítulo 2 del libro Análisis semiótico del discurso, de J. Courtés

Reseña "Formas narrativas", capítulo 2 del libro 
Análisis semiótico del discurso, de J. Courtés
Jhon Monsalve

Imagen tomada de internet

COURTÉS, Joseph. Formas Narrativas. En: Análisis semiótico del discurso. Gredos, 1997.
Joseph Courtés en el capítulo dos de su libro Análisis semiótico del discurso trata, desde una perspectiva semiótica, de explicar una forma global para abordar la Narratividad, teniendo en cuenta oposiciones, como permanencia y cambio, que se presentan en frases, enunciados y discursos. A medida que se lee el texto, se encuentran taxonomías de oposiciones, debido a que el relato, que es tal vez el tema central, implica la distinción de por lo menos dos estados separados por sus respectivos contenidos. Entre las oposiciones se encuentran la identidad y la alteridad, que representan, respectivamente, a un personaje que es el mismo durante toda la obra, pero que sufre transformaciones.
Courtés presenta tres tipos de oposición: las categoriales, es decir, las que no admiten términos medios, como falso y verdadero, las graduales, que presenta un tipo de escala, de mayor a menor o viceversa, donde se evidencia la presencia de términos medios, como de caliente a helado, en cuyo medio, según la escala, están, al menos, tibio y frío; y por último, las oposiciones privativas en la que una comprende un rasgo dado del que la otra está privada, como vida y muerte; muy semejante esta oposición a la complementariedad lingüística: si no está vivo necesariamente está muerto, y guarda relación con la presuposición recíproca que más adelante se comenta.
Se reitera en el texto la importancia, para la coherencia de éste, de la identidad y la alteridad, donde si no hubiera cierta semejanza entre el inicio y el final del relato, éste quedaría incomprensible. Joseph Courtés presenta sus argumentos mientras cita a V. Propp y algunas de las funciones que propuso para el cuento maravilloso, y es precisamente con un cuento, el de Cenicienta, como deja clara la dicotomía de este párrafo: la identidad se presenta en Cenicienta que siempre es la misma aunque pase de la humillación a la exaltación, que sería la alteridad. A renglón seguido, da una definición de relato: Transformación situada entre dos estados sucesivos y diferentes; de esta forma, no es posible contar algo si no es en la relación del antes y después, del ascenso y del descenso: es característica del relato clásico, pero puede pasar a ser un discurso fantástico, cuya característica principal sería el relato reversible; Courtés propone como ejemplo el evangelio de San Juan, aquí se sugiere, también como ejemplo, a Alejo Carpentier con “Viaje a la Semilla”.
Presenta después la oposición entre estatismo y dinamismo que es equiparable a los estados y a las transformaciones, respectivamente, en el que el primero puede hacer parte de una descripción, y el segundo, de una narración. Sin embargo, inmediatamente, aclara que la diferencia no es clara, debido a que la descripción no puede desligarse de la narración. El autor presenta esquemas en los que puede pasarse o bien de un estado a otro o de una transformación a otra, cada una reversible; no obstante, para continuar con sus argumentos advierte que el esquema único de ahí en adelante sería:
Estado 1       Transformación      Estado 2
Y como ejemplo pone una superficie sucia, que sería el estado 1, luego, una señora limpiando, que sería la transformación, y por último, el estado 2 que sería la superficie limpia.
Para presentar como tema el programa narrativo, Courtés hace un recorrido por la sintaxis tradicional, del sujeto y predicado, hasta el sintagma nominal y verbal de Chomsky, aclarando que este tipo de enunciado mínimo (sujeto vs predicado), propuesto por Martinet, es inadaptable al relato por su binarismo. Cita a Ternière y su definición de verbo como centro del nudo verbal; a clara que el verbo es un proceso, que los actantes son los que participan en él, y que el primero se define como la relación entre actantes. Cuando centra su atención en el sujeto y el objeto, Courtés dice que aunque la semiótica no define al sujeto y al objeto, la semiótica narrativa los tiene en cuenta según la estructura sintáctica, y como pequeña conclusión al respecto, aclara que hay que postular una orientación que vaya del sujeto al objeto y no viceversa. Comenta después que de la dicotomía de los estados y transformaciones parten la función-junción que corresponde al estatismo, y la función-transformación, que corresponde al dinamismo. La primera puede ser negativa o positiva, pero siempre estática, la segunda es siempre un enunciado de hacer, que presupone dos enunciados de estado; el enunciado de hacer es transitivo. Termina la primera parte del texto diciendo que entre este tipo de enunciado, puede presentarse sincretismo o reflexibilidad, es decir, que el sujeto de hacer sea el mismo pasivo; pone como ejemplo al ladrón, que es sujeto cuando roba, y pasivo, a la vez, porque lo hace para sí.
La segunda parte del texto está centrada en relaciones del plano sintagmático y paradigmático y en conceptos como dones y presuposiciones inmersos en los programas narrativos. El autor cita a Mauss para aclarar el concepto de don y contradon, que pone siempre en juego un objeto que es dado y luego retribuido. Al hablar de presuposiciones, las divide en dos: recíproca, que es simétrica, donde, por ejemplo, solo se puede cerrar si antes estaba abierto; y la simple que es asimétrica, donde, por ejemplo, si se entrega algo no implica que lo acepten; y es ésta última la conocida en semiótica narrativa entre el programa narrativo de base y el programa narrativo de uso, que es una relación sintáctica, performance y competencia, respectivamente. Como ejemplo de lo anterior, el autor sigue basándose en el cuento Cenicienta, afirmando que en el final cuando el príncipe se casa con la heroína, es un hacer del orden de la performance, y presupondrá una competencia correspondiente, como el querer-hacer, y literalmente Courtés dice: “El encuentro de los dos querer-hacer (el de Cenicienta y el del príncipe) define la conjunción amorosa que remite tradicionalmente al matrimonio”. Después de un esquema que presenta el autor, habla de la lógica en reversa como técnica de ir de presuposición en presuposición, de forma reversible en un relato, en contraargumento a Bremond que propone un modelo de secuencia elemental; sin embargo, Courtés afirma que Bremond quiere ser cronológico y lógico a la ve, donde, en primera parte, continuaría su secuencia, y en segunda parte, estaría de acuerdo con la lectura inversa de un cuento o relato, según lo denominado como lógica inversa, porque todo es mejor comprendido cuando ya ha sido total mente proferido.
Termina la segunda parte, y última reseñada, con dos textos: uno, de una receta; otro, de un cuento. En el primero, centra la atención en los subprogramas narrativos que se derivan de un programa narrativo; así, en la receta, puede notarse la fabricación de una sopa, que sería el programa narrativo 1 y que se desprende de él cada una de las tantas recomendaciones para llegar al objetivo; éstos serían los subprogramas narrativos.
El segundo, el cuento, está entre las complejizaciones de tipo paradigmático, donde se tratan las dos formas de circulación de objetos entre objetos: una es la comunicación participativa en la que el donador no pierde de ninguna manera lo que dona, como la reina de Inglaterra que dona sus poderes al ministro, pero que no deja de ser reina; dos es el sistema cerrado de los valores, es decir, lo que se quita a un sujeto se hace en provecho de otro. Se presentan casos, afirma el autor, en que los programas narrativos contrarios son asumidos por dos actores, donde uno es sujeto, y el otro, antisujeto, que sería, respectivamente, la obtención de un objeto y la privación del mismo, como en el cuento “El mágico mantel”, cuyos antisujetos son privados del regalo del hada que sus padrastros, que son sujetos, lo obtuvieron para su único beneficio. Concluye hablando de programas narrativos y antinarrativos, en los que “nos permite leer, por ejemplo, en un cuento dado, no solo la historia del héroe, sino también, de forma inversa y presupuesta, la del traidor”.

Reseña "El ícono, índice y símbolo"

El ícono, índice y símbolo
Jhon Monsalve
PEIRCE. “El ícono, índice y símbolo”. En: Ch.S Peirce. Obra Lógico semiótica. Taurus comunicaciones, 1987.

Peirce en su texto “El ícono, índice y símbolo”, del libro “Obra lógico semiótica” presenta la diferencia entre los tres órdenes de signos, y con ejemplos explica cada uno de ellos. Antes de explicar el ícono, dice que existe una relación triádica entre el signo, que puede tomarse como Representamen, llamado también el Primero, entre el objeto, que es un Segundo que determina al interpretante, que es un Tercero. Afirma que un signo es un Representamen, y que su cualidad representativa continúa siendo signo aunque no haya tenido un objeto al que represente ni interpretante que lo idee, no obstante, ningún Representamen funciona como tal hasta que determina a un interpretante. Después de afirmar que la división de signos más fundamental es la que va a explicar, empieza a desarrollar sus ideas. Comienza especificando qué es un ícono y la semejanza con un hipoicono, donde el primero representa al Objeto por la similitud con él, y el segundo corresponde al Representamen icónico.

Con ejemplos de álgebra, el autor dice que las fórmulas en este caso se hacen icónicas debido a la capacidad de revelar una verdad inesperada. Y entre otros ejemplos de íconos e hipoiconos, afirma que los ideogramas, que son hipoiconos, solo pueden ser explicados por otros íconos, y continuando con en el campo matemático da ejemplos que se asemejan, porque con las semejanzas se puede llegar a nuevos aspectos de supuestos estados de cosas, un ejemplo podría ser el que inmediatamente propone, después de una breve aclaración de que los diagramas no siempre deben mantener una semejanza sino que los une las relación de sus partes, propone, decía, en el álgebra una disposición gráfica icónica donde la semejanza sintáctica de lo que se ubica primero es parecida a la que se ubica después, como una clase de paralelismo, y literalmente afirma: “Esto es un ícono, en cuanto que hace que aparezcan semejantes cantidades que se encuentran en relaciones análogas con el problema”. Y termina la parte de explicación de íconos diciendo que un ícono puede representar una cosa, sin necesidad de tener semejanza con lo que representa, pone el ejemplo de un hombre ebrio para mostrar por contraste la excelencia de la temperatura.

Ahora bien, después de la explicación del primer signo en el orden que maneja, empieza a tomar al índice, el segundo en el mismo orden, como un Representamen que consiste en que es un Segundo individual, a diferencia del pluralismo en el símbolo, que más adelante se comenta. Divide al índice en dos: genuino y degenerado, donde el primero se corresponde con una relación existencial, lo real, y donde el segundo se corresponde con una referencia. Peirce hace la aclaración de que existen subíndices que no alcanzan a ser un índice, porque deben estar en relación real con sus objetos para ser llamados por lo menos subíndices o hiposemas, como un pronombre relativo que denota lo que denota por la conexión real con su objeto. A renglón seguido, aclara qué es en sí un índice y la mejor forma para identificarlo: cuando se encuentra cualquier cosa en lo que se concentra la atención se habla de un índice, o sea, cualquier cosa que sobresalte al humano, y da el ejemplo de un hombre             que se balancea en el que la atención se centra en el movimiento, y así puede deducirse, con este índice, que el hombre probablemente es marinero o está ebrio. Un hombre que maneja y que con un ¡Eh! Advierte al peatón del peligro presenta esa exclamación como índice porque sobresalta al humano, la atención está centrada en el ¡Eh!, la atención está presente en el oyente a quien ponen en conexión con el objeto. Otra clave, pues, parece estar en la conexión real que exista entre la mente del oyente con el objeto en el ejemplo de los pronombres demostrativos, que llevan al oyente a observar y a establecer la conexión ya mencionada.

Peirce concluye esta parte retomando los dos signos hasta el momento mencionados, el ícono y el índice, diciendo que ellos por sí solos no aseveran nada: para que un ícono pueda ser interpretado por una oración, en ésta debería haber algo que demuestre lo icónico, por ejemplo: “Suponiendo que una figura tiene tres lados”, y si en lugar del ícono fuera el índice, deberían presentarse puros imperativos que llamen la atención: ¡Vea! O ¡Cuidado! Cuando empieza a hablar de símbolos, afirma que éstos son Representámenes con reglas que determinan su interpretante. Son tomados como leyes y como tales son formados por convención. En este apartado, el autor hace la relación de los tres signos, que explica poniendo el ejemplo del verbo “Amó” que se relaciona con el ícono mental de una persona que estuvo amando a otra, pero la palabra “Amó” no importa, en este caso, sino la relación que existe entre el sujeto y objeto que rodean al símbolo que se trata; en:
Ezequiel amó a Hulda.
Necesitamos por lo menos una descripción básica de ellos para saber que no hacen parte de una balada, por ejemplo, y que así con la descripción ya hecha, llamen la atención; así se corresponden con los índices. En resumidas cuentas y en voz de Peirce: “(…) el efecto de la palabra “Amó” es que el par de objetos denotados por el par de índices Ezequiel y Hulda está representado por el ícono o la imagen que tenemos en nuestras mentes de un amante y su amada”.

Ahora bien, un sustantivo puede hacer parte de un símbolo, si lo tomamos como ley. “hombre” es un símbolo, porque por convención sabemos a qué representa cuando se oyen sus seis sonidos. El autor da algunas muestras históricas en las que plasma que los símbolos son tomados como concepto según sus orígenes: como un signo convencional, como una señal convenida, así cualquier palabra ordinaria como dar o pájaro es un símbolo. Afirma también, como se comentó arriba, que un símbolo no es una cosa singular, sino que denota una clase de cosas.

Finalmente, se resume lo dicho de la división fundamental de signos: el símbolo es un signo convencional; el ícono se asemeja con el objeto al que representa debido a sus cualidades, pero no tiene una conexión dinámica con éste; y el índice está conectado físicamente con su objeto, y en él se centra la atención.

Reseña "Las condiciones minimales de la interpretación"

Reseña "Las condiciones minimales de la interpretación"
Jhon Monsalve
Imagen tomada de internet

ECO, Umberto.” Las condiciones minimales de la interpretación”. En: Los límites de las interpretaciones. Lumen, 1992.
Umberto Eco presenta en el texto sus puntos de vista sobre los requisitos necesarios para que un sistema pueda definirse como semiótico, y desarrolla algunas observaciones sobre la ayuda que la inmunología puede dar a la semiótica. Empieza haciendo una distinción entre semiosis y semiótica, y antes de citar a Peirce, afirma que la primera es un conjunto de fenómenos, y que la segunda es un discurso teórico sobre esos fenómenos. Peirce define como semiosis la relación de tres sujetos: el objeto, el signo y el interpretante, es decir, excluye de la tri-relación a cualquier sujeto consciente (intérprete). La semiótica para Pierce es la disciplina de la naturaleza esencial y de las variedades fundamentales de toda posible semiosis. Cuando Eco habla de significación y comunicación, deja clara la diferencia entre el interpretante, que puede ser una inferencia, y el intérprete que es el protagonista de la interpretación e innecesario en un sistema de significación.

Hace la distinción entre sistemas de signos y procesos de comunicación, y pone ejemplos al respecto: mediante un proceso de prueba y error, dos personas que hablen lenguas distintas pueden lograr el proceso comunicativo, sin necesidad, evidentemente, del mismo sistema de signos. De la misma forma, diferencia entre sistema y sistema de signos, donde el primero es una noción mucho más amplia. Toma la sintaxis como un sistema de sucesiones que pueden regir diversos fenómenos, incluso el crecimiento de un árbol, mientras que un sistema de signos debe asociar las sucesiones del sistema sintáctico con las del sistema semántico, y así, cualquier contenido puede convertirse en una nueva expresión que puede ser interpretada, a su vez, por otra: +-% significa agua, y agua puede interpretarse como H2O, éste como líquido potable, etc. Por esta razón, cuando el autor habla de interpretación, dice que ésta es indefinida, y que cuando se usa cualquier sistema de signos, se pueden elegir o rechazar las diversas interpretaciones que se presenten; es por eso que en el paso de ADN a ARN mensajero (A>U) no puede afirmarse que los nucleótidos, claves en el proceso, se comportan semiósicamente porque no saben que A significa U, porque no pueden abstenerse y no pueden elegir interpretaciones alternativas. Ahora bien, Es un principio semiótico que podamos considerar semiósico cualquier fenómeno cuando lo tomamos como signo de otra cosa, como el humo signo del fuego, sin embargo, Eco afirma que no todo fenómeno es semiósico: el botón y la campana, en el proceso de estímulo-respuesta, se presenta sin un sistema de signos determinado: simplemente, se aprieta el botón y suena una campana; no obstante, esa situación semiósica, donde el sonido de la campana indica que alguien tocó el botón hace parte de la competencia semiósica del humano y no de la del botón. A este proceso de estímulo-respuesta se le conoce como diádico, donde A provoca B sin mediación alguna. Un proceso totalmente semiósico siempre será triádico, es decir, a parte de A y B, donde uno funciona como signo de otro, aparece C como código, como espacio entre A y B. El ejemplo que pone el autor parece claro: si le dice a diez personas diferentes que muevan las piernas, se producirán diez distintas interpretaciones de la orden, y a su vez esas interpretaciones podrían dar lugar a muchas más interpretaciones. Ese espacio C es la lengua, el código, que permite hacer las distintas interpretaciones, incluso de otras interpretaciones. Al respecto, la  afirmación de Eco: Sabemos que en el espacio C ocurre un fenómeno que se puede observar semióticamente: los contextos comunicativos. Los seres humanos no emiten signos en el vacío, “hablan” a y en medio de otros sujetos que hablan a su vez.

A partir de este punto, empieza a evidenciarse en demasía el papel que desempeña el sujeto conciente en lo semiósico. Umberto Eco acepta su afirmación hecha de que el sujeto conciente (intérprete) no es requisito de la semiosis, no obstante, desarrolla en el texto esta idea  como posible punto de encuentro entre inmunólogos y semióticos. Antes de tocar ese punto, el autor habla de la inteligencia artificial como parte o ejemplo de una semiosis sin conciencia; presenta el ejemplo de tres torres con dispositivos: la primera emite una señal eléctrica que llega a la segunda torre, cuando entra una persona; en la segunda, se enciende una lámpara que sirve de inicio para que la tercera torre con su respectivo dispositivo empiece a ejercer un  montón de instrucciones previas, complejas y distintas, para destruir la primera torre. Eco afirma que cuando el dispositivo tres pueda distinguir entres las distintas funciones, se hablaría de inteligencia artificial. Para esto el dispositivo de la torre tres debería hacer abducciones. De inmediato, se explica la diferencia entre abducción y deducción: en la primera, se hace una hipótesis; en la segunda, se deduce un resultado. La abducción serviría para plantear hipótesis y así romper ambigüedades, que es lo mismo que ser capaces de tomar decisiones difíciles cuando se siguen instrucciones ambiguas: Rosa puede ser planta o color, entonces, para eliminar la ambigüedad, puede forjarse la hipótesis de que quien habla es agricultor. Entonces, se plantea la duda: ¿Los inmunólogos están ante fenómenos de este tipo cuando tratan con linfocitos?
Ahora bien, el autor habla del reconocimiento como un proceso triádico, y afirma que los inmunólogos utilizan frecuentemente esta palabra. Explica que en el reconocimiento aparece una percepción actual, una percepción pasada y un tipo abstracto. Con esto el humano logra el reconocimiento de algo o de alguien: tiene la percepción del momento, la percepción de la última vez que lo vio y tiene el tipo abstracto en su mente que recuerda algunos rasgos que se mantienen, aunque el objeto o la persona hayan cambiado con el tiempo. En los procesos semiósicos, el criterio de reconocimiento varía según el contexto: un comandante precisa de pocos rasgos pertinentes para reconocer un soldado, en cambio, un enamorado exige un número mayor de rasgos pertinentes para no confundir a su enamorada con otra. Y aparece otra duda de Eco: ¿Pueden decir los inmunólogos que pasa lo mismo con los linfocitos?

En la última parte del texto, Eco propone que si la respuesta a la pregunta anterior es negativa significa que la inmunología puede usar los modelos semióticos. Habla de dos tipos de modelos: unos a escala, que son los que pretenden reproducir la forma del objeto original; otros son modelos analógicos que pretenden producir estructuras abstractas o sistemas de relaciones del objeto; pero para hacer esta toma de modelos son necesarias dos condiciones: primera, que siempre se esté conciente de que el mapa no es el territorio; segunda, que las propiedades del modelo copiado se conozcan mejor que las propiedades del modelo nuevo. Es así como el autor retoma una de las primeras afirmaciones que hizo el texto: la posible ayuda de la inmunología para la semiótica. Afirma que siempre se ha dicho que lo difícil se entiende por medio de lo sencillo, entonces, el lenguaje se entendería usando el código genético. Pues bien, como esta forma de explicar lo difícil por medio de lo sencillo no funciona en la semiótica, el autor propone que la semiótica podría explicarse por medio de la inmunología. Y hace de inmediato una relación entre las dos: entre el momento en que un linfocito encuentra un antígeno y el momento en que éstos reaccionan, hay un espacio, un espacio C, que convierte el proceso en triádico, pero, ¿cuál es la característica de este proceso: la simple existencia del espacio o su imprevisibilidad? Si la respuesta fuese la primera, lo semiósico se caracterizaría por la sola existencia de un espacio C, y en palabras del mismo Eco: Lo que significa que en la profundidad de los procesos biológicos anida el mecanismo elemental de donde brota la semiosis.

Reseña "Lengua histórica y normatividad"



Lengua histórica y normatividad
Jhon Monsalve



LARA, Luis Fernando. Lengua histórica y normatividad. México: Colegio de México, Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios, 2004.
Luis  Fernando Lara presenta, en cinco apartados,  características de distintos ámbitos de la normatividad lingüística relacionada ésta con la lengua como tradición histórica.
El prólogo del libro ubica al lector en el tema principal de todo el trabajo. Empieza haciendo una comparación entre lo que es saber hablar, lo que es hablar simplemente y lo que se habla; el primero se corresponde con la capacidad de hablar en relación con las tradiciones verbales y de acuerdo con las normas de corrección; el segundo, que es el hablar, se lía con el lenguaje mismo, en la definición propuesta por Chomsky, y el tercero se relaciona con la comprensión de que las tradiciones verbales y las normas de corrección son una valoración social de las experiencias verbales, que permite cultivar la lengua misma, estableciendo incluso discursos y textos.  El autor comunica, en esta primera parte, que la lingüística que tratará el libro será una lingüística social, y que no deja a un lado el papel de la historia.
El primer apartado “Lengua histórica y normatividad” inicia aclarando la sincronía y la diacronía saussureana, y afirma que ésta última no ha sido comprendida del todo. La importancia de tratar aquí estos temas se debe a que la diacronía va muy ligada a la historicidad, ya que este concepto de Saussure (el de diacronía) se ha entendido como el estudio de la lengua a través del tiempo, y no en un momento determinado (sincronía). El autor aclara el concepto de lengua histórica, diciendo que es la realidad histórica de una lengua, o lo que es lo mismo, que ha pertenecido a muchas comunidades lingüísticas a lo largo del tiempo. Lara habla en algunas páginas sobre los tres  niveles de descripción lingüística propuestos por Coseriu: el universal, que es tomado como la facultad de hablar; el individual, que corresponde a los actos de habla, y el histórico, y el más importante para el tema tratado en el libro, ya que corresponde a las lenguas de comunidades lingüísticas y de tradiciones verbales, que se reconocen como tales, según Lara, por la existencia de una lengua histórica. El autor, basado en textos antiguos y en historias de lenguas, centra, por otra parte, su trabajo en un “idea de la lengua”, que consistiría en una idea compartida de una comunidad lingüística sobre las características de la suya propia y sobre los elementos que la identifican del resto.
El autor explica que el romance, por ejemplo, aspiraba a convertirse en una lengua que permitiera reproducir el ciclo de grandeza de la antigua Roma; para esto se necesitaba de una escritura fija, una gramática que fijara la lengua para impedir su transformación y destrucción. Así, la idea de lengua iría ligada a una gramática que la fijara.
La idea de la lengua castellana, según el autor, se incorporó a las tradiciones verbales que se venían forjando; de esta idea de lengua nace el sentimiento del español como lengua histórica, es decir, la lengua se vuelve histórica desde  que la comunidad se forma una idea de ella y la identifica positivamente con las otras lenguas.
Fernando Lara afirma que las normas lingüísticas garantizan la identidad de una lengua, conservando las tradiciones verbales; así, la norma lingüística sería el instrumento con que se trata de poner en práctica los valores de la lengua histórica; estas normas buscan conservar la calidad de las lenguas en el futuro. El autor concluye el capítulo afirmando que hay una relación entre los valores y la lengua, es decir, entre la práctica social reflexionada y la realidad de ésta.
El segundo apartado “Normas lingüísticas: pluralidad y jerarquía” inicia con la diferencia entre norma y uso, y se aclara de inmediato que el concepto de norma propuesto por Coseriu queda excluido del texto, ya que al parecer se ha interpretado de manera equívoca. El uso es el habla común o habitual de una comunidad lingüística; la norma se refiere a la manera en que se juzga si el uso es correcto o incorrecto. Hay que tener en cuenta, por potra parte, que hay normas que se deben a manifestaciones de la lengua histórica, por ejemplo, los verbos regulares e irregulares, y que hay otra que proceden de la gramática literaria, como la simplificación de la subordinación circunstancial.
Cuando el autor habla de normas, valores e ideologías logra establecer una diferencia entre ellos, definiéndolos de la siguiente forma: las normas son los instrumentos con los que se da realidad concreta a los valores sociales, entendidos éstos como las ideas, aspiraciones y comportamientos que una sociedad juzga convenientes para su conservación. Dejando para después las ideologías, el autor comenta dos valores presentes en la historia de la lengua española: la unidad de la lengua tomada como  la comunicación posible entre las sociedades hispanohablantes; y su raíz popular, que permite, a diferencia de otros idiomas, la lectura de textos escritos en épocas como la del Siglo de Oro.
En cuanto a las ideologías, podría decirse que el consenso social hace sus propias normas dependiendo del país, y que parecería absurdo que intentara cambiarse lo ya definido. El autor no concibe el leísmo en los países de Centro y Suramérica, ni la escritura propuesta por la Academia de palabras como güisqui en países como México arraigados a los préstamos lingüísticos, que terminan siendo parte de la ideología de ese país.
Fernando Lara relaciona, por otra parte, la norma y el léxico, como norma del no se debe decir. Estas normas pueden ser dos: una de valoración etimológica, y otra de valoración social, donde se corrigen, por ejemplo, el uso de términos jergales en el uso culto de la lengua. El léxico termina relacionado a la ideología: ningún dialecto puede oponerse sobre otro.
El autor finaliza el capítulo explicando la pluralidad y las jerarquías de las normas lingüísticas. Afirma que las normas tienen diversos ámbitos de aplicación: las de la lengua literaria, las de la lengua escrita pero no literaria y las de la lengua oral. Esta pluralidad se jerarquiza para  conservar la unidad de la lengua en la diversidad regional y nacional hispánica. La jerarquía, según Lara, de mayor a menor importancia, sería: normas de la lengua literaria y ortográficas; y luego, las regionales o nacionales en sus diversos ámbitos de aplicación: la fonética, la morfología, la sintaxis y el léxico.
En el tercer apartado “No normas, sino tradiciones” el autor enfrenta el concepto de norma propuesto por Coseriu con el de tradición verbal. Empieza diciendo que los hablantes son los que dan vida a la lengua, y que éstos se clasifican por ciertos fenómenos de su habla en tres grupos, según lo propuesto por Coseriu: en la norma popular, en la norma culta y en la norma semiculta, según el grado de educación y de estratificación que tengan. Durante todo el capítulo, el autor no es partidario de esta idea, ya que en México, por ejemplo, la norma culta pronuncia la ese (s) al final de pretéritos en segunda persona del singular (nacistes) y cuestiona si esta utilización es correcta porque la norma culta la utiliza. Lara explica la tricotomía de Coseriu, en la que el sistema es la lengua abstracta, la norma, el habla colectiva de una comunidad específica, y el habla, el acto lingüístico de cada individuo. Podría decirse que hay dos tipos de normas, comentadas por Lara: las normas según los dialectos y las normas según los registros. Lo que más critica a Coseriu es que haya afirmado que cada hablante pertenece a una única norma, sabiendo que cualquier persona puede cambiar el registro según la situación.
Fernando Lara pone como ejemplo a lo anterior una novela escrita por Armando Ramírez y un rap compuesto por Jaime López. La novela de Ramírez es una representación de la norma popular en combinación con la norma culta. Presenta en el texto párrafos que corresponden tanto a la una como a la otra. Con base en esto, Lara cuestiona  si es posible que una persona maneje dos normas, según el concepto propuesto por Coseriu. En la novela de Ramírez hay una normatividad de género literario y del uso de la lengua que no procede del consenso, sino del carácter literario del escritor. A partir de esto, el autor toma la norma como un concepto inútil, y pone más bien el de tradición verbal, que significa una realidad lingüística e histórica que no depende de la clasificación social. Termina el capítulo argumentando la misma idea con un rap de Jaime López que combina vocabulario popular (caló) con una métrica perfecta de la poesía tradicional hispánica. Define, por último, los decires emprácticos propuestos por Bülher, como lo que manifiesta los usos sociales acostumbrados.
El cuarto apartado o artículo “Diccionarios y normatividad” tiene como fin mostrar que la validez social de los diccionarios es un tema que debe explorar bien la lexicografía hispánica contemporánea. Lara, parte de dos preguntas fundamentales: ¿por qué la gente cree en los diccionarios? Y ¿por qué creen que tienen éstos la información verídica? La respuesta a esto es, como el autor lo afirma, que lo que trasmite un diccionario, a parte de la experiencia verificable de un hecho,  es la experiencia manifiesta y valorada en una tradición verbal; el problema está en que la Real Academia, aunque ha cambiado, deja a un lado a Hispanoamérica, y con esto rompe con uno de los objetivos del diccionario: la importancia de la verdad del significado y la valoración social del uso del vocablo. De ahí parte la idea que se maneja durante todo el artículo: la validez social de los diccionarios en la lexicografía hispánica contemporánea.
La validez de un diccionario, según Fernando Lara, puede analizarse en tres aspectos: el origen y el manejo de documentos que establecen nomenclaturas de los diccionarios y su análisis lingüístico correspondiente; la manera de hacer el análisis semántico de los vocablos y la elaboración de definiciones; y, por último, el carácter normativo con que se componen las nomenclaturas, los comentarios de corrección y las marcas de uso. En relación con esta validez, aparece el concepto de refundición muy recurrente en el texto, que no es más que el uso de otros diccionarios para la copia de palabras y definiciones.
Durante el artículo, el autor pone nombres de diccionarios y algunas de sus características. Del diccionario de la Academia dice que es selectivo y cuando no acepta la inclusión de una palabra nueva se debe a que no pondría en práctica el lema: Limpiar, fijar y dar esplendor a la lengua. La creación de otros diccionarios se debe precisamente a que pueden ponerse palabras (científicas, geográficas) que la academia no incluye.
Cuando se dio inicio al trabajo del Diccionario histórico de la Academia, según el autor, la actividad de la institución se repartió en dos clases de diccionarios: el Diccionario Histórico, que se corresponde con lo histórico filosófico y el Diccionario Manual, que se corresponde con lo social normativo.
El autor afirma que el trabajo con corpus, que consiste en la recolección de vocablos actuales, se siente más en América que en España, y que el español usado en cualquier región se corresponde en gran parte con el propuesto por la Academia; en este punto, se lía el artículo con lo propuesto en todo el libro: la normatividad es inherente a la vida de las lenguas. Concluye, entre otras cosas, diciendo que, para que un diccionario sea lo más basto posible, debe no intentar componer un corpus de todo el pueblo hispanohablante, sino más bien centrarce en una región o país específico.
El último apartado “La Nueva Ortografía de la Academia y su papel normativo” es un mundo de reflexiones con respecto a la nueva ortografía de la Real Academia (en realidad, trata de la publicada en 1999). Los temas más recurrentes en esta parte final del libro son: la naturaleza de la normatividad en la lengua española, el papel de la Academia, el papel de los gobiernos en la normalización ortográfica y el papel de los organismos internacionales.
Inicia el capítulo destacando, como punto positivo, la nula reacción del pueblo hispano hacia las reformas de la academia. A renglón seguido, habla sobre los sistemas de escritura y ortografía que, según él, debería identificarse por aparte en la ortografía de 1999. El sistema de escritura se relaciona con el alfabeto, y Fernando Lara critica, entre otras cosas, la eliminación de los dígrafos ch y ll del diccionario, ya que, por ejemplo, es muy difícil para un aprendiz entender que la c se une con la h y forma un sonido /č/. El sistema de escritura es el mismo que García Márquez apoyaba en su cambio; no obstante, Lara va en contra de esa propuesta por muchas razones, entre esas, porque la etimología forma parte importante de la cultura.
En el título fonología y fonética el autor critica el término “neutralización” en el fonema fricativo sordo s para las letras z y c, y, por otra parte, la pronunciación de la w en palabras extranjeras adaptadas al español.
En cuanto a las reglas constitutivas, las relaciona con la escritura, y a las regulativas con la ortografía. En voces extranjeras critica, entre otras cosas, la escritura de nombres de países que propone la Academia, y, en las convenciones de escritura, el autor se cuestiona el porqué la I y la j mayúsculas no llevan punto.
Fernando Lara afirma que en cuanto a fonología, morfología y sintaxis la Academia nada puede hacer, ya que las culturas hispanohablantes desarrollan sus propias tendencias de formación. A esto añade que la diversidad es una riqueza de la lengua y no un obstáculo.
El autor concluye diciendo que la intervención gubernamental en la normatividad es innecesaria, debido a que las normas de la Academia no se ponen en duda. De otro lado, asegura que organismos internacionales no tienen autoridad en las reformas de la Academia y que ésta, por su parte, debería argumentar las pretensiones de validez de las normas.         
                                                                 
Jhon Alexánder Monsalve Flórez